martes, 13 de febrero de 2018

POESÍA POR AUTOR

PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

A Fray Luis de León
de Pedro Antonio de Alarcón 
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España: Tomo VIII#Número 29


Á FRAY LUIS DE LEON[editar]

AL INAUGURARSE SU ESTÁTUA EN SALAMANCA. [1][editar]


¡Qué bien que conociste
el Amor soberano,
augustino León, Fray Luis divino!

(Lope de Vega.) 



«¡Gloria!» las arpas, los salterios «¡gloria!»
resuenen por doquier... ¡Ved al Poeta
surgir triunfante, coronado atleta
del seno de la noche mortuoria!
¡Él es ! —Un sueno de dolor han sido
trescientos años de pasada historia...
La tumba en pedestal se ha convertido,
y el pedestal en cátedra... ¡Silencio!
¡León, libre otra vez, como algun dia,
sube al alzado puesto,
mira al concurso con afable calma...
la multitud le aclama como entonce...
y, con acento que percibe el alma,
«Decíamos ayer...» prorumpe el bronce.



¡Él es, que torna á la vital arena,
no ya del fondo de prisión impia,
mas de los reinos de la muerte oscura,
rota mostrando al mundo su cadena,
íntegra y salva su doctrina pura!
¡Él es... el docto, el inspirado, el tierno,
seráfico augustino...
el poeta divino
que, en coloquios de amor con el Eterno,
cantó la ansiada libertad del alma
y de caducos bienes el olvido,
cual ruiseñor que en la solemne calma
de la Noche serena,
de amor enloquecido,
entona apasionada cantilena,
única voz del mundo adormecido!



Jubilosa Natura
ya reconoce á su cantor amado...
á aquel que blandamente recostado
cabe la linfa de fontana pura,
las horas descuidado
pasaba, ni envidioso ni envidiado.
Y ufano el sol, estática la luna,
las flores de placer ruborizadas,
trémulo el bosque, y llenas de alegría
las aves en sus copas anidadas,
saludan á porfía
la noble Efigie del ilustre vate
cuando en el alto pedestal parece
en que un siglo entusiasta le coloca,
del tiempo á resistir el fiero embate,
como á la mar la perdurable roca.



Gozoso en tanto el pueblo salmantino
con aplausos y vítores aclama
el triunfo egregio, la perpétua fama
del cristiano David, segundo Aquino.
Y el raudal cristalino
del viejo Tórmes, que los pátrios lares
besó de tanto ingénio peregrino,
olvidando sus lúgubres pesares:
¡Loor al Maestro que cantó á mi orilla!
murmura al alejarse hacia los mares....
¡Loor á Fray Luis! resuena por Castilla...
¡Vítor! responden de la mar las olas
al recibir el Tórmes con el Duero,
¡vítor! claman en el mundo entero
cuantas naciones fueron españolas.



¡Noble ciudad, Aténas castellana,
Salamanca inmortal, aula del mundo!
Oye también mis plácemes, y acoge
en tan dichoso, memorable dia
(sin ver la ruda mano que las coge)
las flores que á León Granada envia.
Hijas son de los cármenes amenos
que ofrecieron al vate laureado
de amor y juventud años serenos...
De la Alhambra en los huertos han brotado,
donde acaso escuchó por vez primera
el sábio esclarecido,
de su vida en la dulce primavera,
el cántico sabroso, no aprendido
de avecilla parlera
y aquel manso ruido
que del oro y el cetro pone olvido.



Y ellas, entre sus hojas perfumadas,
llévanle de las almas granadinas
lágrimas de entusiasmo, derramadas
al escuchar sus cántigas divinas:
llévanle el parabién con que, postrada,
reverencia al altísimo Maestro
la musa del Genil, ya consagrada
un fausto dia y con valioso estro [2]
á hacerle revivir jóven y amante
sobre la corva escena,
al compás del aplauso resonante,
galardon de tan ínclita faena:
y llévanle, por fin, con el acento
tímido de mi lira,
que, en su impotencia, trémula suspira
al ensalzar al Píndaro cristiano,
el orgullo, la envidia y el contento
del pueblo que vio suyo al grande hombre,
y donde tiene su glorioso nombre
en cada corazón un monumento.









 ¡Bien haya el sacro libro del místico poeta
 que tus recuerdos canta sobre el hundido ayer!
 Él cuente tus historias, esposa del Profeta,
 llorando en tus ruinas tu efímero poder.

 ¡Bien hayan los suspiros que el moro desterrado
 desde la ardiente Libia te manda sin cesar!...
 Él cuente lo que has sido y evoque tu pasado,
 creyendo ver tu sombra surgir del ancho mar.

 Yo, al son de un arpa, triste y oculto entre las flores,
 cual pájaro perdido, mi voz ensayaré,
 cantando los que aún brindas halagos seductores
 al pobre peregrino que al fin tu suelo ve.

