lunes, 11 de mayo de 2015

edafología


Necesidad de inventariar los recursos edáficos

Al realizar un inventario de recursos edáficos lo primero que hemos de conocer es la cantidad de suelo existente, eliminando de ello las masas de agua continentales, las zonas escarpadas en que afloran las rocas y otras situaciones en las que el suelo o no aparezca o haya sido eliminado.
Signifiquemos en este sentido que en la Tierra solo hay 3.200 millones de has de suelo, que solo significan el 6.3 % de la superficie del planeta, que equivalen al 21 % de la superficie sólida.
El primer paso para poder establecer la disponibilidad del suelo presente sería efectuar una catalogación, ello nos permitirá tener un avance de la potencialidad productiva del mismo, entendiendo la productividad en un sentido amplio y no eminentemente económico. Un bosque no maderable, una zona de reserva natural o de esparcimiento, si bien no incrementan nuestro patrimonio dinerario si nos aportan calidad de vida que... no es poco.
De la superficie total de un territorio es necesario deducir las zonas desprovistas de suelo.
La catalogación implica el conocimiento de los tipos de suelos presentes y su cpacidad de utilización.
Una vez conocidos es necesario ubicarlos en el espacio, lo que hace la cartografía.
De la anterior deducimos el área ocupada por cada tipo y algunas incidencias, pero... con esto no basta.
Para poder llevar a cabo una adecuada gestión de ese autentico patrimonio es necesario conocer la extensión de cada uno de los tipos catalogados y su ubicación. En otras palabras, hemos de disponer de una cartografía de suelos.
La calidad de un terreno no solo depende de la de sus suelo, sino del relieve sobre el que se encuentra.
Para el crecimiento vegetal, las condiciones climáticas son esenciales, por lo que este factor es de especial transcendencia.
Un mismo tipo de suelo puede aparecer sobre materiales geológicos diferentes, pero su evolución estará condicionada por la naturaleza de estos.
El uso actual del suelo nos marca, en cierto modo, su historia, que nunca puede despreciarse.
Pero ese mapa de suelos no basta para poder realizar una buena ordenación del territorio, es necesario complementarla con su relación con el relieve, con el clima e incluso con la geología subyacente, que nos facilitará la comprensión de la posible evolución en el tiempo. En este sentido no podemos despreciar el estado actual de utilización para corregir, si es posible, los defectos de la misma.



La princial cualidad del suelo en relación con el crecimiento de las plantas es su fertilidad, que se basa en el conjunto de sus propiedades y, como ellas, puede observarse desde un punto de vista físico, físico-químico o químico. Así para mantener la calidad del suelo se ha de procurar el mantenimiento de sus propiedades e incluso su mejora.
De las propiedades físicas del suelo la más sensible al deterioro es la estructura que, a su vez, influye de manera muy directa sobre el resto.
Las principales agresiones que se hacen al suelo son las deforestaciones indiscriminadas, el sobrepastoreo y el cultivo mal realizado.
La deforestación total lleva consigo una pérdida de materia orgánica que impide el desarrollo de las estrucuras construidas propias de los horizontes superficiales, ésto los hace más susceptibles a la erosión y desaparición, dejando en superficie a los horizontes más profundos, si existieran, que son de peor calidad en relación con el desarrollo vegetal.
El sobrepastoreo o la excesiva abundancia de herbívoros provocada por un ataque sistemático a los carnívoros depredadores provoca, por una parte, la desaparición de la cubierta herbácea con un efecto similar al anterior y además, en los periodos que el suelo está húmedo, una compactación de la superficie que va creando una estructura con tendencia a masiva y una impermeabilidad superficial que favorece la formación de láminas de agua y la creación de encostramientos superficiales.
El cultivo provoca un efecto parecido a los anteriores en cuanto a la disminución de la materia orgánica, pues atenúa el aporte pero además, la aireación de la parte superior del suelo acelera la mineralización de los restos orgánicos. Esta bajada de materia orgánica provoca los efectos estructurales que hemos comentado. Este efecto se produce con caracter general en todos los suelos de cultivo. Además las labores, cuando se realizan en una época inadecuada, puede formar "suelas de labor" en suelos de textura fina en el horizonte B, que llegan a dificultar o impedir el paso de las raíces y del agua, afectando en este caso a la profundidad útil del suelo.
Los remedios para las dos primeras causas de degradación solo está en no realizarlas puesto que son prescindibles. En el caso del cultivo, como no podemos evitarlo porque es imprescindible para nuestra supervivencia, debemos cuidar la forma en que lo efectuamos. El empleo de enmiendas orgánicas con cierta periodicidad no compensa las perdidas de materia orgánica pero sí atenúa sus efectos. La realización de las labores con un tempero adecuado impedirá la formación de capas endurecidas y como norma general, dar a cada suelo el tratamiento adecuado a sus condiciones.
Otro punto no contemplado es el riego con aguas de elevada salinidad que puede provocar una excesiva concentración de sodio en el complejo de cambio con el consiguiente deterioro estructural, sobre todo en lo referente a la excesiva dispersión de la arcilla que, si es abundante lleva a consistencias muy duras en seco.
Las propiedades físico-químicas en lo que más se ven afectadas es en lo referente al pH, que con mucha frecuencia tiende a acidificarse por la excesiva pérdida de bases del suelo. Esta pérdida está relacionada, en muchas ocasiones, con la introducción de especies no adaptadas al tipo de suelo y que requieren unos consumos elevados en determinados elementos, sobre todo cuando el suelo está regado con lo que el crecimiento se incrementa y la demanda crece desmedidamente. Los requeriemientos de nutrientes esenciales se compensan con los abonos pero el resto lo toman de las reservas del suelo.
El empleo de abonos acidificantes en suelos de escasa capacidad tampón es otra fuente de acidificación.
La solución estriba en cultivar las especies más adecuadas al tipo de suelo y usar los abonos más convenientes según las características del mismo; cuando ello no es posible, siempre cabe el mantener una vigilancia adecuada y corregir las pequeñas desviaciones de pH con periódicas enmiendas calizas.
El deterioro estructural hace que parte de la arcilla se pierda por erosión laminar lo que, a largo plazo, afecta a la capacidad de intercambio catiónico que puede corregirse con enmiendas orgánicas.
La degradación química más importante que suele producir el cultivo es la salinización provocada por el riego y por el uso abusivo de abonos minerales. La primera puede atenuarse con un riego algo superior al necesario que lave los excesos de sales cuando la pluviometría invernal sea insuficiente, y en el segundo caso solo es necesario utilizar las dosis adecuadas.
Por último, la calidad del suelo y de los frutos que produce se ve afectada por la contaminación ejercida por el uso desmedido de pesticidas, necesarios para evitar el ataque bacteriano, fúngico y parasitario, exacerbado por la debilidad de las paredes celulares provocado por un crecimiento más rápido y mayor. El suelo está dotado de mecanismos de defensa ante los contaminantes orgánicos y el riesgo está en el abuso de los mismos.
También existe una contaminación indirecta procedente de los humos de las industrias y, sobre todo, del polvo generado por muchas de ellas, mas este problema afecta tanto al suelo como a las aguas y a la atmósfera. El único remedio ante ello es una ubicación correcta de las mismas y un control sobre los desprendimientos citados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario