etrusca :
Pintura mural
Las tumbas de Caere, Tarquinia, Orvieto, Chiusi y Vulci han dejado muestras ilustres del arte de la pintura mural etrusca. Para ponderar la importancia de estas pinturas, baste decir que, de todo lo que se pintó en la antigüedad, únicamente han llegado hasta hoy dos vastos conjuntos: uno es el constituido por estas pinturas murales, el otro, el de las que decoraban ciertas casas en Pompeya y Herculano.
Las pinturas etruscas murales que hoy se pueden contemplar son tan sólo una pequeña parte de las que se han ido descubriendo desde mediados del siglo XIX o en siglos anteriores. Por ejemplo, en Tarquinia se hallaron unas sesenta tumbas pintadas, y hoy sólo suman una veintena; de las veinte que se descubrieron en Chiusi, tres quedan hoy con sus pinturas visibles. Lo que tan largamente se conservó, gracias a mantenerse cerrado, en poco tiempo resultó destruido por la humedad del aire y la malsana curiosidad de los visitantes.
En las tumbas excavadas en la piedra, las pinturas se realizaron al temple, directamente sobre la pared rocosa; en las edificadas, se empleó la pintura al fresco.
La llamada Tumba Campana, descubierta en Veyes en 1842, cuyos frescos hoy pueden darse por perdidos (pero que fueron copiados al descubrirse el sepulcro), ofrecía las pinturas más arcaicas de toda esta serie. Parecen datar del siglo VII a.C., y por lo que se puede colegir de las copias, su estilo, que incluía animales fantásticos fuertemente estilizados, sugiere una directa inspiración asiática. Los de la Tumba de los Toros, en Tarquinia, de mediados del siglo VI a.C, son aún muy arcaizantes; en uno de sus frescos aparece, junto a una fuente monumental, Aquiles, tocado con yelmo corintio, dispuesto a asaltar a Troilo, el joven príncipe troyano que, desnudo y empuñando la pica, llega montado en su corcel. Poco posteriores, en Tarquinia también, son los de la tumba llamada “de los Augures”, y que representan una brillante celebración de juegos funerarios.
Sin salir de Tarquinia, las tumbas “de las Leonas’ y la “del Triclinio” reproducen escenas de danzas, con gran inventiva y brillante colorido, mientras que en la “de los Leopardos” se reproduce un festín. Todas estas parecen datar del siglo V así como las de otro sepulcro famoso, la tumba llamada de la Caza y la Pesca. Más realistas son, en Orvieto, las tumbas Golini, del siglo IV, y más “griega”, por el estilo de su diseño, la “del Orco”, en Tarquinia, de hacia el año 300 a.C.
De un siglo después data el maravilloso conjunto que decoró una tumba muy importante en Vulci, la Frangois, de refinadísima realización. Sus frescos fueron arrancados del sepulcro en 1862 y hoy se conservan en el Museo Torlonia, en Roma. Sus temas eran muy varios: episodios de la Guerra de Troya y escenas de la lucha entre etruscos y romanos. Además de estar excelentemente dotados para el cultivo de las artes plásticas, destacaron los etruscos como constructores de sólidas murallas. Su concepción de la ciudad, en forma de acrópolis, debió de contribuir a desarrollar en ellos este talento. Se les atribuyó varios canales y otras obras hidráulicas realizadas en el Lacio, y hasta la construcción de la Cloaca Máxima y las más antiguas murallas, en Roma, pasan por ser obra etrusca.
Detalle de la Tumba de las Leonas (Tarquinia). Esta composición, al fresco, registra el banquete funerario del difunto reclinado en el lecho, quien sostiene en su mano el óbolo y de un clavo cuelga la corona de siemprevivas. Sobre una capa de revoque el artista ha dibujabado el contorno de las figuras, rellenadas luego con colores simples, pero de tonos brillantes y agradables. Es manifiesta la inspiración griega, pero en la indiferencia del artista por la anatomía exacta del modelo – a veces conscientemente deformada – y el evidente placer con que se entrega a la detallada descripción de los actos cotidianos aparece la personalidad etrusca.
Las pinturas etruscas murales que hoy se pueden contemplar son tan sólo una pequeña parte de las que se han ido descubriendo desde mediados del siglo XIX o en siglos anteriores. Por ejemplo, en Tarquinia se hallaron unas sesenta tumbas pintadas, y hoy sólo suman una veintena; de las veinte que se descubrieron en Chiusi, tres quedan hoy con sus pinturas visibles. Lo que tan largamente se conservó, gracias a mantenerse cerrado, en poco tiempo resultó destruido por la humedad del aire y la malsana curiosidad de los visitantes.
En las tumbas excavadas en la piedra, las pinturas se realizaron al temple, directamente sobre la pared rocosa; en las edificadas, se empleó la pintura al fresco.
La llamada Tumba Campana, descubierta en Veyes en 1842, cuyos frescos hoy pueden darse por perdidos (pero que fueron copiados al descubrirse el sepulcro), ofrecía las pinturas más arcaicas de toda esta serie. Parecen datar del siglo VII a.C., y por lo que se puede colegir de las copias, su estilo, que incluía animales fantásticos fuertemente estilizados, sugiere una directa inspiración asiática. Los de la Tumba de los Toros, en Tarquinia, de mediados del siglo VI a.C, son aún muy arcaizantes; en uno de sus frescos aparece, junto a una fuente monumental, Aquiles, tocado con yelmo corintio, dispuesto a asaltar a Troilo, el joven príncipe troyano que, desnudo y empuñando la pica, llega montado en su corcel. Poco posteriores, en Tarquinia también, son los de la tumba llamada “de los Augures”, y que representan una brillante celebración de juegos funerarios.
Sin salir de Tarquinia, las tumbas “de las Leonas’ y la “del Triclinio” reproducen escenas de danzas, con gran inventiva y brillante colorido, mientras que en la “de los Leopardos” se reproduce un festín. Todas estas parecen datar del siglo V así como las de otro sepulcro famoso, la tumba llamada de la Caza y la Pesca. Más realistas son, en Orvieto, las tumbas Golini, del siglo IV, y más “griega”, por el estilo de su diseño, la “del Orco”, en Tarquinia, de hacia el año 300 a.C.
De un siglo después data el maravilloso conjunto que decoró una tumba muy importante en Vulci, la Frangois, de refinadísima realización. Sus frescos fueron arrancados del sepulcro en 1862 y hoy se conservan en el Museo Torlonia, en Roma. Sus temas eran muy varios: episodios de la Guerra de Troya y escenas de la lucha entre etruscos y romanos. Además de estar excelentemente dotados para el cultivo de las artes plásticas, destacaron los etruscos como constructores de sólidas murallas. Su concepción de la ciudad, en forma de acrópolis, debió de contribuir a desarrollar en ellos este talento. Se les atribuyó varios canales y otras obras hidráulicas realizadas en el Lacio, y hasta la construcción de la Cloaca Máxima y las más antiguas murallas, en Roma, pasan por ser obra etrusca.
Detalle de la Tumba de las Leonas (Tarquinia). Esta composición, al fresco, registra el banquete funerario del difunto reclinado en el lecho, quien sostiene en su mano el óbolo y de un clavo cuelga la corona de siemprevivas. Sobre una capa de revoque el artista ha dibujabado el contorno de las figuras, rellenadas luego con colores simples, pero de tonos brillantes y agradables. Es manifiesta la inspiración griega, pero en la indiferencia del artista por la anatomía exacta del modelo – a veces conscientemente deformada – y el evidente placer con que se entrega a la detallada descripción de los actos cotidianos aparece la personalidad etrusca.
