miércoles, 21 de diciembre de 2016

Papas por siglo - Siglo II

Alejandro I, (Roma¿? – ha. 115) fue el sexto Papa de la Iglesia católica, desde aproximadamente el año 106 hasta su muerte.

San Alejandro I
Papa Alessandro I.jpg

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Papa de la Iglesia católica
ha. 106-ha. 115
PredecesorEvaristo
SucesorSixto I
Información personal
NombreAlejandro
NacimientoRoma (Italia), Desconocida
Fallecimiento116
RomaItalia

Las fechas exactas de su pontificado son objeto de polémica entre los historiadores, debido a que las fuentes son discordes. En la Historia Ecclesiastica de Eusebio de Cesarea se dice que el pontificado duró del 108 al 119.1 El Catálogo liberiano del 109 al 116. El Liber Pontificalis solo habla del último año que sería el 116.
Los datos que ofrece el Liber Pontificalis son de dudosa historicidad. Se afirma en él que Alejandro era romano, también que habría modificado el canon de la misa para que se hiciera el recuerdo de la Pasión del Señor con la expresión qui pridie quam pateretur.
Existe muy poca evidencia histórica de este pontífice. Ireneo de Lyon lo incluye como uno de los doce primeros papas en su obra Adversus haereses publicada en el 180 d. C.
La tradición dice que instituyó el uso del agua bendita, a la que había que añadir sal, para purificar las casas cristianas, e introdujo en la eucaristía el pan ácimo y el vino mezclado con agua.
También se dice que sufrió martirio al ser decapitado junto a San Evencio y San Teódulo, aunque esta tradición, que data del siglo V, es objeto de polémica desde que, en el siglo XIX, fueron descubiertos en la vía Nomentana, a las afueras de Roma, los restos de tres personas decapitadas y aunque en un principio se atribuyeron a Alejandro I y a sus dos compañeros de martirio y se trasladaron a la iglesia de Santa Sabina, el cuerpo que en un principio se atribuyó a este Papa parece corresponder a otro santo llamado también Alejandro. De ahí la presencia de una Passio escrita entre el siglo V-VI con varios eventos milagrosos y conversiones que habría logrado antes de morir. Lo habrían clavado en distintas partes del cuerpo hasta la muerte (mientras sus compañeros fueron decapitados).
Considerado santo por la Iglesia católica, su festividad se celebra el 3 de mayo.
Hacia el 115, al final del pontificado de Alejandro I, como obispo de Roma, Ignacio de Antioquía escribe a los romanos ensalzando la dignidad de la Iglesia de Roma.

Vida de San Alejandro I papa

San Ireneo de Lyons escribe de él en el último cuarto del siglo II, considerándolo el quinto Papa en la sucesión de los Apóstoles, sin embargo no dice nada de su martirio. Su pontificado es fechado diversamente por los críticos, ejemplo. 106-115 (Duchesne) o 109-116 (Lightfoot). Se cree que su pontificado duró aproximadamente diez años, en la antigüedad cristiana (Eusebio, Hist. Eccl. IV, i,) y no hay razón para dudar que estuvo en el "catálogo de obispos" incorporado en Roma por Hegesipo (Eusebio, IV, xxii, 3) antes de la muerte del Papa Eleuterio (c. 189).
Según una tradición existente en la Iglesia romana al final del siglo V y registrada en el Liber Pontificalis, sufrió muerte de mártir, por decapitación, en la Vía Nomentana, en Roma un 3 de mayo. La misma tradición declara que fue romano por nacimiento y rigió la Iglesia durante el reinado de Trajano (98-117). Le atribuyen también, aunque sin precisión, la inserción en el canon de Qui Pridie, o palabras conmemorativas de la institución de la Eucaristía, ciertamente primitivas y originales en la Misa.
También se dice, que él ha introducido el uso de agua bendita, mezclada con sal para purificar a casas cristianas de las malas influencias (constituit aquam sparsionis cum sale benedici in habitaculis hominum). Duchesne (Lib. Pont., I, 127) llama la atención, por la persistencia de esta primitiva costumbre romana como forma de bendición en el Sacramentario Gelasiano y que recuerda muy fuertemente a la actual plegaria de Asperges, al comienzo de la Misa. En 1855, se descubrió un cementerio semisubterráneo de los mártires Santos: Alejandro, Evéntolo, y Teódolo, cerca de Roma, en el sitio donde, la antedicha tradición, declara haber sido martirizado el Papa. Según algunos arqueólogos, este Alejandro es el mismo Papa, y esta antigua e importante tumba señala, de hecho, el lugar de su martirio.
Duchesne, sin embargo (op. el cit., I, xci-ii) niega la identidad del mártir y el Papa, mientras admite que la confusión de ambos personajes es de antigua data, probablemente anterior al principio del siglo VI cuando el Liber Pontificalis fue primeramente compilado [Dufourcq, Gesta Martyrum Romains (París, 1900), 210-211]. Las dificultades levantadas en tiempos recientes por Richard Lipsius (Chronologie der romischen Bischofe, Kiel, 1869) y Adolph Harnack (Die Zeit des Ignatius u. die Chronologie der antiochenischen Bischofe, 1878) concerniente a los primeros sucesores de San Pedro, son discutidas y refutadas hábilmente por F. S. ( Cardenal Francesco Segna ) en su "De successione priorum Romanorum Pontificum" (Roma 1897); con mesura y saber por el Obispo Lightfoot, en su " Padres Apostólicos: San Clemente (Londres, 1890) I, 201-345 - y especialmente por Duchesne en la introducción a su edición del "Liber Pontificalis" (París, 1886) I, i-xlviii y lxviii-lxxiii. Las cartas atribuidas a Alejandro I por Pseudo-Isidore pueden observarse en P. G., V, 1057 sq, y en Hinschius," Decretales Pseudo-Isidorianae" (Leipzig, 1863) 94-105.








