Sancho IV de Castilla, llamado «el Bravo» (Valladolid, 12 de mayo de 1258 - Toledo, 25 de abril de 1295), fue rey de Castillaa entre 1284 y 1295. Era hijo del rey Alfonso X «el Sabio» y de su esposa, la reina Violante de Aragón, hija de Jaime I «el Conquistador», rey de Aragón.
Sancho IV de Castilla | ||
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Rey de Castilla | ||
Sancho IV en una miniatura medieval (s. xiii) | ||
Información personal | ||
Reinado | 1284-1295 | |
Nacimiento | 12 de mayo de 1258 Valladolid | |
Fallecimiento | 25 de abril de 1295 (36 años) Toledo | |
Entierro | Catedral de Toledo | |
Predecesor | Alfonso X | |
Sucesor | Fernando IV | |
Familia | ||
Casa real | Casa de Borgoña | |
Padre | Alfonso X de Castilla | |
Madre | Violante de Aragón | |
Cónyuge | María de Molina |
Biografía
La llegada de Sancho IV al trono vino motivada, en parte, por el rechazo de un sector de la alta sociedad castellana a la política de su padre, Alfonso X, y a su admiración por la cultura árabe y judía.
La sucesión de Alfonso X
El hijo primogénito de Alfonso X y heredero al trono, don Fernando de la Cerda, murió en 1275 en Villa Real, cuando se dirigía a hacer frente a una invasión norteafricana en Andalucía. De acuerdo con el derecho consuetudinario castellano, en caso de muerte del primogénito en la sucesión a la Corona, los derechos debían recaer en el segundogénito, Sancho; sin embargo, el derecho romano privado introducido en el código de Las Siete Partidas establecía que la sucesión debía corresponder a los hijos de Fernando de la Cerda.
El rey Alfonso se inclinó en principio por satisfacer las aspiraciones de don Sancho, que se había distinguido en la guerra contra los invasores islámicos en sustitución de su difunto hermano. Pero posteriormente, presionado por su esposa Violante de Aragón y por Felipe III de Francia, tío de los llamados «infantes de la Cerda» (hijos de don Fernando), se vio obligado a compensar a estos. Sancho se enfrentó a su padre cuando este pretendió crear un reino en Jaén para el mayor de los hijos del antiguo heredero, Alfonso de la Cerda.
Finalmente, Sancho y buena parte de la nobleza del reino se rebelaron, llegando a desposeer a Alfonso X de sus poderes, aunque no del título de rey (1282). Solo Sevilla, Murcia y Badajoz permanecieron fieles al viejo monarca. Alfonso maldijo a su hijo, a quien desheredó en su testamento, y ayudado por sus antiguos enemigos los benimerines empezó a recuperar su posición. Cuando cada vez más nobles y ciudades rebeldes iban abandonando la facción de Sancho, murió el Rey Sabio en Sevilla, el 4 de abril de 1284.
Reinado
Sancho se alzó como rey sin respetar la voluntad de su padre y fue coronado en Toledo el 30 de abril de 1284. Fue reconocido por la mayoría de los pueblos y de los nobles, pero al mismo tiempo hubo un grupo bastante numeroso de partidarios de los Infantes de la Cerda que reclamaban el acatamiento del testamento en cuestión, el rey Alfonso III de Aragón hizo proclamar a Alfonso de la Cerda como rey de Castilla en Jaca en 1288, e hizo una breve campaña en Castilla (1289-1290).1
Durante todo el reinado de Sancho IV hubo luchas internas y peleas por alcanzar el poder. Uno de los personajes que más discordias provocó fue su hermano el infante don Juan y a su causa se unió el noble don Lope Díaz III de Haro, VIII señor de Vizcaya. El rey Sancho hizo ejecutar al de Haro y mandó encarcelar al infante. También, según cuentan las crónicas, dio la orden de ejecutar a 4000 seguidores de los infantes de la Cerda, pasándolos a cuchillo en la ciudad de Badajoz, a 400 en Talavera y a otros muchos en Ávila y Toledo. En 1285 nombró a Pedro Álvarez de las Asturias mayordomo mayor del reino.
Después de estos acontecimientos, perdonó a su hermano don Juan, quien al poco tiempo volvió a sublevarse, ocasionando el conflicto de Tarifa. Don Juan llamó en su ayuda a los benimerines de Marruecos y sitiaron la plaza que estaba defendida por su gobernador Guzmán el Bueno, señor de León. Allí ocurrió el famoso acto heroico y la muerte inocente del hijo de Guzmán. La plaza de Tarifa fue fielmente defendida y los benimerines regresaron a su lugar de origen. Se desbarataron de esta manera los planes del infante don Juan y los del sultán de Marruecos, que pretendía una invasión.
Cuando subió al trono de Aragón en 1291 Jaime II, hubo un acercamiento con Sancho IV plasmado en el Tratado de Monteagudo.2 Por otra parte, Sancho IV fue un gran amigo, además de tutor, del personaje histórico conocido como el Infante don Juan Manuel.
Sancho murió en 1295, dejando como heredero a su hijo Fernando, de nueve años. Dejó también la herencia de las disputas y rivalidades con los infantes de la Cerda y sus partidarios.
Cultura
La época de Sancho IV fue casi tan activa en la composición de libros como la de su padre. Así, además del libro Castigos y documentos del rey don Sancho (colección de sentencias e historias para la educación del príncipe heredero), promueve la traducción de dos grandes enciclopedias: el Libro del Tesoro, versión casi literal de Li livres dou tresor, de Brunetto Latini y el Lucidario, traducción muy libre del Elucidarius de Honorio de Autun. También se elaboró, entre 1284 y 1289, la denominada Versión sanchina de la Estoria de España de Alfonso X el Sabio.
