-¿Por qué te miro así tan abatida,
pobre flor?
¿En dónde están las galas de tu vida
y el color?
Díme, ¿por qué tan triste te consumes,
dulce bien?
¿Quién?, ¡el delirio devorante y loco
de un amor,
que me fue consumiendo poco a poco
de dolor!
Porque amando con toda la ternura
de la fe
a mí no quiso amarme la criatura
que yo amé
Y por eso sin galas me marchito
triste aquí,
siempre llorando en mi dolor maldito,
¡Siempre así!
¡Habló la flor!...
Yo gemí... era igual a la memoria
de mi amor.
pobre flor?
¿En dónde están las galas de tu vida
y el color?
Díme, ¿por qué tan triste te consumes,
dulce bien?
¿Quién?, ¡el delirio devorante y loco
de un amor,
que me fue consumiendo poco a poco
de dolor!
Porque amando con toda la ternura
de la fe
a mí no quiso amarme la criatura
que yo amé
Y por eso sin galas me marchito
triste aquí,
siempre llorando en mi dolor maldito,
¡Siempre así!
¡Habló la flor!...
Yo gemí... era igual a la memoria
de mi amor.
Porque eres buena, inocente
como un sueño de doncella,
porque eres cándida y bella
como un nectario naciente.
Porque en tus ojos asoma
con un dulcísimo encanto,
todo lo hermoso y lo santo
del alma de una paloma.
Porque eres toda una esencia
de castidad y consuelo,
porque tu alma es todo un cielo
de ternura y de inocencia.
Porque al sol de tus virtudes
se mira en ti realizado
el ideal vago y soñado
de todas las juventudes;
por eso, niña hechicera,
te adoro en mi loco exceso;
por eso te amo, y por eso
te he dado mi vida entera.
Por eso a tu luz se inspira
la fe de mi amor sublime;
¡por eso solloza y gime
como un corazón mi lira!
Por eso cuando te evoca
mi afán en tus embelesos,
siento que un mundo de besos
palpita sobre mi boca.
Y por eso entre la calma
de mi existencia sombría,
mi amor no anhela más día
que el que una mi alma con tu alma.
¡Sin lágrimas, sin quejas,
sin decirlas adiós, sin un sollozo!
cumplamos hasta lo último. . . la suerte
nos trajo aquí con el objeto mismo,
los dos venimos a enterrar el alma
bajo la losa del escepticismo.
Sin lágrimas... las lágrimas no pueden
devolver a un cadáver la existencia;
que caigan nuestras flores y que rueden,
pero al rodar, siquiera que nos queden
seca la vista y firme la conciencia.
¡Ya lo ves! para tu alma y para mi alma
los espacios y el mundo están desiertos...
los dos hemos concluido,
y de tristeza y aflicción cubiertos,
ya no somos al fin sino dos muertos
que buscan la mortaja del olvido.
Niños y soñadores cuando apenas
de dejar acabábamos la cuna,
y nuestras vidas al dolor ajenas
se deslizaban dulces y serenas
como el ala de un cisne en la laguna
cuando la aurora del primer cariño
aún no asomaba a recoger el velo
que la ignorancia virginal del niño
extiende entre sus párpados y el cielo,
tu alma como la mía,
en su reloj adelantando la hora
y en sus tinieblas encendiendo el día,
vieron un panorama que se abría
bajo el beso y la luz de aquella aurora;
y sintiendo al mirar ese paisaje
las alas de un esfuerzo soberano,
temprano las abrimos, y temprano
nos trajeron al término del viaje.
Le dimos a la tierra
los tintes del amor y de la rosa;
a nuestro huerto nidos y cantares,
a nuestro cielo pájaros y estrellas;
agotamos las flores del camino
para formar con ellas
una corona al ángel del destino...
y hoy en medio del triste desacuerdo
de tanta flor agonizante o muerta,
ya sólo se alza pálida y desierta
la flor envenenada del recuerdo.
Del libro de la vida
la que escribimos hoy es la última hoja...
cerrémoslo en seguida,
y en el sepulcro de la fe perdida
enterremos también nuestra congoja.
Y ya que el cielo nos concede que este
de nuestros males el postrero sea,
para que el alma a descansar se apreste,
aunque la última lágrima nos cueste,
cumplamos hasta el fin con la tarea.
