Fue un eclesiástico nombrado canónigo en la ciudad de Valence y después obispo de Grenoble de 1080 a 1132. Ferviente defensor de la reforma gregoriana. Canonizado en 1134 por Inocencio II. Su memoria se recuerda cada 1 de abril.
San Hugo de Grenoble | ||
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Vitral de la Catedral de Nuestra Señora, Grenoble | ||
Nacimiento | 1053 Châteauneuf-sur-Isère | |
Fallecimiento | 1 de abril de 1132 Grenoble, Francia | |
Venerado en | Iglesia Católica | |
Canonización | 22 de abril de 1134 Inocencio II | |
Festividad | 1 de abril |
Biografía[editar]
Juventud[editar]
San Hugo de Grenoble nació en Valence (Francia), en el año 1053. Aun siendo niño, su padre Odilón entró en la Cartuja con el permiso de su esposa; de esta manera Hugo sería educado exclusivamente por su madre. Años más tarde el propio Hugo administraría los últimos sacramentos a su padre falleciente.
Manifiesta desde su joven edad una piedad extraordinaria y una gran facilidad para la teología. Siendo aún laico fue investido como canónigo de Valence. Su piedad era tal que había personas que decían que solamente se había percatado de una mujer en toda su vida.
Obispo de Grenoble[editar]
Debido a su fama de piadoso, en el Concilio de Aviñon de 1080, fue elegido obispo, aún sin haber estado ordenado, con 26 años. A pesar de su oposición, que en Roma se atribuye a una excesiva humildad, es ordenado obispo de Grenoble por Gregorio VII.
Al llegar a la diócesis se encuentra un escenario deprimente: el clero es malo y usurero, siendo comunes los sacerdotes que conviven en concubinato y los que comercian con bienes eclesiásticos (simonía). La moral de los laicos está bajo mínimos por los continuos escándalos, y solo hay deudas por la mala administración del obispado.
Hugo intenta poner orden, con plegarias, penitencias, visitas, exhortaciones al pueblo... Pero a los dos años la situación, estancada, le impulsa a entrar en la abadía de la Maison-Dieu en Clermont (Auvernia) y por vestir el hábito de san Benito. Pero el papa le manda taxativamente volver a tomar las riendas de la diócesis.
Por el resto del siglo XI, su episcopado fue marcado por el conflicto con Guigues III de Albon por la posesión de los territorios eclesiásticos de Grésivaudan. Hugo apoyaba que el conde de Albon había usurpado los terrenos del obispado de Grenoble con la ayuda del obispo Mallen. Para reforzar de reclamar lo que les correspondía por derecho, Hugo escribe una historia al obispo diciendo que parte de la diócesis de Grenoble fue capturada en la guerra de religión por manos de los sarracenos. Este era el preámbulo de una serie de documentos para establecer el derecho de su diócesis sobre sus terrenos documentos conocidos como « Cartulaires de Saint Hugues ». Un acuerdo entre San Hugo y Guigues se consolidó solo hasta 1099. Guigues aceptaba ceder los territorios en litigio mientras que San Hugo admitía la autoridad temporal del Conde en todos los alrededores de Grenoble.
Su labor diocesana acaba dando frutos, a pesar de no tener vocación episcopal. Vendió las mulas de su carro para ayudar a los pobres porque no había de dónde sacar cuartos ni alimentos y visita la diócesis andando por los caminos. Se reformaron los clérigos, las costumbres cambiaron, se ordenaron los nobles y los pobres tuvieron hospital para los males del cuerpo y sosiego de las almas.
En 1130, a la edad de 77 años, se llena de valor de ir al encuentro del Papa Inocencio II que venia de Italia para acompañarlo hasta la localidad francesa de Le Puy donde debía de reunirse un importante Concilio para ser reconocido por los soberanos de Europa y para pronunciar la excomunión de su usurpador Anacleto II.
Al final de su vida, atormentado por tentaciones que le llevaban a dudar de la Divina Providencia, aseguran que perdió la memoria hasta el extremo de no reconocer a sus amigos, pero manteniendo lucidez para lo que se refería al bien de las almas. Su vida fue ejemplar para todos, tanto que, muerto el 1 de abril de 1132, fue canonizado solo a los dos años, en el concilio que celebraba en Pisa el papa Inocencio II.
