San Eusebio (en griego, Εὐσέβιος), papa número 31 de la Iglesia católica. Su pontificado, en el 309, fue muy breve. Tuvo que hacer frente al problema de los lapsi, es decir, los cristianos que por la persecución habían abandonado la fe y ahora querían regresar. Los esfuerzos del papa por abrir las puertas de la Iglesia nuevamente a los que habían salido, encontraron una fuerte oposición en Heraclio. La lucha entre ambos fue tan intensa que el propio emperador Majencio desterró a los dos. Eusebio murió en Sicilia poco después.
San Eusebio | ||
---|---|---|
Papa de la Iglesia católica | ||
18 de abril de 309-17 de agosto de 309 | ||
Predecesor | Marcelo I | |
Sucesor | Melquíades | |
Información personal | ||
Nombre | Eusebio | |
Nacimiento | ¿? | |
Fallecimiento | 310 Sicilia, Italia |
San Eusebio, primer obispo de Vercelli, en la Liguria, que consolidó la Iglesia en toda la región subalpina, y que por defender la fe del Concilio de Nicea fue desterrado por el emperador Constancio, primero a Escitópolis y, posteriormente, a Capadocia y la Tebaida. Vuelto a su sede después de ocho años de exilio, se esforzó con empeño y valentía para restablecer la fe contra la herejía arriana.
refieren a este santo: San Dionisio de Milán, San Gregorio de Elvira, San Hilario de Poitiers, San Honorato de Vercelli, San Lucífero de Cagliari, San Paulino de Tréveris, San Teonesto
Oración: Concédenos, Señor, Dios nuestro, imitar la fortaleza de tu obispo san Eusebio de Vercelli al proclamar su fe en la divinidad de tu Hijo, y haz que, perseverando en esa misma fe de la que fue maestro, merezcamos un día participar de la vida divina de Cristo. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
San Eusebio, nació en Cerdeña. Según se dice, su padre estuvo ahí prisionero por la fe. Cuando su madre quedó viuda, se trasladó a Roma con Eusebio y su hermana. Eusebio se educó allí y recibió la orden del lectorado. Más tarde, fue enviado a Vercelli, del Piamonte, donde se distinguió tanto en el servicio de la Iglesia, que el clero y el pueblo le eligieron para gobernar la sede. San Eusebio es el primer obispo de Vercelli de cuyo nombre queda memoria. San Ambrosio cuenta que fue el primer personaje de Occidente que unió la disciplina monástica con la clerical, ya que vivía en comunidad con una parte de su clero. Por ello, los canónigos regulares veneran especialmente a san Eusebio. El santo comprendió que el primero y mejor de los medios para trabajar eficazmente por la santificación de su grey consistía en formar personalmente a su clero en la virtud, piedad y celo de las almas. En esa empresa tuvo tanto éxito, que sus discípulos fueron elegidos obispos de otras diócesis, y muchos de ellos brillaron como faros en la Iglesia de Dios. San Eusebio se ocupaba también de la instrucción del pueblo con gran diligencia, y muchos pecadores cambiaron de vida, gracias a la virtud de la verdad que predicaba el santo y a su ejemplo de bondad y caridad.