Y después cuando al ángel del olvido
hayamos entregado estas cenizas
que guardan el recuerdo adolorido
de tantas ilusiones hechas trizas
y de tanto placer desvanecido,
dejemos los espacios y volvamos
a la tranquila vida de la tierra,
ya que la noche del dolor temprana
se avanza hasta nosotros y nos cierra
los dulces horizontes del mañana.
Dejemos los espacios, o si quieres
que hagamos, ensayando nuestro aliento,
un nuevo viaje a esa región bendita
cuyo sólo recuerdo resucita
al cadáver del alma al sentimiento,
lancémonos entonces a ese mundo
en donde todo es sombras y vacío,
hagamos una luna del recuerdo
si el sol de nuestro amor está ya frío;
volemos, si tu quieres,
al fondo de esas mágicas regiones,
y fingiendo esperanzas e ilusiones,
rompamos el sepulcro, y levantando
nuestro atrevido y poderoso vuelo,
formaremos un cielo entre las sombras,
y seremos los duendes de ese cielo.
sin decirlas adiós, sin un sollozo!
cumplamos hasta lo último. . . la suerte
nos trajo aquí con el objeto mismo,
los dos venimos a enterrar el alma
bajo la losa del escepticismo.
Sin lágrimas... las lágrimas no pueden
devolver a un cadáver la existencia;
que caigan nuestras flores y que rueden,
pero al rodar, siquiera que nos queden
seca la vista y firme la conciencia.
¡Ya lo ves! para tu alma y para mi alma
los espacios y el mundo están desiertos...
los dos hemos concluido,
y de tristeza y aflicción cubiertos,
ya no somos al fin sino dos muertos
que buscan la mortaja del olvido.
Niños y soñadores cuando apenas
de dejar acabábamos la cuna,
y nuestras vidas al dolor ajenas
se deslizaban dulces y serenas
como el ala de un cisne en la laguna
cuando la aurora del primer cariño
aún no asomaba a recoger el velo
que la ignorancia virginal del niño
extiende entre sus párpados y el cielo,
tu alma como la mía,
en su reloj adelantando la hora
y en sus tinieblas encendiendo el día,
vieron un panorama que se abría
bajo el beso y la luz de aquella aurora;
y sintiendo al mirar ese paisaje
las alas de un esfuerzo soberano,
temprano las abrimos, y temprano
nos trajeron al término del viaje.
Le dimos a la tierra
los tintes del amor y de la rosa;
a nuestro huerto nidos y cantares,
a nuestro cielo pájaros y estrellas;
agotamos las flores del camino
para formar con ellas
una corona al ángel del destino...
y hoy en medio del triste desacuerdo
de tanta flor agonizante o muerta,
ya sólo se alza pálida y desierta
la flor envenenada del recuerdo.
Del libro de la vida
la que escribimos hoy es la última hoja...
cerrémoslo en seguida,
y en el sepulcro de la fe perdida
enterremos también nuestra congoja.
Y ya que el cielo nos concede que este
de nuestros males el postrero sea,
para que el alma a descansar se apreste,
aunque la última lágrima nos cueste,
cumplamos hasta el fin con la tarea.
Y después cuando al ángel del olvido
hayamos entregado estas cenizas
que guardan el recuerdo adolorido
de tantas ilusiones hechas trizas
y de tanto placer desvanecido,
dejemos los espacios y volvamos
a la tranquila vida de la tierra,
ya que la noche del dolor temprana
se avanza hasta nosotros y nos cierra
los dulces horizontes del mañana.
Dejemos los espacios, o si quieres
que hagamos, ensayando nuestro aliento,
un nuevo viaje a esa región bendita
cuyo sólo recuerdo resucita
al cadáver del alma al sentimiento,
lancémonos entonces a ese mundo
en donde todo es sombras y vacío,
hagamos una luna del recuerdo
si el sol de nuestro amor está ya frío;
volemos, si tu quieres,
al fondo de esas mágicas regiones,
y fingiendo esperanzas e ilusiones,
rompamos el sepulcro, y levantando
nuestro atrevido y poderoso vuelo,
formaremos un cielo entre las sombras,
y seremos los duendes de ese cielo.
A Ch....
¿Quieres oir un sueño?...
Pues anoche
ví la brisa fugaz de la espesura
que al rozar con el broche
de un lirio que se alzaba en la pradera
grabó sobre él un "beso",
perdiéndose después rauda y ligera
de la enramada entre el follaje espeso.
Este es mi sueño todo,
y si entenderlo quieres, niña bella,
une tus labios en los labios míos
y sabrás quién es "él" y quien es "ella".