Aniceto (Emesa, ha. 98 - Roma166), Papa n.º 11 de la Iglesia católica de 155 a 166.1
En los inicios de su pontificado recibió en Roma a Policarpo de Esmirna, obispo de Esmirna, que había sido discípulo de Juan el Apóstol y maestro de Ireneo de Lyon, al objeto de establecer la fecha de celebración de la Pascua. Policarpo, y la Iglesia oriental en su conjunto, entendía que la celebración debía realizarse el día 14 del mes de Nisán independientemente del día de la semana en que cayera. Esta postura que seguía la tradición johánica y que suponía celebrar la Pascua de Resurrección el mismo día que los judíos, es conocida como «práctica cuartodecimal» y no era considerada por el papa Aniceto como correcta ya que entendía, junto a la Iglesia occidental, que la Pascua debía celebrarse el domingo siguiente al día 14 de Nisán.
Según el relato que Ireneo de Lyon hace de esta visita, parece ser que Aniceto no pudo convencer a Policarpo, ya que este basó su postura en que «Juan y los demás apóstoles con quienes él había vivido» celebraban la Pascua de dicho modo. A pesar de las diferencias entre ambos no hubo ruptura entre ambos y el papa permitió al santo seguir celebrando la Pascua según la tradición oriental.
Trabó amistad con el apologista Justino junto a quien falleció en 166 tras sufrir martirio durante las persecuciones del emperador Marco Aurelio.
Parece ser que condenó la doctrina montanista, y que se enfrentó a los gnósticos y a los marcionistas, aunque no existen documentos históricos que acrediten estas actuaciones, ya que, según el Liber Pontificalis prohibió a los clérigos que llevaran el cabello largo, lo que supondría una forma de separarse de los gnósticos que, al parecer, tenían esta costumbre.

San Aniceto
Papa Aniceto cropped.jpg

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Papa de la Iglesia católica
155-166
PredecesorPío I
SucesorSotero
Información personal
NombreAniceto
Nacimientoha. 98Emesa (Siria)
Fallecimientoc. 19 de abril de 168jul.
RomaItalia
17 de abril

SAN ANICETO, PAPA Y MÁRTIR
 (†  166)

