lunes, 11 de mayo de 2015

edafología


Conservación y restauración de suelos
Para hacer frente al deterioro de los recursos naturales, sin duda la mejor alternativa es utilizarlos bajo el enfoque del desarrollo sustentable, el cual, además de la satisfacción de las necesidades humanas, implica la sostenibilidad ambiental. Sin embargo, hacerlo realidad y llevarlo a la práctica no es fácil, ya que además del componente ambiental, existen una serie de factores sociales, económicos y políticos que hacen difícil eliminar las causas socioeconómicas que promueven la degradación de los suelos (por ejemplo, la pobreza). Impulsar el desarrollo del sector rural, fortalecer una ética de la tierra, mejorar los servicios de divulgación y del acceso a tecnología adecuada y asequible, asistencia en la comercialización y la superación de los obstáculos al comercio son algunas de los elementos necesarios para lograr un manejo sostenible del suelo. No obstante, es importante enfatizar que para lograr un manejo adecuado de los suelos, los programas de conservación de suelos deberán estar formulados con base en las premisas que imponen las condiciones específicas de cada región del país.

Como parte del acceso a la información sobre la situación de nuestras tierras en la Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, está contemplada la elaboración de inventarios de suelos, además de un conjunto de normas para ello. Esta Ley permite la compatibilidad entre inventarios y con ello, la posibilidad de hacer comparaciones temporales está garantizada, ya que los procedimientos para medir algunas propiedades del suelo (e. g.,fertilidad y salinidad) están bien establecidos. El marco normativo también contempla algunas acciones para la conservación y restauración de suelos.

El deterioro de los suelos en México afecta a numerosos componentes del medio social y natural, por lo que su gestión involucra varias instancias: Semarnat, Sagarpa, Sedesol, CNA, además de algunas organizaciones internacionales como la FAO e instituciones académicas y civiles. La larga experiencia acumulada en los esfuerzos por proteger los suelos alrededor del mundo ha dado como resultado que los enfoques sobre la conservación de los suelos hayan cambiado de esquemas. Antes solían concentrarse en las protecciones mecánicas, tales como bordos y terrazas, en buena medida para reducir la escorrentía mientras que ahora se prefiere una aproximación que enfatiza el uso de métodos biológicos de conservación que incluyen la integración de la conservación del agua y la protección del suelo a través del manejo de las relaciones suelos-planta-agua, así como la reducción de la alteración del suelo a través de la labranza (PNUMA-Earthscan, 2002).

México poco a poco se ha incorporado a esta tendencia. Tomando en cuenta que el uso del suelo y la cobertura vegetal están vinculados estrechamente con el deterioro del suelo, varios de los programas reseñados en el capítulo de vegetación tienen componentes ligados a la protección del terreno. De la misma manera, los programas orientados para atender el problema de la degradación de los recursos edáficos contemplan acciones relacionadas con el uso del suelo y su reconversión. El objetivo de los programas es básicamente lograr la reorientación de la producción hacia sistemas que preservan una cubierta vegetal perenne (ver Programas Institucionales para la Conservación y Rehabilitación de Suelos). Los programas contemplan simultáneamente instrumentos mecánicos, como las terrazas, bordos y drenes, métodos biológicos, como el control de la deforestación, la reforestación, la revegetación o la reconversión productiva hacia sistemas acordes con la vocación natural del terreno.

Dentro de los Programas Institucionales, el Programa de Suelos Forestales y el Programa Integral de Agricultura Sostenible y Reconversión Productiva en Zonas de Siniestralidad Recurrente (Piasre) han sido los más importantes en términos de la superficie atendida. En el periodo 2000-2003, el primero incorporó poco más de 1.2 millones de hectáreas, mientras que el segundo casi 1.1 millones. El resto de los programas atendió una superficie considerablemente menor (Figura 3.21).
Considerando que las tierras de temporal son las más degradadas en el país, desde hace más de 20 años se desarrolla un Programa dirigido a los Distritos de Temporal Tecnificado (DTT, también llamados Distritos de Drenaje). Estos Distritos son terrenos donde se practica la agricultura de temporal y han sido objeto de obras hidráulicas para frenar la acción erosiva del agua, ya que están localizados en zonas de alta precipitación o bien en las cuencas medias y altas que aportan grandes cantidades de sedimentos. Tradicionalmente los DTT han dependido de manera importante de drenes, represas y bordos que encauzan la escorrentía; en la actualidad se da paso a los métodos biológicos. En el país existen 16 DTT establecidos por el poder federal más 2 estatales (en Chiapas, por ejemplo, en conjunto suman una superficie de 2.45 millones de hectáreas y benefician a 83 mil 723 productores). La mayoría de los DTT están localizados a lo largo de la Sierra Madre Oriental, la Sierra Madre de Chiapas y la Península de Yucatán (Mapa 3.11).
Las zonas secas también han sido objeto de atención por diferentes instancias y programas. México fue el primer país en ratificar la Convención de Naciones Unidas para la Lucha Contra la Desertificación (UNCCD) en 1995, año en el cual ya se contaba con un Plan Nacional de Acción contra la Desertificación (PACD). Alrededor de este Plan se congregaron diferentes instancias de gobierno, la comunidad internacional y la sociedad civil. A pesar de ello, diversas limitantes presupuestales han impedido implementar plenamente los objetivos del PACD, por lo que se ha decidido trabajar a través de otras iniciativas para ver cumplidas sus metas: el Programa de Suelos Forestales y el Programa Integral de Agricultura Sostenible y Reconversión Productiva en Zonas de Siniestralidad Recurrente (Piasre), por ejemplo, tiene programas especiales para la reconversión productiva en zonas áridas. Otras instancias han dado lugar a la lucha contra la desertificación a través de diferentes acciones (Tabla 3.6).



