La Grecia Clásica en sus marcos histórico y geográfico [Autoevaluación]
Época Clásica
La época clásica (500- 323 a. C.)
Este período abarca desde el inicio del siglo V a. C., con los enfrentamientos de las ciudades griegas con el vecino Imperio Persa, hasta la muerte de Alejandro Magno en el 323 a. C.
Las Guerras Médicas
Muchos jonios no se sometieron a las tiranías impuestas por los persas y huyeron a Occidente, donde fundaron nuevas colonias.
Al acabar las Guerras Médicas, Atenas y las ciudades jonias crearon una alianza, la Liga Marítima Délico-Ática, con sede en la isla de Delos, para defenderse de futuros ataques persas. Al cabo de poco tiempo, esta alianza se transformó en un imperio alservicio de los intereses atenienses.
Asimismo, Atenas comenzó la reconstrucción de la Acrópolis, la construcción de los Largos Muros desde Atenas al puerto del Pireo, se dio un gran desarrollo de la vida literaria y artística y hubo una gran afluencia de intelectuales y pensadores que acudían a la ciudad procedentes de otros lugares de Grecia.
La Democracia Ateniense. Pericles.
El progreso democrático fue rápido debido al papel desempeñado por las clases populares en su victoria sobre los persas.
Pericles y Efialtes introdujeron reformas constitucionales por las que el pueblo asumió mayores responsabilidades en la Asamblea y los Tribunales populares, los miembros de las instituciones recibían remuneración salarial, el Consejo aristocrático y el Areópago perdieron poder político. De este modo Atenas robusteció su democracia y mantuvo la supremacía sobre el resto de Grecia, debido a su poderío naval.
Para mantener sus privilegios sociales y económicos los ciudadanos impusieron leyes restrictivas de acceso a la ciudadanía a quienes no lo eran (metecos, extranjeros, esclavos).
El imperialismo ateniense propició el alejamiento del peligro persa, seguridad en la navegación, unidad entre los griegos del Egeo (unidad monetaria, jurídica, política, cultural, lingüística...), pero también suprimió la autonomía de los aliados y entró en conflicto con los intereses comerciales de los aliados de Esparta: Corinto y Megara.
Guerras del Peloponeso
Filipo y Alejandro
En ese momento entró en escena una nueva potencia: la Macedonia de Filipo II, rey enérgico, tenaz e inteligente. En pocos años reorganizó su reino y venció a sus opositores, encabezados por Atenas, en la batalla de Queronea (338 a. C.). Desde entonces, los griegos perdieron su independencia política y estuvieron bajo la autoridad de los reyes macedonios.
Macedonia se impuso con facilidad en Grecia debido a la crisis de las polis, con continuos conflictos internos y externos, agudización de las luchas entre ricos y pobres y desinterés por participar en la política.
Tras el asesinato de Filipo II, su hijo Alejandro sofocó los levantamientos de algunas ciudades griegas contra Macedonia y dirigió su ejército contra el Imperio Persa tras cruzar el Helesponto.
En el curso de once años, Alejando Magno derrotó a los persas en una serie de impresionantes victorias: Gránico, Isos, expedición a Egipto, Gaugamela... Tras la toma de Persépolis inició una gran expedición hacia el Este para conocer los límites de su enorme imperio, que se extendía desde los Balcanes hasta Afganistán y desde Egipto al Indo.
En la organización y administración de su imperio Alejandro mostró una gran amplitud de miras: bajo su inspiración se produjo la fusión de la cultura helénica y la de los pueblos conquistados, la adopción de ritos y ceremoniales autóctonos, la fundación de ciudades con vistas a fomentar el estilo griego de vida y la mejora de las vías de comunicación a fin de potenciar las actividades económicas. Su temprana muerte a los 33 años frustró la realización de mayores empresas.
LA CIVILIZACIÓN DE LA GRECIA CLÁSICA
El país que conocemos como Grecia (en griego, Elás, Eláda), se llama oficialmente República Helénica (en griego, Elinikí Dimokratía). Otros términos son heleno o griego (élin, élinas), griega (elinís), helénico (elinikós), helenismo (elenismós), idioma griego (eliniká). Todas estas palabras se originan en Héleno (Élenos), el hijo de los reyes troyanos Príamo y Hécuba, y hermano gemelo de Casandra. Una tradición atestiguada en época tardía, cuenta que Héleno pidió permiso a Príamo para salir de Troya e instalarse en Grecia, a la que dará su nombre. Los romanos llamaban graecus a los helenos, y Graecia a la Hélade.
Hace unos 2.500 años, Grecia estaba formada por muchas ciudades que eran pequeños Estados en sí mismas. Cada una controlaba el territorio que la rodeaba. La forma de vida dependía mayormente del lugar donde se vivía. Una persona rica en la ciudad de Atenas, por ejemplo, llevaba una existencia confortable, concurriendo a teatros y fiestas. Un hombre joven, en Esparta, tenía que ser soldado y vivir en una humilde cabaña.
CRONOLOGÍA DE LA GRECIA CLÁSICA
1150 a.C. Caída de Micenas. Cesan la construcción de palacios y la metalurgia. Es el inicio de la llamada «edad oscura o edad media griega»
1000 a.C. Los griegos colonizan las costas de Asia Menor.
800 a.C. Los poemas homéricos adquieren forma final. Se conforma el alfabeto griego. Se inician los Juegos Olímpicos (776 a.C., año "0" del calendario griego). Hombres de Corinto crean la colonia de Siracusa, en Sicilia (734 a.C.).
700 a.C. Invento de la lucha en falange (falanx), una formación cerrada de soldados de infantería, fuertemente acorazados, conocidos como hoplitas —de soldado (oplítis), armamento (oplismós), arma (óplon), armería (oplopolíon)—. El poder de esos soldados acaba con muchos gobiernos aristocráticos (aristokratikós, de aristós, elemento prefijal que entra en la formación de palabras con el significado de "excelente", el "mejor", ykratos, "poder") y oligárquías (singular, oligarjía, de olígo, elemento prefijal que entra en la formación de palabras con el significado de "pocos", y arjís, autoridad, o sea "el gobierno de unos pocos") en las ciudades griegas. Nuevos gobernantes, llamados "tiranos", campeones de los hoplitas, gobiernan muchas ciudades entre los años 650 y 500 a.C.