El año 354, fue convocado al servicio de la Iglesia universal y, durante los diez años siguientes, se distinguió como confesor de la fe y sufrió por ella. En efecto, el año 354 el Papa Liberio designó a san Eusebio y a san Lucifer de Cagliari para que fuesen a pedir al emperador Constancio que reuniese un concilio y tratase de poner fin a la contienda entre los católicos y los arrianos. Constancio accedió, y el concilio se reunió en Milán, el año 355. Eusebio, viendo que los arrianos, aunque eran menos numerosos que los católicos, se iban a imponer por la fuerza, se negó a asistir al concilio hasta que Constancio le obligó. Cuando los obispos recibieron la orden de firmar un documento que condenaba a san Atanasio, Eusebio se rehusó a hacerlo y, poniendo sobre la mesa el Credo de Nicea, exigió que todos lo suscribiesen antes de discutir el caso de san Atanasio. Ello produjo un verdadero tumulto. Finalmente, el emperador mandó llamar a san Eusebio, san Dionisio de Milán y san Lucifer de Cagliari, y les exigió que condenasen a Atanasio. Ellos insistieron en que era inocente y que no había derecho a condenarle sin oírle, y reclamaron contra la intervención del brazo secular en las decisiones eclesiásticas. El emperador se enfureció y los amenazó de muerte; pero se contentó con desterrarlos. San Eusebio fue desterrado por primera vez a Escitópolis de Palestina, donde estuvo bajo la vigilancia de Pátrofilo, el obispo arriano.
Al principio, se alojó en casa de san José de Palestina, cuya familia era la única ortodoxa de la población. San Epifanio y otros distinguidos personajes le consolaron visitándole, y unos mensajeros fueron desde Vercelli a llevarle una ayuda pecuniaria. Pero la paciencia del santo se vio sometida a duras pruebas. Después de la muerte del conde José, los arrianos insultaron a san Eusebio, le arrastraron medio desnudo por las calles y durante cuatro días, le tuvieron encerrado en una reducida habitación y le molestaron continuamente para que aceptase los principios arrianos. Como ni sus diáconos, ni los otros cristianos podían ir a visitarle, el santo escribió a Patrófilo una carta encabezada de la siguiente manera: «Eusebio, siervo de Dios, y los otros siervos de Dios que sufren con él por la fe, al perseguidor Patrófilo y sus secuaces». Después de describir lo que había sufrido, pedía que se diese a sus diáconos el permiso de visitarle. San Eusebio hizo una especie de «huelga de hambre». Cuando llevaba cuatro días sin probar alimento, los arrianos le enviaron de nuevo a su casa. Pero tres semanas más tarde, irrumpieron nuevamente en la casa y le sacaron a rastras, después de robar sus bienes, desparramar sus provisiones y echar fuera a su séquito. San Eusebio se las arregló para escribir a su grey una carta en la que contaba lo sucedido. Más tarde fue trasladado de Escitópolis, a Capadocia, y luego a la Tebaida superior. Se conserva una carta que escribió desde Egipto a Gregorio, obispo de Elvira, en la que le alaba por la constancia con que había resistido a los enemigos de la fe de la Iglesia, y expresaba su deseo de morir sufriendo por el Reino de Dios.
Constantino murió hacia el año 361. Juliano permitió que los obispos desterrados retornasen a sus respectivas sedes. San Eusebio fue entonces a Alejandría a hablar con san Atanasio sobre los remedios que había que aplicar a los males de la Iglesia. Ahí tomó parte en un concilio y, después, se trasladó a Antioquía, como legado conciliar, para hacer que se reconociese como obispo a san Melecio y para tratar de poner fin al cisma eustaciano. Desgraciadamente, Lucifer de Cagliari acababa de echar leña al fuego, nombrando a Paulino obispo de los eustacianos. Eusebio le reprendió por la ligereza con que había procedido. El fogoso Lucifer se vengó rompiendo la comunión con él y con todos aquéllos que, obedeciendo los decretos del concilio de Alejandría, aceptaban a los obispos convertidos del arrianismo. Tal fue el origen del cisma de Lucifer, a quien su orgullo hizo perder el fruto del celo que había mostrado hasta entonces y de lo que había sufrido por la fe.