Sepultura de Sancho IV
A su muerte, el cadáver de Sancho IV recibió sepultura en la Capilla de Santa Cruz de la Catedral de Toledo, cumpliéndose así la voluntad del monarca, expresada en su testamento. 3 El monarca, años antes de su fallecimiento, ordenó la erección de la Capilla de Santa Cruz de la Catedral de Toledo, lugar al que hizo trasladar el 21 de noviembre de 1289 los restos de los reyes Alfonso VII el Emperador, Sancho III de Castilla y Sancho II de Portugal, que se encontraban sepultados en la capilla del Espíritu Santo de la catedral.4
Al lado del sepulcro que contenía los restos de Alfonso VII, fue colocado el sepulcro en el que recibió sepultura el cadáver de Sancho IV, y que había sido labrado en vida de este último, aunque posteriormente, en 1308, la reina María de Molina, lo sustituyó por otro sepulcro más suntuoso.3 A finales del siglo XV, el cardenal Cisneros ordenó edificar la actual capilla mayor de la Catedral de Toledo, en el lugar que ocupaba la capilla de Santa Cruz. Una vez obtenido el consentimiento de los Reyes Católicos, la capilla de Santa Cruz fue demolida y, los restos de los reyes allí sepultados, fueron trasladados a los sepulcros que el Cardenal Cisneros ordenó labrar al escultor Diego Copín de Holanda, y que fueron colocados en el nuevo presbiterio de la catedral toledana.
El mausoleo destinado a albergar los restos de Sancho IV y los de Sancho III de Castilla, se encuentra situado en el lado de la Epístola, y fue realizado por el escultor Diego Copín de Holanda. La disposición del mausoleo es similar al destinado a albergar los restos de Alfonso VII de León y del infante Pedro de Aguilar, hijo ilegítimo de Alfonso XI, situado enfrente de él.3 La estatua yacente que representa a Sancho IV se encuentra colocada por debajo de la que representa a Sancho III. La estatua representa a Sancho IV con aspecto juvenil, apoyando la cabeza sobre un almohadón, descalzo, y vistiendo un hábito franciscano, con cordón.
En 1947, en el transcurso de una exploración arqueológica efectuada en el presbiterio de la Catedral de Toledo, a fin de localizar los restos del rey Sancho II de Portugal y de que fueran devueltos a su país, fueron encontrados los restos de Sancho IV.5
Los restos del rey se encontraban momificados, en buen estado, encontrándose el soberano desnudo de cintura para arriba, y llevando un hábito franciscano, sujeto a la cintura del monarca mediante un cordón franciscano.5 El soberano, que en vida debió sobrepasar los dos metros de estatura, llevaba una corona de plata sobredorada sobre sus sienes, adornada con camafeos romanos y zafiros, y sujeta mediante un cordón que pasaba bajo el mentón del monarca. El cadáver empuñaba una espada, de empuñadura sobredorada, y en la hoja de la espada aparecía grabada una inscripción de la que solo se conservaban algunos fragmentos, encontrándose oxidada la hoja en algunas partes. La longitud de la espada, que no se corresponde con la elevada estatura del soberano, y alguna referencia documental sobre la corona de su abuelo Fernando III invitan a pensar que habría recibido ambas piezas por herencia.6
Tras el examen de los restos, el cardenal Enrique Plá y Deniel, arzobispo de Toledo, ordenó que el cadáver de Sancho IV fuera vestido con un hábito franciscano, y depositado de nuevo en su mausoleo del presbiterio de la catedral toledana.7
Matrimonio y descendencia
Sancho IV contrajo matrimonio con su tía María de Molina, hija del infante Alfonso de Molina y nieta del rey Alfonso IX de León, en el año 1281. De este matrimonio nacieron siete hijos:
- Isabel de Castilla (1283–1328), reina consorte de Jaime II de Aragón.
- Fernando IV de Castilla (1285–1312).
- Alfonso de Castilla (1286–1291), falleció a los cinco años de edad.
- Enrique de Castilla (1288–1299), falleció a los once años de edad.
- Pedro de Castilla (1290–1319), señor de los Cameros.
- Felipe de Castilla (1292–1327), señor de Cabrera y Ribera y Pertiguero mayor de Santiago.
- Beatriz de Castilla (1293–1359). Reina consorte de Portugal entre 1325 y 1357 por su matrimonio con Alfonso IV de Portugal.
Fruto de su relación extramatrimonial con María de Meneses, señora de Ucero y prima segunda de la reina María de Molina nacieron los siguientes hijos:8
- Violante Sánchez de Castilla, contrajo matrimonio en 1293 con Fernando Rodríguez de Castro, señor de Lemos y Sarria. Fue sepultada en el monasterio de Sancti Spiritus de Salamanca.
- Teresa Sánchez de Castilla, contrajo matrimonio con Juan Alfonso Téllez de Meneses, I conde de Barcelos y IV señor de Alburquerque, e hijo de Rodrigo Anes de Meneses, III señor de Alburquerque, y de Teresa Martínez de Soverosa esta última nieta de Gil Vázquez de Soverosa9 . Después de enviudar de su primer esposo, el conde de Barcelos, en mayo de 1304, Teresa contrajo un segundo matrimonio con Ruy Gil de Villalobos, ricohombre, y tuvo una hija llamada María Rodríguez de Villalobos, la segunda esposa de Lope Fernández Pacheco, y testamentaria de su sobrino Juan Alfonso de Alburquerque.10
De su relación con una dama cuyo nombre se desconoce nació:11
- Alfonso Sánchez de Castilla, esposo de María de Salcedo, hija de Diego López de Salcedo. Falleció sin dejar descendencia.
