sábado, 10 de febrero de 2018

Santos por meses y días

santos del día 3 de febrero

Celerino de Cartago, Santo
Celerino de Cartago, Santo

Mártir, 3 de febrero


Por: - | Fuente: misa_tridentina.t35.com 



Lector y Mártir

Martirologio Romano: En Cartago, ciudad de África, san Celerino, lector y mártir, que confesó denodadamente a Cristo en la cárcel, entre azotes, cadenas y otros suplicios, siguiendo las huellas de su abuela Celerina, anteriormente coronada por el martirio, y de sus tíos Lorenzo, paterno, e Ignacio, materno, los cuales, habiendo servido en campamentos militares, llegaron a ser soldados de Dios, obteniendo del Señor palmas y coronas con su gloriosa pasión (s. III).
Celerino era originario de Roma y pertenecía a una familia de mártires.

En el comienzo de la persecución de Decio y siendo aún muy joven, fue detenido como soldado de Cristo. Le llevaron al tribunal donde el mismo Decio debía de juzgarlo, por lo que se esperaba una sentencia muy severa. Sin embargo, el emperador, conmovido tal vez por la juventud, el valor y la audaz franqueza de Celerino, le concedió la libertad, después de diecinueve días de prisión y de torturas. El joven llevaba sobre su cuerpo las señales imborrables de sus tormentos.

En la primavera del año 250, Celerino marchó a Cartago para llevar a Cipriano nuevas de los confesores de la Iglesia en Roma. A su regreso, tuvo la pena de constatar la defección de su hermana Numeria. Para mitigar su dolor, lo compartió con uno de sus amigos, Lucianno, que estaba prisionero en Cartago, escribiéndole una extensa carta con la funesta noticia. Esto aconteció poco después de Pascua. Hacia la mitad del otoño, cuando recibió la respuesta de su amigo, Celerino regresó a Cartago, donde Cipriano le ordenó lector de su iglesia, con otro confesor de la fe llamado Aurelio. En una de sus cartas, Cipriano hace el más sentido elogio de Celerino: se ve en ella la intención del obispo de elevar al sacerdocio a un atleta del cristianismo: su gloriosa confesión había probado que, a pesar de su juventud, ya estaba consumado en la virtud.

Probablemente Celerino permaneció siempre al lado del obispo de Cartago, sin que pueda decirse si fue elevado al diaconado. Sin embargo, casi todos los martirologios lo consideran como diácono.

Después de la muerte de Cipriano, Celerino se mostró siempre tan firme y piadoso, como había sido desde el comienzo de su vida.

El día 3 de febrero, la Iglesia honra su memoria como la de un santo confesor de Jesucristo.

Algunos han confundido a nuestro santo con otro Celerino, uno de los clérigos romanos, enredado en el cisma Novaciano. Pero esta defección no habría pasado inadvertida al obispo Cipriano y seguramente habría provocado las reconvenciones del prelado, en vez de los elogios que se le tributaron.

Se puede considerar a Celerino como mártir, en razón de los tormentos que soportó en la prisión.




