sábado, 10 de febrero de 2018

Santos por meses y días

santos del día 7 de febrero


El rey San Ricardo el Sajón es un mítico rey y santo inglés del siglo VIII. Su fiesta se conmemora el 7 de febrero.
Su historicidad, al igual que la de el también rey San Lucio, es puesta en duda por algunos autores. Sobre todo el hecho de que se le considere rey cuando, probablemente, sería señor de un gran feudo equiparable a un pequeño reino de la época. Algunos autores lo consideran príncipe de Wessex.
Parece ser un hecho histórico que hizo una larga peregrinación por Francia con la intención de llegar a Roma acompañado de sus dos hijos, San Wilibaldo y San Winebaldo, pero murió en el camino (en Lucca) donde fue enterrado en la basílica de San Frediano. Una crónica de ese viajes fue escrita por la religiosa Hugeburc de Heidenheim en un libro conocido como Hodoeporicon o Vida de San Willibaldo donde se cita algunos puntos por los que pasaron los peregrinos y que es un buen testimonio de las primeras vías romeas.1
No tardó en ser venerado como taumaturgo (sanador) y santo. Se debe recordar que en aquella época las canonizaciones se realizaban por aclamación popular.
El santo rey tuvo tres hijos que le acompañaron en su peregrinación y que fueron asimismo venerados como santos durante la Edad Media:

Fuentes[editar]

En el martirologio se le nombra como "sanctus Richardus rex Anglorum". Además de esta pequeña referencia, del santo sólo se conserva un documento titulado Hodoeporicon, probablemente compuesto por una religiosa de su familia o cercana a su principado.

Waldburg Pfarrkirche Hochaltar Richard.jpg
Estatua de San Ricardo el Sajón en Waldburg
NombreRicardo, rey de Inglaterra.
Nacimientodesconocida, en el siglo VIIReino de Wessex
HijosWalburga
Fallecimiento722
LuccaItalia
Venerado enIglesia católica
Festividad7 de febrero








