INTRODUCCIÓN DEL RENACIMIENTO ITALIANO EN CASTILLA
Entre los artistas españoles que, al alborear el siglo XVI, fueron a estudiar a Italia, ALONSO BERRUGUETE (1480— 1561), a la vez pintor, escultor y arquitecto, fue el que llevó a su patria las más puras tradiciones de los grandes florentinos. Pedro Berruguete, su padre, de quien había sido al principio discípulo, quiso que fuera desde muy temprano a perfeccionarse en la práctica de las artes al país de las obras maestras.
En 1503, como lo atestigua Vasari, Alonso estaba en Florencia, donde copiaba el célebre cartón de la Guerra de Pisa, ejecutado por MiguelAngel en rivalidad con Leonardo de Vinci. Miguel Angel lo recibió enseguida entre sus discípulos, y en su escuela fue, y trabajando a su lado, en Florencia y en Roma, como Berruguete llegó a ser a su vez un maestro en las tres formas artísticas que practicó simultáneamente. Su estancia en Italia se prolongó hasta 1520; en esta fecha el artista volvió a su patria. Importantes trabajos detuviéronlo primero en Zaragoza; allí ejecutó, en la iglesia de Santa Engracia, el sepulcro del vicecanciller de la corona de Aragón y las esculturas de un retablo. Después fue a Huesca, adonde lo llamó Damián Forment, célebre tallista de imágenes y autor del admirable altar de estilo gótico de la catedral del Pilar. Créese que Berruguete colaboró con Forment en la escultura del gran retablo de la catedral de Huesca. Este, seducido por las formas grandiosas y el estilo enérgico de su joven compañero, modificó desde entonces su propia manera, y se hizo adepto de las elegancias del Renacimiento italiano.
La Salomé de Berruguete
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Vuelto a Castilla, Berruguete se casó y se estableció en Valladolid. Vióse en seguida lleno de encargos de obras importantes de escultura, de pintura y de arquitectura para diversos conventos, para el arzobispo de Toledo y el obispo de Cuenca, y también para el emperador Carlos V, quien lo nombró pintor y escultor suyo, y le confió la dirección de los trabajos y de la decoración del palacio que hacía entonces construir en el recinto de la Alhambra de Granada. En 1529, el artista se comprometía a construir y a decorar con esculturas y pinturas, todas de su mano, el retablo del gran colegio de Salamanca, edificado a expensas del arzobispo de Toledo, Alonso de Fonseca. En 1539 veíase escogido por el cabildo de Toledo, al mismo tiempo que el hábil escultor borgoñón Felipe Vigarni, comúnmente llamado en España Felipe de Borgoña, para decorar con esculturas los sitiales del coro de la catedral. En 1543 terminaba esta importante y rica decoración, concebida y ejecutada en el estilo del Renacimiento, y que da alto testimonio de la fecundidad de invención, de la habilidad y de la flexibilidad del talento de Berruguete. El soberbio grupo de alabastro representando laTransfiguración, colocado sobre el sitial del arzobispo, es igualmente obra de su elegante y robusto cincel. El ascendiente que Berruguete ejerció sobre los artistas de su tiempo se extendió rápidamente por Castilla, y por todas partes donde tuvo ocasión de emprender algunas obras. La naturaleza de su genio lo llevó más particularmente a dedicarse a la escultura; pero si su estilo en este arte acusa el evidente y fuerte sello de la escuela de Miguel Angel, en pintura Berruguete se muestra más bien partidario de la manera del Sodoma y de la de Andrés del Sarto, de quien fue amigo. Sus producciones en este género fueron poco numerosas; apenas quedan de ellas más que algunas, entre las cuales se citan las pinturas que forman parte del altar mayor de la iglesia de la Ventosa, y las que componen el retablo, ejecutado en 1529-1531, para el colegio de Santiago en Salamanca.
Después de haber conquistado en el arte una situación verdaderamente preponderante y de haber obtenido grandes favores y títulos de nobleza de Felipe II, Berruguete murió, cuando ayudado por su hijo que fue sobre todo escultor, trabajaba en el sepulcro del cardenal Tavera, en el hospital de San Juan Bautista de Toledo.