San Celerino, lector y mártir
fecha: 3 de febrero
†: s. III - país: África Septentrional
otras formas del nombre: Lorenzo, Ignacio y Celerina (ver nota final en la hagiografía)
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Cartago, ciudad de África, san Celerino, lector y mártir, que confesó denodadamente a Cristo en la cárcel, entre azotes, cadenas y otros suplicios, siguiendo las huellas de su abuela Celerina, anteriormente coronada por el martirio, y de sus tíos paterno y materno, Lorenzo e Ignacio, que, tras haber servido en campamentos militares, llegaron a ser soldados de Dios y obtuvieron del Señor palmas y coronas con su gloriosa pasión.
Celerino era originario de Roma y pertenecía a una familia de mártires, como podemos leer en el propio elogio de hoy, que menciona a sus tíos Lorenzo e Ignacio y a su abuela Celerina, testigos cruentos, también, de Cristo. En el comienzo de la persecución de Decio y siendo aún muy joven, Celerino fue detenido como soldado de Cristo. Le llevaron al tribunal donde el mismo Decio debía de juzgarlo, por lo que se esperaba una sentencia muy severa. Sin embargo, el emperador, conmovido tal vez por la juventud, el valor y la audaz franqueza de Celerino, le concedió la libertad, después de diecinueve días de prisión y de torturas. El joven llevaba sobre su cuerpo las señales imborrables de sus tormentos.
En la primavera del año 250, Celerino marchó a Cartago para llevar a san Cipriano nuevas de los confesores de la Iglesia en Roma. A su regreso, tuvo la pena de constatar la defección de su hermana Numeria. Para mitigar su dolor, lo compartió con uno de sus amigos, Luciano, que estaba prisionero en Cartago, escribiéndole una extensa carta con la funesta noticia. Esto aconteció poco después de Pascua. Hacia la mitad del otoño, cuando recibió la respuesta de su amigo, Celerino regresó a Cartago, donde Cipriano le ordenó lector de su iglesia, con otro confesor de la fe llamado Aurelio. En una de sus cartas, Cipriano hace el más sentido elogio de Celerino: se ve en ella la intención del obispo de elevar al sacerdocio a un atleta del cristianismo: su gloriosa confesión había probado que, a pesar de su juventud, ya estaba consumado en la virtud.
Probablemente Celerino permaneció siempre al lado del obispo de Cartago, sin que pueda decirse si fue elevado al diaconado. Casi todos los martirologios lo consideran como diácono, aunque el Martirologio Romano actual acepta sólo el dato seguro y constatado de que llegó al orden de lector. Después de la muerte de Cipriano, Celerino se mostró siempre tan firme y piadoso, como había sido desde el comienzo de su vida. Algunos han confundido a nuestro santo con otro Celerino, uno de los clérigos romanos, enredado en el cisma de Novaciano. Pero esta defección no habría pasado inadvertida al obispo Cipriano y seguramente habria provocado las reconvenciones del prelado, en vez de los elogios que se le tributaron. Se puede considerar a Celerino como mártir, en razón de los tormentos que soportó en la prisión.







San Lupicino, abad
fecha: 21 de marzo
fecha en el calendario anterior: 28 de febrero
†: 480 - país: Francia
otras formas del nombre: Lupicino de Condat
canonización: pre-congregación
hagiografía: Santi e Beati
Elogio: En Lauconne, en la región de Lyon, muerte de san Lupicino, abad, que, junto con su hermano san Romano, observó en los bosques del Jura las reglas monásticas.
refieren a este santo: San Eugendo
Después de la muerte de su esposa, Lupicino se retiró junto a su hermano san Román, que vivía en soledad. Entre los dos fundaron dos monasterios: Condat, llamado más tarde Saint-Oyend (S. Engendus), y luego Saint-Claude, y Lauconne, llamado más tarde San Lupicino. Los dos hermanos dirigieron al mismo tiempo la comunidad, pero Lupicino, por sí mismo más austero, se mostró más rígido que Román en el mantenimiento de la disciplina y la observancia de las reglas, y más severo en el reclutamiento de monjes. A la muerte de Román, hacia el 460, Lupicino asumió el gobierno de los dos monasterios.
Fue protector de los pueblos vecinos y, en especial, asumió la defensa del conde Agripino contra el rey de Borgoña. Murió en el 480. La biografía de Lupicino, Román y Oyend (Eugendus) fue redactada por un monje de Condat poco después de la muerte de este último, en el 516 o 17, del cual habría recogido la información. B. Krusch, que publicó el documento, le niega todo valor histórico, pero otros grandes especialistas, como Delehaye, Duchesne o Poupardin reconocen su validez. Hay también otra biografía de Lupicino y Román debida a san Gregorio de Tours, pero de menos valor.
Las reliquias de Lupicino fueron trasladadas un 3 de julio pocos años después de su muerte; un reconocimiento de los restos realizado en 1689 reveló que el cuerpo se había conservado intacto. Hasta la Revolución Francesa, el 6 de junio de cada año las reliquias eran solemnemente trasportadas desde San Lupicino hasta la iglesia del capítulo de San Claudio.
Usuardo inscribió la fiesta de san Lupicino el 21 de marzo, fecha que conservó el Martirologio Romano. Lupicino, Román y Oyend son reconocidos como santos benedictinos porque sus monasterios, en realidad anteriores a san Benito, adoptaron más tarde la Regla benedictina. En la actualidad Lupicino y Román se celebran en la diócesis de Besançon y de Belley en la misma fecha, el 28 de febrero.




