los partos .- ...............................................:http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Especial:Libro&bookcmd=download&collection_id=1aca35de63d852f4d264a84b1187061408f63bac&writer=rdf2latex&return_to=Partia
A finales del siglo II aC, los partos controlaban toda la meseta irania, el valle de los ríos Tigris y Éufrates y parte de Siria. Establecieron un primer tratado con sus futuros rivales, los romanos, en el año 92 aC, en un esfuerzo para vencer a su enemigo común, los Seléucidas. Ante el debilitamiento Seléucida, los partos absorbieron parte de su territorio. A mediados del siglo I aC, el Imperio parto, fuerte y estable, se encontraba en su apogeo.
Los aristócratas, nombrados regentes por los partos, gobernaban el imperio a nivel local. Durante los primeros siglos del imperio, la clase gobernante parta continuó observando muchos de los aspectos de la cultura helenística que había caracterizado a los niveles sociales altos bajo los reyes greco-bactrianos. Las inscripciones y los retratos en estilo griego marcan las monedas partas más antiguas, atestiguando esta etapa “helenofílica” del Imperio parto. Más tarde, los reyes partos empezaron a redefinirse como herederos directos del imperio Aqueménida; Mítrídates II (123-87 aC) fue, presuntamente, el primer soberano parto que usó el antiguo título Aqueménida de “Rey de Reyes” en sus monedas, en vez del correspondiente título griego. A partir de este momento, la cultura parta se desarrolló como una síntesis de la cultura griega y Aqueménida, con patrones locales iranianos que gradualmente fueron suplantando los elementos helenísticos.
Los partos controlaban las rutas comerciales terrestres entre Asia y el Mediterráneo, una posición que trajo una gran prosperidad financiera. Los mercaderes partos se enriquecieron como intermediarios de los productos de Asia Central y China, especialmente la seda. La artesanía y los productos partos fueron también ampliamente comerciados, especialmente las telas y tejidos.
Parece ser que varias religiones eran practicadas con pocos conflictos en Partia, aunque el Zoroastrismo ganó una importancia creciente a lo largo de los siglos. El Budismo se practicaba en las regiones más orientales del Imperio parto, y algunos religiosos partos son conocidos por haber tomado parte en misiones a la China con el objetivo de estudiar con los maestros budistas Han.1
A partir del siglo I aC, romanos y partos se enzarzaron en una serie de guerras que duraron casi tres siglos. Luchaban principalmente por Siria, Mesopotamia y Armenia, cuyos territorios pasaron primero a manos romanas para ser recuperados después por los partos en sucesivas batallas. Más que llegar a ningún resultado duradero, esto mermó los recursos de ambas partes, por lo que la disputa acabó en tablas, proporcionando casi un siglo de paz.
En el año 114 dC, las fuerzas romanas penetraron una vez más en la Partia y, en las subsiguientes campañas, Roma fue capaz de retomar de forma permanente territorios que anteriormente habían ido pasando de manos partas a romanas y viceversa. Los partos fueron capaces de evitar la derrota absoluta y retuvieron gran parte de la meseta iraniana, pero a finales del siglo II dC el poder central parto se debilitó. Hacia el año 195 dC, momento de la última guerra con Roma, los regentes se habían vuelto suficientemente ricos y poderosos como para desafiar a la autoridad central, y negarse a proporcionar impuestos y soldados al trono. En el alo 224 dC, una rebelión interna liderada por el rey de los Pars desembocó en una guerra civil. El último rey parto, Artabanus V, murió en la batalla contra el rey persa Ardashir I, que reunificó Irán bajo un nuevo imperio, el Sasánida.
La capital de los partos
De la antigua Ctesifonte, en Irak, sólo se conserva una fachada del palacio real de época sasánida, con el imponente arco que servía de pórtico del salón de audiencias (iwan).