Berruguete no es el único artista de su tiempo que fuera a buscar a Italia las lecciones de sus maestros; todas las miradas se tornaban, por lo demás, hacia este lado. El conocimiento de las grandes obras italianas pertenecientes al siglo XV que acababa y al comienzo del XVI, se había ya ampliamente esparcido por España con ayuda de copias, de dibujos, de grabados; luego habían venido, cada vez más numerosas y frecuentes, las adquisiciones reales de obras de artistas celebres, así como los encargos directos, especialmente los que el emperador Carlos V, que tenía por este maestro particular predilección, hacía al Tiziano encargos continuados y ampliados todavía por Felipe II. Estas diversas causas concurrían pues poderosamente a aumentar la atracción de los pintores españoles hacia Italia. ¿Cómo, por otra parte, no había de haber deseado una iniciación más directa y más completa en aquel arte sensual, que había conquistado rápidamente, en derredor suyo, el favor de los grandes y de los reyes?
Convertido sin duda al ideal nuevo por el ejemplo y el éxito de Berruguete, un pintor de Toledo, JUAN DE VILLOLDO (1480-1555), sobrino y discípulo de Alvar Pérez de Villoldo, colaborador de Juan de Borgoña en los frescos de la catedral de Toledo, debió muy probablemente ir, hacia 1520, a buscar en Italia nuevas inspiraciones y métodos más amplios. Ninguno de sus biógrafos afirma este viaje; pero, aunque atrevida, la hipótesis de que Villoldo debió haber trabajado en Italia y perfeccionádose en la escuela de uno de los discípulos de Rafael parece, por lo menos, plausible.
Las grandes pinturas al aguazo, ejecutadas en telas crudas, llamadas en España sargas, y de las que todavía se hace hoy uso para decorar, durante la semana santa, la capilla del Obispo, de la iglesia de San Andrés de Madrid, probarían si hubiera necesidad y con toda evidencia, que Villoldo, que es su autor, debió recibir lecciones de Perino del Vaga o de Fattore. Estas composiciones, que difieren tan completamente por el estilo y el dibujo de lo que Villoldo había visto hacer en Toledo, por su tío y por Juan de Borgoña y sus contemporáneos, representan: Adán y Eva arrojados del Paraíso terrenal, la Muerte de Abel, la Entrada de Jesucristo en Jerusalén, la Cena, la Resurrección de Lázaro, el Calvario, el Descendimiento de la Cruz, el Entierro, la Resurrección y el Juicio final. Fueron ejecutadas de 1547 a 1550, como lo demuestra el contrato firmado en Valladolid en 1547, por el que el artista se comprometía con el obispo de Palencia, que había hecho construir a sus expensas y decorar la capilla llamada del Obispo. Villoldo tuvo por discípulo a Luis DE CARVAJAL (1534-1613), que llegó a ser pintor titular de Felipe II y fue autor, solo o en colaboración con Blas del Prado, de numerosas e importantes obras en el Escorial y en Toledo.
Mercurio y Minerva, de Gaspar Becerra
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GASPAR BECERRA (I520-1570), nacido en Baeza, en Andalucía, pero que trabajó casi toda su vida en Castilla, es, después de Alonso Berruguete, uno de los artistas más completos que produjo España en el siglo XVI. Como Berruguete, Becerra fué a la vez escultor, pintor y arquitecto, y, como él, también fué a Italia y sufrió allí la influencia de las poderosas creaciones de Miguel Angel. Un hermosísimo dibujo de Becerra, copia del Juicio final, que conserva el Museo del Prado, atestigua que el artista se esforzó por impregnarse del estilo de Buonarroti. En Roma Becerra ayudó a Vasari en sus pinturas de la cancillería, y éste nos dice que una tavola, representando la Natividad de la Virgen, que había pintado el joven español, fué colocada en la iglesia de la Trinidad del Monte, enfrente de un cuadro de Daniel de Volterra, con el cual podía entrar en paralelo. Becerra hizo igualmente en Roma los dibujos de un tratado de anatomía, publicado en 1554 por el doctor Juan de Valverde, y destinado a los artistas y a los cirujanos. También fué autor de dos estatuitas anatómicas cuyas reproducciones figuran en todos los talleres.
