Antiguo Reino Hitita
Época: Primera mitad II Mil
Inicio: Año 1600 A. C.
Fin: Año 1400 D.C.
Antecedente:
Primera mitad II Milenio
(C) ARTEHISTORIA
Inicio: Año 1600 A. C.
Fin: Año 1400 D.C.
Antecedente:
Primera mitad II Milenio
(C) ARTEHISTORIA
Comentario
Tradicionalmente se venía admitiendo que en el tránsito del III al II Milenio se produce una masiva llegada de gentes indoeuropeas, procedentes de la región comprendida entre Ucrania y el Cáucaso, que se superpondría a una población anatólica precedente, en la que ya podría haber elementos indoeuropeos. Probablemente esta penetración estaría vinculada a la crisis de las culturas urbanas del III Milenio, que deja grandes espacios libres para una reocupación del territorio por comunidades dedicadas al pastoreo o a una agricultura de aldea. Sin embargo, recientemente se ha propuesto la hipótesis de que Anatolia sea la cuna de las lenguas indoeuropeas, que se habrían difundido junto con la agricultura en un proceso de neolitización progresiva.
Las tablillas de Kültepe (antigua Kanish, conocida también como Nesha), que han permitido estudiar la presencia de los asirios en Capadocia, parecen documentar nombres hititas entre las poblaciones de Anatolia en el siglo XIX. Junto a ellos habría luvitas, también de lengua indoeuropea y gentes no indoeuropeas, como los hurritas o la población hatti, considerada hasta ahora como preindoeuropea. En ese momento da la impresión de que grandes espacios de Anatolia están ya organizados en torno a principados que tienen su sede en núcleos urbanos, de diferente magnitud e importancia; pero la mayor parte del territorio seguía deshabitado o explotado por pequeñas unidades de producción de tipo doméstico. Hacia finales del siglo se observa una tendencia expansionista y unificadora por parte de las ciudades más importantes, que tienen la capacidad de establecer relaciones jurídicas y contractuales con las colonias asirias, lo que nos da idea de su grado de desarrollo, incluso a pesar de que aparezcan en plano de igualdad con los establecimientos comerciales de los asirios.
No podemos establecer un nexo entre la desaparición de las colonias asirias y el proceso de unificación política de Anatolia central en torno a algunos dinastas hititas. De hecho, tal proceso está vinculado a una lucha por la hegemonía a lo largo del siglo XVII, de la que no estamos bien informados, por lo que no sabemos si arranca de un momento coincidente con la interrupción de la presencia comercial asiria. En cualquier caso, todo parece indicar que el príncipe Anitta de Kushara logra una amplia hegemonía tras la destrucción de la ciudad rival, Hattusa, y el traslado de su capital a Kanish, donde se ha hallado su palacio. Los acontecimientos posteriores vuelven a ser oscuros, hasta el primer rey que tenemos documentado, Hattusil (1650-1620), que usa el título real de Labarna y traslada de nuevo la capital a su emplazamiento definitivo: Hattusa (actual Bogazkoy). Sin embargo, los orígenes del reino se presentan de forma distinta en el "Rescripto de Telepinu", redactado hacia 1500, en cuyo preámbulo el monarca afirma que Labarna había sido rey, de manera que se está proponiendo una explicación legendaria para la nomenclatura real. Labarna y su esposa Tawananna parecen ser, pues, una ficción tardía tendente a ordenar el oscuro período de formación de la monarquía hitita, aunque algunos autores ven en ellos personajes históricos. Por lo demás el "Rescripto" continúa con el reinado de Hattusil, lo que evita lucubraciones adicionales.
La época de Hattusil está plagada de campañas militares, destinadas probablemente a dotar al reino de unas fronteras estables, la identificación de un espacio estatal, y asegurar el correcto funcionamiento del intercambio comercial, que ayuda a la determinación de una posición internacional. Sin embargo, la unificación no está sólo vinculada a gestas militares, sino que va acompañada por una intensa actividad diplomática que incluye matrimonios dinásticos que configuran una corte central con una fuerte rivalidad interna, germen de inestabilidad política. Esta se ve agudizada por las intrigas palaciegas, expresión de las tensiones por el control político, que el monarca intenta reprimir actuando enérgicamente. Su poder, desde esa perspectiva, es absoluto y nada tiene que ver con la pretendida monarquía feudal. La única institución política reconocida es el pankush, en la que algunos han querido ver un consejo aristocrático regulador del poder del rey que sería uno entre sus iguales; sin embargo, el pankush es una asamblea no restringida, en la que tienen cabida todos los hombres libres y que con frecuencia pone freno a los abusos de las grandes familias. El poder absoluto del monarca no se ve mediatizado en consecuencia por la existencia del pankush.