Los comienzos del matrimonio con la reina María de Molina fueron dificultosos, pues el matrimonio no contaba con la imprescindible dispensa pontificia, debido a un doble motivo, ya que por un lado existían lazos de consanguinidad en tercer grado entre los contrayentes, y además existían unos esponsales previos del entonces infante Sancho, aunque nunca consumados, con una rica heredera catalana llamada Guillerma de Montcada. El matrimonio con María de Molina al principio fue considerado nulo y por tanto todos los hijos nacidos de él, se consideraban ilegítimos.
Ancestros
Anécdotas
- El 8 de junio de 1288 se hallaba en Alfaro y discutió por cuestiones de castillos y mujeres con Lope Díaz III de Haro, VIII señor de Vizcaya y con Juan Alfonso López de Haro I, XI señor de Cameros. Agriada la discusión, ordenó que apresasen a Lope de Haro. Fue entonces cuando:
... el Conde se levantó mucho asina e dijo: ¿Presos? ¿Cómo? ¡A la merda! ¡Oh, los míos! e metió mano a un cuchillo e dejóse ir para la puerta donde estaba el Rey el cuchillo sacado e la mano alta... ballesteros e caballeros, veyendo que el Conde iva contra el Rey, firieron al Conde, e diéronle con una espada en la mano, e cortáronsela, e cayó luego la mano en tierra con el cuchillo; e luego diéronle con una maza en la cabeza, que cayó en tierra muerto.Crónica del reinado de Sancho IV el Bravo. Claudio Sánchez Albornoz
Introducción al papel político del reinado de Sancho IV el Bravo
Desde el punto de vista personal, la vida del rey Sancho IV el Bravo de León y Castilla estuvo marcada por cierto signo trágico visible en la mala relación que mantuvo con su padre y con algunos de sus familiares más cercanos, en su matrimonio con María de Molina, considerado ilegítimo por la Iglesia, o en su prematuro fallecimiento, acaecido días antes de cumplir treinta y siete años.
De infante segundón a heredero del trono de Castilla (1258-1282)
Sancho IV de Castilla, apodado "el Bravo", nació el 12 de mayo del año 1258, probablemente en el alcázar de Sevilla, si bien, algunos historiadores sitúan tal acontecimiento en Valladolid. Fue el cuarto de los diez hijos habidos en el matrimonio entre el rey Alfonso X el Sabio y doña Violante, hija del rey Jaime I de Aragón. Era el segundo de los hijos varones, tras el infante don Fernando.
Parece que el distanciamiento con su padre y la oposición hacia muchas de las decisiones tomadas por éste son circunstancias ya visibles durante la misma infancia de Sancho. Con ocasión de la boda de su hermano mayor, Fernando, con la hija de Luis IX de Francia, doña Blanca, celebrada en Burgos, en noviembre de 1269, se produjo el primer desafío del infante Sancho -de once años de edad- hacia su padre. Durante los festejos, el rey Alfonso X invistió como caballeros a su heredero, el infante Fernando, y a Eduardo, hijo del príncipe Eduardo de Inglaterra, a la vez que determinó que, Fernando, una vez armado caballero, fuese el encargado de hacer lo propio con sus hermanos menores y algunos nobles presentes. La Crónica de Alfonso X nos informa de que, mientras los demás hijos de Alfonso X recibieron el cíngulo caballeresco de su hermano, don Sancho se negó a ser armado caballero por él. La misma crónica insinúa que detrás de tal decisión estaría la influencia de su abuelo, el rey Jaime I de Aragón, presente en las celebraciones.
A partir de 1279 y comienzos de 1280, se observa cierto reparto de funciones entre Sancho y su padre, de forma que mientras éste se centra en las operaciones militares en Algeciras y Granada, el infante, se encarga de resolver los problemas de gobernación del reino: confirma privilegios, interviene en problemas judiciales y fiscales, etc. Se trata de años intensos en la adquisición de experiencia política para el futuro rey. Los dos siguientes no lo fueron menos en cuanto a adquisición de pericia militar, pues dirigió las campañas de 1280 y 1281 contra meriníes y granadinos.
La sublevación contra su padre y la subida al trono de Sancho IV
Sin embargo, a partir de 1281 las diferencias entre padre e hijo van en aumento, desembocando, finalmente, en una ruptura definitiva que se produjo en 1282 y a la cual contribuyeron varias circunstancias:
En primer lugar, no gustó al monarca el uso indebido que el recaudador judío Zag de la Maleha hizo de las rentas reales, al consentir dedicar parte de ellas, a petición de Sancho, a pagar las deudas contraídas por la estancia de la reina Violante en Aragón.
Además, las aspiraciones al trono de los infantes de la Cerda, que contaban con el apoyo de su tío materno, Felipe III, rey de Francia, seguían vivas y Alfonso X inició conversaciones con éste para ofrecer alguna compensación a su nieto Alfonso. Así, se comprometió a entregar el reino de Jaén al primogénito de Fernando de la Cerda, quien debía reconocerse, por ello, vasallo de Alfonso X y del propio Sancho, que mostró su más radical oposición a cualquier posibilidad de reparto del reino.
"Señor, non me fecistes vos, mas fizome Dios e fizo mucho por me fazer, ca mato a un mi hermano…porque lo heredase yo después de vuestros días…"
Tras ello el infante marchó a Córdoba, donde se le unirían sus hermanos, los infantes Pedro, Juan y Jaime. Pero éstos dos últimos volvieron, en marzo de 1283, a la obediencia paterna y mantuvieron, a partir de entonces una tensa relación con Sancho.
Daba con ello inicio una guerra civil en Castilla. El primer paso dado por Sancho fue la búsqueda de apoyos en los distintos estamentos del reino. Aprovechando el malestar provocado por muchas de las decisiones tomadas por su padre, se granjeó el apoyo de buena parte de la nobleza, el clero y las ciudades.
Entre la nobleza había mucho descontento con la política de Alfonso X y Sancho encontró sus principales apoyos en los linajes de los Castañedas, Mendozas, Manzanedos, Manriques, y, sobre todo, en Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya.
