martes, 19 de mayo de 2015

historia del arte


Arte neobabilónico


El arco y la bóveda son dos elementos constructivos utilizados ya por las civilizaciones que habitaron la antigua Mesopotamia. Las bóvedas, en realidad formadas por una serie de arcos colocados paralelamente, fueron empleadas desde el comienzo mismo de la arquitectura. Pero a pesar de su uso, todavía se está muy lejos de la aparición de la verdadera bóveda, de empuje y con clave, de tipo etrusco y romano.
A pesar de que no desempeñaron ningún papel protagonista en la arquitectura monumental, las civilizaciones mesopotámicas usaron varios tipos de bóvedas, aunque la falsa bóveda, formada de ladrillos que sobresalían hacia dentro, fue la más utilizada.
Se conocía la bóveda, pero las columnas se utilizaron relativamente poco, prefiriéndose las pilastras y las paredes para sostener los techos de los edificios. La forma entrecruzada de verticales y horizontales fue una característica común en estas civilizaciones, motivo por el cual el uso de la bóveda carecía de importancia. En realidad, no se produjo una utilización sistemática de estos elementos constructivos. Su empleo no llegó a crear estructuras monumentales, sino que permaneció debajo de la tierra, escondida, sin ser visible. Nunca tuvieron una proyección exterior en los edificios mesopotámicos. Básicamente su empleo se reducía a estructuras interiores o secundarias y no para una arquitectura monumental. La bóveda nunca fue acentuada exteriormente ni siquiera hecha visible. Permaneció debajo de la tierra.
Como se concedía poco valor al espacio interior, estas formas básicas de abovedamiento recibían un uso secundario, sin presentar una intencionalidad propia.
Esta falta de interés por el aspecto externo se aprecia claramente en los famosos Jardines Colgantes, pertenecientes a la Babilonia de Nabucodonosor II, que reinó durante los siglos VII y VI a.C, en el período conocido como neobabilónico. Su largo reinado se caracterizó no sólo por innumerables campañas militares, sino también por sus construcciones. Ya los testimonios más antiguos, como el del historiador griego Heródoto, del siglo V a.C, demuestran lo esplendoroso de la ciudad. El autor griego, maravillado, había escrito como “No hay ninguna otra ciudad que se le aproxime en magnificencia”.
Efectivamente, Nabucodonosor II llevó a su apogeo el poderío del Imperio neobabilónico, caracterizado por un breve período de esplendor, magnificencia y riqueza. Es el momento de la reconstrucción de la ciudad de Babilonia. Nabucodonosor hizo de su capital un centro de edificios riquísimos, entre ellos el famoso templo de Marduk con el altísimo zigurat, o sus espectaculares Jardines Colgantes. Y otros muchos bellísimos edificios de los cuales sus habitantes estaban muy orgullosos.
Entre esas obras destacan por el uso que se hace del arco y la bóveda, los Jardines Colgantes. Babilonia fue conocida en todo Oriente por sus exóticos Jardines, terminados hacia el 600 a.C. y destruidos en el 482.
Formaban parte del palacio imperial, y constituían todo un alarde arquitectónico. Las bóvedas de cañón utilizadas en estos jardines hacían la función de subestructura, es decir, hacían de cimientos invisibles. Este uso demuestra pues la falta de interés por el aspecto externo.
Fue Koldewey, el arqueólogo alemán, quien encontró estas construcciones abovedadas que tanto llamaron la atención por estar construidas en piedra, en lugar de ladrillo. En cambio, la arquitectura mesopotámica no utilizó casi bien la piedra, pues este tipo de material es escaso o inexistente en la región. Conocemos bien esta nueva Babilonia de los siglos VII al VI a.C, gracias a los trabajos gigantescos del alemán Koldewey. En ninguna parte, en ningún lugar del mundo, los excavadores encontraron tales dificultades. Mientras que normalmente basta excavar a dos, tres o seis metros, Koldewey tuvo que remover masas de tierra de doce y a menudo de veinticuatro metros de altura, y esto durante diecisiete años, sin descanso. El primer objetivo que se fijó Koldewey fue la muralla descrita por Heródoto.
Lo que encontró prueba que las informaciones del historiador griego no eran exageradas: la muralla estaba formada por dos muros paralelos de ladrillo, de más de siete metros de anchura, y el espacio de doce metros que los separaba había sido rellenado de tierra en toda su altura. Además, una torre a cada cincuenta metros reforzaba el recinto. Koldewey calculó que debía haber un conjunto de trescientos cincuenta torres, lo que constituye la mayor obra de fortificación nunca vista.
Todas estas cifras dan idea de la gran capital que protegía tal muralla. Para resumir, hay que referirse a los tres hallazgos más importantes de Koldewey: un palacio junto a una puerta, una avenida y una torre sagrada o zigurat.
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Toro sagrado de Ishtar (Museo de Babilonia). Este relieve realizado sobre cerámica policroma procede del riquísimo conjunto ornamental de la puerta de Ishtar. El toro representaba un símbolo de renacimiento, de fertilidad y de fecundidad, ofreciendo una bienvenida esperanzadora de prosperidad a todos los visitantes de la ciudad.