621 a.C. Dracón de Atenas redacta un código, famoso por su extrema sveridad.
600 a.C. Los griegos usan por primera vez la acuñación de monedas, un invento (no griego) de los lidios, en Asia Menor.
Siglo VI a.C. (principios de los años 500). Se inicia la colonización griega en España. Fundación de Empórion (Ampurias). Safo, una mujer de Lesbos, escribe poesía exquisita que todavía podemos leer hoy. Se crea la filosofía. Pitágoras explora las matemáticas. Se trazan los primeros mapas griegos. Se plantean inteligentes especulaciones sobre astronomía y física que emanan de la llamada escuela jónica de filosofía.
530.A.C. El griego masaliota ("marsellés") Eutímenes navega por el Atlántico y la costa occidental de África donde encuentra a un río infestado de cocodrilos.
Década del 490 a.C. Atenas contribuye al inútil intento de los griegos de Asia Menor por librarse del gobierno persa. Atenienses y jonios incendian Sardes (498). En venganza, la Persia Aqueménida saquea Mileto (494) y ataca a Atenas. Es el comienzo de la Primera Guerra Médica. En Maratón (a menos de 40 km de Atenas), el 13 de septiembre del año 490 a.C., los persas de Darío I fueron derrotados completamente por los hoplitas atenienses al mando del estratega Milcíades (540-489 a.C.) que, entonados por sus cantos de guerra (peán) y el ritmo de las flautas, no esperaron los refuerzos espartanos para entrar en batalla. Murieron 6.400 persas, mientras que los atenienses sólo perdieron 192 hombres. Un mensajero especial, el veloz hoplita Filípedes, corrió hasta Atenas con las noticias de la victoria para evitar la autodestrucción de la ciudad —planeada en caso de derrota—. ¡Fue la primera maratón! Nacimiento de Zenón de Elea y Empedócles de Agrigento.
480-479 a.C. Segunda Guerra Médica. La gran invasión de Jerjes I al mando de unos ciento ochenta mil hombres y 800 naves es aplastada por mar en Salamina y por tierra en Platea.
477-455 a.C. Tercera Guerra Médica. Comienza cuando Atenas dirige una nueva alianza contra Persia y finaliza cuando una flota ateniense intenta dominar Egipto, pero queda varada y es capturada cuando los persas cortan el agua que le permite flotar en el delta del Nilo.
461 a.C. Pericles inicia su brillante carrera como estratega y gobernante de Atenas la que durará más de treinta años.
460-446.a.C. Primera Guerra del Peloponeso, que termina en empate, entre Esparta y Atenas, cada uno con sus aliados.
Mediados y finales de los años 400 a.C. Era de los grandes dramaturgos atenienses. Atenas obliga o anima a muchos aliados a adoptar ladimokratía.
449-448 a.C. La segunda Guerra del Peloponeso comenzó cuando Esparta arrebató Delfos a Focea y la hizo independiente. Atenas rápidamente la reconquistó para los focenses.
447 a.C. Se inicia la construcción del Partenón y poco después la de los Propileos, o entrada monumental de mármol, todavía más impresionante.
431-404 a.C. Esparta, al ver la debilidad militar de Atenas, inicia nuevas hostilidades. Tucídides consideró la guerra del 431-421 (la guerra comenzada por el rey espartano Arquídamos II) y la del 414-404 (la guerra decelia o guerra jónica) como si en realidad formaran una sola y a ésta la llamó Gran Guerra del Peloponeso. La historia incompleta de Tucídides cubre el período hasta 410. Luego del gran esfuerzo de Atenas contra Sicilia (415), pierde su fuerza de invasión (413) y Esparta y sus aliados la obligan a capitular (404).
401-400 a.C. Hegemonía espartana en Grecia. Darío II de Persia fue sucedido en el 404 por su hijo mayor Artajerjes II. Ciro, uno de los hijos menores, reclutó diez mil mercenarios (eparatoi) griegos en Asia Menor y marchó contra sus hermanos. En la batalla de Cunaxa cayó muerto, y los griegos, uno de cuyos jefe era el ateniense Jenofonte, con grandes dificultades regresaron al Ponto Euxino (mar Negro) hacia el 400.
400-394 a.C. Escaramuzas entre griegos y persas que concluye con un contundente ataque de Agesilao, rey de Esparta que asola el territorio persa.
370-362 a.C. Guerra entre Tebas y Esparta que finalizan con la batalla de Mantinea y la muerte del estratega tebano Epaminondas. Aunque la victoria fue para Esparta, ésta queda muy debilitada.
359-336 a.C. Hegemonía de Macedonia.
351 a.C. Demóstenes, el mejor orador de Grecia, pronuncia su Primera Filípica contra el imperialismo macedónico de Filipo II (382-338 a.C.).
336 a.C. Alejandro III hereda Macedonia y Grecia. Tiene 20 años y mide 1,50 m de estatura (unos centímetros menos que Bonaparte). «Sólo es un muchacho», se burlaron sus enemigos griegos y persas.
334 a.C. Alejandro invade el Imperio persa y conquista Asia Menor.
333-331 a.C. El rey persa Darío III es derrotado en Isos y Arbela (Gaugamela) y alejandro se apodera del Imperio persa y funda decenas de ciudades que llevarán su nombre, entre ellas la Alejandría de Egipto.
326 a.C. Alejandro conquista el Punjab en el noroeste de la India y vence al rey Poro en la batalla del río Hidaspes (mayo).
323. A.C. Alejandro muere en Babilonia, poco tiempo después de regresar de la India. Sus generales se dividen el imperio. Seleuco y sus descendientes consiguieron Asia; Ptolomeo y su familia Egipto y la esplendorosa Alejandría. Helenización del Oriente.
230 a.C. Eratóstenes calcula la circunferencia terrestre, hace un mapa del mundo y perfecciona el calendario. Muere Aristarco de Samos.