No pudiendo hacer nada en Antioquía, san Eusebio recorrió el Oriente hasta la Iliria, confirmando en la fe a los que vacilaban en ella y reconciliando a muchos que se habían alejado de la Iglesia. En Italia encontró a san Hilario de Poitiers y, juntos, combatieron a Auxencio de Milán, quien quería imponer el arrianismo. San Jerónimo dice que la ciudad de Vercelli «se quitó los vestidos de luto» cuando volvió su obispo después de tan larga ausencia. No sabemos nada sobre los últimos años de san Eusebio. Murió el l de agosto. En la catedral de Vercelli hay un manuscrito de los Evangelios, escrito, según se dice, de la propia mano del santo. El rey Berengario lo mandó cubrir con láminas de plata hace casi mil años, porque estaba ya muy gastado. Dicho manuscrito es el «codex» más antiguo que se conserva de la versión latina. San Eusebio es uno de los varios personajes a los que se ha atribuido el Credo Atanasiano.
Los Padres de la Iglesia, que con su celo y saber mantuvieron intacta la verdad de la fe, hicieron de la humildad el fundamento de su actividad. Sabiendo que estaban sujetos a error, repetían con san Agustín: «Puedo errar, pero nunca seré hereje». La prudencia y la humildad no son menos necesarias en los estudios profanos que en los religiosos. Algunos pierden el contacto con la realidad en sus elucubraciones y desperdician su talento dedicándose a estudios que están por encima de sus fuerzas. Cicerón tiene razón cuando dice que no hay doctrina, por absurda que sea, que no haya sido defendida por algún filósofo. Por ello, el Apóstol afirma que «la ciencia hincha», no porque sea mala en sí misma, sino porque el corazón humano es muy propenso al orgullo. Generalmente los más ignorantes son los que caen más fácilmente en el defecto de exagerar sus conocimientos y cualidades.
Dado que no existe ninguna biografía propiamente dicha de San Eusebio (pues la que publicó Ughelli es muy posterior y de poco valor histórico), las principales fuentes son las cartas del santo, un artículo de los Viri illustres de San Jerónimo, y la literatura polémica de la época. Los principales acontecimientos de la vida de san Eusebio están relacionados con la historia general de la Iglesia.
Julio I, papa nº 35 de la Iglesia católica entre el 6 de febrero de 337 y el 12 de abril de 352, fecha de su muerte.
San Julio I | ||
---|---|---|
Papa de la Iglesia católica | ||
6 de febrero de 337-12 de abril de 352 | ||
Predecesor | Marcos | |
Sucesor | Liberio | |
Información personal | ||
Nombre | Julio | |
Nacimiento | ¿?, Roma, Imperio romano de Occidente | |
Fallecimiento | 12 de abril de 352, Roma, Imperio romano de Occidente |
Conflictos con los arrianos
Confirmó en su puesto a dos obispos cristianos a quienes los arrianos habían hecho abdicar. En el otoño de 341, Julio I convocó un concilio al que asistieron 50 obispos con el propósito de pronunciarse de nuevo en contra del arrianismo y condenar a quienes deponían obispos a su antojo.
A la muerte de Constantino I el Grande, el imperio se dividió entre sus tres hijos, uno de ellos, Constantino II, pronto desapareció de la historia y quedaron como emperadores sus otros dos hijos, Constancio II, en Oriente y Constante en Occidente. Mientras que Constante era cristiano, Constancio era arriano. En 350, Constante fue asesinado y el Imperio se reunificó bajo el mando de Constancio. El emperador desató entonces una terrible persecución contra la Iglesia.
Julio I fijó para la Iglesia de Occidente la solemnidad de Navidad el 25 de diciembre, en vez del 6 de enero, junto con la Epifanía.1 Tomó esta fecha porque, en el calendario juliano, el solsticio de invierno ocurría en ese día, siendo este acontecimiento festejado por muchos pueblos del Hemisferio Norte como un nuevo renacer del ciclo de la vida.
Otras obras
Se le considera el fundador del Archivo de la Santa Sede, porque ordenó la conservación de los documentos.
