martes, 13 de febrero de 2018

POESÍA POR AUTOR

JUAN BAUTISTA AGUIRRE


A una dama imaginaria

Qué linda cara que tienes,
válgate Dios por muchacha,
que site miro, me rindes
y si me miras, me matas.

Esos tus hermosos ojos
son en ti, divina ingrata,
harpones cuando los flechas,
puñales cuando los clavas.

Esa tu boca traviesa,
brinda entre coral y nácar,
un veneno que da vida
y una dulzura que mata.

En ella las gracias viven;
novedad privilegiada,
que haya en tu boca hermosura
sin que haya en ella desgracia.

Primores y agrados hay
en tu talle y en tu cara
todo tu cuerpo es aliento,
y todo tu aliento es alma.

El licencioso cabello
airosamente declara,
que hay en lo negro hermosura,
y en lo desairado hay gala.

Arco de amor son tus cejas,
de cuyas flechas tiranas,
ni quien se defiende es cuerdo,
ni dichoso quien se escapa.

¡Qué desdeñosa te burlas!
y ¡qué traidora te ufanas,
a tantas fatigas firme,
y a tantas finezas falsa!

¡Qué mal imitas al cielo
pródigo contigo en gracias,
pues no sabes hacer una
cuando sabes tener tantas!


A unos ojos hermosos
Ojos cuyas niñas bellas 
esmaltan mil arreboles, 
muchos sois para ser soles, 
pocos para ser estrellas.

No sois sol, aunque abrasáis 
al que por veros se encumbra, 
que el sol todo el mundo alumbra 
y vosotros le cegáis.

No estrellas, aunque serena 
luz mostráis en tanta copia, 
que en vosotros hay luz propia 
y en las estrellas, ajena.

No sois lunas a mi ver, 
que belleza tan sin par
ni es posible en sí menguar, 
ni de otras luces crecer.

No sois ricos donde estáis, 
ni pobres donde yo os canto; 
pobres no, pues podéis tanto, 
ricos no, pues que robáis. 

No sois muerte, rigorosos, 
ni vida cuando alegráis;
vida no, pues que matáis, 
muerte no, que sois hermosos. 

No sois fuego, aunque os adula 
la bella luz que gozáis,
pues con rayos no abrasáis 
a la nieve que os circula.

No sois agua, ojos traidores, 
que me robáis el sosiego, 
pues nunca apagáis mi fuego 
y me causáis siempre ardores. 

No sois cielos, ojos raros,
ni infierno de desconsuelos, 
pues sois negros para cielos 
y para infierno sois claros.

Y aunque ángeles parecéis, 
no merecéis tales nombres, 
que ellos guardan a los hombres 
y vosotros los perdéis.

No sois diablos, aunque andáis 
dando pena a los que vieron, 
que ellos del cielo cayeron, 
vosotros en él estáis.

No sois dioses, aunque os deben 
adoración mil dichosos,
pues en nada sois piadosos 
ni justos ruegos os mueven. 

Y en haceros de este modo 
naturaleza echó el resto, 
que, no siendo nada de esto, 
parece que lo sois todo.


Carta a Lizardo persuadiéndole que todo lo nacido muere dos veces, para acertar a morir una
¡Ay, Lizardo querido!
si feliz muerte conseguir esperas, 
es justo que advertido,
pues naciste una vez, 
dos veces mueras. 
Así las plantas, frutos y aves lo hacen: 
dos veces mueren y una sola nacen.

Entre catres de armiño
tarde y mañana la azucena yace, 
si una vez al cariño
del aura suave su verdor renace:
¡Ay flor marchita! ¡ay azucena triste! 
dos veces muerta si una vez naciste. 

Pálida a la mañana,
antes que el sol su bello nácar rompa, 
muere la rosa, vana
estrella de carmín, fragante pompa;
y a la noche otra vez: ¡dos veces muerta! 
¡oh incierta vida en tanta muerte cierta! 

En poca agua muriendo
nace el arroyo, y ya soberbio río 
corre al mar con estruendo,
en el cual pierde vida, nombre y brío 
¡Oh cristal triste, arroyo sin fortuna! 
muerto dos veces porque vivas una.

En sepulcro suave,
que el nido forma con vistoso halago, 
nace difunta el ave,
que del plomo es después fatal estrago: 
Vive una vez y muere dos: ¡Oh suerte! 
para una vida duplicada muerte.

Pálida y sin colores
la fruta, de temor, difunta nace, 
temiendo los rigores
del noto que después vil la deshace. 
¡Ay fruta hermosa, qué infeliz eres! 
una vez naces y dos veces mueres. 

Muerto nace el valiente
oso que vientos calza y sombras viste, 
a quien despierta ardiente
la madre, y otra vez no se resiste
a morir; y entre muertes dos naciendo, 
vive una vez y dos se ve muriendo.

Muerto en el monte el pino
surca el ponto con alas, bajel o ave, 
y la vela de lino
con que vuela el batel altivo y grave 
es vela de morir: dos veces yace 
quien monte alado muere y pino nace.

De la ballena altiva
salió Jonás y del sepulcro sale 
Lázaro, imagen viva
que al desengaño humano vela y vale; 
cuando en su imagen muerta y viva viere 
que quien nace una vez dos veces muere.

Así el pino, montaña
con alas, que del mar al cielo sube; 
el río que el mar baña;
el ave que es con plumas vital nube; 
la que marchita nace flor del campo, 

todo clama ¡oh Lízardo!
que quien nace una vez dos veces muera; 
y así, joven gallardo,
en río, en flor, en ave, considera, 
que, dudando quizá de su fortuna, 
mueren dos veces por que acierten una.

Y pues tan importante
es acertar en la última partida, 
pues penden de este instante 
perpetua muerte o sempiterna vida, 
ahora ¡oh Lizardo! que el peligro adviertes, 
muere dos veces porque alguna aciertes. 

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