Por otra parte, la forma de captación de la riqueza por parte del aparato estatal tampoco permite imaginar el estado hitita como una monarquía feudal y las relaciones sociales de uno y otro mundo son suficientemente diferentes como para no ser confundidas. De hecho, una buena parte de la población es libre y trabaja en las comunidades de aldea, al frente de las cuales se halla un alcalde y un consejo de ancianos con atribuciones esencialmente judiciales. Estas instituciones son reconocidas por el palacio, que recibe como contrapartida de la autonomía una contribución fiscal en especie o en mano de obra, de la que tan escasa es el reino hitita, mediante la prestación personal de trabajos obligatorios bajo requerimiento real. No obstante, los templos y el palacio juegan aquí también un papel esencial en la estructura económica, como centros coordinadores de la actividad artesanal, comercial y -en menor medida- en la agrícola, mediante las cesiones de tierras y el establecimiento de colonos militares. Los artesanos son trabajadores dependientes y por tanto han de ser alimentados a cambio de su participación en la producción, lo que obliga al palacio a ser, al mismo tiempo, almacén de excedentes agrícolas. En esto existe cierta coincidencia funcional con los lugares centrales de los estados mesopotámicos, pero las condiciones ambientales e infraestructurales en Anatolia son completamente diferentes a las del sur. Los recursos naturales son mucho más abundantes y la agricultura no necesita obras hidráulicas de tanta envergadura. Por ello, la estructura política se manifiesta de forma diferente.
La sucesión de Hattusil se realiza, después de varias tentativas fallidas y en media de intrigas cortesanas, en la figura de Mursil. Según el testamento político de Hattusil sería un hijo, tal vez adoptivo o quizá nieto. Pero al margen de los vínculos de sangre, Mursil continuó el programa expansivo trazado por su predecesor y logró tomar Yamhad, tal vez con la intención de restablecer en su beneficio los circuitos comerciales que unían el valle medio del Éufrates con el Mediterráneo y el norte de Siria, por el Khabur, con Anatolia. En ese contexto puede tener cierto sentido la vertiginosa campaña dirigida contra Babilonia y que pone punto final a la dinastía de Hammurabi. Desde luego era impensable un dominio efectivo sobre la Baja Mesopotamia y ello explica el abandono de la presa recientemente obtenida. Sin embargo, los sucesores de Mursil tuvieron dificultades para mantener el poder en Siria pues la contestación hurrita se va haciendo cada vez más fuerte, conforme se va consolidando el reino de Mitanni.
La muerte de Mursil se produce como consecuencia de un complot de palacio, lo que provoca una crisis en el reino agravada por el auge de Mitanni. En esta etapa final, hasta el renacimiento a mediados del siglo XV, sólo destaca la figura de Telepinu, cuyo reinado ocupa la segunda mitad del siglo XVI. Su "Rescripto", al que ya se ha aludido, pretende devolver el orden al reino, sistematizando el régimen de sucesión, que tantos problemas había ocasionado en la corte; pero también contiene otras normativas referentes a la propiedad de la tierra, que tienden a consolidar la hegemonía real en ese sector a través de donaciones de tierra. Sin embargo, las dificultades continuaron, agravadas por la presión de los gasga, un pueblo situado entre Hatti y el Mar Negro, que hostigaba a los hititas en sus momentos de debilidad. Desde la muerte de Telepinu hasta la restauración monárquica, hacia 1450, nuestra información sobre la historia hitita es muy limitada y no es ajeno a esa constatación el hecho de que el período coincide con el de la hegemonía de Mitanni.
Las tablillas de Kültepe (antigua Kanish, conocida también como Nesha), que han permitido estudiar la presencia de los asirios en Capadocia, parecen documentar nombres hititas entre las poblaciones de Anatolia en el siglo XIX. Junto a ellos habría luvitas, también de lengua indoeuropea y gentes no indoeuropeas, como los hurritas o la población hatti, considerada hasta ahora como preindoeuropea. En ese momento da la impresión de que grandes espacios de Anatolia están ya organizados en torno a principados que tienen su sede en núcleos urbanos, de diferente magnitud e importancia; pero la mayor parte del territorio seguía deshabitado o explotado por pequeñas unidades de producción de tipo doméstico. Hacia finales del siglo se observa una tendencia expansionista y unificadora por parte de las ciudades más importantes, que tienen la capacidad de establecer relaciones jurídicas y contractuales con las colonias asirias, lo que nos da idea de su grado de desarrollo, incluso a pesar de que aparezcan en plano de igualdad con los establecimientos comerciales de los asirios.
