viernes, 9 de febrero de 2018

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santos del 2 de febrero

Beata María Catalina Kasper, virgen y fundadora
fecha: 2 de febrero
n.: 1820 - †: 1898 - país: Alemania
canonización: B: Pablo VI 16 abr 1978
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Dernach, lugar de Renania, en Alemania, beata María Catalina Kasper, virgen, que fundó el Instituto de Pobres Siervas de Jesucristo, para servir al Señor en los indigentes.
María Catalina Kasper nació el 26 de mayo de 1820 en Dernbach, un pueblo en Hesse (Alemania), en una familia de campesinos; fundó el Instituto de las Pobres Siervas de Jesucristo, y falleció el 2 de febrero de 1898. Fue beatificada por SS Pablo VI el 16 de abril de 1978. Lo siguiente es la homilía pronunciada por el Santo Padre en la misa de beatificación.
Una nueva Beata es propuesta hoy a la veneración de los fieles: sor María Catalina Kasper. Acabáis de oír la narración de su vida y la exposición de sus virtudes. No nos detendremos, por tanto, en delinear su perfil biográfico, sino que nos limitaremos a decir unas palabras acerca del mensaje contenido en esta beatificación, que alegra a toda la Iglesia precisamente en este tiempo litúrgico caracterizado por la irradiación espiritual del gozo pascual; beatificación que llena de alegría y de estímulo a una familia religiosa no pequeña, la de las Pobres Esclavas de Jesucristo, y propone a la edificación de todos el ejemplo de una mujer honra de su tierra natal, Alemania, ofreciendo al mundo el testimonio eficiente de un catolicismo empeñado en el servicio del prójimo para gloria de Dios.
Ya la existencia terrena de esta figura de mujer, toda fe y fortaleza de ánimo, es para nosotros lección auténtica de estilo evangélico, en cuanto que toda ella se desarrolló siguiendo las huellas del Divino Maestro. Catalina, que después adoptó el nombre de María Catalina, aldeana sencilla y pobre, vivió como Cristo en medio de trabajos y privaciones, abrazando las humillaciones y contrariedades que encontró en su camino como manifestaciones de la voluntad del Padre celestial. Al igual que Cristo, se dedicó sobre todo y con solicitud incansable, a aliviar muchas formas de miseria física y espiritual; se consagró al cuidado de niños pobres y abandonados, abrió colegios, ayudó y consoló a enfermos, atendió a ancianos, siempre con el corazón abrasado en amor grande a los hermanos necesitados, alimentado por la conversación continua y casi connatural con el Dios "de toda consolación" (2 Cor 1, 3), conocido mejor a través del amor que por medio de especulaciones ambiciosas.
Fue justamente esta mujer humilde, desprovista de los medios que ofrece el progreso técnico, sin cultura y sin dinero, quien logró dar vida a una gran obra de cultura y de promoción social, confirmando de este modo la profunda verdad de las palabras de San Pablo que dice: "Eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes" (1 Cor, 1, 27).
Por ello también la pobreza voluntaria y la admirable caridad de la madre María Catalina, traducidas en servicio generoso a los más pobres y abandonados, constituyen un aviso severo y exigente a nuestra generación, orientada con tanta frecuencia a la riqueza privada y egoísta, y al hedonismo a toda costa. La nueva Beata, a las insidiosas inclinaciones materialistas y consumistas de la sociedad de hoy, opone la entrega altruista a todo el que sufre, de modo que la solidaridad y socialidad —de que tanto se habla hoy— no queden sólo en palabras, sino que lleguen a ser cumplía miento concreto y diario de un deber que el cristianismo eleva hasta sus cumbres más luminosas. Para la madre María Catalina, el amor filial a Dios lo era todo, y encontró expresión auténtica de él en el amor ilimitado al prójimo.
Esta lección incomparable de amor a Dios actuado en la caridad a los hermanos, es el verdadero mensaje que la nueva Beata ha legado a la Iglesia y al mundo. Tanto la vida activa de la Beata María Catalina Kasper, como su santidad personal son sobre todo un don de la providencia y de la gracia de Dios. Solía decir: "Yo no lo podía ni lo quería, es Dios quien lo ha querido". Deseaba únicamente ser instrumento dócil en las manos del Maestro divino, ser esclava pobre y humilde de Jesucristo.