134 a.C. El astrónomo Hiparco de Nicea (190-120) elabora un detallado mapa estelar y un catálogo de ochocientos cincuenta estrellas.
Décadas 40-30 a.C. Cleopatra VII, última descendiente de los Ptolomeos, pierde su reino a manos de Roma.
LA DEMOCRACIA ATENIENSE
Atenas era famosa por su sistema de gobierno, llamado democracia (gr.dimos "pueblo", kratos "poder"), sistema político equivalente a la república (latín, res publica, "cosa pública") de los romanos, en el que el pueblo ejerce la soberanía. Todo ciudadano podía votar sobre cómo la ciudad podía ser gobernada. Ni las mujeres ni los esclavos eran ciudadanos, por lo que no tenían derecho a votar. Hoy, las naciones se llaman democracias cuando todos pueden votar para elegir a sus líderes políticos. A pesar de todo, Atenas llegó a tener el régimen más libre de su época.
Los tiranos
Las tiranías griegas no se pueden comparar con las contemporáneas suscitadas en Asia, África o América Latina. Por el contrario, la era de los tiranos griegos (650-500) destaca por los avances logrados en la civilización helénica. El título de tirano (tírannos, tirannikós) implicaba el acceso ilegal al poder, no el abuso del mismo. En general, tiranos como Periandro de Corinto (reinó entre 627-586), que fue uno de los Siete Sabios de Grecia, Gelón de Siracusa y Polícrates de Samos (reinó entre 535-522) fueron gobernantes sabios y populares.
La Atenas de Pericles
Pericles (495-429 a.C.), político ateniense y paradigma demócratico, tuvo una importancia tan grande en la historia de Atenas que con frecuencia se denomina el siglo de Pericles al período de su mandato.
Su padre, Jantipo, fue comandante del Ejército y venció a los persas en Micala en el 479 a.C. Los dos profesores de Pericles, el sofista y maestro de música ateniense Damón y el filósofo jonio Anaxágoras, influyeron de forma destacada en su formación.
Durante toda su vida estuvo patente su dignidad y reserva, pero obtuvo el reconocimiento de la mayoría de los atenienses a través de su elocuencia, sagacidad, honradez y patriotismo. Entre sus amigos se encontraban el dramaturgo Sófocles, el historiador Heródoto, el escultor Fidias y el sofista Protágoras; su amante fue Aspasía de Mileto, una mujer famosa por su cultura.
Desde su cargo de estratega, magistratura para la que fue reiteradamente elegido como jefe de los demócratas, Pericles intentó que todos los ciudadanos atenienses participaran en el gobierno. Introdujo el pago a cambio de los servicios al Estado y que se eligiera a los miembros del consejo por sorteo entre todos los ciudadanos atenienses. También contribuyó a consolidar y extender la hegemonía ateniense. Bajo la Liga de Delos, formada como defensa contra las agresiones de Persia, los atenienses fueron los líderes de la gran fuerza naval que se creó, incluyendo bien como aliados o como súbditos a casi todas las islas importantes del mar Egeo y muchas ciudades del norte.
Cuando el líder aristocrático Cimón, quien prefirió la amistad de Esparta, fue condenado al ostracismo en el 461 a.C., Pericles se convirtió en líder indiscutible de Atenas durante quince años. Levantó a ésta a expensas de las ciudades-estado súbditas.
Con la gran riqueza que entró en la tesorería, Pericles restauró los templos destruidos por los persas y construyó muchos edificios nuevos, el más espléndido de los cuales fue el Partenón, en la Acrópolis. Este edificio proporcionó trabajo a los ciudadanos más pobres e hizo de Atenas la ciudad más magnífica de su época.
Bajo el mando de Pericles, Atenas se convirtió en un centro importante para la literatura y el arte. Su supremacía despertó los celos de otras ciudades-estado griegas, en particular de Esparta, gran enemiga de Atenas. Las ciudades temían el proyecto hegemónico de Pericles y trataron de derribar la dominación ateniense. Después de estallar la gran guerra del Peloponeso en el 431 a.C., Pericles reunió a los residentes del Ática en Atenas y permitió que el Ejército peloponesio asolara las distintas zonas del país.
El año siguiente estalló la peste en la superpoblada ciudad, lo que acabó con la confianza popular. Pericles fue destituido de su cargo, juzgado y multado por malversación de fondos públicos, pero fue reelegido estratega en el 429 a.C. Poco después murió a causa de la propia peste.
LOS RIGORES DE LA SOCIEDAD ESPARTANA
Esparta, también Lacedemonia, la ciudad griega más importante del Peloponeso durante la Antigüedad, estaba situada en la orilla derecha del río Eurotas, a 32,5 km del mar, en las laderas del monte Taigeto. La antigua ciudad, incluso en sus días más prósperos, sólo era un grupo de cinco pueblos con casas simples y algunos edificios públicos. Los pasos que conducían al valle del Eurotas se defendían con facilidad y Esparta no tuvo murallas hasta finales del siglo IV a.C. Por eso, los espartanos se ufanaban diciendo que las únicas murallas que tenía Esparta eran los escudos de sus guerreros.
Los espartanos despreciaban las comodidades, las comidas elaboradas y sabrosas, las prendas de vestir suaves, las palabras inútiles y las nuevas ideas llegadas de Jonia y el Ática, no cultivando ningún arte. En Occidente, Roma, primero, y Prusia, mucho más tarde, heredaron esa tradición que habla de la "vida espartana", sinónimo de vida rigurosa y disciplinada, y del orador lacónico (lakonikós)", aquel que es breve, conciso, que expresa el pensamiento con pocas palabras. Laconia y Lacedemonia, lacónico y lacedemón son sinónimos de la misma región sureña del Peloponeso.
Los habitantes de Esparta estaban divididos en ilotas (esclavos), quienes realizaban todos los trabajos agrícolas; periecos, una clase sometida de hombres libres pero sin derechos políticos, que principalmente eran comerciantes; y los ciudadanos espartanos (homoioi o iguales), la clase gobernante política y militar, descendientes de los dorios que invadieron la zona en el 1100 a.C.
A los niños espartanos se los criaba severamente para que fueran los soldados más fuertes y valientes de Grecia. También a las niñas se las entrenaba para que fueran resistentes y tuvieran hijos guerreros. Los espartanos estaban concientizados de que el ejército era el instrumento principal de su supervivencia tanto para enfrentar al peligro externo (invasiones de Atenas, Tebas o Persia) como al interno (rebeliones de ilotas o periecos) y, en consecuencia, no había nada más importante que la vida militar.
El riguroso entrenamiento de un espartano comenzaba antes del nacimiento, pues las madres en gestación debían realizar duros ejercicios para conseguir que sus hijos fueran robustos y bien formados. A los niños que nacían con defectos físicos se los mataba inmediatamente arrojándolos desde las laderas del Taigeto. Se fomentaban las peleas entre niños desde la más temprana infancia, siempre que no fuera por odio sino como una forma de deporte o entretenimiento. La pelea debía interrumpirse cuando así lo ordenaba un ciudadano. Si un chico se quejaba de que otro le había pegado, su padre le daba una paliza.
Los niños eran enviados a los siete años a una escuela de entrenamiento del ejército y no volverían más a sus casas durante décadas. En esa reclusión aprendían a leer y a escribir, pero manejar las armas era lo más importante. También recibían lecciones de danza para mantenerse ágiles y fuertes. Los niños reclutas no recibían suficiente comida y salían a robarla de las granjas cercanas. Si eran descubiertos, eran castigados por sus preceptores, no por robar sino por dejarse atrapar. Esto también formaba parte del entrenamiento de los cadetes, para que de soldados supieran soportar el hambre y buscarse provisiones.
Descalzos, cubiertos con una fina túnica, tanto en verano como en invierno, aprendían a dominar el sufrimiento, el hambre, el intenso frío y el intenso calor. Las marchas de instrucción y las maniobras bélicas eran agotadoras y sólo un individuo forjado en los rigores desde la niñez era capaz de salir con vida de ellas.
Entraban en las filas del ejército a los veinte. Aunque podían casarse, estaban obligados a vivir en los cuarteles hasta los treinta años; desde los veinte años hasta los sesenta, todos los espartanos tenían que servir como hoplitas (soldados de a pie) y comer en la fiditia (comedor público).
Los hoplitas lacedemonios llevaban yelmo (cubría la cara exceptos los ojos y una angosta franja central por debajo de la nariz para respirar), grebas y escudo de bronce y coraza de lienzo, e iban armados con la larga lanza de carga, una espada corta, un manto escarlata —símbolo del militarismo espartano—, y descalzos (sus pies curtidos en miles de marchas a la intemperie en verano e invierno desde los siete años eran más resistentes que el calzado más sólido).
Valor y cobardía
Los espartanos consideraban el valor como la mayor de las virtudes y la cobardía como el peor de los vicios. Este principio se inculcaba a los niños desde su más tierna edad. La madre espartana, concientizada de este deber sagrado, acostumbraba a despedir a su hijo que iba hacia la batalla con esta frase: «Con esto (el escudo) o sobre esto». Si un hoplita se veía obligado a huir del combate, lo primero que abandonaba era su pesado escudo redondo de origen dorio.; en cambio, cuando se retiraba a los muertos del campo de batalla, se los transportaba de vuelta a Esparta sobre su propio escudo.
Organización militar
Según Jenofonte, los hoplitas espartanos estaban organizados en companías. Cada companía (enomotía) estaba mandada por un enomotarca (enomotárjis). Las companías se juntaban para formar grupos de cincuenta (pendikostíes), cada uno con su propio jefe (pendekonter). Dos grupos de cincuenta formaban un lójos, la unidad táctica más pequeña del ejército. Ellójos estaba mandado por un lojagós (en el ejército griego moderno este grado es equivalente al de capitán). El ejército espartano se componía de seis divisiones. Cada división (mora) estaba mandada por un polemarca (polemárjis) y constataba de cuatro lóji.
La población espartana, debido a su constante dedicación al ejército, iba en continuo descenso. Entre el siglo VII y el principio del V, los efectivos militares descendieron de 9.000 a 8.000 hombres, y cien años después eran sólo de 3.600. A los veteranos se los movilizaba únicamente en caso de emergencia, y sólo se ocupaban de guardar el bagaje. Los ilotas y los periecos no podían ser parte del ejército y además se les prohibía terminantemente portar armas. El poder supremo en Esparta estaba en manos de dos reyes hereditarios, que guiaban al ejército en la batalla. Inicialmente, ambos reyes tomaban parte en las campañas, pero poco antes de las guerras médicas la participacion se restringió a uno solo. Cada rey tenía una guardia personal de cien soldados (un lójos). La base de la grandeza espartana se atribuyó a la legislación de Licurgo.
LAS GUERRAS MÉDICAS Y LA ANÁBASIS
Herodoto de Halicarnaso, escribió sus nueve libros que son una especie de historia universal, centrada en la civilización de Persia y constituyen la principal fuente para el estudio de las guerras médicas y de los pueblos involucrados en ellas. Esta obra parece escrita más por un etnógrafo que por un historiador. Sin embargo, gracias al llamado «padre de la historia» conocemos aspectos elementales de la cultura del antiguo Irán, ya que los anales aqueménidas son escasos e irrelevantes.
Las tres guerras entre los persas —llamados midoi, medos en griego— produjo una abundante y riquísima literatura que se prolongó hasta el siglo XX.
El intercambio entre griegos y persas durante los siglos V y IV a.C. fue muy fluído. Arquitectos, eruditos y médicos de todas las ciudades de la Hélade estuvieron al servicio de la corte aqueménida, y la participación de soldados griegos en el ejército persa no fue menos importante. Recordemos a Demarato, rey de Esparta (510-491 a.C.) que acompañó a Jerjes en calidad de asesor militar durante la segunda guerra médica (481-480). En esa misma campaña, la reina Artemisia de Halicarnaso y Kos se unió a los persas con su flota y combatió tan valerosamente en la batalla naval de Salamina que Jerjes se vio obligado a reconocer que aquel día «los hombres habían luchado como mujeres y las mujeres como hombres». En su honor y memoria, varios navíos de la marina iraní han ostentado el nombre de «Artemiz» hasta nuestros días.