A San Aniceto le tenemos devoción muchísimos sacerdotes españoles, todos los que hemos estudiado en el Pontificio Colegio Español de Roma.
 Los restos de San Aniceto reposan en un riquísimo sarcófago, que probablemente perteneció al mausoleo de la familia imperial de Septimio Severo y ahora sirve de soporte al altar mayor de la capilla, que fue consagrado el año 1910 por el cardenal Merry del Val.
 El Colegio Español ocupa un hermoso palacio renacentista que levantaron los duques de Altemps. Esta familia, de origen alemán, dio a la Historia gobernantes y capitanes y a la Iglesia cardenales y prelados. El fundador de la misma fue un condottiero de las tropas de Carlos V. Un siglo más tarde el duque Juan de Altemps pidió al papa Clemente VIII, con el que estaba emparentado, que le cediese las reliquias de San Aniceto, conservadas en las catacumbas de San Calixto, lo que se llevó a cabo el año 1604, con motivo de haber tomado aquel Pontífice la decisión de trasladar desde los antiguos cementerios suburbanos a iglesias más seguras los cuerpos de los santos que todavía reposaban allí.
 El piadoso duque hizo labrar una riquísima capilla, exornándola con mármoles y decorándola con pinturas alusivas al martirio del papa San Aniceto.
 A finales del pasado siglo la familia de los Altemps había decaído y su palacio pasó a propiedad de la Santa Sede. Por entonces un sacerdote español, cuyo proceso de beatificación está en marcha, planeaba la fundación en Roma de un colegio donde pudieran hacer su formación eclesiástica en la Ciudad Eterna los clérigos españoles que designasen sus prelados. Este sacerdote, don Manuel Domingo y Sol, pasó no pocas dificultades en su noble empresa. Tras unos años difíciles, en que recorrió con su grupo de colegiales varios edificios romanos, mereció que el mismísimo Papa le prestase su apoyo, y León XIII le cedió en 1894 el Palazzo Altemps.
 Y aquí empieza la relación de los sacerdotes españoles con San Aniceto. En el gran fresco que decora la bóveda de la capilla el pintor diseñó la apoteosis del Santo glorioso, que, rodeado de barrocas guirnaldas de ángeles como amorcillos, extiende su capa pontifical mientras sube a lo alto. Yo siempre quise ver en este gesto un símbolo de su protección al colegio. Y también debió verlo y experimentarlo el propio Mosén Sol, quien en circunstancias apuradísimas para la reciente fundación prometió que una lucecita habría de brillar perennemente, noche y día, cabe su sepulcro. En mis tiempos de alumno siempre la vi arder, y alguna vez yo mismo la aticé. Cuando posteriormente he estado en Roma la luz seguía luciendo, aunque ahora fuese una bombillita eléctrica. Y he pensado a veces si todos los papas, aun aquellos que figuran en el martirologio, tendrán la dicha de que ininterrumpidamente brille una lámpara de amor y gratitud bajo su tumba. San Aniceto, patrón del Colegio Español de Roma, sí la tiene.
 ¿Quién fue San Aniceto?
 Pocas noticias nos ha legado la historia de este glorioso Papa. Casi podemos contentarnos con saber que fue el duodécimo sucesor de San Pedro, que gobernó la Iglesia once años, desde 155 a 166, entre San Pío I y San Sotero. Era originario de Emesa, en Siria.
 En el siglo II la comunidad cristiana de Roma estaba fuertemente helenizada, su lengua oficial no era el latín, sino el griego. En griego vulgar se celebraba la liturgia, se predicaba, se hacían las inscripciones de los mártires en las catacumbas. Hasta un siglo después la lengua latina no suplantaría a la griega.
 Esto explica los nombres griegos de la mayoría de los papas primitivos, nombres, por lo demás, sin ascendencia gentilicia, porque estos papas debían de ser libertos o de familias más bien humildes. Sus nombres revelan cualidades o rasgos, los que les caracterizaron antes de la manumisión: Aniceto, Sotero, Calixto.... el Invencible, el Salvador, el Hermoso... Estos personajes oscuros, pero eficientes, conocían la responsabilidad de su cargo y supieron llevar a buen puerto, entre borrascas y tempestades, la barquilla de la Iglesia. Hasta comienzos del siglo IV todos los papas dieron su vida por la fe. Ascender al pontificado era sentar plaza de candidato al martirio.
 En aquel entonces la situación legal del cristianismo seguía siendo enormemente precaria. Aun bajo los auspicios de buenos emperadores, como los Antoninos, que se preocuparon de la felicidad material de sus súbditos, la Iglesia continuó teniendo sus mártires. Bajo el mismo Marco Aurelio (161-180), el emperador filósofo, no hay cambios sensibles. Ni parece verosímil que la apología de San Justino hiciera mella en el alma de este estoico frío y orgulloso, que mas que hallar puntos de contacto entre el cristianismo y su doctrina vio en aquel un rival, sin impresionarle las virtudes de los mártires, cuya paciencia tomó por fanatismo.