Las Órdenes Militares se inclinaron mayoritariamente a favor del rebelde, siendo la orden de Santiago la que adoptó una posición más decididamente favorable a Sancho. A pesar de no contar con el favor del Papado, también dispuso del apoyo de gran parte del episcopado. Sancho se presentó ante los prelados como el defensor de los mermados privilegios y franquezas de la Iglesia. Los arzobispos de Toledo y Sevilla y los obispos de Segovia, Oviedo, Ávila y Cádiz, fueron los únicos que se mantuvieron junto a Alfonso, lo que da idea de la amplitud del partido sanchista entre los prelados.
En cuanto al clero regular, los monasterios llegaron a formar una hermandad prosanchista, con motivo de la convocatoria de Cortes en Valladolid. De manera similar, entre mayo y julio de 1282, los concejos de Galicia, León, Castilla y Andalucía constituyeron hermandades generales para defender sus libertades y privilegios frente a los desafueros y el creciente intervencionismo regio en la administración concejil. Además, durante la guerra entre Alfonso X y Sancho IV, uno y otro tuvieron aliados musulmanes: los benimerines o meriníes, estuvieron al lado del rey, mientras que los granadinos apoyaron a su hijo.
A cambio de todas estas alianzas, Sancho tuvo que ofrecer numerosas compensaciones: transferencias de rentas reales y de tierras de realengo a favor, sobre todo, de nobles, Órdenes Militares e infantes. Peñafiel, por ejemplo, fue concedida a su tío, el infante don Manuel (1234-1283).
Con el fin de organizar todas las fuerzas con las que podía contar, Sancho reunió, en abril de 1282, unas Cortes en Valladolid en las que Alfonso X fue declarado inhábil. El hermano del rey, don Manuel, fue el encargado de leer tal sentencia, justificada por los grandes gastos provocados por sus pretensiones imperiales y por algunas de las campañas de la frontera, por la injusta distribución de mercedes y por las alteraciones de moneda.
La respuesta del monarca se produjo el 8 de noviembre de 1282, cuando emitió una sentencia en cuyo texto lanzaba una sobrecogedora maldición paterna sobre el infante por la cual le desheredaba y le privaba de todos sus derechos sobre sus reinos.
Entre la asamblea de Valladolid y la sentencia condenatoria del rey, tuvo lugar en Toledo, en junio de 1282, la boda entre Sancho y María de Molina, hija del infante don Alfonso, hermano de Fernando III y señor de Molina. Era, además, madrina de una de las hijas ilegítimas que Sancho había tenido con su amante María de Meneses, señora de Ucero. Este matrimonio significaba un nuevo agravio para el monarca, quien años antes había concertado la unión de su hijo con Guillerma de Montcada. La reacción del Papa no pudo ser más contraria, calificándola de incestas nupcias y publica infamia, ya que, además de no haberse solicitado dispensa al concurrir la circunstancia de consanguinidad, a la luz del derecho canónico, Sancho era el legítimo esposo de Guillerma.
Desde fines del 1282 la causa de Sancho sufre todo tipo de adversidades: a la rebelión de Badajoz, cuyo dominio no pudo recuperar, quedando unida así, en su apoyo a Alfonso, a las ciudades de Murcia y Sevilla, hay que unir, su difícil situación desde el punto de vista financiero, la pérdida de algunas destacadas solidaridades como la de los infantes Juan y Jaime, o las rebeliones de Agreda, Soria y Treviño. Junto a ello, el pronunciamiento del Papa Martín V a favor de Alfonso y las censuras eclesiásticas que le lanzó ponían en riesgo sus aspiraciones a trono. Sin embargo, en ese adverso contexto, el 4 de abril de 1284, se produjo el fallecimiento del rey Alfonso X. Sancho, que conoció la noticia estando en Ávila, se autoproclamó rey y fue coronado en la catedral de Toledo, el 30 de abril de 1284, con los obispos de Burgos, Cuenca, Coria y Badajoz como oficiantes.
A partir de ahora, Sancho IV inicia una campaña cuyo objetivo fue legitimar su subida al trono y buscar apoyos contra los infantes de la Cerda. Para asegurar el apoyo de su tío Pedro III de Aragón, quien continuaba reteniendo a los infantes de la Cerda en el castillo de Játiva, se comprometió en Uclés, a proporcionarle ayuda para recuperar el señorío de Albarracín, en manos del noble Juan Núñez de Lara.
Buscó atraer a la nobleza y para ello otorgó cargos destacados a algunos de los que habían sido leales a su padre durante la guerra. Pero también premió a quienes le habían apoyado siempre, destacando, entre todos ellos, la figura de Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya, quien, logró ejercer una gran influencia sobre el monarca hasta su muerte en 1288. A principios de 1287, fue nombrado Mayordomo Mayor y Alférez Mayor de Castilla, a la vez que recibía el título de conde con carácter hereditario. Contraviniendo lo dispuesto en las Cortes de 1285, entregó la administración de las finanzas del reino al judío Abraham el Barchilón, con lo que el monarca y su consejero se enemistaron con las ciudades, sobre las que recaía la presión fiscal, y con los nobles desplazados del poder por Lope Díaz de Haro. Pero la desconfianza del rey hacia su consejero empezó a ir en aumento desembocando, finalmente, 8 de junio de 1288, en el episodio de Alfaro, en el que Sancho IV le dio muerte, a causa de las intrigas que había protagonizado en contra de sus intereses.
Entre los eclesiásticos encontró a muchos de sus colaboradores más estrechos y habituales. Destacan el obispo de Palencia, que aparece, desde 1284, como canciller del rey, o Gómez García de Toledo, abad de Valladolid, que actuó como embajador castellano ante el rey de Francia, Felipe IV.