A través de dos obras fundamentales del historiador y filósofo Xenofón o Jenofonte (430-355) podemos evaluar el patrimonio común de griegos y persas. En su «Anábasis» (en griego: el remontar, en sentido de expedición) narra su experiencia personal junto a trece mil mercenarios griegos que se unieron al ejército persa de Ciro el Joven en su lucha por el trono contra su hermano mayor Artajerjes, la batalla de Cunaxa, y su conversión de simple soldado a experimentado estratega logrando la milagrosa retirada ("de los diez mil") que trajo de vuelta a casa a unos siete mil supervivientes. En su «Ciropedia» Jenofonte alaba las virtudes y méritos de Ciro el Grande y las características de la civilización persa brindando noticias bastantes precisas de un mundo poco conocido aún hoy día.
HEROÍSMO EN LAS TERMÓPILAS
En el año 480 a.C. los campos de Grecia retemblaron al paso del ejército invasor más formidable hasta entonces visto. Jerjes, monarca absoluto de dominios que se extendían 5.000 km desde Europa hasta la India, avanzaba a la conquista de la pequeña Grecia con todo el poderío militar de su gigantesco imperio. Pero en una hazaña que todavía parece increíble, los griegos infligieron una total derrota a los invasores, dando a la posteridad una razón para creer que hordas autómatas lanzadas por la voluntad de un solo hombre no siempre han de vencer a un pueblo de hombres que luchan por defender su vida, su hogar y sus leyes.
Jerjes era el segundo déspota persa que invadía Grecia. Diez años antes, en 490 a.C., Darío, padre de Jerjes, había enviado una expedición para castigar a Atenas por su participación en la fracasada sublevación de las ciudades griegas de Jonia, poco tiempo antes avasalladas por el Imperio persa. Los atenienses conjuraron la amenaza en la batalla de Maratón, empujando al Ejército de Darío hacia el mar. Ahora, Jerjes se disponía a vengar la afrenta al orgullo de su desaparecido padre. Para realizar la invasión con una fuerza poderosa Jerjes echó mano de todos los recursos de su reino. «Durante cuatro años —dice Heródoto— se reclutaron tropas y se prepararon provisiones y equipos». Instaló depósitos de abastecimientos a lo largo de la ruta que proyectaba seguir. Miles de súbditos trabajaron bajo el látigo abriendo un canal en el istmo de Athos. Envió delegados a todas las ciudades griegas, menos Atenas y Esparta, para exigir las habituales pruebas de sometimiento: tierra y agua.
Jerjes reunió unos 180.000 hombres y 800 trirremes. Cuando todo estuvo listo Jerjes condujo sus legiones desde Asia a Europa a través de dos puentes flotantes tendidos sobre el Helesponto. Los puentes tendidos medían más de 1.500 metros. Uno fue construido por los egipcios y el otro por los fenicios. Apenas terminados, una violenta tempestad los deshizo. Jerjes se irritó sobremanera y ordenó que el estrecho del Helesponto recibiera 300 azotes y que se arrojaran en él dos grilletes. Ordenó también que los responsables de la construcción fueran decapitados. La insensata orden fue cumplida, y otros ingenieros se encargaron d elas obras. Esta vez unieron las barcazas con cuerdas dobles, y los puentes se mantuvieron firmes. Entonces, Jerjes tomó una copa de oro, vertió vino en el mar y, vuelto el rostro hacia el sol naciente, oró para que nada impidiera cosnumar la conquista de Europa. Arrojó luego la copa a las aguas y el Ejército comenzó a cruzar el estrecho.
Desde un trono de mármol, en lo alto de la colina, observó Jerjes la marcha del Ejército. El cruce requirió siete días con sus noches. El Elército de Jerjes ofrecía un espectáculo impresionante al bajar por las montañas de Asia para ganar la costa, cruzar el puente de barcas y penetrar en Europa. Toda la humanidad parecía haberse unido para destruir Grecia. Iban juntos medos y persas tocados con blandos sombreros redondos; escitas del Caspio, la cabeza cubierta con puntiagudos sombreros de cuero y blandiendo hachas; árabes en sus camellos; guerreros de Tracia con gorros d epiel de zorro; indios armados con arcos de caña y flechas; etíopes de tez oscura cubiertos con pieles de leopardo. Pero entre todos esos guerreros, los persas eran los mejores y los mejor equipados. Relumbrantes con sus adornos de oro, traían consigo a sus mujeres y sus servidores en carruajes provistos de todo lo necesario para el viaje, y los acompañaban camellos y mulas con alimentos especiales.
Ya en la orilla opuesta, el monarca persa ordenó un desfile general de sus tropas, y tal fue su emoción que llamando a Demaratos, renegado espartano adscripto a su séquito, le dijo: Dime, ¿se atreverán los griegos a levantar la mano contra mí? Demaratos le contestó: Señor, bajo ninguna circunstancia aceptarán los espartanos condiciones que signifiquen su esclavitud; combatirán contra vuestro Ejército aunque el resto del país se someta. Son libres, sí, pero no enteramente: tienen un señor, y ese señor es la ley, a la que temen mucho más de lo que os temen vuestros súbditos. Sin inquietarse por estas serias advertencias, Jerjes inició su larga marcha a través de Grecia. Avanzando a la par, la Armada navegaba cerca de la costa y el Ejército seguía por la ribera. Sin hallar resistencia atravesaron Tracia, que ya era parte de los dominios de Jerjes, y cruzaron Macedonia y Tesalia.
El Oráculo de Delfos, centro principal de la predicción del futuro, aconsejó a los atenienses que depositaran su confianza en la "muralla de madera". Algunos lo interpretaron como una ausión a la Acrópolis, que había estado rodeada de un cerco de troncos espinosos, pero otros, incluido el nuevo líder ateniense Temístocles, convencidos de que la muralla de madera aludía a las naves, decidieron alistar la flota.
En el istmo de Corinto, la lengua de tierra que une a la península del Peloponeso con el resto de Grecia, los representantes de 31 ciudades-estados, entre ellas Atenas y Esparta, formaron una alianza. Convinieron presentar batalla en el desfiladero de las Termópilas, donde las montañas caen a plomo hacia el mar, y en enviar una flota a Artemisium, junto a la isla de Eubea, para interceptar a la Armada persa. El comando de la alianza fue confiado a los espartanos, pero en lo íntimo de su corazón éstos solo pensaban en salvar el Peloponeso. Sólo como un gesto enviaron a uno de sus reyes, Leónidas I, con 1.400 hombres, de los cuales sólo 300 eran espartanos.
Antes de salir de Esparta, los trescientos lacedemonios celebraron sus propios funerales con juegos solemnes. Al despedirse de Leónidas, le preguntó su mujer: ¿Qué encargo me dejas? —Te dejo, respondió, el de casarte con un valiente digno de mí, y que te haga madre de hijos que mueran por la patria.
Asombrado que algunos griegos se preparaban para resistir en las Termópilas, Jerjes envió a un espía persa para que vigilara al enemigo. Las tropas que éste vio resultaron ser los espartanos, algunos de los cuales hacían ejercicios y otros se peinaban, según lo hacían siempre los espartanos antes de enfrentar la muerte.
Las novedades confundieron a Jerjes, que no podía comprender que una fuerza tan pequeña pudiera oponerse a su Ejército. Envió el rey de reyes un mensajero a los espartanos con esta frase : Entreguen las armas. Leónidas respondió: Ven a tomarlas. Jerjes aguardó cuatro días a la espera de que los griegos cambiasen de actitud y huyeran; finalmente el quinto día hizo avanzar a sus tropas con la orden de capturar vivos a los griegos y traerlos a su presencia.
Los centinelas anunciaron entonces a Leónidas: Ya tenemos a los persas encima. —Antes bien, repuso el rey espartano, los tenemos debajo. Los espartanos, tespios y otros aliados repelieron todos los asaltos, incluso el de los "diez mil inmortales", el cuerpo de élite de Jerjes considerado "invencible", e hicieron ver claramente al orgulloso monarca persa, que tenía en su Ejército muchos hombres pero pocos soldados. Una y otra vez durante dos largos días los batallones de Jerjes atacaron a los defensores del paso sin lograr romper sus líneas.
Al séptimo día un traidor griego, Efialtes, explicó a Jerjes cómo sorprender a los espartanos por la retaguardia. Supo entonces el déspota persa de un sendero secreto que atravesaba la montaña, y en horas de la noche envió a guerreros escogidos para que atacaran a los espartanos por la retaguardia.
Por orden de Leónidas la mayoría de las tropas confederadas se dispersaron, y sólo quedaron 700 tespios para apoyar a sus 300 espartanos en la resistencia final. La ley decía a los espartanos: Morid primero que abandonar el puesto de batalla. Como era su costumbre, éstos se prepararon para la muerte en absoluta calma y tuvieron su última comida cerca del amanecer: Entonces Leónidas les dijo: Esta noche estaremos cenando con Hades.
La refriega comenzó con una lluvia de dardos y flechas provenientes de los arqueros persas. Un hoplita exclamó en ese momento de desolación: Los persas lanzan tantas flechas que obscurecerán al sol. Leónidas contestó lacónicamente: Mejor, así combatiremos a la sombra.
El Ejército persa se adelantó para atacar, sabiendo que los griegos no tenían escapatoria. Los comandantes persas descargaban los látigos, azuzando a sus hombres sin misericordia. Muchos cayeron al amr y se ahogaron; muchos más fueron arrollados y muertos a pisotones por sus compañeros. Nadie pudo contar el número de muertos.
Los griegos lucharon con temeraria desesperación. Con casi todas sus lanzas quebradas, mataban a los persas con la espada. Léonidas cayó tras luchar como un héroe. Sucedió una enconada pugna por la posesión de su cadáver; cuatro veces rechazaron los griegos al enemigo y finalmente, gracias a su arrojo lograron rescatarlo. Y así continuó el combate hasta que llegaron tropas persas de refresco.
Los griegos se retiraron hasta la parte más estrecha del desfiladero, donde formaron un único y compacto grupo de combatientes. Allí resistieron hasta el último hombre, con la espada si aún la tenían, y si no con manos y dientes, hasta que finalmente, los persas los aplastaron.
Los muertos fueron enterrados donde habían caído, y más tarde los griegos colocaron sobre la tumba un epitafio que decía así: «Extranjero, ve a decir a Esparta que aquí yacemos por obedecer sus leyes».
EL GRAN ALEJANDRO, SÍMBOLO DE LA SIMBIOSIS
ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE
A pesar de haberse escrito miles de libros y biografías en occidente sobre el estratega macedonio Alejandro el Grande o Magno (356-323), llamado en griego O Megas Alexandrou «O Mégas Aléxandros» (El Gran Alejandro), en casi ninguno podemos encontrar que los musulmanes reconocen en él a un profeta de Allah (Dios).
Efectivamente, numerosos y prestigiosos sabios islámicos persas como el médico y filósofo Avicena (980-1037), los teólogos al-Zamjshari (1074-1144) y Fajruddín ar-Razi (1150-1210), el médico y filósofo andalusí Ibn al-Jatib (1313-1375) y el historiador tunecino Ibn Jaldún (1332-1406) señalan en sus tratados que el pasaje contenido en el Sagrado Corán, capítulo 18 «La caverna», versículos 83 y 98, protagonizado por Dulqarnain (El Bicorne), se refiere a Alejandro el Macedonio.