Artes menores
Por lo que respecta a la cerámica, su supeditación a Grecia, aun siendo muy considerable, no fue total. Durante el siglo XVIII y gran parte del XIX los llamados vasos etruscos que se descubrían en la Toscana y en la Campania gozaron de una fama que, en realidad, correspondía a ceramistas griegos. Hacia mediados del siglo XIX tal equívoco quedó deshecho. Pero es innegable que los vasos griegos, importados durante siglos a Etruria en grandes cantidades, contribuyeron, por su parte, al desarrollo en el país de una interesante cerámica decorada que pretende ser réplica de la griega. Distínguense, dentro de esta cerámica de imitación, influencias chipriotas o rodias en el siglo VI a.C.; después, la de ejemplares típicamente corintios. Más tarde, en el siglo V, buen número de vasos con decoración de figuras negras fueron producto de varias fábricas locales, y lo mismo cabe decir de aquellos ejemplares que presentan figuras de coloración roja sobre fondo negro, cuyo principal centro de elaboración estuvo, al parecer, situado en Faleria.
La imitación es entonces de modelos atenienses, y el carácter etrusco se manifiesta, en tales cráteras, hidrias y variedad de copas, por el mayor vigor expresivo de los dibujos y una más acentuada esquematización de los adornos. Pero aparte de todo esto, los etruscos contaron con una modalidad de cerámica que fue íntegramente suya y que suele englobarse bajo la voz genérica italiana de bucchero.
La constituyen copas y vasijas de extraordinaria lisura. Su color es negro, más o menos intenso y lustroso, y las formas imitan las propias de las vasijas de bronce o plata. Hay dos variedades, el bucchero sottile, de paredes muy delgadas y con decoración incisa derivada de un repertorio de tipo oriental, y el bucchero pesante, de paredes gruesas y con decoración mediante estampado de moldes.
La elaboración de vasijas metálicas adornadas con repujado es otro capítulo importante del arte etrusco. La situla o vasija de forma troncocónica que se usó para el agua lustral (constituyendo una especie de acetre que es común a todas las culturas itálicas de la Edad del Hierro) alcanzó en Etruria gran difusión, y hoy se conoce una serie de estas vasijas de bronce de los siglos VI y V a.C., ornamentadas mediante zonas superpuestas y que revisten a veces valor documental.
El grabado metálico realizado a buril fue también muy importante en la elaboración de cistas o cajas cilíndricas con pies y con tapadera. Sus asas las constituyen grupos de miniaturas de bronce de graciosa factura. Tales cistas son del siglo IV a.C. en adelante, y se grabaron con asuntos mitológicos noblemente diseñados. Algunas han sido halladas en Palestrina, colonia etrusca al sur de Roma. También el grabado se empleó con mucha brillantez en el adorno de dorsos de espejos circulares. La orfebrería, o más precisamente, la joyería etrusca, es una de las más brillantes de la antigüedad. En los siglos VII al V, los etruscos emplearon casi constantemente un método de ornamentación que les fue privativo y que se basó en decorar la lámina de oro, ya martillada, mediante una combinación de la filigrana y la técnica de la granulación Esta técnica consistía en reducir el oro a diminutas bolitas esféricas que, mediante un procedimiento que se desconoce, se logaba adhcrir tuertemente a la plancha. Con tales miníísculas bolitas se trazaron adornos y figuras (perros, pájaros, esfinges, leones, etc.).
En algunos de los joyeles el contraste entre el repujado figurativo y este tipo de adorno consiguió resultados de gran efectismo, como puede verse, por ejemplo, en el pinjante áureo con cara de un dios barbudo y bicorne que forma parte de un famoso aderezo hoy conservado en el Museo del Louvre. Sin embargo, con el transcurso de los años esta técnica se perdió y se adoptó la de componer los joyeles con piezas de metal repujado que se enlazaban mediante charnelas.
En resumen, el arte etrusco no produjo ninguna obra monumental que revista aquel valor extremado que se han encontrado en otras civilizaciones. No edificaron templos colosales ni dejaron grandes sepulturas que destacasen externamente por su monumentalidad. Rama desgajada de la cultura jónica griega, fueron asimilando, en realidad, otras peculiaridades del gran arte de Grecia, así como, desde su asentamiento en Italia, habían aceptado algunos aspectos de las civilizaciones de los antiguos moradores del país. Así pudieron orientar, con su cultura, basada principalmente en la vieja tradición del Oriente, el nacimiento del arte de la nueva madre de pueblos, la Urbe romana.
La imitación es entonces de modelos atenienses, y el carácter etrusco se manifiesta, en tales cráteras, hidrias y variedad de copas, por el mayor vigor expresivo de los dibujos y una más acentuada esquematización de los adornos. Pero aparte de todo esto, los etruscos contaron con una modalidad de cerámica que fue íntegramente suya y que suele englobarse bajo la voz genérica italiana de bucchero.
La constituyen copas y vasijas de extraordinaria lisura. Su color es negro, más o menos intenso y lustroso, y las formas imitan las propias de las vasijas de bronce o plata. Hay dos variedades, el bucchero sottile, de paredes muy delgadas y con decoración incisa derivada de un repertorio de tipo oriental, y el bucchero pesante, de paredes gruesas y con decoración mediante estampado de moldes.
La elaboración de vasijas metálicas adornadas con repujado es otro capítulo importante del arte etrusco. La situla o vasija de forma troncocónica que se usó para el agua lustral (constituyendo una especie de acetre que es común a todas las culturas itálicas de la Edad del Hierro) alcanzó en Etruria gran difusión, y hoy se conoce una serie de estas vasijas de bronce de los siglos VI y V a.C., ornamentadas mediante zonas superpuestas y que revisten a veces valor documental.
El grabado metálico realizado a buril fue también muy importante en la elaboración de cistas o cajas cilíndricas con pies y con tapadera. Sus asas las constituyen grupos de miniaturas de bronce de graciosa factura. Tales cistas son del siglo IV a.C. en adelante, y se grabaron con asuntos mitológicos noblemente diseñados. Algunas han sido halladas en Palestrina, colonia etrusca al sur de Roma. También el grabado se empleó con mucha brillantez en el adorno de dorsos de espejos circulares. La orfebrería, o más precisamente, la joyería etrusca, es una de las más brillantes de la antigüedad. En los siglos VII al V, los etruscos emplearon casi constantemente un método de ornamentación que les fue privativo y que se basó en decorar la lámina de oro, ya martillada, mediante una combinación de la filigrana y la técnica de la granulación Esta técnica consistía en reducir el oro a diminutas bolitas esféricas que, mediante un procedimiento que se desconoce, se logaba adhcrir tuertemente a la plancha. Con tales miníísculas bolitas se trazaron adornos y figuras (perros, pájaros, esfinges, leones, etc.).
En algunos de los joyeles el contraste entre el repujado figurativo y este tipo de adorno consiguió resultados de gran efectismo, como puede verse, por ejemplo, en el pinjante áureo con cara de un dios barbudo y bicorne que forma parte de un famoso aderezo hoy conservado en el Museo del Louvre. Sin embargo, con el transcurso de los años esta técnica se perdió y se adoptó la de componer los joyeles con piezas de metal repujado que se enlazaban mediante charnelas.
En resumen, el arte etrusco no produjo ninguna obra monumental que revista aquel valor extremado que se han encontrado en otras civilizaciones. No edificaron templos colosales ni dejaron grandes sepulturas que destacasen externamente por su monumentalidad. Rama desgajada de la cultura jónica griega, fueron asimilando, en realidad, otras peculiaridades del gran arte de Grecia, así como, desde su asentamiento en Italia, habían aceptado algunos aspectos de las civilizaciones de los antiguos moradores del país. Así pudieron orientar, con su cultura, basada principalmente en la vieja tradición del Oriente, el nacimiento del arte de la nueva madre de pueblos, la Urbe romana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario