jueves, 29 de diciembre de 2016

Personajes de Familias por países - España

casa de borgoña
Alfonso VII

Alfonso VII el Emperador


Biografía política
Alfonso Raimúndez, rey de Galicia (1111-1157) y de Castilla y León ( -1157). Tomó el título de Emperador en 1135 y obtuvo el vasallaje o simple pleitesía de los demás reinos cristianos peninsulares y de algunos señoríos del sur de Francia. Nació en Caldas de Reis (Pontevedra) el 1 de marzo de 1105 y murió en Viso del Marqués (Ciudad Real) el 21 de agosto de 1157, por tanto a la edad de 52 años. Era hijo de la reina Urraca de Castilla -hija, a su vez, de Alfonso VI- y de su primer marido el conde Raimundo de Borgoña.
Del reino de Galicia, instituido en su día por Alfonso III el Magno y vinculado casi permanentemente a la corona de León, Alfonso VI hizo dos condados para que los señoreasen sus yernos los condes borgoñones Raimundo y Enrique: el Condado de Galicia fue para el primero, el esposo de Urraca, y el Condado de Portugal para el segundo, el marido de Teresa. Muerto Raimundo en el verano de 1107, Urraca quedó investida con toda la autoridad sobre Galicia. No obstante, relata la Historia Compostelana que el rey Alfonso VI se dirigió a una asamblea de nobles gallegos reunidos en León para decirles que «...os declaro sin duda servidores de su hijo [el hijo del conde Raimundo], mi nieto, y le dejo toda Galicia en herencia en caso de que Urraca, su madre, quiera casarse». En efecto, Urraca volvió a casarse en septiembre de 1109 con Alfonso I el Batallador de Aragón, por lo que, en cumplimiento de lo establecido por Alfonso VI, que había fallecido dos meses antes, la tenencia de Galicia pasó a manos de Alfonso VII, al menos de derecho. El intervencionismo de Alfonso el Batallador en las posesiones de su esposa, a la sazón reina de Castilla y León, alcanzó pronto a Galicia y generó un violento enfrentamiento con la nobleza gallega, en especial con los monjes del Monasterio de Sahagún y con el episcopado compostelano. Así las cosas, el 17 de septiembre de 1111, con el apoyo de Pedro Froilaz, el obispo de Santiago, Diego Gelmírez, ungió y coronó rey de Galicia al niño Alfonso Raimúndez en la catedral de Compostela. Se contaba con un cierto consentimiento de doña Urraca quien, por la corta edad del nuevo rey -6 años- ejerció fácticamente las tareas de gobierno.
El 8 de marzo de 1126 moría en Saldaña (Palencia) la reina Urraca sin haber tenido descendencia de su segundo marido, por lo que Alfonso, su único hijo varón fruto de su matrimonio con Raimundo de Borgoña, pasaba a ser heredero universal de sus posesiones reales: Castilla, León y Galicia, además de Toledo y los territorios conquistados. Fue reconocido inmediatamente como rey y tan sólo dos días después, el 10 de marzo de 1126, era coronado en León en una ceremonia a la que acudió toda la nobleza castellano-leonesa. La primera y prioritaria cuestión a la que dedicó todo su empeño fue la recuperación de las plazas en poder de su padrastro. El matrimonio de Urraca y Alfonso I fue asaz agitado y estuvo envuelto en constantes luchas. Al morir doña Urraca, el Batallador retenía por la fuerza de las armas algunas poblaciones castellanas como Burgos, Soria, Carrión y Castrojeriz, entre otras. Alfonso VII se propuso recuperar para Castilla los territorios y ciudades arrebatados por el aragonés y dispuso sus ejércitos para ello. Afortunadamente no fueron necesarios en esa ocasión, pues la mediación de algunos caballeros de probada sensatez propició un acuerdo: el Pacto de Támara sellado en Támara de Campos (Palencia) en junio de 1127. Por este tratado de paz se reconocían las fronteras de Castilla con Navarra y Aragón; por la zona oriental del Duero tal frontera se trazó de forma que Soria quedaba incorporada al reino aragonés.
Tras conocer que Alfonso I el Batallador había muerto el 7 de septiembre de 1134 a consecuencia de las graves heridas sufridas en el cerco de Fraga, Alfonso VII se encaminó hacia Aragón con fuerte ejército. No sólo consiguió el retorno a Castilla de las plazas orientales todavía en poder del reino vecino, como la propia ciudad de Soria, sino que ocupó a su paso las poblaciones de Tarazona, Calatayud y Daroca y se presentó en Zaragoza, si bien no quiso aparentar que lo hacía como conquistador sino como colaborador en la resolución del problema de sucesión, toda vez que Alfonso I no tuvo descendencia y dejó sus reinos -Aragón y Navarra- a las órdenes militares por decisión testamentaria. Coincidiendo todos en la inviabilidad de tal testamento, Alfonso VII fue uno de los pretendientes a ambos tronos. Aducía como título el ser tataranieto de Sancho III el Mayor. Eran aspirantes asímismo Ramiro, hermano de Alfonso el Batallador, y García Ramírez, bisnieto del rey navarro García el de Nájera. Contaba Ramiro con la circunstancia adversa de ser clérigo, en concreto por entonces obispo de Barbastro; de otro lado, la línea genealógica de García Ramírez discurría por vía ilegítima. No obstante, quizás porque los aragoneses no quisiesen repetir la experiencia próxima y nefasta de su unión con Castilla, prefirieron entregar la corona a Ramiro II el Monje, mientras que los navarros hacían lo propio con García V Ramírez el Restaurador. En todo caso, lo que sí consiguió Alfonso VII fue el vasallaje de ambos nuevos monarcas, a la par que el de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Con este bagaje regresó a León donde el 2 de junio de 1135, en solemne acto al que asistieron García Ramírez de Navarra, Ramiro II de Aragón, Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, el príncipe musulmán Zafadola, Alfonso Jordán, conde de Tolosa y otros condes de Gascuña y Provenza, fue coronado Emperador de los Reinos Hispánicos de manos del legado pontificio, el obispo Guido de Vico.
Quien no asistió a la ceremonia de coronación fue Alfonso Enríquez, luego Alfonso I de Portugal, si bien se había reconocido anteriormente vasallo del rey castellano-leonés. Las tensiones entre el Condado Portucalense y Galicia, extensivas a Castilla y León, fueron constantes. Los condes Enrique de Borgoña y Teresa siempre buscaron un grado de autonomía rayano con la independencia. Su hijo Alfonso, que a partir de 1140 empezó a utilizar el título de rey de Portugal, prosiguió esa política de escisión con respecto a los reinos hispanos, lo que le llevó a enfrentamientos armados con su primo. Cuando en 1127 Alfonso VII llegó con su ejército y puso sitio a Guimarães, viéndose en peligro Alfonso Enríquez le declaró vasallaje al futuro Emperador. Éste no pudo evitar que en 1143 se crease el reino de Portugal cuya independencia se sancionó mediante el Tratado de Zamora de ese mismo año. Atrás quedaban las luchas entre ambos Alfonsos. En efecto, poco después de que el leonés se coronara como Emperador, el portugués había tomado por sorpresa Tuy con ayuda de rebeldes gallegos, aunque los nobles fieles a su rey les hicieron frente y los derrotaron. No pudo intervenir directamente Alfonso VII en aquella ocasión porque se encontraba llevando a cabo una fuerte operación de castigo en Navarra cuyo rey García Ramírez había emprendido acciones bélicas contra la frontera castellana. Por dos veces se retiró de Navarra tras devastarla el Emperador y otras tantas hubo de regresar ante la actitud provocativa del monarca navarro. Rendido definitivamente éste, sellaron la paz con el compromiso matrimonial de García Ramírez con Urraca, una de las hijas ilegítimas de Alfonso VII, boda que se llevó a efecto en 1144.
Tras el infructuoso esfuerzo dedicado a conseguir los tronos de Aragón y Navarra, y una vez logrado el vacuo título de Emperador, Alfonso VII se centró más en la expansión de sus reinos por el sur a costa de los musulmanes. Ya en 1132 las milicias toledanas habían llegado en arriesgada correría hasta Sevilla, lance que le costó la vida al gobernador hispalense Umar. Pero no es hasta el año siguiente cuando el propio rey, a la cabeza de sus huestes, penetra desde Toledo en territorio agareno y, según la Crónica de Alfonso VII, rebasa Córdoba y llega hasta Cádiz, cundiendo el pánico entre los moros andaluces. En 1139, en otra incursión con origen en Toledo se aventura hasta el Guadalquivir y conquista el castillo de Oreja, al este de Toledo, tras largo asedio. Poco después se apoderó de la plaza fuerte de Coria y del castillo de Albalat (1140). En noviembre de 1144 el Emperador rondaba por tierras de Granada y Córdoba, y en mayo de 1146 se apoderó de esta última ciudad que entregó a Aben Ganya como feudatario suyo. Ante el entendimiento de éste con los almohades a quienes había prometido entregar Córdoba y Jaén, Alfonso VII tomó Córdoba aunque precariamente, pues hubo de abandonarla poco después en manos de los almohades sevillanos. Algo parecido sucedió con Baeza, conquistada en ese mismo año de 1146 por los cristianos y perdida no mucho después. Un punto estratégico en la línea del Guadiana lo constituía la fortaleza de Calatrava (Calatrava la Vieja) desde donde los almorávides hostigaban permanentemente las tierras del reino cristiano de Toledo. Consideró el Emperador que era de vital importancia el dominio de aquel enclave, por lo que se aprestó a conquistarlo, lográndolo en enero de 1147. Para su posterior defensa lo entregó a los Caballeros Templarios. Resistieron éstos los embates de los ejércitos almohades hasta que, en 1157, temiendo verse incapaces de mantener la resistencia pidieron auxilio al rey castellano. Acababa de morir Alfonso VII y su sucesor, Sancho III, envió en su ayuda al abad-guerrero Raimundo de Fitero quien, en compañía de otros caballeros, fundó la Orden de Calatrava que adoptó por nombre el topónimo del lugar. La toma de la fortaleza de Calatrava trajo consigo el que Alfonso VII pudiese apoderarse también en las mismas fechas del importante castillo de Consuegra y, dos años después, del de Uclés.
Pero por encima de todas estas campañas y conquistas hay que resaltar una acción por la que se valoriza todo su reinado: la conquista de Almería acaecida en octubre de 1147. Contó Alfonso VII para esta gran empresa con la colaboración del rey García V de Navarra con el que se había establecido una paz duradera a principios de 1140; también con su cuñado Ramón Berenguer IV que aportó una nutrida tropa catalana y aragonesa. Estuvieron presentes asímismo las huestes del conde de Montpellier y las fuerzas navales de Pisa y Génova. Con todo ese ejército en el que destacaban los más insignes caballeros castellano-leoneses se puso cerco a la ciudad que en pocos meses hubo de rendirse a la superioridad de los cristianos. Esta exitosa campaña, preludio de otras venideras, movieron a Alfonso VII y a Ramón Berenguer IV, éste como conde de Barcelona y príncipe de Aragón, a pactar la forma y distribución territorial en que a cada uno le cabría el derecho de reconquista de los reinos musulmanes. A tal efecto firmaron el 27 de enero de 1151 en Tudellén (Navarra) un tratado (Tratado de Tudellén) por el que el catalano-aragonés se reservaba la zona mediterránea que comprendía Valencia, Denia y Murcia, mientras que el resto de al-Andalus quedaba como área de expansión de Castilla y León.
En los años siguientes siguió efectuando incursiones por el sur peninsular: puso cerco a Andújar que cayó en 1155, sitió Jaén y Guadix y tomó Pedroche y Santa Eufemia. En todo caso las conquistas de Alfonso VII no fueron en su mayoría ni estables ni duraderas. Almería no resistió la presión almohade a pesar de los esfuerzos del Emperador en su defensa. Precisamente cuando regresaba a Toledo decepcionado por la pérdida de la ciudad murió en el paraje de Fresneda, próximo al puerto del Muradal, el 21 de agosto de 1157.
Alfonso VII que se había proclamado Emperador y que había aspirado a la hegemonía de todos los reinos hispanos e incluso de los territorios del Midi francés, en abierta contradicción con esa política dividió su patrimonio regio entre dos de sus hijos: a Sancho (Sancho III) le dejó Castilla; a Fernando (Fernando II), León.
Aspectos personales
Alfonso VII se casó dos veces y mantuvo relaciones amorosas con al menos otras dos mujeres más. De todas ellas tuvo diversos hijos.
  • Berenguela de Barcelona, hija de Ramón Berenguer III y hermana de Ramón Berenguer IV, fue su primera esposa. Celebraron sus bodas en Saldaña (Palencia) en 1128. De este matrimonio nacieron: Sancho III de Castilla quien, por su prematura muerte, sólo se mantuvo en el trono durante un año y diez días (21 de agosto de 1157 - 31 de agosto de 1158); Ramón, fallecido en 1151 por lo que no pudo participar en la herencia paterna; Sancha, casada en 1157, el mismo año en que moría su padre, con Sancho VI de Navarra, hijo de García Ramírez el RestauradorFernando II de León que ciñó la corona de este reino hasta 1188; Constanza, esposa de Luis VII de Francia con quien contrajo matrimonio en 1154; García y Alfonso, que no superaron la edad de cinco años y murieron en 1146 y 1149 respectivamente.
  • Rica de Polonia, o Riquilda, que de ambas forma se la conoce, fue su segunda y última esposa legítima. Era hija de Ladislao II de Polonia y casó con el Emperadoren julio de 1152. De ella fueron hijos: Fernando, muerto con sólo dos años de edad en 1155 y Sancha, nacida en 1156, sólo un año antes de la muerte de su padre, que casó en 1174 con Alfonso II de Aragón.
  • Gontroda Pérez. Fruto de la convivencia con esta dama de la nobleza asturiana en época anterior a su primer matrimonio fue Urraca, nacida en 1126 y convertida en reina de Navarra por su matrimonio con García V Ramírez en 1144.
  • Sancha Fernández. Tuvo relaciones con ella en el periodo de viudedad tras la muerte de Berenguela, cuando todavía no se había casado de nuevo con Rica. Hija de ambos fue Estefanía, nacida en 1150 y casada más tarde con el conde de Lemos Fernán Ruiz de Castro.
La frontera del Duero
Cuando se inicia el reinado de Alfonso VII ya hacía tiempo que el Duero había dejado de ser frontera entre los norteños reinos cristianos y los mahometanos de al-Andalus. No obstante, la zona más oriental de esta cuenca, la entonces denominada Extremadura, mantenía su carácter fronterizo si bien con el reino de Aragón, lo que fue origen de numerosos conflictos entre ambos estados limítrofes. Alfonso I el Batallador había contraído matrimonio con la reina Urraca de Castilla en 1109 y, por las capitulaciones matrimoniales suscritas en diciembre de ese año, tomaba el cetro castellano como rey consorte. Bajo este título inició enseguida una activa intervención en los territorios de su esposa. Debió entrar en Castilla a finales de 1110 o principios de 1111 -se sabe por los Anales Toledanos I que el 19 de abril de 1111 llegaba a Toledo- y una de las primeras acciones llevadas a cabo fue la repoblación de algunos lugares de la Extremadura castellana fronteriza con Aragón, entre ellos los de BerlangaAlmazán y Soria. Ya se ha hecho mención anterior a que el Batallador retuvo en su poder tras la muerte de su esposa acaecida en 1126 algunos territorios castellanos, siendo Soria una de las localidades que pasaron de hecho al reino de Aragón por acuerdo incluido en el Pacto de Támara suscrito en julio de 1127. Dos años después de la firma de dicho tratado, y a pesar de él, el monarca aragonés pasó a Castilla por tierras de Medinaceli y ocupó Almazán. Alfonso VII se aprestó a defender sus posesiones. Cuando los ejércitos estaban listos para la contienda se entablaron nuevas negociaciones que hicieron innecesaria la intervención militar. En 1134, desaparecido Alfonso I de Aragón, Alfonso VII pudo ganar para Castilla las plazas que le habían sido arrebatadas y estabilizar la frontera entre ambos reinos.
En torno al románico
El reinado de Alfonso VII (1126-1157) se encuentra comprendido en el ámbito temporal coincidente con el periodo de madurez del románico en Castilla y León, y más en concreto en la ribera del Duero. Durante él se construyeron o se iniciaron iglesias tan singulares como San Miguel de AlmazánSan Pedro de Soria, la Catedral de El Burgo de Osma o la Catedral de Zamora. Fuera del marco geográfico de este río pueden señalarse otras obras románicas de las que se sabe que gozaron de la protección regia, como la Colegiata de Santillana del Mar o la Catedral de Salamanca, a cuyos obreros concedió ciertas franquicias en 1152. San Isidoro de León también fue objeto de la predilección de Alfonso VII a quien se debe la reconstrucción del templo consagrado con su asistencia en 1149. Por otra parte, la Catedral de Santiago de Compostela, cuyas obras se prolongaron entre 1078 y 1211, gozó asímismo del patronazgo de Alfonso VII que, precisamente, había sido coronado en ella como rey de Galicia en 1111.
Pero la actuación más decisiva debida a Alfonso VII con repercusión en la arquitectura románica es la que se refiere a la implantación de la Orden del Císter en Castilla. Monasterios cistercienses como el de Moreruela (Zamora, 1133), Fitero (hoy, Navarra, 1140), Sacramenia (Segovia, 1141) o Santa María de Huerta (Soria, 1142) se levantaron por expresa voluntad del monarca y bajo su directa intervención.


Biografía de Alfonso VIII. Rey de Castilla
Estatua de Alfonso VIII en la ciudad de SoriaEl reinado de Alfonso VIII de Castilla resulta de gran interés para la historia de la península en la Edad Media.
Se enmarca en lo que se ha venido llamando la España de los Cinco Reinos, en la que, desaparecida la tendencia unitaria esbozada por Alfonso VI, Castilla y León se encuentran de nuevo separadas políticamente, y periódicamente enfrentadas, dando lugar a un periodo marcado por el continuo juego de alianzas entre ambos reinos y el resto de los territorios peninsulares: Aragón, Navarra y Portugal; sin desdeñar tampoco cualquier otro tipo de alianzas, incluidos los almohades.
Sin embargo, su importancia va más allá de los sucesos acaecidos durante el reinado, ya que en él se pondrán los pilares para dos hechos fundamentales para la historia de los siglos posteriores:
  • La conversión del Reino de Castilla en el centro de poder político más importante de la parte occidental de la Península
  • La decadencia definitiva del poder musulmán
La importancia política de Castilla en detrimento de León era una tendencia que ya se apuntaba y que durante el reinado de Alfonso VIII queda clara, para consolidarse con el acceso al trono de Fernando III y la unión definitiva de ambos reinos.
Por su parte, la victoria de Las Navas de Tolosa (1212) no sólo acabará con el poder de los almohades, sino que abrirá las puertas de Andalucía a sus herederos, que con sus conquistas limitarán la existencia de lo que fuera Al-Andalus al Reino de Granada hasta su desaparición en 1492.