Vuelto a su patria, le confió Felipe II la dirección de los trabajos en el Alcázar de Madrid y en el palacio del Pardo. En 1563 lo nombró oficialmente escultor y pintor de cámara. De los grandes frescos que ejecutó el artista en estos dos palacios, y cuyos asuntos eran los Elementos, las Artes liberales, Medusa, Perseo y Andrómeda ninguno existe hace mucho tiempo.
Una pintura auténtica suya, una Magdalena penitente procedente de un convento de dominicos de Segovia y conservada en el Museo del Prado, es la única que hoy puede probar que los contemporáneos de Becerra no exageraban su mérito cuando ensalzaban la elegancia de sus figuras y la verdad de su dibujo. El Museo del Ermitajeposee igualmente una Sibila, inspirada en la escuela florentina. Estos dos cuadros constituyen todo lo que nos queda como testimonios auténticos de la elevación de su estilo. Sus obras de escultura son igualmente muy raras. Hay de él un bajo-relieve en la iglesia de San Jerónimo de Granada, que representa el Entierro de Cristo, y en Valencia, en la iglesia de San Juan del Mercado, una estatua de la Virgen de la Soledad, imagen venerada como milagrosa y que es seguramente obra de un gran artista y de un inspirado. Algunas otras esculturas suyas quedan en Valladolid, Burgos y principalmente en la catedral de Astorga, cuyo gran retablo fue construido con arreglo a sus dibujos y decorado por él con bajos-relieves y figuras de santos.
Dánae concibiendo a Perseo con la lluvia de oro de Zeus, de Gaspar Becerra
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Becerra formó numerosos discípulos, escultores y pintores. Entre estos últimos figuran BARTOLOMÉ DEL RIO BERNUIS, que fue pintor titular del cabildo de Toledo hasta 1627; FRANCISCO LÓPEZ, que trabajaba en Madrid y más tarde en Cataluña, hacia 1568; JERÓNIMO VÁZQUEZ, recomendado particularmente por su maestro a Felipe II en su testamento y que residía en Valladolid hacia 1570; y en fin, el más reputado, MIGUEL BARROSO (1538-1590), que fue elegido por Felipe II para pintor suyo, y que ha dejado en el Escorial importantes pinturas concebidas dentro de las tradiciones florentinas.
Hay que notar, a propósito de la naturaleza de los asuntos tratados por Becerra, que, contra la opinión generalmente extendida, los artistas españoles, sobre todo los del siglo XVI y que habían estudiado el arte en Italia, no huían como se ha pretendido con frecuencia, de tomar sus temas de la mitología, ni aun de tratar el desnudo. Sin duda, y lo más a menudo, sus pinceles estaban ocupados por los encargos destinados a las iglesias y a las órdenes monásticas; pero cuando se ofrecía la ocasión, ya en los palacios de los reyes, ya en las moradas de los grandes, gustábales, lo mismo que a sus maestros italianos, dar rienda suelta a su sentimiento de lo bello en vastas decoraciones murales, representando alegorías o mitos fabulosos. El ejemplo de Becerra pintando los Elementos, Perseo y Andrómeda, y unaMagdalena de tamaño natural, muy conmovedora en su hermosa desnudez, no constituye una excepción.
Carecemos en absoluto de detalles biográficos relativos a Correa, hábil y laborioso pintor que ejercía su arte en Castilla, y principalmente en Toledo, hacia la mitad del siglo XVI. Todo lo que sabemos de preciso es que algunas de las pinturas que hizo para el convento de bernardinos de San Martín de Valdeiglesias llevaban la firma: D. Correa fecit 155O. Por el examen de las que conserva el Museo del Prado y que proceden, o de aquel convento o de la iglesia del Tránsito de Toledo, se puede suponer que este artista debió ir a estudiar su arte en diversas ciudades de Italia, porque sus obras, de una coloración vigorosa, recuerdan el colorido de la escuela primitiva veneciana, y reflejan más bien como carácter los tipos, el estilo, y el modo de composición de los maestros de Roma y de Florencia, de principio del siglo XVI.
Una de las mejores obras de Correa, la Muerte de la Virgen, actualmente en el Museo del Prado, que posee un número bastante grande de sus producciones, es una muestra completa de su manera florentina. Explícase tanto menos la falta casi absoluta de noticias referentes a la carrera de este maestro, cuanto que seguramente ejerció bastante influencia; una colección de pinturas que recuerdan sus métodos y se conserva en el Museo del Prado, atestigua que formó discípulos, o al menos que tuvo imitadores.