Degradación de los suelos
El suelo es considerado un recurso natural frágil y no renovable, debido a que resulta difícil y costoso recuperarlo o, incluso, mejorar sus propiedades después de haber sido erosionado por las fuerzas abrasivas del agua y el viento o deteriorado física o químicamente. El suelo realiza un gran número de funciones clave tanto ambientales como económicas, sociales y culturales que son esenciales para la vida. Es indispensable para la producción de alimentos y el crecimiento vegetal, almacena minerales, materia orgánica, agua y otras sustancias químicas y participa en su transformación; sirve de filtro natural para las aguas subterráneas; es hábitat de una gran cantidad de organismos; proporciona materias primas para la construcción (arcilla, arenas, minerales, etc.) y es un elemento del paisaje y del patrimonio cultural.

La creciente demanda de alimentos para una población en crecimiento con patrones de consumo más intensos, constituye una enorme fuente de presión tanto sobre los ecosistemas naturales (para ser transformados en terrenos agrícolas o pecuarios), como sobre las tierras ya destinadas a estas actividades productivas, lo que favorece el deterioro del suelo.

La degradación de los suelos se refiere básicamente a los procesos desencadenados por las actividades humanas que reducen su capacidad actual y/o futura para sostener ecosistemas naturales o manejados, para mantener o mejorar la calidad del aire y agua, y para preservar la salud humana. Se estima que alrededor de 2 mil millones de hectáreas (15% de la superficie terrestre) en el mundo sufren algún tipo de degradación edáfica.

La erosión provocada por el agua es la forma más común de degradación del suelo en el mundo (Figura 3.4). Cada año los ríos acarrean al océano más de 24 mil millones de toneladas de tierra cultivable; si se juntara todo el suelo que ha sido arrastrado por la erosión hídrica en el mundo en los últimos 20 años, equivaldría a toda la capa de suelo cultivable de los terrenos agrícolas de Estados Unidos. Las causas más frecuentes de dicha degradación son el sobrepastoreo, la deforestación y las malas prácticas agrícolas (Figura 3.5, PNUMA-Earthscan, 2002). Por lo general, la degradación de suelos es más severa en los países en vías de desarrollo, aunque algunos de los más prósperos también enfrentan graves problemas.
Las primeras estimaciones de la magnitud de la degradación de los suelos del país se remontan a mediados de los 1940’s. Los primeros trabajos se enfocaron sólo a estimar la erosión, utilizaron métodos heterogéneos, con insuficiente trabajo de campo y, por tanto, llevaron a resultados muy divergentes. Los esfuerzos más recientes comenzaron en los 1990’s y han incluido no sólo la erosión sino también los varios procesos, particularmente aquellos relacionados con las actividades humanas, que conducen a la degradación del suelo. En 1997, la Semarnap produjo una carta escala 1:4 000 000 como resultado de la Evaluación Nacional de Degradación de Suelos. Esa carta fue luego utilizada como la base para obtener una evaluación más detallada (a escala 1:1 000 000) en 1999, que mostró que el 64% de los suelos del país estaban afectados por varios tipos y niveles de degradación y que sólo el 23% del país estaba ocupado por suelos que, de manera estable, sostenían actividades productivas, sin degradación aparente.

Aunque la evaluación de 1999 aportó información muy valiosa, su pequeña escala la hacía inadecuada para la toma de decisiones y para diseñar programas de manejo o de restauración de suelos. Por esta razón, en 2001-2002, y como parte del Inventario Nacional Forestal y de Suelos, la Semarnat comisionó la realización de una evaluación exhaustiva y más detallada (escala 1:250 000) de la degradación de los suelos inducida por el hombre.

Esta más reciente evaluación muestra que los suelos afectados por algún tipo de degradación1representan 45%de la superficie total del país; de esta superficie 5% presenta un deterioro severo o extremo y 95% queda ubicado dentro de los márgenes de ligero a moderado (Figura 3.6; Mapa 3.3).
En la degradación de suelos se reconocen dos procesos: 1) el que implica el desplazamiento del material del suelo, que tiene como agente causal a la erosión hídrica y la eólica y 2) el que se refleja en un detrimento de la calidad del suelo, tal como la degradación química y la biológica.