¡Entrad!... en mi aposento
donde sólo se ven sombras,
está una mujer muriendo
entre insufribles congojas...
Y a su cabecera tristes
dos niñas bellas que lloran,
y que entrelazan sus manos
y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
ni tiene aliento en la boca,
y cuando habla sólo dice
con voz hueca y espantosa:
"¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!
Por piedad ¡Una limosna!"
Y calla... y las niñas gimen...
y calla... y el viento sopla...
y llora... y nadie la escucha,
¡que nadie escucha al que llora!
donde sólo se ven sombras,
está una mujer muriendo
entre insufribles congojas...
Y a su cabecera tristes
dos niñas bellas que lloran,
y que entrelazan sus manos
y que gimen y sollozan.
Y la infeliz ya no mira
ni tiene aliento en la boca,
y cuando habla sólo dice
con voz hueca y espantosa:
"¡Yo tengo hambre! ¡Yo tengo hambre!
Por piedad ¡Una limosna!"
Y calla... y las niñas gimen...
y calla... y el viento sopla...
y llora... y nadie la escucha,
¡que nadie escucha al que llora!
¿Y la oís? - ¡Ay!, hijas mías
vanse por fin a quedar solas...
solas... y sin una madre
que os alivie y que os socorra...
solas... y sin un mendrugo
que llevar a vuestra boca...
Adiós... adiós... ya me muero...
ya no tengo hambre...
y la mísera expiraba ¡"Una limosna"!
entre angustias y congojas,
mientras que las pobres niñas
casi locas, casi locas
la besaban y lloraban
envueltas entre las sombras.
Después... temblando de frío
bajo sus rasgadas ropas,
caminaban lentamente
por la calle oscura y sola,
exclamando con voz triste
al divisar una forma;
..."¡Me muero de hambre!"
Y la otra...
...¡"Una limosna"!
vanse por fin a quedar solas...
solas... y sin una madre
que os alivie y que os socorra...
solas... y sin un mendrugo
que llevar a vuestra boca...
Adiós... adiós... ya me muero...
ya no tengo hambre...
y la mísera expiraba ¡"Una limosna"!
entre angustias y congojas,
mientras que las pobres niñas
casi locas, casi locas
la besaban y lloraban
envueltas entre las sombras.
Después... temblando de frío
bajo sus rasgadas ropas,
caminaban lentamente
por la calle oscura y sola,
exclamando con voz triste
al divisar una forma;
..."¡Me muero de hambre!"
Y la otra...
...¡"Una limosna"!
Era muy niña María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
-Oye, ¿por qué se sonríen
las flores tan dulcemente,
cuando las besa el ambiente
sobre su aromada tez?
-Ya lo sabrás mas delante
niña amante,
le contesté yo, y una mañana,
la niña pura y hermosa,
al entreabrir una rosa
me dijo: ¡Ya sé por qué es!
Y la graciosa criatura
blanca y pura
se ruborizó y después,
ligera como las aves
que cruzan por la campiña,
corrió hacia el bosque la niña
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
y yo la seguí jadeante,
palpitante
de ternura y de interés,
y... oí un beso dulce y blando,
que fue a perderse en lo espeso,
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
Era muy joven María,
todavía
cuando me dijo una vez;
-Oye ¿por qué la azucena
se abate y llora marchita
cuando el aura no la agita
ni besa su blanca tez?
¡Ya los sabrás más delante,
niña amante,
le contesté yo... después!
Y mas tarde ¡ay! una noche,
la joven de angustia llena,
al ver triste a una azucena,
me dijo: ¡Ya sé por qué es!
Y ahogando un suspiro ardiente,
la inocente
me vio llorando... y después,
corrió al bosque y en el bosque
esperó mucho la bella,
y al fin... se oyó una querella
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
Era muy linda María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
-Oye, ¿Por qué se sonríe
el niño en la sepultura,
con una risa tan pura,
con tan dulce sencillez?
Ya lo sabrás mas delante
niña amante,
le contesté yo... después!
Y... murió la pobre niña,
y en vez de llorar, sonriendo,
voló hacia el azul diciendo,
¡Ya sé por qué es!
Ya lo ves mi hermosa Elmira,
quien delira
sufre mucho, ya lo ves!
Y así, ilusiones y encanto,
ni acaricies ni mantengas,
para que, al llorar, no tengas
que decir:
¡Ya sé por qué es!
todavía,
cuando me dijo una vez:
-Oye, ¿por qué se sonríen
las flores tan dulcemente,
cuando las besa el ambiente
sobre su aromada tez?