Las noticias que se encuentran en los historiadores del arte, concernientes a BLAS DEL PRADO, pintor de mérito, pero, como Correa, muy italianizante, son tan escasas como, inciertas y obscuras. Nacido en Toledo hacia el 1540, se le cree discípulo de Francisco de Comontes, que le enseñaría los rudimentos de la pintura. ¿Fue después discípulo de algún otro maestro, o pasó algunos años en Italia? Se ignora. Hacia 1580, suponen sus biógrafos, lo envió Felipe II cerca del sultán de Fez, que le había pedido un hábil artista. Blas del Prado recibió en Marruecos una brillante acogida; allí pintó algunas decoraciones y diversos retratos, especialmente el de la hija del sultán. Después de una estancia bastante prolongada en Fez, volvió a su patria, rico con los presentes del monarca africano y habiendo adoptado el traje y los usos moriscos. En 1586 volvemos, a encontrarlo ocupado en restauraciones de pinturas en la catedral de Toledo, cuyo cabildo lo nombró, en 1590, su segundo pintor, siendo entonces el primero Luis de Velasco, y este puesto lo conservó Prado hasta 1593. Después de esto ya no se sabe nada de positivo tocante a su vida. Palomino lo hace morir en Madrid, mientras que Jusepe Martínez pretende que el artista volvió por segunda vez a Marruecos y que murió allí, probablemente en los primeros años del siglo XVII. Se conservan muchas obras suyas, especialmente las composiciones que pintó en colaboración con Luis de Carvajal para el altar mayor de la iglesia de los Mínimos, en Toledo; el gran cuadro que decora la capilla de San Blas, también en Toledo; el que figura en la colección de la Academia de San Fernando y que representa una Aparición de la Virgen, una Sagrada Familia, en el convento de Guadalupe; un Descendimiento de la cruz, en la iglesia de san Pedro de Madrid; y en fin, la gran composición alegórica, actualmente catalogada en el Museo de Madrid, donde figura la Virgen con el Niño, sentada en un trono elevado, acogiendo las oraciones de Alfonso de Villegas, autor del sanctorum a quien acompañan San José, san Juan Evangelista y san Ildefonso. Una fecha apócrifa puesta en la parte baja del cuadro, indica el 1530 como año de la ejecución; seguramente es 1580 lo que convendría leer. En esta pintura, impregnada de nobleza y de un gran sentimiento religioso, el artista amalgama el estilo de Fra Bartolomeo con algo tomado de Rafael y de Andrés del Sarto. La coloración es sobria y tranquila, y la ejecución recuerda por completo los serenos y algo fríos métodos florentinos.
La Sagrada Familia con san Ildefonso, san Juan Bautista y el maestro Alonso de Villegas
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La introducción en Castilla de la opulenta paleta de los venecianos, fue obra de JUAN FERNÁNDEZ NAVARRETE (1526-1579), apellidado el Mudo; una enfermedad que había tenido en su niñez lo dejó, en efecto, sordomudo. Nacido en Logroño, demostró desde muy temprano singular aptitud para el dibujo. Un fraile del convento de la Estrella le enseñó los principios de la pintura; después, admirado de los progresos de su discípulo, decidió a su padre a que lo enviara a estudiar a Italia. Navarrete visitó Florencia, Roma, Nápoles y Milán, inspirándose en las grandes obras de los maestros y tomando lecciones de los artistas entonces de más fama. En el curso de sus peregrinaciones detúvose en Venecia, donde, al decir de sus biógrafos, fue admitido entre los discípulos del Tiziano. Habiendo sido señalada su habilidad a Felipe II, volvió en 1568 a España, para tomar parte, uno de los primeros, en los trabajos de decoración del Escorial. El 6 de Marzo del mismo año, recibía su nombramiento de pintor del rey, con un salario anual de 200 ducados. Sus primeras obras en el Escorial fueron las figuras de los Profetas, así como unCristo en la cruz con la Virgen y San Juan, que existe todavía en el monasterio. Como le acometiese una grave enfermedad a consecuencia de estos primeros trabajos, el artista trasportó su taller a Logroño, donde pintó por cuenta del rey, cuatro grandes composiciones, la Asunción, el Martirio de Santiago el Mayor, San Felipe y San Jerónimo penitente. En 1571, dirigió él mismo la colocación de estas obras en la