12 de abril
SAN JULIO I, PAPA
(† 352)
Dos cosas caracterizan en conjunto el pontificado de San Julio I (337-352): la defensa de la ortodoxia católica frente a las impugnaciones y tergiversaciones de los arrianos, y la protección decidida de San Atanasio, víctima de toda clase de vejaciones y calumnias de parte de los mismos, por ser considerado como la columna más firme de la fe de Nicea. En todo ello mostró San Julio I una firmeza extraordinaria, fruto del temple elevado de su espíritu y del intenso amor que sentía por la Iglesia y la verdad.
No tenemos noticia ninguna sobre su vida anterior a su elevación al solio pontificio. Sólo sabemos por el Liber Pontificalis que era romano de origen, y que su padre se llamaba Rústico. Después de cuatro meses de sede vacante a la muerte del papa San Marcos, tuvo lugar su elevación el 6 de febrero del año 337. No mucho después, en mayo del mismo año, murió el emperador Constantino el Grande, a quien siguieron sus tres hijos Constantino II, Constante y Constancio. Ahora bien, sea porque la significación de estos emperadores fuera mucho menor que la de su padre, sea porque la figura de Julio I fuera mucho más eminente que la de sus predecesores, el hecho es que con él volvió a su verdadera significación el Papado, que anteriormente había permanecido en la penumbra.
Uno de los primeros problemas en que tuvo que intervenir fue la defensa de San Atanasio, que se identificaba con la defensa de la fe y llenó todo su pontificado. Después de la muerte de Constantino dióse inmediatamente a todos los obispos desterrados licencia para volver a sus diócesis. De este modo San Atanasio pudo volver a Alejandría, donde fue acogido con gran satisfacción por el episcopado y el pueblo en masa. Pero el partido arriano urdió toda clase de intrigas contra él, pretextando que había sido depuesto por el sínodo de Tiro el año 335. Por eso mismo habían nombrado para sucederle a un partidario suyo, llamado Pisto. Sin embargo, a pesar del apoyo que les otorgaba Constancio, emperador de Oriente, no pudieron impedir que Atanasio volviera a su diócesis.
Entonces, pues, vióse el nuevo papa Julio I asediado por los dos partidos en demanda de apoyo; pero, gracias a su elevado espíritu y a la valentía de su carácter en defensa de la justicia y de la verdad, se puso decididamente de parte de Atanasio. En efecto, los arrianos, cuyo jefe a la sazón era Eusebio de Nicomedia, que había logrado apoderarse de la Sede de Constantinopla, enviaron una embajada ante el Papa, a cuya cabeza iba el presbítero Macario. Por su parte Atanasio, consciente de la gravedad del momento y que se trataba, no de su persona, sino de la defensa de la fe ortodoxa, había celebrado un gran sínodo, después del cual envió las actas a Roma, en las que se contenía la más decidida condenación del arrianismo y la más explícita profesión de fe.
Así, pues, informado ampliamente por ambas partes, Julio I, con su acostumbrada energía y discreción, decidió inmediatamente celebrar en Roma un gran sínodo, según habían pedido los mismos arrianos. Así lo comunicó en sendas cartas dirigidas a Atanasio y a sus acusadores, en las que convocaba a ambas partes para que presentaran sus respectivas razones.
Pero no era esto lo que deseaban los arrianos, a pesar de que anteriormente habían declarado al obispo de Roma, juez y árbitro de la contienda. Sin esperar ninguna solución continuaron practicando toda clase de violencias. A la muerte de Eusebio de Cesarea colocaron al frente de esta importante diócesis a uno de sus partidarios, llamado Acacio. Celebraron en 340 un sínodo en Antioquía, y en él renovaron la deposición de San Atanasio, en cuyo lugar nombraron al arriano Gregorio de Capadocia. A viva fuerza fue éste introducido en Alejandría, que hubo de ser tomada con la ayuda de las fuerzas del emperador Constancio. Atanasio fue arrojado de su propio palacio y anduvo errante algún tiempo por los alrededores de la ciudad; pero finalmente se dirigió a Roma. Poco antes habían sido desterrados igualmente Marcelo de Ancira y otros obispos, fieles a la fe de Nicea.