En cuanto a las hermandades concejiles nacidas durante la sublevación, Sancho IV pudo comprobar en los primeros meses de su reinado como, lejos de disolverse, se afirmaban con renovada fuerza. El 1 de septiembre de 1284 se reunieron en Medina del Campo y tomaron diversos acuerdos, entre ellos, aceptar el señorío del rey a cambio de que éste respetase sus fueros, usos, libertades, franquezas y privilegios, tal y como había prometido en 1282, cuando era infante. El impulso adquirido por las hermandades concejiles fue visto con recelo por el rey, quien optó por disolverlas en las Cortes de Valladolid, celebradas en diciembre de 1284.
Relaciones diplomáticas con Francia y Aragón
El cambio de titulares que se produjo en 1285, en los tronos de Aragón y Francia así como en el solio pontificio, brindó a Sancho IV una ocasión idónea para encauzar sus relaciones con esos príncipes.
Las relaciones con el Papado se relajaron gracias la suspensión dictada por el nuevo pontífice, Honorio IV (1285-1287), en noviembre de 1286, sobre el entredicho y la excomunión impuestas por su antecesor, Martín IV, a Sancho IV por la rebelión contra su padre. Sin embargo, el mantenimiento de las penas canónicas por el matrimonio ilegítimo con María de Molina, seguía siendo un instrumento de presión para el Papado y su aliado, el rey de Francia, con el cual hubo también un acercamiento: el 13 de julio de 1288, Sancho IV firmó con Felipe IV (1285-1314), el Tratado de Lyon. En función de él, Sancho IV otorgaba a los infantes de la Cerda, el reino de Murcia y Ciudad Real, a cambio de la renuncia por parte del monarca francés de cualquier derecho que pudiera tener sobre el trono castellano. Además, se establecía que, en caso de que no dejara herederos legítimos, los infantes de la Cerda o sus descendientes ocuparían el trono de Castilla y se prometían ayuda militar mutua contra el rey Alfonso III de Aragón.
La reacción en Aragón ante la noticia de tal alianza no se hizo esperar y, en septiembre de ese año, el infante Alfonso de la Cerda fue jurado en Jaca, rey de Castilla. Tanto Aragón como Castilla desplegaron tropas en las respectivas fronteras y comenzaron las hostilidades. Sin embargo, parece que las operaciones militares tuvieron, por lo general, escaso relieve, careciendo de consecuencias políticas significativas y tratándose de actos de rapiña y saqueo o de simples encuentros fronterizos. Cabe destacar el encuentro que se produjo entre ambas fuerzas en Pajarón (Cuenca), en el que encontraron la muerte, a manos de Diego López de Haro, el comendador mayor de Uclés y varios freires santiaguistas, así como el Justicia Mayor del rey castellano, Ruy Páez de Sotomayor.
Por aquellas fechas se produjo también la confrontación entre dos linajes de Badajoz, los portugaleses y los bejaranos. La enemistad entre ambos estaba basada en las diferencias surgidas por la propiedad de ciertas heredades y por la adhesión de los bejaranos a la causa de Alfonso de la Cerda. El monarca envió a las Órdenes Militares para restablecer la paz, dando lugar a algunos ajusticiamientos entre los bejaranos.
Todo ello ponía de manifiesto que, tras cinco años de reinado, la principal causa de inestabilidad política en Castilla, la pretensión al trono de Alfonso de la Cerda, continuaba viva. Sancho IV necesitaba consolidar su alianza con Francia y, en abril de 1290, se produjo un encuentro entre ambos monarcas en Bayona. Sancho logró que Felipe IV se desentendiese de la causa de los infantes de la Cerda, lo cual significó para él un éxito político decisivo pues la alianza con Francia favorecía también el acercamiento con el Papado, dadas las estrechas relaciones que mantenía el monarca francés con Roma. Sin embargo, el nuevo Pontífice Nicolás IV (1288-1292), se resistió también a conceder la ansiada dispensa matrimonial que permitiría legitimar su unión con la reina María de Molina. La bula Proposita nobis (1292), por la que Nicolás IV reconocía su matrimonio como lícito, fue una falsificación realizada durante el interregno que se produjo tras su muerte.
A partir de 1289 se inicia un período de estabilización política del reino. En octubre de ese año se produjo en Guadalajara el encuentro del monarca con Juan Núñez de Lara, lo que significaba la reconciliación con una de las familias de mayor influencia política en Castilla, la de los Lara. El arreglo entre ambos se selló con el acuerdo matrimonial entre el hijo de Juan Núñez de Lara con doña Isabel, heredera del señorío de Molina. Algunos años después, cuando se produzca el fallecimiento de Isabel (1293), el rey obtendrá de la madre de la difunta, doña Blanca, hermanastra de María de Molina, la promesa de convertir a los reyes en herederos del señorío de Molina, al carecer de sucesores. Gracias a ello, el título de señor de Molina quedará vinculado al reino de Castilla.
Además, en el año 1291, Sancho hubo de sofocar una revuelta en Galicia encabezada por Juan Alfonso de Alburquerque, que tuvo como principal consecuencia una alianza con el rey de Portugal que se selló, de nuevo, con un acuerdo matrimonial: su primogénito, el futuro Fernando IV, se prometía con la infanta Constanza de Portugal.
En cuanto a las relaciones entre Aragón y Castilla, muerto Alfonso III, en junio de 1291, Jaime II (1291-1327) buscó la alianza castellana con el objetivo de poner fin a un conflicto que le impedía centrarse en la expansión mediterránea. En el lado castellano, la cada vez mayor necesidad de llevar a cabo una ambiciosa campaña contra los meriníes hizo urgente la alianza Aragón. Así, el 29 de noviembre de 1291, Sancho IV y Jaime II firmaron el Tratado de Monteagudo por el que se prometían ayuda militar mutua en caso de conflicto y se delimitaban, en previsión de futuras conquistas, las respectivas áreas de influencia de Aragón y Castilla en el norte de África, estableciéndose el río Muluya como límite entre ambas. El tratado se selló con el compromiso matrimonial entre Jaime II y la infanta Isabel de Castilla.