El islamólogo español Emilio García Gómez (1905-1995) da once explicaciones por las cuales los musulmanes tienden a dar el epíteto de Dulqarnain (Bicorne) a Alejandro, entre ellas: «1) Porque llegó al Oriente y al Occidente»... «5) Porque al predicar el monoteísmo le hirieron en un lado de la cabeza y luego en otro, dejándole dos cicatrices», etc. Dulqarnain significa «el poseedor de dos cuernos», o sea de dos extremos, o de dos imperios que, según muchos historiadores e investigadores musulmanes y occidentales, son el de los persas y el de los griegos unidos por Alejandro. Estos mismos especialistas aluden a la construcción por Alejandro, con la ayuda de Dios, de una muralla férrea destinada a impedir el paso de Gog y Magog, esas personificaciones apocalípticas de las fuerzas del mal citadas tanto en el Corán (18-94 y 21-96) como en la Biblia (Génesis, 10-2; Ezequiel 38 y 39; Apocalipsis 20-8). Por otra parte, es muy conocida la tradición sobre Alejandro contenida en la Biblia (Daniel, 8 al 11) que ha sido objeto de extensos comentarios de los exégetas judíos y cristianos. Igualmente, la tradición acerca de Alejandro dentro de la literatura judía antigua y medieval es copiosa, y ella ha sido preservada merced a escritores como Yacob de Serugh (m. 521 d.C.) y al poeta y filósofo Ibn Gabirol (1022-1070).
Los musulmanes llaman a Alejandro en árabe y persa Iskandar. Ese nombre denomina ciudades musulmanas, como la Alejandría de Egipto (Al-Iskandariya), la antigua Alejandreta de Siria —hoy Iskenderum, Turquía— o la Alejandría de Aracosia —hoy Kandahar, Afganistán—, que son algunas de las setenta metrópolis construidas desde el Nilo al Indo por el rubio y joven general durante su marcha hacia el Oriente de veintisiete mil kilómetros, a través de la cual conquistó un territorio de diez millones de km2 en apenas dos lustros, una hazaña jamás repetida en la historia.
También muchos historiadores y analistas suelen equivocarse al presentar los logros de Alejandro como meras conquistas por el poder y la ambición.
Mal podía el alumno de Aristóteles y mensajero del monoteísmo judío, cristiano y musulmán perseguir tales fines, insignificantes y ruines. Desde los primeros momentos y pese a confrontar bélicamente en encuentros memorables (Gránico, Issos, Arbela) simpatiza con los persas que le acogen cual un segundo Ciro. En Jerusalén, Menfis, Damasco, Babilonia, en Susa, en Ecbatana (Hamadán) embriágase de grandeza mística y de esplendor oriental. Allí germina en su pensamiento las intenciones más nobles: quiere unir —hasta con los lazos de la sangre— las naciones y las razas, fundir dos mundos en uno solo. Su deseo de establecer una República Universal fusionando los modelos griegos y persas no tiene parangón en la historia de la humanidad. Sin duda, fue el mayor esfuerzo para establecer la concordia y la paz, procurando multiplicar las comunicaciones y el diálogo entre los pueblos para asegurar su bienestar y erradicar la violencia y los malentendimientos. Fue un intento de globalización pero a la inversa de la que hoy conocemos, en la que el aparente vencedor adoptaba las tradiciones de los vencidos, lejos de rechazarlas o demonizarlas. Adelantándose a las doctrinas de la justicia social generalizada, Alejandro proclamó que nada grande puede hacerse en la tierra si no existen entre los hombres la igualdad y la fraternidad, y tan inquietante cuanto novedosa y alentadora idea echó raíces firmes en el corazón de los humildes.
En un célebre banquete multitudinario ofrecido en Opis (antigua ciudad asiria sobre la ribera occidental del Tigris, al norte de la actual Bagdad) en el verano de 324, «con los macedonios sentados alrededor suyo y próximos a éstos los persas, después de los cuales seguían hombres de otras naciones», Alejandro pronunció estas palabras registradas por el historiador Flavio Arriano (105-180): «Ahora que las guerras tocaron a su fin, os deseo que seáis felices en la paz. Que en adelante todos los mortales vivan como un solo pueblo, unidos en procura de la felicidad general. Considerad al mundo entero como vuestra patria, regida por leyes comunes, donde han de gobernar los excelentes sin distingo de razas. No separo a los hombres, según hacen los estrechos de mente, en helenos y bárbaros. No me importa el origen de los ciudadanos ni la raza en que nacieron, sino los distribuyo con el único criterio de sus merecimientos. Para mí cada buen extranjero es un heleno y cada mal heleno es peor que un bárbaro. Cuando entre vosotros surjan las desavenencias, no recurráis jamás a las armas, mas resolvedlas pacíficamente y, cada vez que sea necesario, yo os serviré de árbitro. A Dios no debéis concebirlo como un gobernante autoritario, sino como el Padre común de todos, para que así vuestro comportamiento se asemeje a la convivencia de hermanos en el seno de una familia. Por mi parte, os tengo a todos por iguales, a blancos y morenos, y me gustaría que no fuerais meros súbditos de mi estado comunitario, sino más bien miembros participantes de él. En todo cuanto de mí dependa procuraré que se cumplan estas cosas que os prometo, y el juramento que esta noche hicimos, conservadlo cual símbolo de amor».
Es muy evidente que para Alejandro no tenía ningún sentido la clásica discriminación entre griegos y bárbaros. En efecto, «él, primero entre todos los hombres, trascendió el estado nacional, y trascender los estados significó trascender los cultos nacionales», tanto politeístas como monoteístas, y con el hecho de amalgamar las religiones de Grecia, Egipto, Israel, Persia y las de otros pueblos de Asia, preparó la sensibilidad de la gente para la recepción de la divinidad única y común que había de ser proclamada por Jesús el Cristo que dijo: «Amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad sin esperanza de remuneración, y será vuestra recompensa, y seréis hijos del Altísimo, porque El es bondadoso para con los ingratos y los malos. Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lucas 6, 27-38); y por Muhammad que ratificó el mensaje de todos los profetas de Dios y que oportunamente aconsejó a los árabes de su tiempo: «Todos los hombres son iguales, como los dientes de un peine; no hay superioridad del blanco sobre el negro ni del árabe sobre el no árabe... y el mejor es el más piadoso».