Las Claustrillas del Monasterio de Las Huelgas, fundado por Alfonso VIII
La predominancia de Castilla y las disputas con León y Navarra
Curiosamente, el comienzo del reinado de Alfonso VIII no fue fácil. Hijo de Sancho III de Castilla y Blanca de Navarra subió al trono cuando contaba apenas tres años, abriéndose entonces un periodo anárquico, caracterizado por el enfrentamiento entre las poderosas familias de los Lara y los Castro, que se disputaron su tutela y la regencia, junto a Fernando II de León, que ejerció durante algún tiempo la tutela del niño, y aprovechó, al igual que Sancho VI de Navarra, este periodo para aumentar sus territorios a costa de los de Castilla.
Por ello, una vez asumido el poder (1169) Alfonso VIII orientará su política hacia la recuperación de las tierras perdidas durante su minoría a favor de León (Tierra de Campos) y de Navarra (La Rioja), lo que enfrentará a Castilla con León y Navarra durante largas décadas.
Plasencia erigió una estatua a Alfonso VIII por haber fundado esta ciudad
La competencia con León se deberá fundamentalmente a cuestiones fronterizas y será una constante durante todo el reinado, jalonado por la firma de diversos tratados, que darán lugar a períodos de estabilidad y buenas relaciones.
Entre los diversos acuerdos destaca el matrimonio entre Alfonso IX de León y la princesa Berenguela, hija de Alfonso VIII, realizado en 1197, que incluía como dote las plazas fuertes en disputa, y dio lugar a un periodo de tranquilidad. Pero el papa Inocencio III declaró nulo el matrimonio por razones de parentesco que se disuelve en 1204, volviendo Berenguela a Castilla, lo que deshace el acuerdo de paz y promueve de nuevo los enfrentamientos.
No obstante, este matrimonio será de gran importancia en el futuro, ya que un hijo de esta unión, Fernando, se convertirá en Fernando III, primero de Castilla (1217), luego de León, uniendo ambos reinos a la muerte de su padre en 1230.
Con respecto a Navarra, Alfonso VIII buscará recuperar los territorios que le habían sido arrebatados, para lo que emprenderá entre 1173 y 1176 diversas expediciones tendentes a restaurar las fronteras anteriormente existentes, lo que no sólo logró con la recuperación de La Rioja en 1173, sino que además se anexionó Álava y Guipúzcoa (1200), que pasaron definitivamente a formar parte del Reino de Castilla bajo la autoridad de Diego López de Haro, Señor de Vizcaya.
Estatua idealizada en el siglo XVIII del rey Alfonso VIII de Castilla.
El dominio de Álava y Guipúzcoa interesaba a Alfonso VIII porque unía sus dominios castellanos con los de Aquitania, a los que se consideraba con derecho por su matrimonio. Alfonso VIII se había casado con 1170 con Leonor de Inglaterra, hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, que llevó como dote el ducado de Gascuña, cuya posesión nunca se hizo efectiva, y los intentos que el monarca llevó a cabo para ello tampoco no tuvieron éxito.
La decadencia del poder musulmán
Otra de las constantes del reinado será la política relativa a Al-Andalus. En primer lugar, tratará Alfonso VIII de evitar que Aragón se extienda por las zonas de influencia castellana, en especial las dominadas por el llamado Rey Lobo, que mantuvo un reino independiente de los almohades en Murcia-Valencia-Albarracín.
Estatua de Alfonso VIII en ToledoLa expansión hacia el sur de Aragón llevará a enfrentamientos que finalizarán con la firma del acuerdo de Cazola en 1179 con Alfonso II el Casto, rey de Aragón, por el que se repartieron los territorios musulmanes y delimitaron sus respectivas zonas de expansión: Castilla concedía libre y perpetuamente al monarca aragonés todo el país valenciano, incluidas las ciudades de Valencia, Játiva y Denia, hasta el puerto de Bihar (Alicante), y el monarca aragonés hacia lo propio con todas las tierras situadas más allá de dicho puerto. Con este tratado quedaban ya prefigurados los que van a ser, a partir del siglo XIII, los grandes Reinos peninsulares de Castilla y León y Aragón-Cataluña.
