lunes, 18 de mayo de 2015

historia del arte


Las cuevas de Altamira


Los dibujos de Altamira representan animales relacionados con la caza del momento, sobre todo bisontes, aunque también están presentes ciervos, jabalíes, caballos, etc. Las técnicas usadas para la confección de estas decoraciones combinan la pintura (aplicada con un rudimentario pincel, con las manos o bien soplando) y el grabado, mediante la utilización de pedernal. Así, el conjunto de la “Gran Sala de los Polícromos”, está formado por más de 70 grabados sobre la piedra de la bóveda, aparte de prácticamente 100 figuras pintadas.
Las decoraciones pictóricas de esta cueva cántabra se realizaron con pigmentos extraídos de la naturaleza. De hecho, se cree que los materiales usados pudieron ser obtenidos en el interior de la misma caverna. La gama de colores, bastante reducida aunque de mucha fuerza y durabilidad, consiste básicamente en tonalidades ocre rojo sangre y parduzco, para el interior de las figuras. Además, se usó un óxido de manganeso, que servía para realizar el perfilado en negro, siempre presente en estas pinturas para delimitar los espacios pictóricos.
Las pinturas y grabados de Altamira dan fe de la gran destreza y la capacidad expresiva de unos pueblos dedicados básicamente a la caza y la recolección. A menudo se ha afirmado que este tipo de representaciones tenía tan sólo un carácter pragmático, de invocación para la cacería, teoría que pierde fuerza si tenemos en cuenta la propia idiosincrasia de las figuras, entre las que no aparece plasmado ningún cazador, animal agónico ni arma alguna. Tampoco se trata de un tipo de obras simplemente ornamentales o decorativas, sino de elementos relacionados con los ritos, ideados por un líder espiritual del grupo, y de carácter colectivo y social. A través de ellas se expresaba la manera que tenía éste de entender el mundo, de relacionarse con el entorno y de interactuar con él.
Poseen detalles que sorprenden por su habilidad, como el hecho de que se valieran de los salientes de las rocas para componer los volúmenes de los cuerpos de los animales que debían representarse. Ello es particularmente apreciable en el grupo de los bisontes encogidos, de la “Gran Sala de los Polícromos”, así como el rostro existente en la sala conocida como “Cola de Caballo”.
De entre los animales representados en la “Gran Sala de los Polícromos”, hay que destacar la figura de una cierva roja, situada en el extremo izquierdo de la bóveda. Ésta sobresale por sus grandes dimensiones (algo más de 2 metros), así como por su emplazamiento. Está colocada en un espacio periférico, aislada del resto, entre las múltiples representaciones de bisontes que caracterizan el espacio. Su cuerpo, bícromo, combina un color rojizo con un tono ocre. Sin lugar a dudas, dada su situación y su tratamiento, esta pintura ocupaba un lugar destacable en el conjunto.
Otra de las figuras que puede remarcarse en este espacio es el bisonte enfurecido, ocupando un espacio cercano al de la cierva. Su cuello y cabeza, levantados para mugir, le diferencian del grupo, distinción que se ve agudizada debido a las deformaciones expresivas a las que se sometió su cuerpo, cuyo perímetro hubo que acoplar al relieve de la bóveda. Las tonalidades usadas para dar color a esta figura son también especiales, ya que se hallan entre las más oscuras de todo el espacio.
Finalmente, la presencia de los bisontes recostados termina de imprimir el carácter de las pinturas de esta “Gran Sala de los Polícromos”. Sus cuerpos, sin movimiento -tal vez descansando, tal vez pariendo- se acoplan completamente a los salientes de la bóveda, resultando un bellísimo espectáculo de ingenio y agudeza aplicados al arte.
Las cuevas de Altamira, abiertas al público en 1917, fueron declaradas Monumento Nacional en 1924. Sin embargo, sus pinturas fueron degradándose, por lo que se decidió cerrarlas a los visitantes. Paralelamente, en el año 2001 fue inaugurado el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, que contenía una réplica exacta de la bóveda de la “Gran Sala de los Polícromos”.
Cabeza de bisonte
Cabeza de bisonte, en Altamira (Cantabria). Pintada en negro, se localiza en la parte central izquierda de la "Gran Sala de los Polícromos" de esta cueva. Como puede observarse, es el contorno de la figura de un bisonte lo que aparece representado. Son múltiples las formas con las que han sido plasmados los animales en esta sala. Al parecer las figuras pintadas en rojo fueron las primeras; posteriormente, se les añadieron varias pinturas negras, las figuras con policromía y finalmente figuras en negro.