De este modo, a fines de 1291 el rey Sancho IV de Castilla había alcanzado un equilibrio político en el interior del reino así como en sus relaciones exteriores, pudiéndose dar por zanjada la cuestión sucesoria: los infantes de la Cerda habían dejado de ser una amenazada. A partir de ese momento fue posible que el monarca castellano pudiese centrarse en la lucha contra el Islam.
Los conflictos con meriníes y granadinos y la conquista de Tarifa
Las tensas relaciones con el sultán de Marruecos, que había sido un firme aliado de su padre durante el conflicto civil, se habían mantenido una vez Sancho llegó al trono. A principios de 1285 Abu Yusuf había desembarcado en Tarifa y llevado a cabo una serie de razias en tierras andaluzas. La ofensiva norteafricana llegó hasta Sevilla, cuya campiña fue arrasada, pero fueron, fundamentalmente, Jerez y otras poblaciones del valle del Guadalete como Arcos, el Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda, Medina Sidonia, Vejer o Rota, las que se vieron más afectadas. La invasión, que acabó con la firma de un acuerdo entre Sancho IV y Abu Yusuf, en Peña Ferrada, en octubre de 1285, evidenció la debilidad de la frontera andaluza y la acuciante necesidad de emprender medidas destinadas a reforzarla.
Para ello, en primer lugar y apenas firmada la tregua con los meriníes, el monarca promovió la repoblación de esta zona, tan importante desde el punto de vista estratégico. En un primer momento la iniciativa repobladora estuvo en manos de la Orden de Santiago, que recibió el señorío sobre Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules y Vejer. Pero, a partir de 1288, será el propio monarca quien dirija el proceso.
A finales de 1291, habiéndose conseguido una paz estable con Francia, firmes compromisos de colaboración con Aragón y con Portugal, la alianza de Granada y Tremecén, así como el apaciguamiento de los nobles más levantiscos, se pudo pasar, por fin, a la ofensiva. Tras los saqueos llevados a cabo por los meriníes en la zona de Sevilla y Jerez, en septiembre de ese año, los preparativos militares destinados a consolidar la posición cristiana en aquellas tierras y a apoderarse de las plazas que el reino de Marruecos tenía en la Península se aceleraron. A fines de mayo de 1292 el rey se encontraba ya en Sevilla, donde nació el infante Felipe. A las fuerzas castellanas se unieron galeras aragonesas capitaneadas por Berenguer de Montoliu. Los granadinos, por su parte, se encargaron de los abastecimientos. Gracias a esta ayuda, el 13 de octubre de 1292, después de un duro asedio de seis meses, Tarifa cayó en poder de Sancho IV. La toma de la ciudad significó el primer paso dentro de una política encaminada a dominar el estrecho de Gibraltar que culminó con la Batalla del Salado (1340).
Tras la conquista de Tarifa se produjo la ruptura entre Sancho IV y el rey de Granada, Mohamed II, quien pretendía que le fuese entregada la plaza a cambio de varias fortalezas. La negativa de Sancho a esta propuesta supuso el fin de su alianza y que el granadino se aliase con el sultán de Marruecos para poner juntos cerco a Tarifa en 1294. Cabe destacar la presencia del infante Juan entre los sitiadores de la ciudad. Éste, tras protagonizar una rebelión en julio de 1293, había huido a Marruecos para aliarse con Aben Yacub.
El encargado de la defensa de la plaza fue su alcaide, el caballero leonés Alfonso Pérez de Guzmán, apodado el Bueno. A pesar de la dureza del asedio, que duró varios meses, la ciudad resistió, según las crónicas, gracias al heroico acto de Guzmán el Bueno, quien se negó a entregar Tarifa a cambio de la vida de su propio hijo.
Aquel mismo verano de 1294 Sancho tuvo que hacer frente a la tentativa de recuperación del señorío de Vizcaya por parte de Diego López de Haro. Fue en el transcurso de esta campaña cuando, hallándose en Quintanadueñas, sufrió una grave crisis provocada por su maltrecho estado de salud. Conocerá el nuevo año en Alcalá de Henares, donde experimentó un importante agravamiento de su enfermedad. Finalmente, falleció en Toledo, el 25 de abril de 1295, cuando preparaba una nueva empresa contra Algeciras. En su testamento había confiado a su esposa, la reina María de Molina, la regencia del reino mientras durase la minoría de su heredero, Fernando, un niño de diez años. Fue sepultado junto a Alfonso VII, en la capilla que él mismo había mandado construir como panteón real en la catedral de Toledo.
Actividad cultural
Sancho IV heredó la afición de su padre por las letras y fue autor y promotor de varias obras.
Hacia 1293 escribió el Lucidario, una obra de carácter enciclopédico en forma de diálogo con preguntas y respuestas entre un maestro y su discípulo sobre cuestiones religiosas y científicas.
También se le considera autor del Libro de los castigos e documentos, obra política y moral destinada a la formación de un heredero al trono e inspirada en la de Aegidius Colonna, titulada De regimine principum, compuesta en 1274 para Felipe el Hermoso. Además impulsó la traducción del francés de obras como Li Livres dou trésor de Brunetto Latini, o La gran conquista de Ultramar o Historia de las Cruzadas.