Los principales procesos causales de la degradación de los suelos en México son la degradación química, la erosión hídrica y la eólica, responsables en conjunto del 87% de la superficie afectada, con 34.9, 23 y 18.5 millones de hectáreas, respectivamente (Figura 3.7).
La degradación química del suelo está muy asociada a la intensificación de la agricultura en los últimos años. En prácticamente todos los suelos del país que muestran degradación química ésta se debe a la reducción de su fertilidad por pérdida de nutrientes. La península de Yucatán y amplias zonas de las planicies de Sinaloa y Tabasco muestran de manera importante este tipo de degradación (Mapa 3.4). Otros procesos que llevan a la degradación química son la contaminación y la salinización. La primera, en muchos casos, es debida a la presencia de sustancias extrañas en el suelo provenientes de tiraderos de basura, derrames, residuos industriales y deposición de compuestos acidificantes. La acumulación de sales en el suelo se presenta principalmente en las zonas áridas, las cuencas cerradas y las costas que tienen suelos naturalmente salinos (Mapa 3.4). El riego, ya sea que utilice agua de mantos acuíferos o aguas tratadas, puede agravar la salinidad cuando tiene concentraciones altas de elementos como el sodio. También un riego excesivo puede elevar el manto freático, formando salitre en la superficie. Los terrenos con drenaje deficiente y/o alta evaporación son particularmente susceptibles a este problema. La salinización puede convertirse en un problema severo, ya que la mayoría de las plantas reducen su desempeño en suelos salinos, lo que abate los rendimientos de las cosechas.
La erosión hídrica es el desprendimiento de las partículas del suelo bajo la acción del agua, dejándolo desprotegido y alterando su capacidad de infiltración, lo que propicia el escurrimiento superficial. Este tipo de erosión presenta dos modalidades, la primera con pérdida de la capa superficial, que ocurre cuando el agua fluye en forma más o menos homogénea por una zona arrastrando la capa superior del suelo – que es la que contiene más nutrientes y materia orgánica -, reduciendo su fertilidad. La segunda se presenta cuando el flujo del agua se concentra en un cauce donde la erosión es más rápida, de modo que va abriendo una zanja cada vez más profunda, conocida como “cárcava”, en cuyo caso se dice que hay deformación del terreno. Las zonas afectadas por erosión hídrica alcanzan el 11.8% del territorio nacional (Tabla 3.1). Este tipo de erosión tiene lugar sobre todo en las zonas montañosas (ver Zonas frágiles dentro de este capítulo). Una excepción notable es la península de Baja California, que no muestra señales de erosión hídrica pesar de contar con importantes montañas (Mapa 3.5). Los estados que presentan una mayor proporción de su superficie afectada por este tipo de erosión son: Guerrero (31.5%), Michoacán (26.5%) y el Estado de México (24.7%). En contraste, los estados que no mostraron efectos de la erosión hídrica son: Campeche, Yucatán y Quintana Roo.
Cuando el viento es el agente que provoca la erosión, ésta se conoce como erosión eólica yafecta poco más del 9% del territorio nacional (17.6 millones de hectáreas). Los estados con la mayor proporción superficial afectada son: Tlaxcala (26.1%), Chihuahua (25.9%) y Nuevo León (18.87%) (Tabla 3.2). Los estados que no registran este tipo de erosión son: Campeche, Chiapas y Tabasco. Este tipo de erosión se presenta sobre todo en las zonas secas del norte del país, aunque se encuentran también pequeñas áreas dispersas a lo largo de todo el territorio nacional (Mapa 3.6), es nula o indetectable en aquellos lugares con abundante vegetación y donde la velocidad del viento es muy baja, como en una gran porción del estado de Chiapas, hacia las áreas selváticas de la península de Yucatán, en una franja desde los Chimalapas en Chiapas hasta la región de la Huasteca Potosina, en la región de El Cielo en Tamaulipas y la Sierra de Nayarit principalmente.
Para la erosión eólica se reconocen las mismas dos modalidades que para la erosión hídrica: pérdida de la capa superficial y deformación del terreno (cuando se forman dunas). Sin embargo, la deformación por viento no es un problema extendido en México (85 mil hectáreas), mientras que la que está asociada al agua comprende más de 2 millones de hectáreas. En el caso de la deformación por viento, predomina la ligera (Figura 3.8). La movilidad del sustrato es muy alta en las cárcavas y en las dunas, por lo que las pocas plantas que llegan a germinar en estas condiciones son arrastradas junto con el suelo cuando aún son pequeñas, lo que favorece que no se desarrolle vegetación que pueda retener el terreno y, con ello, frenar la degradación.
Por último, la degradación física se refiere principalmente a la pérdida de la capacidad del sustrato para absorber y almacenar agua. Esto ocurre cuando el suelo se compacta (por ejemplo, por el tránsito de vehículos o animales), se endurece (encostramiento) o es recubierto (urbanización). Aunque este tipo de degradación no afecta grandes extensiones del país, si es importante debido a su alto impacto, ya que es un proceso prácticamente irreversible. La superficie afectada deriva en la pérdida de la función productiva de estos terrenos.

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