-Ya lo sabrás mas delante
niña amante,
le contesté yo, y una mañana,
la niña pura y hermosa,
al entreabrir una rosa
me dijo: ¡Ya sé por qué es!
Y la graciosa criatura
blanca y pura
se ruborizó y después,
ligera como las aves
que cruzan por la campiña,
corrió hacia el bosque la niña
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
y yo la seguí jadeante,
palpitante
de ternura y de interés,
y... oí un beso dulce y blando,
que fue a perderse en lo espeso,
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
Era muy joven María,
todavía
cuando me dijo una vez;
-Oye ¿por qué la azucena
se abate y llora marchita
cuando el aura no la agita
ni besa su blanca tez?
¡Ya los sabrás más delante,
niña amante,
le contesté yo... después!
Y mas tarde ¡ay! una noche,
la joven de angustia llena,
al ver triste a una azucena,
me dijo: ¡Ya sé por qué es!
Y ahogando un suspiro ardiente,
la inocente
me vio llorando... y después,
corrió al bosque y en el bosque
esperó mucho la bella,
y al fin... se oyó una querella
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
Era muy linda María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
-Oye, ¿Por qué se sonríe
el niño en la sepultura,
con una risa tan pura,
con tan dulce sencillez?
Ya lo sabrás mas delante
niña amante,
le contesté yo... después!
Y... murió la pobre niña,
y en vez de llorar, sonriendo,
voló hacia el azul diciendo,
¡Ya sé por qué es!
Ya lo ves mi hermosa Elmira,
quien delira
sufre mucho, ya lo ves!
Y así, ilusiones y encanto,
ni acaricies ni mantengas,
para que, al llorar, no tengas
que decir:
¡Ya sé por qué es!
Goza, goza, niña pura,
mientras en la infancia estás;
goza, goza esa ventura
que dura lo que una rosa.
-Qué, ¿tan poco es lo que dura?
-Ya verás niña graciosa,
ya verás.
Hoy es un vergel risueño
la senda por donde vas;
pero mañana, mi dueño,
verás abrojos en ella.
-Pues qué, ¿sus flores son sueño?
-Sueño nada mas, mi bella,
ya verás.
Hoy el carmín y la grana
coloran tu linda faz;
pero ya verás mañana
que el llanto sobre ella corra...
-Qué, ¿los borra cuando mana?
-Ya verás cómo los borra,
ya verás.
Y goza mi tierna Elmira,
mientras disfruta de paz;
delira, niña, delira
con un amor que no existe
pues qué, ¿el amor es mentira?
-Y una mentira muy triste,
ya verás.
Hoy ves la dicha delante
y ves la dicha detrás;
pero esa estrella brillante
vive y dura lo que el viento.
-Qué, ¿nada mas dura un instante?
-Sí, nada mas un momento,
ya verás.
Y así, no llores mi encanto,
que mas tarde llorarás;
mira que el pesar es tanto,
que hasta el llanto dura poco.
-¿Tampoco es eterno el llanto?
-Tampoco, niña, tampoco,
ya verás!
mientras en la infancia estás;
goza, goza esa ventura
que dura lo que una rosa.
-Qué, ¿tan poco es lo que dura?
-Ya verás niña graciosa,
ya verás.
Hoy es un vergel risueño
la senda por donde vas;
pero mañana, mi dueño,
verás abrojos en ella.
-Pues qué, ¿sus flores son sueño?
-Sueño nada mas, mi bella,
ya verás.
Hoy el carmín y la grana
coloran tu linda faz;
pero ya verás mañana
que el llanto sobre ella corra...
-Qué, ¿los borra cuando mana?
-Ya verás cómo los borra,
ya verás.
Y goza mi tierna Elmira,
mientras disfruta de paz;
delira, niña, delira
con un amor que no existe
pues qué, ¿el amor es mentira?
-Y una mentira muy triste,
ya verás.
Hoy ves la dicha delante
y ves la dicha detrás;
pero esa estrella brillante
vive y dura lo que el viento.
-Qué, ¿nada mas dura un instante?
-Sí, nada mas un momento,
ya verás.
Y así, no llores mi encanto,
que mas tarde llorarás;
mira que el pesar es tanto,
que hasta el llanto dura poco.
-¿Tampoco es eterno el llanto?
-Tampoco, niña, tampoco,
ya verás!
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