 Las gracias que hoy te adornan, los dones inmortales
 que la naturaleza gentil te prodigó,
 tu eterna vestidura de encantos virginales,
 tu nombre bendecido cantar pretendo yo.

 ¡Granada! En tu recinto tal vez la poesía
 del mundo primitivo soñaba ya un edén,
 y allá desde la Grecia tu nombre bendecía,
 creyendo tus jardines mansión de eterno bien.

 Después ¡ay! ¿quién te ha visto que el alma enamorada,
 no deje, al alejarse, suspensa sobre ti,
 y en otros horizontes, al nombre de «Granada»
 no surja ante sus ojos la sombra de una hurí?

 ¡Granada! ¡Qué radiante te adora en sus ensueños,
 el que las zonas cruza del gélido aquilón!...
 Los ecos de tu fama ¡qué gratos y risueños
 del aterido polo visitan la región!...
   
 ¡Granada! En los desiertos del trópico abrasado,
 ¡qué ansiadas son y puras tus auras de jazmín!
 Tus aguas bullidoras ¡qué ansioso y angustiado
 recuerda el sarraceno de Zahara en el confín!
   
 ¡Oh! Dios vertió en tu seno, deidad de Andalucía,
 la luz de sus miradas, la chispa divinal,
 y en gérmenes fragantes de eterna lozanía
 se abrió tu seno al mundo cual pródigo rosal.
   
 Tendida en los confines de un valle delicioso,
 reclinas en un monte la nacarada sien,
 y cual esbelta virgen en plácido reposo
 tomaste la postura de un lánguido desdén.
   
 ¡Con qué dulces abrazos te estrechan esos ríos!
 ¡qué amantes esas sierras protegen tu solaz!
 ¡qué gratos son tus bosques, pacíficos y umbríos!,
 ¡qué inmensa tu campiña, qué espléndida y feraz!
    
 ¡Qué augusto el obelisco de zafiro y de plata
 que inmóvil te defiende del austro abrasador!...
 ¡benditas las auroras de oro y escarlata
 que enciende allá en sus cumbres la regia luz del sol!
   
 ¡Qué bellas son las tardes del apacible octubre
 pasadas en tu vega, y en honda soledad,
 cuando en la noche negra su faz el tiempo encubre,
 después que un nuevo día le da a la eternidad!
   
 Y ver a las estrellas, cual faros de bonanza
 lucir de las tinieblas en el opaco tul,
 y aquellas almas puras, que llora la esperanza,
 soñar que aún nos sonríen detrás del cielo azul...
   
 ¡Qué puras son tus noches de luna y primavera,
 tus noches perfumadas, tus noches ¡ay de mí!
 que ya desvanecidas, cual nube pasajera,
 lleváronse de amores las horas que perdí!
   
 ¡Qué inmensos los instantes, qué vago el pensamiento
 se explayan en tu seno, Granada celestial!
 ¡Qué locos los amores, qué rico el sentimiento
 desbórdase a tu lado, sirena divinal!
   
 ¡Qué hermosas son tus hijas, estrellas de tu cielo,
 palmeras de tus valles, claveles de tu abril,
 ensueños de la Arabia perdidos por tu suelo,
 tal vez náyadas blancas salidas del Jenil!
   
 ¡Qué rauda y soñadora se eleva la poesía
 que beben de tus labios los hijos de tu amor!
 Fecunda en tradiciones, vergel de fantasía...
 ¿de quién que tenga un alma no harás un trovador?
   
 Tú, patria del artista; tú, madre del poeta;
 tú, nido de perfumes; tú, cuna de cristal;
 tú, perla desprendida del cándido Veleta;
 tú, lágrima del cielo; tú, sílfide oriental.
   
 Bendita seas ¡oh virgen! bendita seas ¡oh diosa!
 las horas sean benditas pasadas junto a ti;
 ¡benditos los ensueños de nácar y de rosa
 que un tiempo en tu regazo también yo concebí!
   
 Tus árabes jardines, tus mansos arroyuelos
 ¡benditos sean, oh reina del ámbito andaluz!
 ¡que siempre te prodiguen su amor los altos cielos!
 ¡que siempre te fecunde del sol la ardiente luz!
   
 ¡Que siempre de placeres, de sueños seas morada!
 ¡que nunca el crudo noto te pueda marchitar,
 y siempre seas de flores suavísima almohada,
 donde mi loca frente consiga reposar!