El palacio era una verdadera ciudad que Nabucodonosor no cesó de engrandecer hasta el fin de su reinado; pero las excavaciones no han proporcionado objetos artísticos porque Babilonia fue saqueada durante siglos por los árabes. La fachada principal daba sobre la avenida procesional a la que nos referiremos en seguida; allí se abría el vestíbulo, con sus salas de guardia, que comunicaba inmediatamente con el primero de los tres grandes patios del palacio. Grandes puertas monumentales enlazaban entre sí los tres patios, el último de los cuales venía a ser una antesala del salón del trono. Esta era la cámara mayor del gigantesco edificio y medía 52 metros de largo por 17 de ancho. Sus paredes, en el sentido de la longitud, tienen un espesor de 6 metros, lo que hace pensar que sostenían una bóveda, pues se hace difícil pensar que Nabucodonosor hubiera podido procurarse vigas de más de diecisiete metros. El tercer patio debía servir para ceremonias, como sugiere su rica decoración mural de cerámica vidriada que reviste las cuatro paredes como un permanente tapiz de maravillosos dibujos verdes y azules, de un esplendor frío, extraño, bárbaro. También el gran Palacio que Nabucodonosor II construyó, y que no cesó de engrandecer hasta su muerte, contenía, según parece, la bóveda. Ésta debió sustentarse sobre las paredes de la cámara mayor del edificio, que medían 52 metros de largo por unos 17 metros de ancho, con un espesor de 6 metros de longitud.
Uno de los ángulos del palacio se apoyaba en la famosa Puerta de Ishtar, hoy reconstruida en el Museo de Berlín, donde se inicia la avenida procesional. Allí fue donde Koldewey encontró unas construcciones abovedadas que llamaron la atención desde el primer momento porque estaban construidas en piedra, y no en ladrillo como toda la ciudad, y por que se encontró también un pozo con señales de haber tenido una máquina elevadora de agua semejante a una noria. Todos los antiguos textos que hablan de Babilonia dicen que en el único lugar en que se empleó la piedra fue en los jardines colgantes. Heródoto, siempre aficionado a fantasear, dedica un largo párrafo a estos jardines que los griegos consideraban una de las siete maravillas del mundo. Después de una cuidadosa compulsación de los textos antiguos y de una detenida exploración arqueológica, Koldewey pudo afirmar que las construcciones abovedadas del ángulo más cercano a la Puerta de Ishtar eran realmente la base de sustentación de los admirados Jardines Colgantes de Babilonia.
Los textos antiguos que hablan de Babilonia comentan que en el único sitio donde se utilizó la piedra fueron en estos Jardines Colgantes, citados por Heródoto, y confirmados por el mismo Koldewey.
Para terminar, hay que hacer referencia al zigurat de Babilonia o Torre de Babel, llamada en las inscripciones neobabilónicas E-temen-an-ki (“casa de los cimientos del cielo y de la tierra”). Era una torre escalonada de siete pisos, coronada por un templo situado en la cima, a 90 metros de altura.
Los cimientos excavados por Koldewey formaban un cuadrado también de 90 metros de lado. La altura del primer piso era de 33 metros. Koldewey calculó que debieron emplearse ochenta y cinco millones de ladrillos para levantar esta construcción gigantesca cuya masa dominaba todo el paisaje.
Cuando Babilonia fue conquistada por Ciro el año 539 a.C, el monarca persa respetó esta construcción, fascinado por sus proporciones colosales. Heródoto que visitó Babilonia hacia el año 458 a.C, hizo una descripción tan detallada de la torre que cabe suponer que todavía se encontraba en perfecto estado. Pero Alejandro Magno ya la encontró en ruinas cuando pasó por Babilonia a su regreso de la India; Estrabón cuenta que -sugestionado también por aquellos restos monumentales- puso a trabajar diez mil hombres de su ejército en la extracción de los escombros.
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Zigurat E-temen-an-ki (Babilonia). La culminación de la arquitectura religiosa mesopotámica es el templo de Marduk confundido en el Antiguo Testamento con la Torre de Babel. Heródoto, en su libro de Historia, la describía con sus puertas de bronce, su construcción a modo de alcázar y con estadios superpuestos uno sobre el otro hasta alcanzar la altura de ocho torres consecutivas. Arriba se encontraba la capilla y, dentro, una cama magníficamente dispuesta junto a una mesa de oro, una hermosa habitación privada para el dios y la única mujer nativa que tuviera el privilegio de ser escogida por los sacerdotes del templo, según los escritos del historiador latino.

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