No podemos establecer un nexo entre la desaparición de las colonias asirias y el proceso de unificación política de Anatolia central en torno a algunos dinastas hititas. De hecho, tal proceso está vinculado a una lucha por la hegemonía a lo largo del siglo XVII, de la que no estamos bien informados, por lo que no sabemos si arranca de un momento coincidente con la interrupción de la presencia comercial asiria. En cualquier caso, todo parece indicar que el príncipe Anitta de Kushara logra una amplia hegemonía tras la destrucción de la ciudad rival, Hattusa, y el traslado de su capital a Kanish, donde se ha hallado su palacio. Los acontecimientos posteriores vuelven a ser oscuros, hasta el primer rey que tenemos documentado, Hattusil (1650-1620), que usa el título real de Labarna y traslada de nuevo la capital a su emplazamiento definitivo: Hattusa (actual Bogazkoy). Sin embargo, los orígenes del reino se presentan de forma distinta en el "Rescripto de Telepinu", redactado hacia 1500, en cuyo preámbulo el monarca afirma que Labarna había sido rey, de manera que se está proponiendo una explicación legendaria para la nomenclatura real. Labarna y su esposa Tawananna parecen ser, pues, una ficción tardía tendente a ordenar el oscuro período de formación de la monarquía hitita, aunque algunos autores ven en ellos personajes históricos. Por lo demás el "Rescripto" continúa con el reinado de Hattusil, lo que evita lucubraciones adicionales.
La época de Hattusil está plagada de campañas militares, destinadas probablemente a dotar al reino de unas fronteras estables, la identificación de un espacio estatal, y asegurar el correcto funcionamiento del intercambio comercial, que ayuda a la determinación de una posición internacional. Sin embargo, la unificación no está sólo vinculada a gestas militares, sino que va acompañada por una intensa actividad diplomática que incluye matrimonios dinásticos que configuran una corte central con una fuerte rivalidad interna, germen de inestabilidad política. Esta se ve agudizada por las intrigas palaciegas, expresión de las tensiones por el control político, que el monarca intenta reprimir actuando enérgicamente. Su poder, desde esa perspectiva, es absoluto y nada tiene que ver con la pretendida monarquía feudal. La única institución política reconocida es el pankush, en la que algunos han querido ver un consejo aristocrático regulador del poder del rey que sería uno entre sus iguales; sin embargo, el pankush es una asamblea no restringida, en la que tienen cabida todos los hombres libres y que con frecuencia pone freno a los abusos de las grandes familias. El poder absoluto del monarca no se ve mediatizado en consecuencia por la existencia del pankush.
Por otra parte, la forma de captación de la riqueza por parte del aparato estatal tampoco permite imaginar el estado hitita como una monarquía feudal y las relaciones sociales de uno y otro mundo son suficientemente diferentes como para no ser confundidas. De hecho, una buena parte de la población es libre y trabaja en las comunidades de aldea, al frente de las cuales se halla un alcalde y un consejo de ancianos con atribuciones esencialmente judiciales. Estas instituciones son reconocidas por el palacio, que recibe como contrapartida de la autonomía una contribución fiscal en especie o en mano de obra, de la que tan escasa es el reino hitita, mediante la prestación personal de trabajos obligatorios bajo requerimiento real. No obstante, los templos y el palacio juegan aquí también un papel esencial en la estructura económica, como centros coordinadores de la actividad artesanal, comercial y -en menor medida- en la agrícola, mediante las cesiones de tierras y el establecimiento de colonos militares. Los artesanos son trabajadores dependientes y por tanto han de ser alimentados a cambio de su participación en la producción, lo que obliga al palacio a ser, al mismo tiempo, almacén de excedentes agrícolas. En esto existe cierta coincidencia funcional con los lugares centrales de los estados mesopotámicos, pero las condiciones ambientales e infraestructurales en Anatolia son completamente diferentes a las del sur. Los recursos naturales son mucho más abundantes y la agricultura no necesita obras hidráulicas de tanta envergadura. Por ello, la estructura política se manifiesta de forma diferente.
La sucesión de Hattusil se realiza, después de varias tentativas fallidas y en media de intrigas cortesanas, en la figura de Mursil. Según el testamento político de Hattusil sería un hijo, tal vez adoptivo o quizá nieto. Pero al margen de los vínculos de sangre, Mursil continuó el programa expansivo trazado por su predecesor y logró tomar Yamhad, tal vez con la intención de restablecer en su beneficio los circuitos comerciales que unían el valle medio del Éufrates con el Mediterráneo y el norte de Siria, por el Khabur, con Anatolia. En ese contexto puede tener cierto sentido la vertiginosa campaña dirigida contra Babilonia y que pone punto final a la dinastía de Hammurabi. Desde luego era impensable un dominio efectivo sobre la Baja Mesopotamia y ello explica el abandono de la presa recientemente obtenida. Sin embargo, los sucesores de Mursil tuvieron dificultades para mantener el poder en Siria pues la contestación hurrita se va haciendo cada vez más fuerte, conforme se va consolidando el reino de Mitanni.
La muerte de Mursil se produce como consecuencia de un complot de palacio, lo que provoca una crisis en el reino agravada por el auge de Mitanni. En esta etapa final, hasta el renacimiento a mediados del siglo XV, sólo destaca la figura de Telepinu, cuyo reinado ocupa la segunda mitad del siglo XVI. Su "Rescripto", al que ya se ha aludido, pretende devolver el orden al reino, sistematizando el régimen de sucesión, que tantos problemas había ocasionado en la corte; pero también contiene otras normativas referentes a la propiedad de la tierra, que tienden a consolidar la hegemonía real en ese sector a través de donaciones de tierra. Sin embargo, las dificultades continuaron, agravadas por la presión de los gasga, un pueblo situado entre Hatti y el Mar Negro, que hostigaba a los hititas en sus momentos de debilidad. Desde la muerte de Telepinu hasta la restauración monárquica, hacia 1450, nuestra información sobre la historia hitita es muy limitada y no es ajeno a esa constatación el hecho de que el período coincide con el de la hegemonía de Mitanni.
Comentario
En el marco de una campaña internacional de salvación arqueológica, durante los años setenta del siglo XX y bajo la dirección de Jean Margueron, un grupo de investigadores franceses sacó a la luz parte de los restos de la antigua ciudad de Emar, construida a orillas del Eúfrates, en la frontera con Asiria.
Comentario
El palacio-ciudadela de Büyükkale estaba cercado por una gran muralla. En él vivían los príncipes de Hatti, pero lo que hoy conocemos es sólo el palacio de los dos últimos reinados hititas.
Puede que, como en fechas recientes ha propuesto Colin Renfrew (1989), los pueblos que hablan lenguas indoeuropeas se encontraran ya en Anatolia -su supuesta cuna- en la remota época de Çatalhöyük, o puede que tal y como escribe J. Mellaart (1981), los primeros indoeuropeos aparecieran en la península durante la segunda mitad del III milenio, viviendo de modo nómada o seminómada aunque en contacto con las ciudades de la región en un régimen de mutua dependencia. En el primero también, pero sobre todo en el segundo de los modelos apuntados, se podría hablar de anatolización progresiva, lenta pero real y causa de préstamos mutuos patentes, por ejemplo, en las tumbas reales de Alacahöyük. Gracias a la documentación asiria deKanis, señala I. Singer (1981) que a comienzos del II milenio pueden señalarse en Anatolia áreas lingüísticas muy definidas, donde las etnias debían estar mezcladas: el área hatti en la meseta englobada por el río Halys, el área hurrita del Sureste, la región luvita al Suroeste y otra palaíta al Noroeste y, en fin, en la franja que sigue al río Halys por ambas orillas, desde su curso medio a sus fuentes, el área nesita o hitita. Dejando aparte al mundo hurrita, hostil desde muy temprano, la fusión gradual y la interpenetración de elementos hattis o hititas a comienzos del II milenio señala el tono y la base de la que sería un futuro Estado hitita.
Algunos textos hititas tardíos cuentan que Pithana, rey de Kussara, conquistó la ciudad de Kanis. Anitta, su hijo y rey de Nesa, fue, según el mismo texto, el primer rey hitita. Y todo esto habría ocurrido hacia el 1780 a. C., cuando los asirios desaparecieron de Anatolia. Pero los comienzos son nebulosos, y otras tradiciones cuentan de otra forma los primeros pasos. Por eso la historia hitita suele dividirse en dos largos períodos. El primero, desde los orígenes inciertos hasta el 1450 a. C., posee dos momentos señalados: la época primera de expansión más allá del Tauro, durante los reinados de Hattusili I (1590-1560) y su nieto Mursili I (1550-1530) -que llevaría a los hititas a las primeras victorias sobre los principados amorritas y hurritas de Siria e, incluso, a la sorprendente conquista de Babilonia-, y la época de crisis y reforma del Estado que dirigida por Telepinu (ca. 1500 a. C.), afianzaría a la realeza y a la misma nación hitita. Aunque los resultados no fueran espectaculares en un primer momento, a su muerte, gracias a él y a la espera de tiempos mejores, Hatti pudo resistir durante el apogeo hurrita de Mitanni.