Desarrolló también una labor protectora sobre las instituciones culturales del reino pues, además de confirmar y conceder privilegios a las ya existentes en Sevilla, Valladolid o Salamanca, fundó, en mayo de 1293, los Estudios Generales de Alcalá de Henares, a petición del arzobispo de Toledo Gonzalo Pérez Gudiel.Daba con ello inicio una guerra civil en Castilla. El primer paso dado por Sancho fue la búsqueda de apoyos en los distintos estamentos del reino. Aprovechando el malestar provocado por muchas de las decisiones tomadas por su padre, se granjeó el apoyo de buena parte de la nobleza, el clero y las ciudades.
Entre la nobleza había mucho descontento con la política de Alfonso X y Sancho encontró sus principales apoyos en los linajes de los Castañedas, Mendozas, Manzanedos, Manriques, y, sobre todo, en Lope Díaz de Haro, señor de Vizcaya.
Las Órdenes Militares se inclinaron mayoritariamente a favor del rebelde, siendo la orden de Santiago la que adoptó una posición más decididamente favorable a Sancho. A pesar de no contar con el favor del Papado, también dispuso del apoyo de gran parte del episcopado. Sancho se presentó ante los prelados como el defensor de los mermados privilegios y franquezas de la Iglesia. Los arzobispos de Toledo y Sevilla y los obispos de Segovia, Oviedo, Ávila y Cádiz, fueron los únicos que se mantuvieron junto a Alfonso, lo que da idea de la amplitud del partido sanchista entre los prelados.
En cuanto al clero regular, los monasterios llegaron a formar una hermandad prosanchista, con motivo de la convocatoria de Cortes en Valladolid. De manera similar, entre mayo y julio de 1282, los concejos de Galicia, León, Castilla y Andalucía constituyeron hermandades generales para defender sus libertades y privilegios frente a los desafueros y el creciente intervencionismo regio en la administración concejil. Además, durante la guerra entre Alfonso X y Sancho IV, uno y otro tuvieron aliados musulmanes: los benimerines o meriníes, estuvieron al lado del rey, mientras que los granadinos apoyaron a su hijo.
A cambio de todas estas alianzas, Sancho tuvo que ofrecer numerosas compensaciones: transferencias de rentas reales y de tierras de realengo a favor, sobre todo, de nobles, Órdenes Militares e infantes. Peñafiel, por ejemplo, fue concedida a su tío, el infante don Manuel (1234-1283).
La respuesta del monarca se produjo el 8 de noviembre de 1282, cuando emitió una sentencia en cuyo texto lanzaba una sobrecogedora maldición paterna sobre el infante por la cual le desheredaba y le privaba de todos sus derechos sobre sus reinos.
Entre la asamblea de Valladolid y la sentencia condenatoria del rey, tuvo lugar en Toledo, en junio de 1282, la boda entre Sancho y María de Molina, hija del infante don Alfonso, hermano de Fernando III y señor de Molina. Era, además, madrina de una de las hijas ilegítimas que Sancho había tenido con su amante María de Meneses, señora de Ucero. Este matrimonio significaba un nuevo agravio para el monarca, quien años antes había concertado la unión de su hijo con Guillerma de Montcada. La reacción del Papa no pudo ser más contraria, calificándola de incestas nupcias y publica infamia, ya que, además de no haberse solicitado dispensa al concurrir la circunstancia de consanguinidad, a la luz del derecho canónico, Sancho era el legítimo esposo de Guillerma.
Entre los eclesiásticos encontró a muchos de sus colaboradores más estrechos y habituales. Destacan el obispo de Palencia, que aparece, desde 1284, como canciller del rey, o Gómez García de Toledo, abad de Valladolid, que actuó como embajador castellano ante el rey de Francia, Felipe IV.
El cambio de titulares que se produjo en 1285, en los tronos de Aragón y Francia así como en el solio pontificio, brindó a Sancho IV una ocasión idónea para encauzar sus relaciones con esos príncipes.
Las relaciones con el Papado se relajaron gracias la suspensión dictada por el nuevo pontífice, Honorio IV (1285-1287), en noviembre de 1286, sobre el entredicho y la excomunión impuestas por su antecesor, Martín IV, a Sancho IV por la rebelión contra su padre. Sin embargo, el mantenimiento de las penas canónicas por el matrimonio ilegítimo con María de Molina, seguía siendo un instrumento de presión para el Papado y su aliado, el rey de Francia, con el cual hubo también un acercamiento: el 13 de julio de 1288, Sancho IV firmó con Felipe IV (1285-1314), el Tratado de Lyon. En función de él, Sancho IV otorgaba a los infantes de la Cerda, el reino de Murcia y Ciudad Real, a cambio de la renuncia por parte del monarca francés de cualquier derecho que pudiera tener sobre el trono castellano. Además, se establecía que, en caso de que no dejara herederos legítimos, los infantes de la Cerda o sus descendientes ocuparían el trono de Castilla y se prometían ayuda militar mutua contra el rey Alfonso III de Aragón.
La reacción en Aragón ante la noticia de tal alianza no se hizo esperar y, en septiembre de ese año, el infante Alfonso de la Cerda fue jurado en Jaca, rey de Castilla. Tanto Aragón como Castilla desplegaron tropas en las respectivas fronteras y comenzaron las hostilidades. Sin embargo, parece que las operaciones militares tuvieron, por lo general, escaso relieve, careciendo de consecuencias políticas significativas y tratándose de actos de rapiña y saqueo o de simples encuentros fronterizos. Cabe destacar el encuentro que se produjo entre ambas fuerzas en Pajarón (Cuenca), en el que encontraron la muerte, a manos de Diego López de Haro, el comendador mayor de Uclés y varios freires santiaguistas, así como el Justicia Mayor del rey castellano, Ruy Páez de Sotomayor.
Por aquellas fechas se produjo también la confrontación entre dos linajes de Badajoz, los portugaleses y los bejaranos. La enemistad entre ambos estaba basada en las diferencias surgidas por la propiedad de ciertas heredades y por la adhesión de los bejaranos a la causa de Alfonso de la Cerda. El monarca envió a las Órdenes Militares para restablecer la paz, dando lugar a algunos ajusticiamientos entre los bejaranos.