Precisamente el nombre de "Pobres Esclavas de Jesucristo" que María Catalina dio a su congregación religiosa, siguiendo una determinación providencial, nos revela la personalidad y espiritualidad íntimas de la Fundadora misma. La pobreza personal, el amor a los pobres, la sencillez y la humildad, y la propia dedicación al servicio del prójimo por amor de Cristo, son las características esenciales que distinguen la piedad y el apostolado de nuestra nueva Beata. No nos han relatado comportamientos o acciones extraordinarias. Es que vivió sencillamente, si bien con fuerza incisiva, lo que pedía a sus hermanas: "Todas nuestras religiosas deben llegar a santas, pero santas escondidas". La madre María Catalina nos es modelo sobre todo por la fidelidad y seriedad en los deberes pequeños e insignificantes de cada día y por su anhelo de cumplir la voluntad de Dios en todas las situaciones de la vida. La intuición clara de lo que es necesario y el amor siempre disponible al prójimo, se ensamblan en ella con la perseverancia y el propósito de reconocer y cumplir los mandatos de Dios y sus disposiciones cuando se debe. La frase inspiradora de su comportamiento suena así: "La santa voluntad de Dios me solicita y debe cumplirse en mí, a través de mí y por mí". Sobre la base de esta conexión profunda y de esta sintonía con la voluntad y la acción de Dios, su actividad y su vida entera se transforman en oración y alabanza permanentes a Dios. De la misma manera, el servicio social es para ella fundamentalmente servicio a Dios y medio de santificación del mundo.
En esta ocasión de la fiesta solemne que la Iglesia dedica a la madre María Catalina al beatificarla hoy, nos proponemos honrar a todas las hermanas de la congregación religiosa de las "Pobres Esclavas de Jesucristo", a quienes la Iglesia invita a emular el ejemplo luminoso de su Fundadora y a conservar con fidelidad la herencia espiritual, todavía más intensamente de hoy en adelante.
Con la misma cordialidad saludamos a todos los peregrinos presentes procedentes de Dernbach, lugar natal de la nueva Beata, y de su diócesis de origen, Limburgo, junto con su Pastor mons. Kempf. Damos gracias asimismo a los representantes de las autoridades civiles por la participación en esta solemnidad memorable, con la que la Iglesia honra la memoria de una hija insigne de su patria alemana.

MISA DE BEATIFICACIÓN DE SOR MARÍA CATALINA KASPER
HOMILÍA DEL PAPA PABLO VI
Domingo 16 de abril de 1978
Venerados hermanos e hijos queridísimos:
Una nueva Beata es propuesta hoy a la veneración de los fieles: sor María Catalina Kasper.
Acabáis de oír la narración de su vida y la exposición de sus virtudes. No nos detendremos, por tanto, en delinear su perfil biográfico, sino que nos limitaremos a decir unas palabras acerca del mensaje contenido en esta beatificación, que alegra a toda la Iglesia precisamente en este tiempo litúrgico caracterizado por la irradiación espiritual del gozo pascual; beatificación que llena de alegría y de estímulo a una familia religiosa no pequeña, la de las Pobres Esclavas de Jesucristo, y propone a la edificación de todos el ejemplo de una mujer honra de su tierra natal, Alemania, ofreciendo al mundo el testimonio eficiente de un catolicismo empeñado en el servicio del prójimo para gloria de Dios.
Ya la existencia terrena de esta figura de mujer, toda fe y fortaleza de ánimo, es para nosotros lección auténtica de estilo evangélico, en cuanto que toda ella se desarrolló siguiendo las huellas del Divino Maestro. Catalina, que después adoptó el nombre de María Catalina, aldeana sencilla y pobre, vivió como Cristo en medio de trabajos y privaciones, abrazando las humillaciones y contrariedades que encontró en su camino como manifestaciones de la voluntad del Padre celestial. Al igual que Cristo, se dedicó sobre todo y con solicitud incansable, a aliviar muchas formas de miseria física y espiritual; se consagró al cuidado de niños pobres y abandonados, abrió colegios, ayudó y consoló a enfermos, atendió a ancianos, siempre con el corazón abrasado en amor grande a los hermanos necesitados, alimentado por la conversación continua y casi connatural con el Dios "de toda consolación" (2 Cor 1, 3), conocido mejor a través del amor que por medio de especulaciones ambiciosas.
Fue justamente esta mujer humilde, desprovista de los medios que ofrece el progreso técnico, sin cultura y sin dinero, quien logró dar vida a una gran obra de cultura y de promoción social, confirmando de este modo la profunda verdad de las palabras de San Pablo que dice: "Eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes" (1 Cor, 1, 27).