San Gil María De San José (1729-1812)
Texto de L’Osservatore Romano
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Gil María de San José, en el siglo Francesco Antonio Pontillo, nació en el seno de una familia sencilla y cristiana, y desde muy joven tuvo que trabajar en el mantenimiento del hogar, al perder a su padre; cuando se vio dispensado de esta tarea, ingresó en los «Alcantarinos» de la Orden Franciscana. Su vida religiosa la pasó en Nápoles, donde edificó a todos por la sencillez de una vida de portero, cocinero y limosnero, llena de amor y benevolencia sobre todo hacia los más pobres.
Nació en Tarento (Taranto, Italia) el 16 de noviembre de 1729 y fue bautizado con el nombre de Francesco Antonio. Experimentó desde su infancia la pobreza. A los dieciocho años, a consecuencia de la muerte de su padre, recayó sobre él la responsabilidad de mantener a la familia. Su fe cristiana le ayudó a superar las dificultades y a confiar siempre en la providencia de Dios.
En febrero de 1754, tras proveer adecuadamente a las necesidades de su familia, fue admitido por los Frailes Menores «Alcantarinos» en el convento de Galatone (Lecce, Italia).
El 28 de febrero de 1755 emitió la profesión religiosa y fue destinado como cocinero al convento de Squinzano (Lecce).
Tras residir unos días en el convento de Capurso (Bari), fue destinado al hospicio de San Pascual (Nápoles), donde permaneció casi 53 años, ejerciendo, alternativamente, los oficios de cocinero, portero y limosnero, con edificación de todos, especialmente de los numerosos pobres que acudían al convento para recibir de él una ayuda o una palabra de consuelo.
Con solicitud franciscana y caridad activa, consagró todas sus energías al servicio de los pobres en Nápoles, que en aquellos difíciles años sufría escandalosas formas de pobreza, principalmente por las vicisitudes políticas.
Innumerables fueron los prodigios que acompañaron la misión de bien y de paz de fray Gil María, hasta el punto de merecerle, ya en vida, el apelativo popular de «Consolador de Nápoles».
«Amad a Dios; amad a Dios», solía repetir a cuantos encontraba en su diario peregrinar por las calles de la ciudad. Los nobles y doctos gustaban conversar con este franciscano de palabra sencilla e impregnada de fe. Los enfermos encontraban en él consuelo y fuerza para sobrellevar sus sufrimientos. Los pobres, los marginados y los explotados descubrían en el humilde limosnero el rostro misericordioso del amor de Dios.
Su vida fue, con todo, esencialmente contemplativa. Pasaba noches enteras en oración ante el santísimo Sacramento; sentía un gran amor a la Natividad del Redentor; y profesaba una tierna devoción a la Virgen María, Madre de Dios, y a los santos. Su «contemplación en la acción» fue justamente lo que le hizo ver el sufrimiento y la miseria de los hermanos y lo que le convirtió en llama de ternura y caridad.
Con fama de santidad, murió a las doce horas del día 7 de febrero de 1812, primer viernes de mes, en el momento mismo en que sonaban las campanas de la iglesia franciscana, invitando a venerar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno de la Virgen María.
Anunciar el amor de Dios al hombre fue la misión que la Providencia asignó a este humilde franciscano en un contexto social lacerado por luchas y discordias. En él manifestó el Padre su amor a los marginados y olvidados. Fue testigo del amor con su palabra sencilla, y sobre todo con su vida pobre y alegre, que confirmaba a los hermanos en la certeza de que Dios vive y actúa en medio de su pueblo.
Pío IX declaró la heroicidad de sus virtudes el día 24 de febrero de 1868. León XIII lo beatificó el día 5 de febrero de 1888, y Juan Pablo II lo canonizó el día 2 de junio de 1996.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 31 de mayo de 1996]
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De la homilía de Juan Pablo II en la misa de canonización (2-VI-96)
La iglesia proclama hoy la gloria de Dios manifestada en la santidad de vida de Gil María de San José. Auténtico hijo espiritual de san Francisco de Asís, Gil vivió el ardor de una caridad sin límites gracias a la contemplación de los misterios de Cristo, inspirando su propio camino espiritual en la humildad de la Encarnación y en la gratuidad de la Eucaristía.
Supo estar atento a las necesidades de las personas que encontraba, tanto en la realización de las tareas más humildes de la fraternidad como en el servicio a los pobres. En sus peregrinaciones diarias por las calles de Nápoles, donde vivió durante muchos años, llevó la palabra evangélica de reconciliación y de paz a un ambiente afectado por tensiones sociales y caracterizado por situaciones de extrema pobreza, tanto económica como espiritual.
Nadie quedaba excluido de su atención solícita. Manifestaba este afecto espiritual con la exhortación evangélica: «¡Amad a Dios, amad a Dios!», invitando así a todos a la conversión del corazón a Dios, «compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad» (Ex 34,6), que, como proclama el pasaje evangélico de hoy, «tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único» (Jn 3,16).
Es muy actual este mensaje, que recuerda el amor y la lealtad de Dios. El mundo tiene necesidad urgente de creer en el amor de Dios. San Gil, con su existencia humilde y alegre, mereció el apelativo de «consolador de Nápoles». Su recuerdo sigue vivo y su ejemplo invita a los cristianos de nuestro tiempo a vivir plenamente el evangelio de las bienaventuranzas, respondiendo con la santidad al amor de Dios, que el Espíritu Santo derrama en nuestro corazón.
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Del discurso de Juan Pablo II a los peregrinos (3-VI-96)
San Gil María de San José, nacido en Pulla y napolitano de adopción, fue dócil instrumento en las manos de Dios para impulsar a los hombres a la conversión y revelarles la infinita ternura del Padre celestial, rico en bondad y en misericordia. Con sencillez franciscana en una vida auténticamente pobre, san Gil María de San José fue un heraldo eficaz del Evangelio, que comunicó a sus contemporáneos, sobre todo con el testimonio de la caridad, mediante la cual supo hacerse cargo de los sufrimientos de los más necesitados.
El «Consolador de Nápoles», como lo llamaban en su tiempo, vivió en la familia espiritual del Poverello de Asís inspirándose, en particular, en el ejemplo de la Madre del Señor. Al igual que María, cantó el «Magníficat», alabando con su misma existencia a Aquel que sacia hambrientos y siembra alegría en el corazón de los oprimidos y de los que sufren. Que el nuevo santo nos ayude a ser gozosos dispensadores de la alegría que viene de lo alto, testimoniando valientemente en la sociedad la presencia viva de Cristo y la fuerza transformadora del Evangelio.








San Juan de Triora Lantrua, presbítero y mártir
fecha: 7 de febrero
n.: 1760 - †: 1816 - país: China
canonización: B: León XIII 27 may 1900 - C: Juan Pablo II 1 oct 2000
hagiografía: Directorio Franciscano
Elogio: En la ciudad de Changsha, en la provincia de Hunan, en China, san Juan de Triora (Francisco María) Lantrua, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores y mártir, quien, después de prolongados tormentos padecidos en cruel prisión, pereció estrangulado.

Nació en Triora (Liguria, Italia) en 1760. A los 17 años vistió el hábito franciscano en Roma. Ordenado de sacerdote y después de ejercer con gran provecho el ministerio sagrado en su Provincia religiosa, y de ejercer como profesor de Filosofía (Tívoli) y Teología (Tarquinia), fue destinado a las misiones de China en 1798.
Durante largos años, ayudado por catequistas generosos y por antiguas familias cristianas que habían sobrevivido, ejerció un intenso apostolado, recorriendo incansable inmensos territorios de las provincias de Hunan y de Chensi, predicando y bautizando. Consciente de que el autor de toda gracia es Dios, se entregaba a una intensa vida de oración y de penitencia. En 1815 se exacerbó la persecución contra la Iglesia y Juan fue hecho prisionero. Sufrió largos meses de cárcel y torturas, y murió estrangulado en Ciansi (Hunan) el 7 de febrero de 1816. Fue canonizado por Juan Pablo II el año 2000.








