lunes, 12 de febrero de 2018

POESÍA POR AUTOR

CECILO ACOSTA

                                        La gota de rocío



«No hay brillo como el mío
(dijo ufana la gota de rocío
al verse aclamar bella
en medio al campo en que el ornato es ella),
ni quien cual yo, galana,
sea orgullo y primor de la mañana.
En globo pequeñuelo,
sobre hoja que ya dora
la prima luz de la rosada aurora,
soy breve suma del fulgor del cielo
que, en vastos horizontes,
se ve en valles lucir, y se ve en montes.
Y soy también, para mayor decoro
de mi almo origen y mi cuna de oro,
delicado vapor que en ondas sube,
llega tal vez á la flotante nube,
tal vez instable de la altura baja
y en el aire suspenso en perla cuaja.
Bordo a veces las flores
para de ellas beberme los colores,
y en formas mil distintas,
cada cual de por sí fijable apena
en el mudar de la movible escena,
del iris tomo las variadas tintas.
El aura me regala
con los aromas que el verjel exhala,
y, por verme temblar, con ala leve
jugando me conmueve.
Yo nazco con el día,
tengo palacio en la arboleda umbría,
y en aguas bellas de matiz cambiante,
ya semejo al cristal, y ya al diamante.»
Así la gota en su discurso ciego,
a tiempo que de ráfaga impelida,
de la hoja desprendida,
llegó á caer y disiparse luego:
tal vi una vez en mi jardín acaso;
y prueba así este caso,
que el mundano esplendor es de un momento,
la vida nada, y el orgullo viento.






Madrigal





Echó de menos la Aurora
una vez su luz que dora,
y como día tras día
pálida siempre salía,
dando quejas lastimosas,
lloró perdidas sus rosas,
y en encontrarlas se aferra
corriendo cielos y tierra...
Delia, ya sé que es robado
el esplendor con que brillas,
y que la Aurora ha encontrado
sus rosas en tus mejillas.




IGNACIO MARÍA DE ACOSTA

A Cupido


Mira, traidor Cupido;
Mira, rapaz aleve
ya que mi mal te place
y mis tormentos quieres,
que no temo los tiros
de las saetas crueles
con que en el pecho triste
tan sin piedad me hieres.
Y si gustas burlarte
y atormentarme siempre;
hiere también a Elvira
y dos cautivos tienes.
Esta poesía forma parte del libro "Delirios del corazón".







Jugando Dorila
con un pastorcillo,
del pié de un tomillo
su planta picó
aleve una abeja,
que estaba formado
en niño vendado,
el pícaro Amor.

Sintió la zagala
al punto el veneno
correr por su seno
activo, sutil—
vagó por sus labios
preciosa sonrisa,
que el alma electriza
del tierno pastor.

Alzó los ojuelos
que amores bañaban...
al jóven miraban
con tanta expresión...
mas ¡cielos! la abeja
voló del tomillo,
y del pastorcillo
el seno picó...

Cubrióse de grana
su nívea mejilla—
la niña sencilla
también se turbó.
Sentáronse juntos,
habláronse tiernos,
y amantes eternos
el mundo los vió.
Esta poesía forma parte del libro "Delirios del corazón"






Esa sonrisa hermosa
que entre tus labios juega
como el ligero soplo
del aura en la flor bella,
aquí, en el alma causa
una impresión secreta,
que a comprender no alcanza
mi pobre inteligencia.
Me burlan mis amigos,
y Clori la discreta
con sus malignos ojos
también me burla, Iselia,
si mústio, pensativo,
absorto en mis quimeras,
sorprñendenme en la choza
o bien en la pradera.
Ignoran mi secreto
y a mi aflicción extrema
ni aun el consuelo triste
de compasión le queda.
Pregúntanme la causa:
mas ¡cielos! quién creyera
que es tu sonrisa hermosa,
Encantadora Iselia...?
Esta poesía forma parte del libro "Delirios del corazón"

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