Estas ideas humanitarias de Alejandro y su proyecto de fusión étnica entre griegos y persas tuvieron su apogeo con los esponsales que se celebraron en la milenaria ciudad de Susa (Shush). Allí se unieron Alejandro y sus amigos más íntimos con mujeres nobles persas, Alejandro desposó a Estatira, hija del último gran rey aqueménida Darío Codomano; Hefestión con su hermana, otros ochenta macedonios distinguidos se unieron con hijas de sangre persa e irania, y no menos de diez mil macedonios recibieron entonces regalos de boda de manos de Alejandro. También éstos tenían ya mujeres persas o se casaron con ellas en ocasión del matrimonio en masa. A partir de entonces, se puede decir que la historia de Alejandro es una historia persa cuya continuación normal es el período helenístico.
LA SABIDURÍA DE LOS GRIEGOS ANTIGUOS
La palabra filosofía es un término griego que significa amante (fílos) de la sabiduría (sofía). La invención y el sentido de su término se atribuyen a Pitágoras, el cual, interrogado por el rey Leontas si é era un sabio, contestó: «Yo no soy un sabio (sofos), sino un amante de la sabiduría (filósofo)». Con ello quería expresar, modestamente, que no poseía la ciencia, pero que trabajaba para adquirirla, insistiendo más en lo que no sabía que en lo que sabía.
Existe en Occidente un prejuicio cultural, hondamente arraigado desde el Renacimiento, conocido como el excepcionalismo griego: el «milagro griego». El prejuicio cultural del excepcionalismo griego presenta a la cultura helénica como si hubiese surgido de la nada.
Se llama, por ejemplo, filósofos griegos, antes de Sócrates o presocráticos a una pléyade de pensadores geniales: Tales (625-546 a.C.), Anaximandro (611-547a.C.), Anaximenes (c. 570-500 a.C.), Parménides (vivió sobre el 500 a.C.), Heráclito (540-475 a.C.), Anaxágoras (500-428 a.C.), todos ellos de lengua griega, pero que han nacido y trabajan en una satrapía del Imperio Aqueménida de Persia, en Anatolia (en griego: la tierra de "Oriente"), en Mileto, en Éfeso, y cuyo pensamiento se nutre de toda la cultura que irradia en torno del Creciente Fértil, y, por añadidura, de la India.
Precisamente, la escuela jónica es considerada la cuna de la filosofía occidental. De este modo se le atribuye a Grecia algo que no deriva en absoluto del pasado griego, sino que constituye, por el contrario, la evidencia de su origen asiático, oriental.
Cuando surgió esa escuela, el mundo egeo y la península griega se relacionan sin discontinuidad ni étnica ni cultural: por un lado, con la planicie Anatolia, a través de del collar de perlas de las Cícladas y las espóradas, y, por el otro, a través de Rodas, Cilicia y la costa norte de Siria, con la Mesopotamia y el Irán.
Las afinidades entre los pueblos a ambos lados del Egeo eran múltiples y cuando uno se refiere a ellos no se puede hablar de Oriente y Occidente, ya que ese es un concepto moderno que involucra intereses más políticos que culturales.
La revolución filosófica de los griegos
El profesor Jean-Pierre Vernant, catedrático de la Sorbona, nos señala en apretada síntesis los rasgos más importantes de esa revolución intelectual y política que produjo el pensamiento filosófico de los griegos: el abandono de la monarquía y la aceptación de la democracia producida por la pólis.
«Cuando en el siglo XII antes de nuestra era el poderío micénico se quiebra bajo el avance de las tribus dóricas que irrumpen en la Grecia continental, no es una simple dinastía la que sucumbe en el incendio que devora sucesivamente a Pilos y a Micenas, sino que es un tipo de monarquía lo que se destruye para siempre; es toda una forma de vida social, que tenía como centro al palacio, lo que queda definitivamente abolido; es un personaje, el Rey divino, lo que desaparece del horizonte griego. El hundimiento del sistema micénico desborda ampliamente, en sus consecuencias, el dominio de la historia política y social. Repercute sobre el hombre griego mismo; modifica su universo espiritual, transforma algunas de sus actitudes psicológicas. La desaparición del Rey (Basiléus) pudo desde entonces preparar, al término del largo y sombrío período de aislamiento y retraccion que se denomina la Edad Media griega, una doble y solidaria innovación; la institución de la Ciudad (Pólis) y el nacimiento de un pensamiento racional. De hecho, cuando hacia el fin de la época geométrica (900-750) los griegos reanudan en Europa y en Jonia las relaciones interrumpidas con Oriente; cuando redescubren, a través de las civilizaciones que habían persistido inalteradas, ciertos aspectos de su propia vida pasada en la Edad del Bronce, no se limitan, como lo hicieran los micenios, al recurso de la imitación y la asimilación. En plena renovación orientalizante, el helenismo se afirma como tal frente al Asia, cual si al reanudar su contacto con Oriente adquiriera más conciencia de sí. Grecia se reconoce en una cierta forma de vida social y en un tipo de reflexión que definen a sus propios ojos su originalidad, su superioridad sobre el mundo bárbaro: en lugar de que el rey ejerza su omnipotencia sin control ni límites en el secreto de su palacio, la vida política griega quiere ser objeto de un debate público, a plena luz del día, en el ágora, por parte de unos ciudadanos a quienes se define como iguales y de los cuales el Estado es ocupación común; en lugar de las antiguas cosmogonías asociadas a rituales reales y a mitos de soberanía, un nuevo pensamiento trata de fundar el orden del mundo sobre relaciones de simetría, de equilibrio, de igualdad entre los distintos elementos que integran el cosmos. Si queremos levantar el acta de nacimiento de esta Razón griega, seguir el camino por donde ella ha podido desprenderse de una mentalidad religiosa, indicar lo que debe al mito y cómo lo ha superado, debemos comparar, confrontar con el telón de fondo del pasado micénico, este viraje del siglo VIII al siglo VII en que Grecia toma una nueva orientación y explora los caminos que le son propios. Época de mutación decisiva que, en el momento mismo en que triunfa el estilo orientalizante, sienta los fundamentos del régimen de la Pólis y asegura, mediante esta laicización del pensamiento politico, el advenimiento de la filosofía.» (Jean-Pierre Vernant: Los orígenes del pensamiento griego, Eudeba, Buenos Aires, 1983, págs. 8 y 9).
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