San Lorenzo de Siponte, obispo
fecha: 7 de febrero
†: c. 545 - país: Italia
canonización: culto local
hagiografía: Santi e Beati
Elogio: En Siponte, de la Apulia, san Lorenzo, obispo.

La figura del santo obispo de Siponto, ha dado origen a dos versiones de su «Vita», que con el tiempo se fueron entremezclando, creando un poco de confusión, sobre todo en relación a sus primeros tiempos. Las dos fueron redactadas algunos siglos después de la muerte del santo, pero la escrita en la segunda mitad del siglo IX parece ser la más ajustada a la verdad. En todo caso las dos coinciden en que Lorenzo era originario del Oriente, de Constantinopla.
La sede de Siponto (que en la actualidad se llama Manfredonia, desde 1256, en honor del Rey Manfredo) quedó a finales del siglo V, luego de la muerte de su obispo Félix, vacante por un año, a causa de las luchas políticas. Pero vuelta la paz, los sipontinos enviaron una delegación a Constantinopla para pedir un sucesor. Esto debió haber ocurrido en los últimos años del siglo, pero cuando Siponte estaba aun bajo la órbita de Bizancio, ya que precisamente desde el siglo V hasta el VIII la zona estuvo más bien bajo dominio romano.
El emperador de Oriente, Zenón, vivo aun en el 491, designó a su pariente Lorenzo, el cual aceptó y partió llevando consigo las reliquias de san Esteban y de santa Ágata. En este punto las noticias divergen, y una dice que él fue consagrado obispo en Constantinopla, mientras que la otra afirma que fue primero a Roma para ser consagrado por el papa Gelasio I (492-496).
Hecho obispo de Siponto, ciudad estratégica por su posición sobre el Adriático, el nombre de Lorenzo, además de sus méritos como pastor de almas, quedó unido a un hecho importante en la tradición religiosa durante siglos: la aparición del Arcángel Miguel sobre el monte Gargano.
Era cerca del año 490 y un propietario del lugar, de nombre Elvio Emanuel, había perdido el más bello toro de su ganadería, después de una larga búsqueda lo encontró escondido dentro de una caverna inaccesible. Visto que no podía hacerlo salir, decidió matarlo, y tomó una flecha de su aljaba, pero la flecha, inexplicablemente, en vez de darle al toro le dio al tirador. Confundido, fue a contarle el suceso al obispo; el obispo prescribió tres días de oración y ayuno, y al tercer día el arcángel san Miguel se le manifestó al obispo para indicarle que se consagrara esa gruta al culto cristiano. Pero Lorenzo dudó en darle crédito al pedido de san Miguel, porque en la montaña donde se encontraba estaba aun muy vivo el culto pagano.
Después de dos años Siponto fue asediada por el bárbaro Odoacro; las fuerzas cristianas estaban ya cercadas, pero san Lorenzo consigió del rey una tregua de tres días, que los pobladores y el obispo emplearon más en oración y penitencia que en rearmarse para una batalla que consideraban perdida de antemano. En esa situación vuelve a aparecerse el Arcángel al obispo para decirle que le podría haber ayudado si ellos hubieran decidido atacar al enemigo. Inflamados de esa confianza, los sipontinos se defendieron de los sitiadores, y en medio de la batalla una súbita tempestad puso a los bárbaros a la fuga. La ciudad se salvó y el obispo con el pueblo subieron al monete a agradecer al arcángel san Miguel, pero aun así el obispo no quiso entrar a la gruta.
Esta misma vacilación lo llevó al año siguiente a consultar al papa Gelasio qué debía hacer, y el papa le ordenó ocupar aquella gruta y juntarse con el obispo de Puglia para consagrarla, después de tres días de ayuno. Pero el Arcángel se le volvió a manifestar al indeciso obispo indicándole que no era necesario consagrar la gruta porque ya había sido consagrada con su presencia, y que podía entrar y celebrar misa allí.
Dice la leyenda que cuando el obispo entró encontró un altar cubierto de pan, con una cruz de cristal. Hizo luego construir una iglesia a la puerta de la gruta, que dedicó a San Miguel el 29 de septiembre del 493. Hasta el año 1960 se celebraba litúrgicamente en el calendario romano la aparición del Arcángel en el Monte Gargano, fiesta que fue suprimida por SS. Juan XXIII (aunque su eliminación venía ya recomendada por el papa Benedicto XIV, hacia el 1750). El santuario fue famoso durante siglos en todo el Occidente, y algunas advocación de San Miguel del Monte tienen su probable origen en esta leyenda.
San Lorenzo hizo construir también otras iglesias, una de ellas en honor de san Juan Bautista. Predijo las inminentes incursiones de los godos; en encontró con el rey Totila, de quien obtuvo que Siponto fuera resguardada de la destrucción. Estuvo en contacto fraterno con el obispo de Puglia san Sabino, y murió en Siponto el 7 de febrero del 545.


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