Canonización[editar]
Su cuerpo, depositado en una caja de plata quedó expuesta a la veneración de los fieles durante 4 siglos. En junio de 1562, durantes las Guerras de Religión, su cuerpo fue quemado por el Baron de Adrets y por los hugonotes en la plaza de Notre-Dame en Grenoble.
Se le representa con hábitos episcopales y por debajo se hace notar su casulla blanca por tener relaciona con la Orden del Císter. Y es que San Hugo también contribuyó a la fundación de la Orden de los Cartujos (una de las 2 órdenes del Císter). En 1084 recibió a San Bruno de Colonia quien había sido, probablemente, su propio maestro en otros tiempos, con otros 6 acompañantes, después de haberlos visto en sueños como una constelación de 7 estrellas única en el firmamento. Los instala en un paraje nevado y rocoso en los Alpes llamado "La Gran Cartuja" (La Chartreuse), donde fundan un monasterio y consagran sus vidas a la oración y el estudio, recibiendo a menudo la visita de San Hugo quien adopta gran parte de su modo de vida.
San Hugo nació en Francia en el año 1052. Su padre Odilón, que se había casado dos veces, al quedar viudo por segunda vez se hizo monje cartujo y murió en el convento a la edad de cien años, teniendo el consuelo de que su hijo que ya era obispo, le aplicara los últimos sacramentos y le ayudara a bien morir.
A los 28 años nuestro santo ya era instruido en ciencias eclesiásticas y tan agradable en su trato y de tan excelente conducta que su obispo lo llevó como secretario a una reunión de obispos que se celebraba en Avignon en el año 1080 para tratar de poner remedio a los desórdenes que había en la diócesis de Grenoble. Allá en esa reunión o Sínodo, los obispos opinaron que el más adaptado para poner orden en Grenoble era el joven Hugo y le propusieron que se hiciera ordenar de sacerdote porque era un laico. Él se oponía porque era muy tímido y porque se creía indigno, pero el Delegado del Sumo Pontífice logró convencerlo y le confirió la ordenación sacerdotal. Luego se lo llevó a Roma para que el Papa Gregorio VII lo ordenara de obispo.
En Roma el Pontífice lo recibió muy amablemente. Hugo le consultó acerca de las dos cosas que más le preocupaban: su timidez y convicción de que no era digno de ser obispo, y las tentaciones terribles de malos pensamientos que lo asaltaban muchas veces. El Pontífice lo animó diciéndole que "cuando Dios da un cargo o una responsabilidad, se compromete a darle a la persona las gracias o ayudas que necesita para lograr cumplir bien con esa obligación", y que los pensamientos aunque lleguen por montones a la cabeza, con tal de que no se consientan ni se dejen estar con gusto en nuestro cerebro, no son pecado ni quitan la amistad con Dios.
Gregorio VII ordenó de obispo al joven Hugo que sólo tenía 28 años, y lo envió a dirigir la diócesis de Grenoble, en Francia. Allá estará de obispo por 50 años, aunque renunciará el cargo ante 5 Pontífices, pero ninguno le aceptará la renuncia.
Al llegar a Grenoble encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y quedó aterrado ante los desórdenes que allí se cometían. Los cargos eclesiásticos se concedían a quien pagaba más dinero (Simonía se llama este pecado). Los sacerdotes no se preocupaban por cumplir buen su celibato. Los laicos se habían apoderado de los bienes de la Iglesia. En el obispado no había ni siquiera con qué pagar a los empleados. Al pueblo no se le instruía casi en religión y la ignorancia era total.
Por varios años se dedicó a combatir valientemente todos estos abusos. Y aunque se echó en contra la enemistad de muchos que deseaban seguir por el camino de la maldad, sin embargo la mayoría acepto sus recomendaciones y el cambio fue total y admirable. El dedicaba largas horas a la oración y a la meditación y recorría su diócesis de parroquia en parroquia corrigiendo abusos y enseñando cómo obrar el bien.