Todo ello ponía de manifiesto que, tras cinco años de reinado, la principal causa de inestabilidad política en Castilla, la pretensión al trono de Alfonso de la Cerda, continuaba viva. Sancho IV necesitaba consolidar su alianza con Francia y, en abril de 1290, se produjo un encuentro entre ambos monarcas en Bayona. Sancho logró que Felipe IV se desentendiese de la causa de los infantes de la Cerda, lo cual significó para él un éxito político decisivo pues la alianza con Francia favorecía también el acercamiento con el Papado, dadas las estrechas relaciones que mantenía el monarca francés con Roma. Sin embargo, el nuevo Pontífice Nicolás IV (1288-1292), se resistió también a conceder la ansiada dispensa matrimonial que permitiría legitimar su unión con la reina María de Molina. La bula Proposita nobis (1292), por la que Nicolás IV reconocía su matrimonio como lícito, fue una falsificación realizada durante el interregno que se produjo tras su muerte.
Además, en el año 1291, Sancho hubo de sofocar una revuelta en Galicia encabezada por Juan Alfonso de Alburquerque, que tuvo como principal consecuencia una alianza con el rey de Portugal que se selló, de nuevo, con un acuerdo matrimonial: su primogénito, el futuro Fernando IV, se prometía con la infanta Constanza de Portugal.
En cuanto a las relaciones entre Aragón y Castilla, muerto Alfonso III, en junio de 1291, Jaime II (1291-1327) buscó la alianza castellana con el objetivo de poner fin a un conflicto que le impedía centrarse en la expansión mediterránea. En el lado castellano, la cada vez mayor necesidad de llevar a cabo una ambiciosa campaña contra los meriníes hizo urgente la alianza Aragón. Así, el 29 de noviembre de 1291, Sancho IV y Jaime II firmaron el Tratado de Monteagudo por el que se prometían ayuda militar mutua en caso de conflicto y se delimitaban, en previsión de futuras conquistas, las respectivas áreas de influencia de Aragón y Castilla en el norte de África, estableciéndose el río Muluya como límite entre ambas. El tratado se selló con el compromiso matrimonial entre Jaime II y la infanta Isabel de Castilla.
De este modo, a fines de 1291 el rey Sancho IV de Castilla había alcanzado un equilibrio político en el interior del reino así como en sus relaciones exteriores, pudiéndose dar por zanjada la cuestión sucesoria: los infantes de la Cerda habían dejado de ser una amenazada. A partir de ese momento fue posible que el monarca castellano pudiese centrarse en la lucha contra el Islam.
Los conflictos con meriníes y granadinos y la conquista de Tarifa
Las tensas relaciones con el sultán de Marruecos, que había sido un firme aliado de su padre durante el conflicto civil, se habían mantenido una vez Sancho llegó al trono. A principios de 1285 Abu Yusuf había desembarcado en Tarifa y llevado a cabo una serie de razias en tierras andaluzas. La ofensiva norteafricana llegó hasta Sevilla, cuya campiña fue arrasada, pero fueron, fundamentalmente, Jerez y otras poblaciones del valle del Guadalete como Arcos, el Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda, Medina Sidonia, Vejer o Rota, las que se vieron más afectadas. La invasión, que acabó con la firma de un acuerdo entre Sancho IV y Abu Yusuf, en Peña Ferrada, en octubre de 1285, evidenció la debilidad de la frontera andaluza y la acuciante necesidad de emprender medidas destinadas a reforzarla.
A finales de 1291, habiéndose conseguido una paz estable con Francia, firmes compromisos de colaboración con Aragón y con Portugal, la alianza de Granada y Tremecén, así como el apaciguamiento de los nobles más levantiscos, se pudo pasar, por fin, a la ofensiva. Tras los saqueos llevados a cabo por los meriníes en la zona de Sevilla y Jerez, en septiembre de ese año, los preparativos militares destinados a consolidar la posición cristiana en aquellas tierras y a apoderarse de las plazas que el reino de Marruecos tenía en la Península se aceleraron. A fines de mayo de 1292 el rey se encontraba ya en Sevilla, donde nació el infante Felipe. A las fuerzas castellanas se unieron galeras aragonesas capitaneadas por Berenguer de Montoliu. Los granadinos, por su parte, se encargaron de los abastecimientos. Gracias a esta ayuda, el 13 de octubre de 1292, después de un duro asedio de seis meses, Tarifa cayó en poder de Sancho IV. La toma de la ciudad significó el primer paso dentro de una política encaminada a dominar el estrecho de Gibraltar que culminó con la Batalla del Salado (1340).
El encargado de la defensa de la plaza fue su alcaide, el caballero leonés Alfonso Pérez de Guzmán, apodado el Bueno. A pesar de la dureza del asedio, que duró varios meses, la ciudad resistió, según las crónicas, gracias al heroico acto de Guzmán el Bueno, quien se negó a entregar Tarifa a cambio de la vida de su propio hijo.
Sancho IV heredó la afición de su padre por las letras y fue autor y promotor de varias obras.
Hacia 1293 escribió el Lucidario, una obra de carácter enciclopédico en forma de diálogo con preguntas y respuestas entre un maestro y su discípulo sobre cuestiones religiosas y científicas.
También se le considera autor del Libro de los castigos e documentos, obra política y moral destinada a la formación de un heredero al trono e inspirada en la de Aegidius Colonna, titulada De regimine principum, compuesta en 1274 para Felipe el Hermoso. Además impulsó la traducción del francés de obras como Li Livres dou trésor de Brunetto Latini, o La gran conquista de Ultramar o Historia de las Cruzadas.
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