En cuanto a los almohades, principales dominadores del territorio musulmán peninsular en este periodo, se alternaron los enfrentamientos con diverso resultado, con paces y treguas, en momentos en los que la neutralidad almohade era necesaria para Castilla, concentrada como estaba en sus enfrentamientos con León y Navarra.
En 1177 los almohades continuaban hostigando las tierras fronterizas de Castilla y atacaron Uclés. Esto debió decidir a Alfonso VIII a asegurar sus posiciones por tierras de Cuenca, conquistando esta ciudad en ese mismo año, para lo que contó con la ayuda de Alfonso II de Aragón.
Murallas que rodean Calatrava La Vieja
En los años siguientes continuaron las campañas por tierras andaluzas y la ampliación de las conquistas en la zona del Júcar (1183-1185). Alarmados por ello los almohades y ante el peligro que suponían, el Califa Abu Yacub pasó a la península, desembarcando en Tarifa con un gran ejército, y declarando la guerra santa contra los cristianos (1195).
Lugar donde se desarrolló la batalla de AlarcosLa campaña culminó con la derrota de Alarcos (1195), la retirada de Alfonso VIII a Toledo y la caída de Calatrava y otras plazas fuertes, momento que marca el apogeo del poder almohade en la península, que controlaba su área central y no dejaba de hostigar a los reinos cristianos.
Sin embargo la victoria fue efímera. El papa Inocencio III, junto al Arzobispo de Toledo Ximénez de Rada, llevaban tiempo predicando la necesidad de solventar las diferencias entre los reinos cristianos y su unión en una cruzada frente al Infiel. Será una nueva campaña del Califa almohade, que acabó con la toma del Castillo de Salvatierra (1211), la que provoque la unión entre los reyes cristianos, así como la predicación de una nueva Cruzada.
Castillo de Salvatierra. Campo de Calatrava. Ciudad Real
Oficialmente sólo Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra participaron con sus huestes reales, aunque muchos caballeros leoneses, gallegos y portugueses se unieron al ejército cruzado, que reunido en Toledo, avanzó por tierras de Toledo y Ciudad Real, recuperando las plazas perdidas hasta la definitiva victoria de Las Navas de Tolosa (1212), con la que queda expedito el camino hacia el sur peninsular y el Imperio Almohade se derrumba definitivamente.
Monumento a la batalla de las Navas de Tolosa en Jaén
Otros aspectos destacables del reinado de Alfonso VIII de Castilla
Estatua de Alfonso VIII en el alcázar de SegoviaOtros aspectos a destacar del reinado son la labor repobladora y legislativa de Alfonso VIII. De la primera, las grandes beneficiarias fueron las Órdenes Militares, en especial Calatrava y Santiago que recibieron importantes territorios en La Mancha y Cuenca; con la segunda, el rey concedió fuero a muchas ciudades, sobresaliendo por su importancia y difusión posterior el otorgado a Cuenca. En el movimiento intelectual promovió la fundación de escuelas catedralicias y, sobre todo, del Estudio General de Palencia (1209), que se considera la primera Universidad de España.
Alfonso VIII morirá en 1214 dejando como heredero a Enrique I, que accederá al trono con sólo 10 años, y cuya prematura muerte en 1217, hará recaer la corona en su hija Berenguela, que en el acto de proclamación renunció al trono en favor de su hijo Fernando, habido con Alfonso IX. Éste, como Fernando III, aunará bajo su cabeza las coronas de Castilla y León, iniciando así la andadura definitiva del Reino Castellano-Leonés.

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