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En el siglo III a.C., un pueblo nómada de las estepas de Asia creó un vasto imperio en Irán y Mesopotamia que desafió primero a los reyes helenísticos y luego a la todopoderosa Roma
, Historia NG nº 114
En el año 53 a.C. Marco Licinio Craso, compañero de Pompeyo el Grande y de Julio César en el triunvirato que regía Roma en ese momento, se puso al frente de un enorme ejército, formado por siete legiones, 4.000 soldados de infantería y otros tantos de caballería, y emprendió la marcha hacia Oriente. Su propósito era dar el debido escarmiento a los partos, un pueblo radicado en Mesopotamia e Irán, al que los romanos suponían tan débil y afeminado como todos los bárbaros del este. Tras cruzar el Éufrates, Craso y sus hombres avanzaron por un territorio desolado, sin agua, bajo un sol abrasador, hasta que llegaron a la llanura de Carras, cerca de la actual ciudad turca de Harrán, situada entre las cabeceras del Tigris y el Éufrates. Allí divisaron por fin al enemigo, unos destacamentos de jinetes sucios y cubiertos de polvo que sumaban apenas 10.000 hombres, en contraste con los 50.000 soldados de los invasores. La victoria parecía al alcance de la mano.
Pero entonces los legionarios escucharon el sonido ronco y terrible de unos tambores de bronce, «mezcla del rugido de fieras y estampido del trueno», según escribió Plutarco; a continuación, los jinetes enemigos se quitaron las capas que los cubrían dejando al descubierto destellantes yelmos, corazas y cotas de malla de hierro y acero. Cuando Craso ordenó atacar, los partos fingieron retirarse para luego realizar una maniobra envolvente que les permitió acribillar a flechazos a los legionarios. El combate duró todo el día y terminó en un desastre completo para los romanos, con nada menos que 20.000 muertos. El propio Craso pereció en una escaramuza. Su cuerpo fue llevado ante el monarca parto, quien ordenó introducirle por la garganta oro fundido como castigo por su legendaria avaricia.
El gran enemigo de Roma
La derrota de Craso en Carras fue la peor que habían sufrido los romanos desde las guerras púnicas; se la puede comparar con la de Cannas, ante Aníbal, en 218 a.C. Fue, en todo caso, el comienzo de una larga historia de enfrentamientos entre Roma y los partos, un pueblo guerrero asentado en Irán y que desde hacía dos siglos había creado un poderoso Imperio en Asia Central y Mesopotamia. Después de Carras, los romanos lanzaron campañas de saqueo más allá de la frontera del Éufrates y se inmiscuyeron a menudo en las luchas de poder en la corte parta, apoyando incluso a algunos candidatos al trono. En 116 d.C., tras una espectacular invasión, Trajano llegó a tomar la capital parta, Ctesifonte. Pero los partos resistieron todas las acometidas. Como escribía el retórico Marco Cornelio Frontón, «los partos fueron los únicos que llevaron el nombre nunca despreciable de enemigos del pueblo romano». Y esto no era una hipérbole propia del arte de la oratoria, sino una realidad palpable. Desde la derrota de los cartagineses –el gran enemigo en la historia política y en la memoria colectiva de los romanos–, Roma no encontró un antagonista como Partia, ni un rival con un potencial equivalente en cuanto a su extensión, población y capacidad económica.
Los partos
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La importancia del ejército
Para entender los orígenes de Partia es necesario retroceder a la conquista del Imperio persa por Alejandro Magno. A la muerte del conquistador, en 323 a.C., surgió en Irán y Mesopotamia el gran Imperio seléucida, fundado por Seleuco, uno de los generales del monarca macedonio. Muy pronto, los seléucidas tuvieron dificultades para mantener la integridad de su territorio, especialmente en el este, donde se independizaron los sátrapas (gobernadores provinciales) de Bactria y Partia.
Aprovechando esta situación, la tribu irania de los parni se apropió del territorio de Bactria en el año 247 a.C. Los partos estaban dirigidos por Arsaces, a quien se considera el fundador de la dinastía arsácida; un «hombre de origen incierto, pero de valor reconocido... acostumbrado a vivir del saqueo y del robo», decía Justino Frontino, historiador romano del siglo II. En las décadas siguientes, a través de un proceso largo y tortuoso, los partos se apropiaron de todo el territorio seléucida. Resultó determinante la conquista de Mesopotamia, con sus grandes centros urbanos –como Seleucia, Ctesifonte, Nippur, Uruk y Babilonia–, que se convirtió en el núcleo del Imperio parto. Los soberanos partos extendieron su dominio desde el Éufrates hasta Bactria y desde la India y Asia Central hasta el golfo Pérsico y el océano Índico. No exageraba el ya citado Justino cuando afirmaba que «ahora [en el siglo II] el dominio de Oriente está en poder de los partos, como si hubiesen hecho una distribución del mundo con los romanos».