sacristía del convento; y de aquí se dirigió a Madrid para comenzar cuatro nuevas pinturas destinadas a la sacristía del colegio. Estas últimas, terminadas en 1575, representaban La Natividad, Cristo en la columna, La Sagrada Familia, y San Juan escribiendo el Apocalipsis en la isla de Pathmos. Algunos de estos lienzos perecieron en un incendio; los otros se encuentran actualmente colocados en el claustro grande del Escorial. Estas diversas obras no pertenecen todas a un misma estilo; el San Jerónimo y elMartirio de Santiago, contrastan, por su ejecución cuidada y minuciosa, con el toque libre, atrevido y completamente veneciano, que el artista parece haber adoptado a partir de 1572
En 1576, acababa, para la portería del Escorial, un soberbio cuadro, representando a Abraham recibiendo a los tres ángeles, y que, robado del monasterio durante la ocupación francesa, formó parte de la colección del mariscal Soult, al mismo tiempo que un hermoso retrato del Mudo, pintado por él mismo. En 1578, Navarrete trabajaba todavía para el Escorial, y acababa de terminar cuatro composiciones, representando Apóstoles y Evangelistas, cuando, acometido de nuevo por la enfermedad, murió en Toledo.
Martirio de Santiago
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No había formado discípulos. El Museo del Prado no posee más que tres pinturas del Mudo: la una, que representa el Bautismo de Cristo y es de la juventud del artista, está tratada enteramente con una candidez que recuerda bastante bien a los primitivos florentinos; las otras dos son figuras de santos de tamaño natural, créese que bocetos para los mismos asuntos que están en el Escorial, los cuales pertenecen a la libre ejecución veneciana del que España llama algo ambiciosamente el Tiziano español. Fuera resultado de su aprendizaje en Venecia, o consecuencia de sus aptitudes nativas, Navarrete es, sobre todo, un pintor naturalista: sus composiciones, aunque profundamente religiosas, son de una intimidad casi familiar, y fue preciso más de una vez que el severo prior del Escorial se incomodara para impedir al artista introducir, como lo había hecho ya en algunos cuadros, animales, accesorios y episodios de un realismo absoluto.
Estas manifestaciones naturalistas, tan notables ya en Navarrete, y que bien pronto iban a ser el carácter dominante de la pintura española, no debían, sin embargo triunfar completamente sino después de una lucha algo prolongada, en verdad, con el ideal romano o florentino, entonces representado en Castilla por los numerosos artistas italianos, llamados por Felipe II para concurrir a la decoración del Escorial. Entre estos, figuraban Pellegrino Tibaldi, discípulo de Bagnacaballo, Lucca Cangiasi o Cambiaso, genovés, Rómulo Cincinnato, florentino y discípulo de Salviati, Castello el Bergamasco, Francisco de Urbino, Nicolao Granello, Federigo Zuccheri, Bartolommeo Carducci y Patricio Cajesi o Caxes. Todos habían venido a España llevando su familia, ayudantes y discípulos. Sus obras, su estética, sus métodos, ejercieron cierta influencia sobre los pintores más directamente formados en su escuela; pero esta influencia fue por lo demás pasajera, y hasta, por un extraño cambio de papeles, se vió bien pronto a los propios hijos de estos italianos que se quedaron en España, inclinarse, con los pintores indígenas, al naturalismo. Se puede comprobar esta evolución en muchos de ellos, más especialmente en Vicente Carducci ó Carducho, sobrino de Bartolommeo, en Eugenio Cajesi ó Caxes, hijo y discípulo de Patricio, y también en Juan Rizi, un hermano del cual había sido ayudante de Federigo Zuccheri en el Escorial. Todos iban bien pronto a ocupar en la Escuela un rango elevado, y sus obras están, con justo título, colocadas entre las mejores producciones indígenas.
Los grandes trabajos decorativos ordenados por Felipe II en el Escorial, en la residencia del Pardo y en el Alcázar de Madrid, donde la corte comenzaba a residir de cuando en cuando, y que habían hecho llamar a España tantos artistas italianos, transformaron Castilla, durante el último cuarto del siglo XVI, en un centro de arte extremadamente activo y fecundo.
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