 A la vez que el Imperio desenvainaba la espada contra la Iglesia, los escritores atacaban con la pluma. Frontón de Cirta, Luciano de Samosata y Celso recurren a las fábulas más absurdas, a la sátira y a la calumnia para combatir al cristianismo.
 Y, sin embargo, la resistencia oficial del Imperio romano y la ofensiva de sus letrados no era tan peligrosa para la Iglesia como la lucha interna que tuvo que sostener contra las incipientes herejías, agrupadas bajo el nombre común del gnosticismo. Toda la literatura del siglo II nos da la impresión de que los cristianos viven en una atmósfera de batalla, ya sean apologetas o controversistas.
 En efecto, la Iglesia reaccionó vigorosamente. A los escritores paganos no les faltaron objetantes cristianos. San Justino, Atenágoras, Minucio Félix, Taciano, Apolinar y Orígenes trituraron uno a uno los falaces argumentos, deshicieron las calumnias y expusieron toda la belleza de la nueva religión.
 Los mismos apologistas fueron buenos controversistas; su caso nos recuerda la actuación de los judíos de Nehemías, que con una mano levantaban el edificio teológico de la fe y con la otra empuñaban la espada de la controversia.
 En esta atmósfera cargada se desenvolvía el pontificado de San Aniceto. Contemporáneos suyos, y en Roma, vivieron San Justino y Hegesipo, un judío converso que recorrió el Imperio para comprobar la uniformidad de su fe cristiana frente a las nacientes heterodoxias; a él debemos la anécdota que nos ha transmitido Eusebio sobre la venida de San Policarpo a la Ciudad Eterna.
 También vivió en Roma en tales fechas el hereje Marción, un gnóstico peligrosísimo, que, enriquecido con negocios de empresas navieras, hacía grandes estragos entre los fieles por sus espléndidas limosnas y su austero rigorismo. Pero nunca pudo engañar a los auténticos representantes de la jerarquía. Y cuando viene a la capital del Imperio San Policarpo, para tratar con San Aniceto el problema de la fecha de la Pascua, encuentra a Marción casualmente, que con cinismo le pregunta:
 —¿Me conocéis?
 Y el venerable obispo, sin recato ni miramiento, le contesta:
 —Te conozco, primogénito de Satanás.
 Trataron ambos ilustres prelados sobre el modo de conciliar las fechas de celebración de la primera festividad cristiana; pero no lograron ponerse de acuerdo. El obispo de Esmirna, con más de ochenta y cinco años, había emprendido el penoso viaje a Roma para conferir con el cabeza de la Iglesia universal. El seguía la tradición legada por San Juan, al que alcanzara a conocer en vida y de quien se proclamara como heredero; y en Roma se seguía la tradición de San Pedro. No se encontró solución al grave asunto, que, en realidad, no sería resuelto hasta el concilio de Nicea.
 Pero ambos santos se mantuvieron unidos, y, como señal de la caridad no rota, San Aniceto invitó a San Policarpo a celebrar la eucaristía en presencia de la comunidad romana. Y así se despidieron en paz el uno del otro.
 ¿Fue realmente mártir San Aniceto? La expresión de que se sirve el Liber Pontificalis resulta insólita. Dice obiit martyr (murió mártir), en vez de martyrio coronatus (coronado con el martirio). La tradición constante de los martirológios habla del martirio y suele señalar como fecha el 17 de abril, y en cuanto al lugar de su enterramiento, si alguno habla del Vaticano, también es fuerte la tradición de haber sido inhumado en el que después se llamaría cementerio de Calixto, panteón normal de los primeros papas. De aquí, como se dijo, pasaron sus reliquias a la capilla del Palazzo Altemps en 1604. Sin embargo, la cabeza había sido entregada el año 1590 para su veneración al arzobispo de Munich, Minucio, quien la colocó en la iglesia de los padres jesuitas de aquella ciudad.
 ¿Cómo terminar la biografía de este santo Papa? Quizá con las palabras tiernas y devotas que le dedicó el duque Juan de Altemps al recibir en su casa sus preciadas reliquias: "Si la perfecta inteligencia de la Sagrada Escritura, si la inocencia y la santidad de vida, si la gloria del martirio bastan cada una de por sí, como todos lo confiesan, para hacer a un hombre inmortal, ¿qué se deberá pensar del mérito y de la gloria de San Aniceto, en quien todas estas prendas se juntan?".
 CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

-San Aniceto, papa, era un oriental que gobernó la Iglesia a mediados del siglo II, 150-161. Tuvo que combatir el gnosticismo entonces en su apogeo, cuyos jefes, Valentín, Marción y Apeles, habían hecho de Roma el centro de su propaganda. Recibió la visita de San Policarpo y de Hegesipo, primer historiador de la Iglesia, que le dedico su "Comentario de los Actos de los Apóstoles". Trabajó por reducir a los orientales a la celebración de la Pascua según los usos romanos, aunque ésta es una cuestión que no logró ver solucionada. Recibió la palma del martirio a raíz de la muerte de Antonino Pío.

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