El gran baluarte del poder parto era su ejército. Se ha afirmado a veces que la organización militar parta era de tipo feudal y que la realeza, a falta de un ejército permanente, debía recurrir a contingentes privados en ocasiones críticas. Sin embargo, los estudios recientes muestran que los arsácidas disponían de guarniciones estables en las fronteras, además de puntos fortificados, cuyo mantenimiento requería un gobierno central organizado. En cualquier caso, el arma fundamental de los partos fue la caballería. Los jinetes partos destacaban por su extraordinaria habilidad de monta y por su destreza en el uso del arco. Causaba terror el denominado «disparo parto», consistente en simular huidas y aniquilar luego a sus oponentes con tiros certeros. Pompeyo Trogo, historiador del siglo I a.C., lo describía así: «Luchan a caballo, ya lanzándose, ya volviendo grupas, y a menudo simulan la fuga para tener desprevenidos a sus contrarios que los persiguen». Así cayó la hueste de Craso en la batalla de Carras. También disponían de una caballería pesada, formada por los llamados catafractos o clibanarios, que actuaban como fuerzas de choque. Agrupados en nutridos contingentes, los jinetes estaban protegidos por pesadas cotas de malla –que también cubrían a los caballos– e iban armados con largas lanzas que sembraban el caos y la muerte entre la infantería enemiga. Debido a los altos costes del equipamiento, estas tropas estaban formadas por aristócratas. En cambio, la infantería arsácida parece haber sido débil.
Situado en el corazón del continente euroasiático, el Imperio parto fue una auténtica encrucijada de tradiciones culturales, religiosas y artísticas. Sin olvidar nunca su pasado nómada, los partos absorbieron elementos de la cultura persa, de la mesopotámica y también de la griega, que había arraigado en Asia Central durante el dominio seléucida; así, utilizaron el griego como lengua de burocracia y comercial, junto con el arameo y el pártico. Sin embargo, poco a poco fueron afirmando los valores específicamente persas; los monarcas adoptaron el título de Rey de Reyes y se consideraron sucesores directos de los aqueménidas, la última dinastía persa derrocada por Alejandro.
Un imperio multicultural
En el plano religioso imperaba también una enorme diversidad. La casa real parta, como buena parte de la población irania, era adepta del zoroastrismo, la religión oficial del antiguo Imperio persa aqueménida. En las ciudades mesopotámicas se mantenía la devoción a antiguos dioses orientales, como Bel, Nabu, Assur, Inanna, Anu, Shamash o Sin, muchos de los cuales se identificaban a su vez con las divinidades griegas. Así, Nabu, el dios babilonio de la sabiduría, se identifica con Apolo; Nanaya, la diosa sumeria del amor, con Artemisa, y Nergal, el dios sumerio del inframundo, con Hércules. Las grandes religiones monoteístas se hicieron también presentes. El judaísmo arraigó en zonas como Babilonia e incluso la casa real de Adiabene –principado en la frontera entre el Imperio parto y Armenia– se convirtió a esta fe; el budismo, originario del noreste de la India, se dejaba sentir en los confines del Imperio, y el cristianismo se difundió desde el siglo I d.C., como prueba la existencia de un obispo en Seleucia. Igualmente se propagaron nuevos cultos, como el mitraísmo –que tendría una espectacular expansión por los dominios romanos– y el maniqueísmo, religión que se basa en la existencia de dos principios encontrados: el bien y el mal; su líder, Mani, era un arsácida, aunque la expansión de su doctrina se sitúa al inicio del período sasánida.
Los partos tuvieron, asimismo, un papel decisivo en la creación de la Ruta de la Seda, la gran vía comercial que unía China con el Próximo Oriente y, desde allí, con el Imperio romano, por la que circulaban toda clase de valiosos productos, en particular los tejidos de seda. Tras establecer relaciones diplomáticas con la dinastía Han, los partos promovieron la ruta a través de sus dominios, garantizando la seguridad y las paradas para las caravanas y, a la vez, recaudando peajes y aranceles.
El año 224 marcó el final del dominio parto. Ardashir, príncipe de una pequeña ciudad de Persia, se alzó contra el rey Artabano IV y lo derrotó en la batalla de Hormuzjan. Poco después ocupó la capital, Ctesifonte. Proclamado Rey de Reyes e invocando la protección del dios Ahura Mazda, Ardashir dio inicio a un nuevo imperio persa y mesopotámico, el sasánida, que durante cuatro siglos se alzaría ante Roma y Constantinopla como una amenaza no menos temible que la representada por sus predecesores partos.
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