miércoles, 29 de abril de 2015

Terminología filosófica



La alegoresis, que deriva de la unión de los conceptos de "alegoría" y "exégesis", define un procedimiento interpretativo tendiente a descifrar el sentido profundo detrás del sentido literal. La alegoresis es un procedimiento usado en la interpretación tradicional de los textos sagrados.

Cuando el lector moderno se enfrenta a la obra del renacentista san Juan de la Cruzsiempre se plantea el mismo problema: la distancia que existe entre su poesía, de una modernidad incomparable, y su interpretación en prosa ligada a la mentalidad de su tiempo y aun a las raíces medievales de la exégesis cristiana. Desde la crítica siempre se ha señalado la posibilidad de que la interpretación alegórica sea una justificación, a posteriori, con el objetivo de atenuar el templado erotismo de estas piezas poéticas, impropias de la gravedad de su cargo. San Juan hace una interpretación alegórica de su obra, o según la terminología de Angus Fletcher en su libro Alegoría. Teoría de un mundo simbólico, podríamos hablar de una alegoresis. Es decir: habría que distinguir si el doble sentido era su intención durante la elaboración del poema o si forzó una lectura alegórica a posteriori.

Alegoresis medieval de la Biblia

Otro tanto podríamos decir del modelo sanjuanesco, el Cantar de los Cantares. Durante muchos siglos se relegó a un segundo plano este pasaje bíblico por su alto contenido erótico, como demuestra el conocido caso de Fray Luis de León, encarcelado por traducirlo. Su inclusión dentro de la Biblia se permitió seguramente por estar en latín y por ser inaccesible al vulgo. En la Edad Media se forzó una lectura alegórica (alegoresis) de todo: obras, Historia (por eso la Historia era entonces un género literario), arte, procesos físicos de la Naturaleza, comportamiento de animales, fisiología del hombre, etc. Otras grandes obras, pero de origen greco-romano, se sumaron al fenómeno de la alegoresis. Cuenta Angus Fletcher que Eneas fue visto desde una lectura cristiana y alabado por no desviarse de su camino. La trascendencia del evemerismo en el período medieval (a pesar de que Evemero había escrito su Inscripción sagrada en el siglo IV antes de Cristo) está íntimamente ligada al pensamiento alegórico; en su obra el autor clásico leyó los mitos como alegorías (deificaciones posteriores) de hechos y personas reales. Es éste uno de los primeros casos identificados de alegoresis.
Hasta tal punto el hombre medieval estaba ligado a este tipo de usos alegóricos que los modos de ficción (primeros conatos de teatro y teatralidad durante los sermones) no estaban claramente diferenciados de la realidad y el vulgo mostraba siempre cierta confusión entre usos alegóricos y usos reales. La alegoría, y la alegoresis como aplicación casi indiscriminada de este procedimiento, tenían una repercusión que hoy parece exagerada al pensamiento moderno. La lectura de la Biblia se convirtió en un ejercicio constante de alegoresis, y no sería hasta los últimos años del siglo XV que la imposición de criterios filológicos en el estudio de los Textos Sagrados aparcase de lado la visión alegórica para llegar a ampliar su marco de conocimiento; la lucha por descifrar el significado de tal o cual nombre, de un dios griego o de una práctica o rito de los textos antiguos derivó en una constante indagación textual que dejó atrás los acercamientos de la alegoría.

Alegorías modernas

Aún así el tiempo no ha diluido este recurso, aunque perviva más como figura retórica que como pilar de la mentalidad artística. Los viajes de Gulliver de Swift o La Peste de Camus, entre otros muchísimos ejemplos, continúan este trazado de manera explícita. Incluso otras obras que hoy no ofrecen lecturas alegóricas podrían, con el tiempo, despertar cierto sentimiento alegórico en lectores futuros. La literatura policíaca, por ejemplo, puede representar la lucha eterna entre el bien y el mal, así como obras clásicas de la fantasía y la ciencia ficción como El señor de los anillos o las obras de Isaac Asimov.
Prácticamente todos los autores coinciden en que el fin de la alegoría como bastión del pensamiento artístico e incluso filosófico acaba con la Edad Media o, como mucho, en el siglo XVI con el Renacimiento. El pensamiento científico sustituye al simbólico: en palabras de Johan Huizinga y de su famoso estudio El otoño en la Edad Media, “el simbolismo era un medio de expresión deficiente para las conexiones del cosmos (...). Se sabía que se miraba a un enigma y, sin embargo, se trataba de distinguir las imágenes en el espejo, explicando unas imágenes por otras imágenes y poniendo un espejo frente a otro espejo”. La necesidad de encontrar una verdad más allá del lenguaje semi-mítico de las Escrituras, basado fundamentalmente en la imagen, llevó al hombre Renacentista y al Barroco a una nueva posición ante el arte. “El pensamiento habíase tornado demasiado dependiente de las figuras (...), la representación del mundo habíase tornado tan inmóvil, tan rígida, como una catedral que duerme a la luz de la luna”, concluirá el mismo autor.

Alegoresis

Tentaciones, tentaciones. Así como ayer intenté hacer un poco de análisis alegórico, hoy intenté hacer una construcción en ese sentido. Se trata de una "alegoría imperfecta", y esto por tres motivos:

1) no explicita su significado, confiando en que será fácil de reconocer
2) probablemente sea una porquería
3) no todo cierra

Ahora, resultó que al final me quedó muy larga, así que por decoro, la pongo acá, y quién quiera verla, que la vea; pero que recuerde que su sentido literal está supeditado al alegórico. Doy una pista: su interpretación alegórica intencional no tiene NADA que ver con el cristianismo, ni con la religión. Creo que, si alguno de hecho llega a leerla, encontrará su significado de forma más o menos rápida, pero no sé, y como dudo que alguien se tome el trabajo, probablemente nunca me entere.

El primer párrafo.

Todos los años, el barco del capitán Lark recorría el Mediterráneo realizando diferentes encargos comerciales, llevando consigo su pequeña corte de cocineros, sibaritas y asistentes, ya que era un hombre de gustos refinados.
Por esos años, los encuentros con sirenas eran todavía frecuentes, y rara vez se completaba una travesía sin que se realizase el siguiente ritual: el capitán se ataba al mástil mayor, solicitaba a sus marineros y asistentes que se tapasen los oídos, y luego comenzaba a chillar desesperadamente, rogando que lo soltasen, hasta que las sirenas se perdiesen una vez más en el horizonte.
Por supuesto, ni los marineros ni los cortesanos creían, a esa altura, en los desmedidos gestos de su capitán. De hecho, nadie se tapaba los oídos, y la vida en cubierta apenas se modificaba cuando sonaba el canto. Para entretenerse, algunos de los sibaritas más viejos habían diseñado un pequeño juego. Cuando aparecían las sirenas -que rara vez se presentan solas-, tomaban sus catalejos y organizaban un concurso. Luego le otorgaban, honoríficamente, el premio a una de las criaturas marinas, que miraban el espectáculo indiferentes.

Pero un día, una sibarita, que normalmente no participaba en los concursos, se acercó al capitán Lark, que todavía fingía sufrir atado al mástil, y le habló en estos términos:

- Mi capitán, espero me perdone la impertinencia, pero los otros sibaritas y yo pensamos que no tiene sentido continuar esta farsa. Admita usted que sus lamentos no convencen ni al más ingenuo de los grumetes del barco, particularmente cuando las sirenas mismas se rehúsan a cantar por puro desinterés. Mire, por ejemplo, esa hermosa sirena, capitán, aquella recostada en esas rocas.

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