Por ello también la pobreza voluntaria y la admirable caridad de la madre María Catalina, traducidas en servicio generoso a los más pobres y abandonados, constituyen un aviso severo y exigente a nuestra generación, orientada con tanta frecuencia a la riqueza privada y egoísta, y al hedonismo a toda costa. La nueva Beata, a las insidiosas inclinaciones materialistas y consumistas de la sociedad de hoy, opone la entrega altruista a todo el que sufre, de modo que la solidaridad y socialidad —de que tanto se habla hoy— no queden sólo en palabras, sino que lleguen a ser cumplía miento concreto y diario de un deber que el cristianismo eleva hasta sus cumbres más luminosas. Para la madre María Catalina, el amor filial a Dios lo era todo, y encontró expresión auténtica de él en el amor ilimitado al prójimo.
Esta lección incomparable de amor a Dios actuado en la caridad a los hermanos, es el verdadero mensaje que la nueva Beata ha legado a la Iglesia y al mundo.
Tanto la vida activa de la Beata María Catalina Kasper, como su santidad personal son sobre todo un don de la providencia y de la gracia de Dios. Solía decir: "Yo no lo podía ni lo quería, es Dios quien lo ha querido". Deseaba únicamente ser instrumento dócil en las manos del Maestro divino, ser esclava pobre y humilde de Jesucristo.
Precisamente el nombre de "Pobres Esclavas de Jesucristo" que María Catalina dio a su congregación religiosa, siguiendo una determinación providencial, nos revela la personalidad y espiritualidad íntimas de la Fundadora misma. La pobreza personal, el amor a los pobres, la sencillez y la humildad, y la propia dedicación al servicio del prójimo por amor de Cristo, son las características esenciales que distinguen la piedad y el apostolado de nuestra nueva Beata. No nos han relatado comportamientos o acciones extraordinarias. Es que vivió sencillamente, si bien con fuerza incisiva, lo que pedía a sus hermanas: "Todas nuestras religiosas deben llegar a santas, pero santas escondidas". La madre María Catalina nos es modelo sobre todo por la fidelidad y seriedad en los deberes pequeños e insignificantes de cada día y por su anhelo de cumplir la voluntad de Dios en todas las situaciones de la vida. La intuición clara de lo que es necesario y el amor siempre disponible al prójimo, se ensamblan en ella con la perseverancia y el propósito de reconocer y cumplir los mandatos de Dios y sus disposiciones cuando se debe. La frase inspiradora de su comportamiento suena así: "La santa voluntad de Dios me solicita y debe cumplirse en mí, a través de mí y por mí". Sobre la base de esta conexión profunda y de esta sintonía con la voluntad y la acción de Dios, su actividad y su vida entera se transforman en oración y alabanza permanentes a Dios. De la misma manera, el servicio social es para ella fundamentalmente servicio a Dios y medio de santificación del mundo.
En esta ocasión de la fiesta solemne que la Iglesia dedica a la madre María Catalina al beatificarla hoy, nos proponemos honrar a todas las hermanas de la congregación religiosa de las "Pobres Esclavas de Jesucristo", a quienes la Iglesia invita a emular el ejemplo luminoso de su Fundadora y a conservar con fidelidad la herencia espiritual, todavía más intensamente de hoy en adelante.
Con la misma cordialidad saludamos a todos los peregrinos presentes procedentes de Dernbach, lugar natal de la nueva Beata, y de su diócesis de origen, Limburgo, junto con su Pastor mons. Kempf. Damos gracias asimismo a los representantes de las autoridades civiles por la participación en esta solemnidad memorable, con la que la Iglesia honra la memoria de una hija insigne de su patria alemana.
Con alegría profunda a todos os encomendamos a la intercesión materna de la nueva Beata.










María Domenica Mantovani (1862-1934)
   
La Sierva de Dios Madre María Domenica Mantovani, primogénita de cuatro hermanos, era hija de Giovanni Battista Mantovani y de Prudenza Zamperini. Nació en Castelletto di Brenzone, en la provincia de Verona (Italia), el 12 de noviembre de 1862. Fue bautizada al día siguiente.
Recibió la confirmación el 12 de octubre de 1870 y la primera comunión el 4 de noviembre de 1874.
Frecuentó con gran provecho la escuela primaria, pero no pudo seguir estudiando debido a la pobreza de su familia. Su inteligencia, voluntad y extraordinario sentido práctico suplieron su falta de estudios. Desde la niñez manifestó ser muy propensa a la oración y a las cosas de Dios. En la base de una sensibilidad religiosa y cristiana tan profunda y tan llena de gracia, destinada a crecer e irradiar viva luz, se hallaba el testimonio de sus padres y familiares, personas sencillas, trabajadoras, honestas y ricas en fe.