Todos veían con admiración los cambios tan importantes en la ciudad, en los pueblos y en los campos desde que Hugo era obispo. El único que parecía no darse cuenta de todos estos éxitos era él mismo. Por eso, creyéndose un inepto y un inútil para este cargo, se fue a un convento a rezar y a hacer penitencia. Pero el Sumo Pontífice Gregorio VII, que lo necesitaba muchísimo para que le ayudara a volver más fervorosa a la gente, lo llamó paternalmente y lo hizo retornar otra vez a su diócesis a seguir siendo obispo. Al volver del convento parecía como Moisés cuando volvió del Monte Sinaí que llegaba lleno de resplandores. Las gentes notaron que ahora llegaba más santo, más elocuente predicador y más fervoroso en todo.
Un día llegó San Bruno con 6 amigos a pedirle a San Hugo que les concediera un sitio donde fundar un convento de gran rigidez, para los que quisieran hacerse santos a base de oración, silencio, ayunos, estudio y meditación. El santo obispo les dio un sitio llamado Cartuja, y allí en esas tierras desiertas y apartadas fue fundada la Orden de los Cartujos, donde el silencio es perpetuo (hablan el domingo de Pascua) y donde el ayuno, la mortificación y la oración llevan a sus religiosos a una gran santidad.
Se dice que al construir la casa para los Cartujos no se encontraba agua por ninguna parte. Y que San Hugo con una gran fe, recordando que cuando Moisés golpeó la roca, de ella brotó agua en abundancia, se dedicó a cavar el suelo con mucha fe y oración y obtuvo que brotara una fuente de agua que abasteció a todo el gran convento.
En adelante San Bruno fue el director espiritual del obispo Hugo, hasta el final de su vida. Y se cumplió lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfa quien pide consejo a los sabios y acepta sus correcciones". A veces se retiraba de su diócesis para dedicarse en el convento a orar, a meditar y a hacer penitencia en medio de aquel gran silencio, donde según sus propias palabras "Nadie habla si no es para cosas extremadamente graves, y lo demás se lo comunican por señas, con una seriedad y un respeto tan grandes, que mueven a admiración". Para San Hugo sus días en la Cartuja eran como un oasis en medio del desierto de este mundo corrompido y corruptor, pero cuando ya llevaba varios días allí, su director San Bruno le avisaba que Dios lo quería al frente de su diócesis, y tenía que volverse otra vez a su ciudad.
Los sacerdotes más fervorosos y el pueblo humilde aceptaban con muy buena voluntad las órdenes y consejos del Santo obispo. Pero los relajados, y sobre todo muchos altos empleados del gobierno que sentían que con este Monseñor no tenían toda la libertad para pecar, se le opusieron fuertemente y se esforzaron por hacerlo sufrir todo lo que pudieron. El callaba y soportaba todo con paciencia por amor a Dios. Y a los sufrimientos que le proporcionaban los enemigos de la santidad se le unían las enfermedades. Trastornos gástricos que le producían dolores y le impedían digerir los alimentos. Un dolor de cabeza continuo por más de 40 años (que no lo sabían sino su médico y su director espiritual y que nadie podía sospechar porque su semblante era siempre alegre y de buen humor). Y el martirio de los malos pensamientos que como moscas inoportunas lo rodearon toda su vida haciéndolo sufrir muchísimo, pero sin lograr que los consintiera o los admitiera con gusto en su cerebro.
Varias veces fue a Roma a visitar al Papa y a rogarle que le quitara aquel oficio de obispo porque no se creía digno. Pero ni Gregorio VII, ni Urbano II, ni Pascual II, ni Inocencio II, quisieron aceptarle su renuncia porque sabían que era un gran apóstol y que si se creía indigno, ello se debía más a su humildad, que a que en realidad no estuviera cumpliendo bien sus oficios de obispo. Cuando ya muy anciano le pidió al Papa Honorio II que lo librara de aquel cargo porque estaba muy viejo, débil y enfermo, el Sumo Pontífice le respondió: "Prefiero de obispo a Hugo, viejo, débil y enfermo, antes que a otro que esté lleno de juventud y de salud".