El segundo gran período de la historia hitita es el que llamamos imperial. En el año 1450 a. C. llegaría al trono un monarca fundador de una nueva dinastía, Tudhaliya, que como guerrero nato comenzó a recuperar la iniciativa en todos los frentes de batalla. Pero serían Suppiluliuma I (1380-1346), el vencedor de Mitanni y conquistador del Imperio asiático hitita, Muwatalli (1306-1286) -el que combatió contra Ramsés II en Kades- y Hattusili III (1275-1250), el rey que firmó él tratado de paz con el mismo faraón -un verdadero tratado de reparto del mundo oriental entre las dos grandes potencias-, las figuras culminantes de la historia hitita en su período más brillante.
A partir de entonces Hatti no tendría rival ninguno. Pero hacia el 1200 a. C., todo el Mediterráneo oriental se vio sometido a una crisis de supervivencia. Pueblos en masa emigraron arrasando reinos y principados. La capital hitita, Hattusa, aunque lejos de la costa, debió ser destruida en tomo al 1190 a. C., y con ella, se hundió el Estado hitita para siempre. Aunque muchas ciudades hititas sobrevivieron al desastre, en particular las situadas al sur y sureste, la destrucción del núcleo principal del Estado, su población, su ejército y su administración conllevó necesariamente el fin de la historia y la cultura del Imperio hitita.
Algunos textos hititas tardíos cuentan que Pithana, rey de Kussara, conquistó la ciudad de Kanis. Anitta, su hijo y rey de Nesa, fue, según el mismo texto, el primer rey hitita. Y todo esto habría ocurrido hacia el 1780 a. C., cuando los asirios desaparecieron de Anatolia. Pero los comienzos son nebulosos, y otras tradiciones cuentan de otra forma los primeros pasos. Por eso la historia hitita suele dividirse en dos largos períodos. El primero, desde los orígenes inciertos hasta el 1450 a. C., posee dos momentos señalados: la época primera de expansión más allá del Tauro, durante los reinados de Hattusili I (1590-1560) y su nieto Mursili I (1550-1530) -que llevaría a los hititas a las primeras victorias sobre los principados amorritas y hurritas de Siria e, incluso, a la sorprendente conquista de Babilonia-, y la época de crisis y reforma del Estado que dirigida por Telepinu (ca. 1500 a. C.), afianzaría a la realeza y a la misma nación hitita. Aunque los resultados no fueran espectaculares en un primer momento, a su muerte, gracias a él y a la espera de tiempos mejores, Hatti pudo resistir durante el apogeo hurrita de Mitanni.
El segundo gran período de la historia hitita es el que llamamos imperial. En el año 1450 a. C. llegaría al trono un monarca fundador de una nueva dinastía, Tudhaliya, que como guerrero nato comenzó a recuperar la iniciativa en todos los frentes de batalla. Pero serían Suppiluliuma I (1380-1346), el vencedor de Mitanni y conquistador del Imperio asiático hitita, Muwatalli (1306-1286) -el que combatió contra Ramsés II en Kades- y Hattusili III (1275-1250), el rey que firmó él tratado de paz con el mismo faraón -un verdadero tratado de reparto del mundo oriental entre las dos grandes potencias-, las figuras culminantes de la historia hitita en su período más brillante.
A partir de entonces Hatti no tendría rival ninguno. Pero hacia el 1200 a. C., todo el Mediterráneo oriental se vio sometido a una crisis de supervivencia. Pueblos en masa emigraron arrasando reinos y principados. La capital hitita, Hattusa, aunque lejos de la costa, debió ser destruida en tomo al 1190 a. C., y con ella, se hundió el Estado hitita para siempre. Aunque muchas ciudades hititas sobrevivieron al desastre, en particular las situadas al sur y sureste, la destrucción del núcleo principal del Estado, su población, su ejército y su administración conllevó necesariamente el fin de la historia y la cultura del Imperio hitita.
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