El catecismo fue la fuente privilegiada que proporcionó en gran medida la formación cristiana a la Sierva de Dios. En efecto, el catecismo -junto con las enseñanzas de la familia- sentó las sólidas bases sobre las que ella construiría a lo largo de los años su personalidad humana y cristiana. La casa, la escuela y la iglesia fueron los gimnasios que plasmaron, desde la niñez, su carácter y que dieron una orientación precisa a toda su vida.
Transcurrió toda la juventud, hasta los treinta años, en el seno de su familia. Creció sana de espíritu y de cuerpo y se distinguió siempre por su bondad, docilidad, transparencia de vida y extraordinaria piedad.
Ya de muchacha era apóstol de sus coetáneas, a quienes educaba a la virtud con buenas lecturas y, sobre todo, con el testimonio de su vida.
Cuando tenía 15 años, entró en Castelletto el Beato Giuseppe Nascimbeni, primero como maestro y cooperador (1877-1885) y luego como párroco (1885-1922). Desde entonces, él fue su firme y luminoso guía espiritual y ella su generosa colaboradora en las múltiples actividades parroquiales: era el alma de la juventud de todo el pueblo y era amada, escuchada y estimada por todos sus conciudadanos.
Se dedicaba con celo a la enseñanza del catecismo a los niños y se prodigaba con caridad evangélica visitando y asistiendo a los pobres y a los enfermos.
Inscrita en la Pía Unión de las Hijas de María, observó siempre fielmente las prescripciones del reglamento, convirtiéndose en el espejo y el modelo de sus compañeras, a quienes, gracias a su gran ascendiente, lograba dar eficaces lecciones de vida.
Particularmente devota de María Inmaculada, el 8 de diciembre de 1886 emitió el voto de virginidad perpetua en manos de Don Giuseppe Nascimbene, su director y párroco.
La devoción a María Inmaculada fue el respiro de su alma; la intimidad con Cristo Jesús y la contemplación de la Sagrada Familia, la fuerza de su vida.
Deseosa de consagrarse al Señor, conoció el designio de Dios sobre ella a través del Beato Nascimbene, quien quiso que fuera su colaboradora en la fundación de la Congregación de las Hermanitas de la Sagrada Familia (6 de noviembre de 1892), de la que fue así Cofundadora y primera Superiora general.
La Sierva de Dios prestó una singular ayuda, en las actividades parroquiales y en el gobierno del Instituto, al Beato Nascimbene, de quien fue siempre devotísima y cuyos proyectos y deseos interpretó y llevó a la práctica con fidelidad.
Contribuyó de manera esencial a la elaboración de las Constituciones, inspiradas en la Regla de la Tercera Orden Regular de San Francisco, y a la formación de las hermanas. Su colaboración, junto con su irreprensible testimonio de vida, influyó de manera determinante en el desarrollo y la expansión del Instituto. Su obra completó la del Fundador, imprimiendo en la espiritualidad de la Familia religiosa las notas distintivas que marcarían su vida y su acción en la Iglesia y en el mundo. La obra del Fundador y la de la Cofundadora se trenzaron forjando a las primeras hermanas de acuerdo con el carisma recibido del Espíritu Santo. La del Beato era intensa, fuerte, enérgica; la de la Sierva de Dios, escondida y delicada pero firme y sin desmayos, reforzada, además, con elocuentes ejemplos y pacientes esperas.
En los escritos de la Sierva de Dios emergen con nitidez sus cualidades de madre amorosa y buena, de maestra sabia e inteligente, celosa y alguna vez exigente con miras al auténtico bien.
A la muerte del Fundador, ella, rica en virtudes y llena de sabiduría y de prudencia, continuó guiando el Instituto con fortaleza de ánimo, con gran confianza en Dios y con profundo sentido de responsabilidad, deseosa de transmitir a sus hijas las enseñanzas del Fundador, a fin de que se conservara y se viviera íntegramente el espíritu genuino de los orígenes.
Antes de morir tuvo el consuelo de lograr la aprobación definitiva de las Constituciones y la aprobación ad septennium del Instituto, y de ver la obra continuada por unas 1.200 hermanas dedicadas a toda suerte de actividades apostólicas y caritativas en las 150 casas de la Congregación, en Italia y en otros países.
La Sierva de Dios progresó hasta el final de sus días en el camino de la santidad, dando prueba de todas las virtudes, especialmente de la virtud de la humildad.
Cerró su luminosa jornada terrena el día 2 de febrero de 1934, tras unos breves días de enfermedad.
El 24 de abril de 2001, Su Santidad Juan Pablo II, acogiendo y ratificando los votos de la Congregación para las Causas de los Santos, la declaró Venerable.

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