Julio I, modelo de espíritu paternal, acogió a los perseguidos con muestras de verdadera compasión como héroes en defensa de la verdad católica; y como los arrianos no sólo no enviaban sus representantes para la celebración del anunciado concilio, sino que, por el contrario, acababan de celebrar su falso sínodo de Antioquía, y continuaban cometiendo violencias y atropellos, envióles de nuevo una carta por medio de los presbíteros Elpidio y Filoxeno, en la que les exhortaba a comparecer en Roma. Pero ellos, en vez de obedecer al Papa, le remitieron una respuesta en la que se excusaban de no acudir a Roma, a causa de la situación de inferioridad en que los colocaba en su convocatoria. "Por lo demás —decían—, el Papa había prejuzgado ya todo el litigio, acogiendo en la comunión a Atanasio y Marcelo de Ancira, que ellos habían condenado. La Iglesia romana —concluían— poseía la primacía; pero debía considerar que la predicación del Evangelio había comenzado en Oriente; el poder de los obispos era igual, y no debía medirse por la magnitud de las poblaciones."
Ante esta posición rebelde y retadora de los arrianos decidióse el papa Julio I a celebrar el anunciado sínodo el año 341, rodeándolo de la mayor solemnidad. Tomaban parte en él más de cincuenta obispos. Hallábanse presentes San Atanasio y Marcelo, objeto de las acusaciones de los adversarios. Lejos de asistir a este sínodo, los arrianos dieron orden de ausentarse de Roma a su representante Macario. Así, pues, Julio I hizo examinar con toda calma la causa de los perseguidos, y, bien estudiados los informes de ambas partes, declaró solemnemente la inocencia de San Atanasio y Marcelo de Ancira, previa para éste una clara profesión de fe. En nombre del sínodo dirigió entonces Julio I una encíclica a los obispos de Oriente, en la que les comunicaba la decisión tomada. Con verdadera dignidad, y sin expresión ninguna mortificadora, pondera el Papa el tono desconsiderado del escrito enviado por ellos a Roma, donde rechazaban su participación en un concilio que ellos mismos habían reclamado. Finalmente, con plena conciencia de su autoridad y de la primacía de la Sede romana, declara que, aunque Atanasio y los demás hubieran sido culpables, antes de dar ellos ningún fallo debían, conforme a la tradición, haber escrito a Roma y esperar su decisión.
Mas, no obstante una actitud tan digna y serena del Romano Pontífice, los arrianos. continuaron sus violencias y arbitrariedades. Así, con el objeto de contrarrestar el efecto moral de las decisiones de Roma, celebraron ellos el mismo año 341, en Antioquía, un sínodo, al que asistieron un centenar de obispos, en el que confirmaron la sentencia contra San Atanasio y su posición antinicena. Por todo esto Julio I, que no deseaba otra cosa que el triunfo de la verdad, en inteligencia con otros obispos de Occidente decidióse a celebrar un concilio de carácter más universal. Esto le era facilitado entonces por la situación política, pues, desde que quedaron dueños respectivamente del Oriente y Occidente Constancio y Constante, como éste favorecía positivamente al Romano Pontífice y la ortodoxia de Nicea, se observó durante un decenio (341-351 ) cierto predominio de la ortodoxia, defendida por Julio I y San Atanasio.
Así, pues, con el favor del emperador Constante, con quien se había puesto de acuerdo su hermano Constancio, celebróse el gran concilio de Sárdica en el otoño del 343. El Papa envió como representantes suyos a dos presbíteros. Presidíalo el célebre Osio, obispo de Córdoba, consejero religioso del emperador y verdadera columna de la fe. Sin embargo, aunque este concilio sirvió para afianzar la ortodoxia y poner más en claro los derechos del primado de Roma, sin embargo, en vez de traer la unión, más bien contribuyó a ahondar más la división existente.