Era un gran orador, y como rezaba mucho antes de predicar, sus sermones conmovían profundamente a sus oyentes. Era muy frecuente que en medio de sus sermones, grandes pecadores empezaran a llorar a grito entero y a suplicar a grandes voces que el Señor Dios les perdonara sus pecados. Sus sermones obtenían numerosas conversiones.
Tenía gran horror a la calumnia y a la murmuración. Cuando escuchaba hablar contra otros exclamaba asustado: "Yo creo que eso no es así". Y no aceptaba quejas contra nadie si no estaban muy bien comprobadas.
Una vez, cuando por un larguísimo verano hubo una enorme carestía y gran escasez de alimentos, vendió el cáliz de oro que tenía y todos los objetos de especial valor que había en su casa y con ese dinero compró alimentos para los pobres. Y muchos ricos siguieron su ejemplo y vendieron sus joyas y así lograron conseguir comida para la gente que se moría de hambre.
Al final de su vida la artritis le producía dolores inmensos y continuos pero nadie se daba cuenta de que estaba sufriendo, porque sabía colocar una muralla de sonrisas para que nadie supiera los dolores que estaba padeciendo por amor a Dios y salvación de las almas.
Un día al verlo llorar por sus pecados le dijo un hombre: "- Padre, ¿por qué llora, si jamás ha cometido un pecado deliberado y plenamente aceptado?- "Y él le respondió: "El Señor Dios encuentra manchas hasta en sus propios ángeles. Y yo quiero decirle con el salmista: "Señor, perdóname aun de aquellos pecados de los cuales yo no me he dado cuenta y no recuerdo".
Poco antes de su muerte perdió la memoria y lo único que recordaba eran los Salmos y el Padrenuestro. Y pasaba sus días repitiendo salmos y rezando padresnuestros.
Murió cuando estaba para cumplir los 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo, dos años después de su muerte.
San Celso de Armagh, obispo
fecha: 1 de abril
†: 1129 - país: Irlanda
otras formas del nombre: Cellach McÆdh
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 1129 - país: Irlanda
otras formas del nombre: Cellach McÆdh
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En el lugar llamado Ardpatrick, en la región de Munster, en Irlanda, san Celso, obispo de Armagh, que promovió intensamente la restauración de la Iglesia.
refieren a este santo: San Malaquías de Down y Connor
Celso es el nombre latino de Ceallach mac Aedha, en cuya familia la sede de Armagh había sido hereditaria durante varias generaciones. Como sus ocho predecesores, Celso era laico al asumir la sede en 1105, a los veintiséis años de edad. Consagrado obispo, fue un excelente pastor. San Bernardo de Claraval escribió sobre él: «Era un hombre bueno y temeroso de Dios». Fue muy asiduo en las visitas pastorales, administró sabiamente las posesiones de su diócesis y restauró la disciplina eclesiástica. Con este último punto se relaciona su presencia en el gran sínodo de Rath Breasail, al que asistieron no menos de cincuenta obispos, bajo la presidencia del legado pontificio Gilberto de Limerick. El pueblo no recibió de buen grado ni las reformas que llevó a cabo el sínodo, ni la nueva división de las diócesis.
Los anales de Four Masters cuentan que san Celso reconstruyó la catedral de Armagh. La época en que vivió fue muy agitada; tuvo que ejercer el oficio de mediador en las discordias de los príncipes irlandeses y sufrió las invasiones de los O'Rourke y los O'Brien. En todas sus dificultades le asistió san Malaquías, quien fue primero archidiácono suyo y después obispo de Connor. Poco antes de su muerte, ocurrida en Ardpatrick de Munster, en 1129, Celso acabó con la costumbre de la sucesión hereditaria, nombrando por sucesor a Malaquías. Según su deseo, fue enterrado en Lismore. El cardenal Baronio introdujo el nombre de san Celso en el Martirologio Romano. Su fiesta se celebra el l de abril, día de su muerte, en todas las diócesis de Irlanda.
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