Arte levantino

Las primeras pinturas del Levante español fueron descubiertas en 1903 por Juan Cabré. Y los últimos estudios las sitúan en el Neolítico. Jordá establece una relación entre el arte levantino y el final del mundo neolítico, siendo paralelo al fenómeno del megalitismo.
La pintura rupestre levantina se extiende por la zona montañosa cercana al Mediterráneo, desde Huesca y el sur de Cataluña hasta Almería, penetrando igualmente en las provincias actuales de Teruel, Cuenca y Albacete. Se concentra básicamente en Castellón y Valencia, teniendo como marco las covachas y las paredes rocosas al aire libre. Esta es una de las principales particularidades que la distinguen de otras pinturas prehistóricas anteriores a ella. A pesar de encontrarse ciertos caracteres particulares según las zonas, sí cabe hablar de una cierta homogeneidad de estilo entre ellas.
El clima unifica una nueva manera de vivir. La elevación de la temperatura y el aumento del grado de humedad traerá un ascenso de la población y, por consiguiente, la necesidad de una nueva manera de sobrevivir: la agricultura y la ganadería. En este sentido cabe hablar de la existencia de una divinidad femenina relacionada con la agricultura y con la caza (Agua Amarga, Cueva de los Caballos).
Cabe destacar el predominio de las escenas sobre las figuras aisladas que encontrábamos en las pinturas anteriores; se trata, en su mayor parte, de representaciones humanas combinadas con figuras de animales de intenso contenido narrativo. El hombre pasa a ser el protagonista.
Los procedimientos técnicos en la pintura levantina son semejantes a los del Paleolítico: los pigmentos naturales eran triturados y diluidos con grasas animales y claras de huevo. Seguramente se utilizaban unos pinceles hechos de plumas de ave para su aplicación. Las figuras eran realizadas sin preparación en la roca.
Domina la monocromía (rojo -procedente de almagres y ocres-, negro y, muy raramente, blanco), con tintas planas para contornos y siluetas. Se rellenaba totalmente de color la silueta de la figura, tanto humana como animal, aunque también se ha encontrado algún ejemplo en que únicamente existe el contorno y la parte interna con escasos trazos. Precisamente, la utilización de la tinta plana refleja una pobreza de medios de expresión que se atenuó con el gusto por el movimiento que tenían esos pueblos. La creación de una perspectiva basada en la línea oblicua de fuga, en cuya dirección se ordenaban las figuras, fue de capital importancia para conseguir sus objetivos de movimiento.
Un ejemplo de esta aportación se encuentra en la serie de arqueros en el Charco del Agua Amarga. Otra de las importantes novedades del arte levantino fue la disposición de las figuras dentro de un encuadre romboidal dispuesto oblicuamente, como en la escena de caza representada en la Cueva Remigia de Ares del Maestre (Castellón). Hábilmente también, el hombre levantino supo aprovechar magníficamente los salientes o huecos de una roca, como la Cueva de la Araña de Bicorp (Valencia), creando distintos niveles de profundidad.
Tanto las figuras antropomorfas como zoomorfas representadas reflejan el nuevo clima reinante en todo el Levante español. Así, las vestimentas apuntan a un clima suave y seco. También la fauna representada es muy significativa de las nuevas condiciones. La cabra fue objeto de caza, aunque también encontramos algún ejemplo, como en la Cañada de Marco, en que aparece domesticada junto al rebaño y el pastor. El toro aparece solo o en rebaños y, posiblemente, domesticado. El ciervo resume perfectamente el nuevo marco físico protagonizado por las praderas.
Además de esta particular presencia, cabe destacar cómo el animal es concebido como elemento participante en una escena, tanto venatoria como religiosa. Igualmente cabe hablar de escenas relacionadas con cultos zoolátricos o antropomorfos. Uno de los ejemplos más representativos es el culto al toro, de gran tradición en el Mediterráneo, con escenas de ofrendas, sacrificios, danza ritual (Dos Aguas) y de tauromaquia (Cogull, La Gasulla, Los Grajos). El animal es igualmente representado en escenas de caza.
El hombre, sin embargo, y como se ha señalado, es el verdadero protagonista, ya representado como cazador, arquero o jefe de guerra. Jordá apunta la idea de que en esas escenas se está viviendo un claro ejemplo de una nueva sociedad agrícola y ganadera, y no tanto de una comunidad recolectora o cazadora propia del Paleolítico. Así, junto a escenas de recolección de miel (La Araña) o de aceituna (La Sarga), se han hallado escenas de un posible arado (Dos Aguas) y de algún rebaño de cabras (Cañada de Marco) o de toros (Arpera).
Por lo que respecta a la figura humana, cabe dejar constancia de una posible organización social basada en fuertes estructuras militares. Así, el varón aparece siempre como guerrero y cazador, mientras que la mujer se representa en escenas religiosas y agrícolas. Al mismo tiempo, la presencia de las figuras importantes de la sociedad, de mayor tamaño que las otras, o más ataviadas, apunta a una sociedad fuertemente jerarquizada.
Uno de los ejemplos más claros viene dado en las escenas de batallas o cacería, en las que el jefe de guerra o de caza se distingue del resto de los personajes por su mayor tamaño o por sus adornos.
Otro de los puntos a destacar como novedad es la vestimenta, que apuntaría tanto a un nuevo clima como a un nuevo gusto: la vestimenta femenina incorpora una falda más o menos acampanada, que en algunas ocasiones está decorada por franjas verticales u horizontales. Igualmente se presta atención a los complementos de decoración, tales como las cintas o diademas y tocados de pluma.
Vaso neolitico
Vaso neolítico, procedente de la Cueva de los Murciélagos en Zuheros (Museo Arqueológico, Córdoba, España). El fondo del vaso es liso y está decorado con líneas incisas, con un acabado sencillo. Presenta una decoración a la "almagra", que es la aplicación de un colorante rojizo que se obtiene del óxido de hierro. Esta técnica se conocía en períodos anteriores, pero no había sido fechada hasta el momento de este hallazgo en el Neolítico.

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