A la gloriosa muerte del coronel Don Patricio Bray
de Pedro Antonio de Alarcón 


ELEGÍA PARA EL ÁLBUM DE SU SEÑOR HIJO.
    ¡Númenes de dolor, templad mi lira!
 ¡Vírgenes de la Iberia, dadme llanto!
 ¡Musa de la memoria, quema olores!...
 La heroica muerte del soldado canto...
 ¡Genios, sembrad en su sepulcro flores!
    ¡Era un héroe! -Murió-. Murió en campaña,
 y en su crispada diestra
 apretaba el acero
 al lanzar con el aye prostrimero
 un tierno adiós a la infeliz España.
    Murió en la lid siniestra,
 civil y fratricida
 del torpe despotismo
 contra la santa libertad querida...
 y «¡Libertad!» diciendo el labio inerte.
 en aras de la patria dio la vida...
 ¡Pensaba redimirla con su muerte!
    Ronco se queda el atabal guerrero:
 la altiva frente del feroz soldado
 mustia se inclina; y en su rostro fiero,
 con el sol de las lides atezado.
 brilla lágrima ardiente,
 que al corazón le arranca la tortura
 del acerbo pesar que su alma siente...
 El león español temblando llora,
 y su rugido de feral bravura
 ¡torna el dolor en ayes de tristura!
    ¡Bray murió! Liado en su bandera.
 Y al compás de la hórrida metralla,
 le llevan a la tumba sus soldados:
 fúnebre y ronca música guerrera
 marcha con el cortejo: al aire estalla
 del lúgubre clarín el grito helado,
 Y el timbal desconsuela y ensordece
 con su son cadencioso y destemplado,
    Inmóvil va la espada
 junto a la inmóvil mano de Patricio...
 ¡su faz inanimada
 parece blanca rosa marchitada!
 ¡Es tan joven!... La bella desposada
 le vio partir un día, quebrantando
 el de amor aún reciente yugo blando...
 -¿A dónde vas? -le dijo:
 -A defender los fueros españoles,
 Bray repuso, besando al tierno hijo
 y ala guerra partió; lidió en la guerra,
 y ¡ay! a los pocos soles,
 hijo y madre eran solos en la tierra,
    ¡Murió! Mas no murió, mi caro amigo
 que vive en la memoria del Ibero
 y en las páginas áureas de la historia:
 vive su prez, su nombre va contigo,
 y en su fama inmortal vive su gloria.
 ¡Hijo de Bray! tu padre,
 triunfando de la muerte,
 te circunda de honor y de ventura:
 ¿no alzas la sien orgullecida al verte
 hijo de aquel que con su sangre pura
 regó el árbol sagrado
 de nuestra libertad, a cuya sombra...
 ¡Libertad! ¡Ay! ¿por qué el labio te nombra?
 ¿do están los frutos de ese bien soñado?
 ¿dónde está, pobre España,
 el ídolo amasado
 con sangre de tus hijos?
 ¿do el monumento que la sangre baña
 de Mariana, de Riego y de Torrijos?
    ¡Libertad! sueño hermoso de la vida
 alimento de grandes corazones,
 dicha acaso perdida
 por Adán del Edén en los dinteles;
 sagrada libertad, hija del cielo,
 he aquí, bajo el dosel de esos laureles,
 otra víctima más... ¡oh desconsuelo!
 ¡Libertad! triste reina destronada,
 que lloras decepciones, reclinada
 en tumbas mil y mil; perdida diosa,
 que cobijas doquier bajo tus alas
 de mártires sin fin la helada losa;
 arcángel sin ventura,
 que la pálida faz, en tus cabellos
 tristemente encubierta,
 abates, y con ellos
 lágrimas de ignominia enjugar quieres,
 ¿por qué bajaste al corazón del hombre
 a encarnarte a su anhelo,
 si eres visión fantástica sin nombre,
 si eres la peregrina de este suelo?
    ¡Cuántas veces las orlas de tu manto
 asieron delirantes las naciones,
 y huiste, y encontraron con espanto
 de tu veo en su mano los girones,
 mientras nueva opresión con férreos clavos
 la cadena amarrábales de esclavos!
    ¡Y aún ansiamos por ti, cuando los ojos
 contemplan esta urna funeraria
 que encierra los despojos
 del héroe liberal, y solitaria
 a la viuda ven, huérfano al hijo,
 la patria sin ventura,
 y al español gimiendo en la amargura
 tus negros desengaños
 de luto y guerra tras los fieros años!
    ¿Y esperanza no habrá?¿Y así muriendo
 uno tras otro a manos del verdugo,
 o en la ruda pelea,
 o de la edad bajo el pesado yugo
 irá esa grande y luminosa idea
 a perecer, del mundo aún no gozada,
 cual sol que en día lóbrego se eleva
 tras de nubes, y a ocaso el rumbo lleva
 sin lanzar a la tierra una mirada?
 Allá está el porvenir, encapotado,
 fatídico, nublado,
 que relámpagos fúnebres arroja
 al mundo estremecido:
 la esperanza está allí, sobre la roja
 superficie del mar: mientras retumba
 el bronce en el oriente
 siguiendo vuestra obra,
 ¡mártires! ¡bendigamos vuestra tumba!
    Manes ilustres, sombras veneradas,
 por nuestra Libertad sacrificadas,
 oíd de gratitud el tierno canto
 que os eleva mi voz, y sed dichosas
 en vuestros monumentos, invioladas...
 porque al menos ahí, sombras augustas,
 si en este mundo libertad no hubiere
 tus lazos rotos ven la almas justas...
 ¡El hombre sólo es libre cuando muere!

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