Santa María de San Ignacio Thévenet, virgen y fundadora
fecha: 3 de febrero
n.: 1774 - †: 1837 - país: Francia
canonización: B: Juan Pablo II 4 oct 1981 - C: Juan Pablo II 21 mar 1993
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Lyon, en Francia, santa María de San Ignacio (Claudina) Thévenet, virgen, la cual, movida por la caridad, con ánimo esforzado fundó la Congregación de Hermanas de Jesús y María, para la formación espiritual de las jóvenes, especialmente de condición humilde.
Claudina Thévenet, la segunda de una familia de siete hijos, nace en Lyon el 30 de marzo de 1774. «Glady», como se la llama familiarmente, ejerce muy pronto una bienhechora influencia sobre sus hermanos y hermanas porque su bondad, delicadeza y olvido propio la llevan a complacer siempre a los demás. Tiene 15 años cuando estalla la Revolución Francesa. En 1793 vive las horas trágicas del asedio de Lyon por las fuerzas gubernamentales y, en enero de 1794, llena de horror y de impotencia, asiste a la ejecución de sus hermanos, condenados a muerte por represalia, después de la caída de la ciudad. Sus últimas palabras, «Perdona, Glady, como nosotros perdonamos», las hace muy suyas, las graba en su corazón y la marcan profundamente dando nuevo sentido a su vida. En adelante se dedicará a socorrer las innumerables miserias que la Revolución había producido. Para Claudina, la causa principal del sufrimiento del pueblo era la ignorancia de Dios y esto despierta en ella un gran deseo de darlo a conocer a todos. Niños y jóvenes atraen principalmente su celo apostólico y arde por hacer conocer y amar a Jesús y a María.
El encuentro con un santo sacerdote, el Padre Andrés Coindre, le ayudará a conocer la voluntad de Dios sobre ella y será decisivo en la orientación de su vida. En el atrio de la iglesia de San Nizier, el Padre Coindre había encontrado dos niñas pequeñas abandonadas y temblando de frío. Las condujo a Claudina quien no vaciló en ocuparse de ellas. La compasión y el amor hacia las niñas abandonadas son el origen de la Providencia de San Bruno en Lyon (1815). Algunas compañeras se unen a Claudina. Se reúnen en Asociación. Elaboran y experimentan un Reglamento y pronto la eligen como Presidenta. El 31 de julio de 1818 el Señor se deja oír por la voz del Padre Coindre: «hay que formar una comunidad. Dios te ha elegido», dijo a Claudina. Y así, el 6 de octubre de ese mismo año, se funda la Congregación de Religiosas de Jesús-María, en Pierres-Plantées, sobre la colina de la Croix Rousse. En 1820 la naciente Congregación se instalará en Fourviére (frente al célebre santuario) en un terreno adquirido a la familia Jaricot. En 1823 obtiene la aprobación canónica para la Diócesis del Puy y en 1825 para la de Lyon.
El fin inicial del joven Instituto era recoger las niñas pobres hasta los 20 años de edad. Se les enseñaba un empleo y los conocimientos propios de la escuela primaria, todo ello desde una sólida formación religiosa y moral. Pero querían hacer más, y Claudina y sus hermanas abrieron también sus corazones a niñas de clases acomodadas construyendo para ellas un pensionado. El fin apostólico de la Congregación será pues, la educación cristiana de todas las clases sociales con una preferencia por las niñas y jóvenes, y entre ellas, las más pobres.
Los dos tipos de obras se desarrollan simultáneamente a pesar de las pruebas que acompañarán a la Fundadora a lo largo de los últimos doce años de su peregrinación en esta tierra: la muerte dolorosamente repentina del Padre Coindre (1826) y de las primeras hermanas (1828); la tenacidad para impedir la fusión de su Congregación con otra también recién fundada; los movimientos revolucionarios de Lyon en 1831 y 1834 con todas las consecuencias que debieron sufrir los habitantes de Fourviére, por ser la colina punto estratégico de los dos bandos antagónicos. El insigne valor de la Fundadora no se deja intimidar por la adversidad, al contrario, emprende con audacia nuevas construcciones, entre ellas la de la Capilla de la Casa Madre, al mismo tiempo que se entrega a la redacción de las Constituciones de la Congregación. Las estaba ultimando cuando, a sus 63 años, la muerte llamó a su puerta. Era el 3 de febrero de 1837.


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