lunes, 12 de febrero de 2018

POESÍA POR AUTOR

MANUEL ACUÑA

Al ruiseñor mexicano
de Manuel Acuña

                        Para Angela Peralta

Hubo una selva y un nido
y en ese nido un jilguero
que alegre y estremecido,
tras de un ensueño querido
cruzó por el mundo entero.

Que de su paso en las huellas
sembró sus notas mejores,
y que recogió con ellas
al ir por el cielo, estrellas,
y al ir por el mundo; flores.

Del nido y de la enramada
ninguno la historia sabe;
porque la tierra admirada
dejó esa historia olvidada
por escribir la del ave.

La historia de la que un día
al remontarse en su vuelo,
fue para la patria mía
la estrella de más valía
de todas las de su cielo.

La de aquella a quien el hombre
robara el nombre galano
que no hay a quien no le asombre
para cambiarlo en el nombre
de Ruiseñor Mexicano.

Y de la que al ver perdido
su nido de flores hecho,
halló en su suelo querido
en vez de las de su nido
las flores de nuestro pecho.

Su historia... que el pueblo ardiente
en su homenaje más justo
viene a adorar reverente
con el laurel esplendente
que hoy ciñe sobre su busto.

Sobre esa piedra bendita
que grande entre las primeras
es la página en que escrita
leerán tu gloria infinita
las edades venideras.

Y que unida a la memoria
de tus hechos soberanos,
se alzará como una historia
hablándoles de tu gloria
a todos los mexicanos.

Hoy al mirar tus destellos
resplandecer de ese modo
bien puede decirse de ellos
que el nombre tuyo es de aquellos,
que nunca muere del todo.


Amor de Manuel Acuña 
¡Amar a una mujer, sentir su aliento, y escuchar a su lado lo dulce y armonioso de su acento; tener su boca a nuestra boca unida y su cuello en el nuestro reclinado, es el placer mas grato de la vida, el goce mas profundo que puede disfrutarse sobre el mundo! Porque el amor al hombre es tan preciso, como el agua a las flores, como el querube ardiente al paraíso; es el prisma de mágicos colores que transforma y convierte las espinas en rosas, y que hace bella hasta la misma muerte a pesar de sus formas espantosas. Amando a una mujer, olvida el hombre hasta su misma esencia, sus deberes mas santos y su nombre; no cambia por el cielo su existencia; y con su afán y su delirio, loco, acaricia sonriendo su creencia, y el mundo entero le parece poco... Quitadle al zenzontle la armonia, y al águila su vuelo, y al iluminar espléndido del día el azul pabellón del ancho cielo, y el mundo seguirá... Mas la criatura, del amor separada morirá como muere marchitada la rosa blanca y pura que el huracán feroz deja tronchada; como muere la nube y se deshace en perlas cristalinas cuando le hace falta un sol que la sostenga en la etérea región de las ondinas. ¡Amor es Dios!, a su divino fiat brotó la tierra con sus gayas flores y sus selvas pobladas de abejas y de pájaros cantores, y con sus blancas y espumosas fuentes y sus limpias cascadas cayendo entre las rocas a torrentes; brotó sin canto ni armonía... Hasta que el beso puro de Adán y Eva, resonando en el viento, enseñó a las criaturas ese idioma, ese acento magnífico y sublime con que suspira el cisne cuando canta y la tórtola dulce cuando gime, ¡Amor es Dios!, y la mujer la forma en que encarna su espíritu fecundo; él es el astro y ella su reflejo, él es el paraíso y ella el mundo... Y vivir es amar. A quien no ha sentido latir el corazón dentro del pecho del amor al impulso, no comprende las quejas de la brisa que vaga entre los lirios de la loma, ni de la virgen casta la sonrisa ni el suspiro fugaz de la paloma. ¡Existir es amar! Quien no comprende esa emoción dulcisima y suave, esa tierna fusión de dos criaturas gimiendo en un gemido, en un goce gozando y latiendo en unísono latido... Quien no comprende ese placer supremo, purísimo y sonriente, ese miente si dice que ha vivido; si dice que ha gozado, miente. Y el amor no es el goce de un instante que en su lecho de seda nos brinda la ramera palpitante; no es el deleite impuro que hallamos al brillar una moneda del cieno y de la infamia entre lo oscuro; no es la miel que provoca y que deja, después que la apuramos, amargura en el alma y en la boca... Pureza y armonía, ángeles bellos y hadas primorosas en un Edén de luz y de poesía, en un pensil de nardos y de rosas, Todo es el amor. Mundo en que nadie llora o suspira sin hallar un eco; fanal de bienandanza que hace que siempre ante los ojos radie la viva claridad de una esperanza. El amor es la gloria, la corona esplendente con que sueña el genio de alma grande que pulsa el arpa o el acero blande, la virgen sonriente. El Petrarca sin Laura, no fuera el vate del sentido canto que hace brotar suspiros en el pecho y en la pupila llanto. Y el Dante sin Beatriz no fuera el poeta a veces dulce y tierno, y a veces grande, aterrador y ronco como el cantor salido del infierno... Y es que el amor encierra en su forma infinita cuanto de bello el universo habita, cuanto existe de ideal sobre la tierra. Amor es Dios, el lazo que mantiene en constante armonía los seres mil de la creación inmensa; y la mujer la diosa, la encarnación sublime y sacrosanta que la pradera con su olor inciensa y que la orquesta del Supremo canta, ¡Y salve, amor! emanación divina... ...¡Tú, más blanca y más pura que la luz de la estrella matutina! ¡Salve, soplo de Dios!... Y cuando mi alma deje de ser un templo a la hermosura, ven a arrancarme el corazón del pecho ven a abrir a mis pies la sepultura.
Ante un cadáver de Manuel Acuña
¡Y bien! aquí estás ya... sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.

Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.

Aquí donde derrama sus fulgores
ese astro a cuya luz desaparece
la distinción de esclavos y señores.

Aquí donde la fábula enmudece
y la voz de los hechos se levanta
y la superstición se desvanece.

Aquí donde la ciencia se adelanta
a leer la solución de ese problema
cuyo solo enunciado nos espanta:

ella, que tiene la razón por lema,
y que en tus labios escuchar ansía
la augusta voz de la verdad suprema.

Aquí estás ya... tras de la lucha impía
en que romper al cabo conseguiste
la cárcel que al dolor te retenía.

La luz de tus pupilas ya no existe,
tu máquina vital descansa inerte
y a cumplir con su objeto se resiste.

¡Miseria y nada más¡ dirán al verte
los que creen que el imperio de la vida
acaba donde empieza el de la muerte.

Y suponiendo tu misión cumplida,
se acercarán a ti, y en su mirada
te mandarán la eterna despedida.

Pero, ¡no!... tu misión no está acabada:
que ni es la nada el punto en que nacemos
ni el punto en que morimos es la nada.

Círculo es la existencia, y mal hacemos
cuando al querer medirla le asignamos
la cuna y el sepulcro por extremos.

La madre es sólo molde en que tomamos
nuestra forma, la forma pasajera
con que la ingrata vida atravesamos.

Pero ni es esa forma la primera
que nuestro ser reviste, ni tampoco
será su última forma cuando muera.

Tú, sin aliento ya, dentro de poco
volverás a la tierra y a su seno,
que es de la vida universal el foco.

Y allí, a la vida en apariencia ajeno,
el poder de la lluvia y del verano
fecundará de gérmenes tu cieno.

Y al ascender de la raíz al grano,
tras del vegetal a ser testigo
en el laboratorio soberano;

tal vez, para volver cambiado en trigo
al triste hogar donde la triste esposa
sin encontrar un pan sueña contigo.

En tanto que las grietas de tu fosa
verán alzarse de su fondo abierto
la larva convertida en mariposa,

que en los ensayos de su vuelo incierto
irá al lecho infeliz de tus amores
a llevarte tus ósculos de muerto.

Y en medio de esos cambios interiores
tu cráneo, lleno de una nueva vida
en vez de pensamientos dará flores:

en cuyo cáliz brillará escondida
la lágrima, tal vez con que tu amada
acompañó el adiós de tu partida.

La tumba es el final de la jornada
porque en la tumba es donde queda muerta
la llama en nuestro espíritu encerrada.

Pero en esa mansión, a cuya puerta
se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
que de nuevo a la vida nos despierta.

Allí acaban la fuerza y el talento,
allí acaban los goces y los males
allí acaban la fe y el sentimiento:

allí acaban los lazos terrenales,
y mezclados el sabio y el idiota,
se hunden en la región de los iguales.

Pero allí donde el ánimo se agota
y perece la máquina, allí mismo
el ser que muere es otro ser que brota.

El poderoso y fecundante abismo
del antiguo organismo se apodera,
y forma y hace de él otro organismo.


Abandona a la historia justiciera
un nombre sin cuidarse, indiferente,
de que ese nombre se eternice o muera.

El recoge la masa únicamente
y cambiando las formas y el objeto,
se encarga de que viva eternamente.

La tumba sólo guarda un esqueleto;
mas la vida en su bóveda mortuoria
prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas; pero nunca muere.




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