Los orientales, que habían comparecido en el concilio antes que los occidentales, exigieron que Atanasio, Marcelo y los demás obispos depuestos por ellos fueran excluidos del concilio. Desde luego, eso significaba negar el derecho de apelación al Romano Pontífice y a un concilio universal, y entregar a Atanasio y demás obispos a merced de sus más encarnizados enemigos. A tan injustas exigencias opusiéronse con toda decisión los obispos occidentales, por lo cual los orientales se negaron a tomar parte en ninguna deliberación, y, después de inútiles esfuerzos realizados para reducirlos, se separaron del legítimo concilio. Reuniéndose, pues, entonces en Philippópolis, redactaron una nueva fórmula de fe, renovaron la condenación de San Atanasio y lanzaron una circular, en la que apelaban de las decisiones de Sárdica.
A pesar de la partida de los orientales, permanecieron firmes en Sárdica unos cien obispos occidentales, presididos por Osio y los legados pontificios, celebrando entonces el verdadero concilio. Después de un nuevo examen de la causa de Atanasio y Marcelo fueron éstos declarados inocentes y restituidos a sus cargos, y juntamente se lanzó excomunión contra los intrusos en sus sedes y los dirigentes eusebianos o arrianos.
Mucha mayor trascendencia tuvieron una serie de cánones que promulgó luego el concilio de Sárdica, que, aunque representado exclusivamente por obispos occidentales, se consideraba como concilio ecuménico y ciertamente tuvo siempre gran significación. Los más importantes son, indudablemente, los que se refieren al obispo de Roma, de cuya autenticidad, conforme a la más moderna crítica, no puede dudarse. En ellos se proclama de un modo claro y terminante el derecho de apelación al Romano Pontífice, con lo que implícitamente se proclama también el primado de Roma. Así se determina que un obispo, depuesto por su concilio provincial, puede apelar a Roma. En este caso el obispo de Roma debe ordenar una nueva investigación por medio de un sínodo en las diócesis vecinas, y, en caso de nueva apelación, decidir por sí mismo. Por otra parte, el concilio renovó el símbolo de Nicea y contribuyó eficazmente a afianzar la ortodoxia católica. Por esto gozó siempre de gran reputación y fue considerado como uno de los grandes concilios de la antigüedad.
Una vez realizada esta grande obra, el santo Papa Julio I tuvo de nuevo el consuelo de ver en Roma al héroe de la ortodoxia, San Atanasio, quien quiso despedirse y dar gracias al Papa antes de volver triunfalmente a Alejandría. Julio I le dio una carta para el pueblo de Alejandría y de Egipto, en la que felicitaba a los obispos y sacerdotes y a los fieles por su inquebrantable adhesión a la fe de Roma y a la Cátedra de Pedro.
El resto de la vida de Julio I se desarrolla en una forma semejante. Con la eximia santidad de su vida y con su energía en la defensa de la verdadera fe fue el pastor que necesitaba la Iglesia en aquel período, en que tan combatida se veía por los más peligrosos enemigos, que eran los herejes arrianos. Es cierto que ayudó poderosamente al predominio de la ortodoxia durante este tiempo el apoyo del emperador Constante, al que, con más o menos convicción, se doblegaba Constancio. Pero no puede negarse que la virtud, fortaleza y clara visión de las cosas del papa Julio fueron la causa decisiva del predominio que fue adquiriendo la ortodoxia romana y la fe de Nicea. Aun después de desaparecer en 350 la figura de Constante, todavía mantuvo la ortodoxia su predominio frente a la herejía; pero, al morir Julio I en abril del 352, pudo de nuevo el arrianismo celebrar un corto período de triunfo.
Ya desde la antigüedad fue celebrada la virtud y constancia de este gran Papa en defensa de la fe, por lo cual fue incluido bien pronto en los catálogos de santos o martirológios cristianos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario