Categórico
En lenguaje coloquial parecería estar relacionado con categoría entendida ésta como grado de jerarquía social que ocupa una determinada persona o cargo institucional, generalmente relacionada con el ejercicio del poder en todos sus campos; o nivel de importancia de cualquier cosa respecto a las demás.
En filosofía tampoco es lo relacionado con las categorías. Se aplica a la cualidad de un discurso o una afirmación fundamentado de tal forma que no admite discusión, pues suverdad no depende de hipótesis o condición (lógica) sino como implicación a partir de la verdad material de los hechos.
En la actualidad su referencia como término es fundamentalmente un producto derivado de su uso en filosofía.
Aunque pudiera parecer que es todo lo relativo a las categorías, sin embargo adjetiva a otros conceptos con algunos matices específicos:
- De manera general categórico hace referencia al discurso en el que se afirma algo como verdadero y sin condiciones. Por asimilación también a un enunciado afirmativo.
- Juicio categórico: En referencia a la lógica aristotélica es la atribución de un predicado a un sujeto como manifiestación del conocimiento de la realidad, como verdad. En laLógica de Port-Royal, la unión o separación de la idea correspondiente a un sujeto con la idea de un predicado.
- Silogismo categórico: En referencia a la lógica aristotélica y tradicional, el silogismo basado en el juicio categórico.
- Juicio categórico: En la filosofía kantiana hace referencia a los juicios basados en la relación inherencia-subsistencia. En la afirmación mediante este juicio se establece laimplicación del predicado en el sujeto de forma incondicionada.
- Imperativo categórico: En la filosofía kantiana hace referencia al deber en cuanto se impone a la conciencia moral como incondicionado.
Lo imperativo hace referencia a una orden, a lo que debe cumplirse, a un deber de acción u omisión; y lo categórico, significa que es incondicional, absoluto, que el cumplimiento del deber no se sujeta a intereses, ni emociones ni otros fines, pues estos serían imperativos hipotéticos (por ejemplo, ayudo a los pobres para obtener reconocimiento social) y que valen o sea que son valiosos, en cualquier tiempo y con independencia del lugar.
El concepto de imperativo categórico fue introducido por Immanuel Kant, filósofo alemán que transcurrió su humilde y virtuosa existencia entre los años 1724 y 1804, para referirse al deber moral. “No matar” por ejemplo, es un imperativo categórico, pues es válido como ley moral universal. Las leyes morales e imperativos categóricos, creados por la razón humana (no pueden provenir de los empírico, pues solo lo emanado de la razón tiene pretensión de universalidad) al igual que las leyes naturales, deben cumplirse siempre, sin que existan excepciones.
Fue en 1785 cuando Kant empleó la expresión “imperativo categórico” por vez primera en su obra “Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres”.
El obrar debe adecuarse para Kant a esta regla: actuar de modo que lo que se hace pueda convertirse en ley universal. No se debe mentir, ni robar, ni burlarse de otro, ni dañarlo, pues por supuesto, la sociedad jamás querría que estas acciones se conviertan en cotidianas.
La humanidad siempre debe ser el fin de las acciones, y no solamente un medio. Los fines virtuosos deben inspirar las acciones, que serán buenas, independientemente de que se logren, pues lo que interesa es la intención del agente.
Imperativo Categórico
O imperativo apodíctico. Mandato con carácter universal y necesario: prescribe una acción como buena de forma incondicionada, manda algo por la propia bondad de la acción, independientemente de lo que con ella se pueda conseguir. Declara la acción objetivamente necesaria en sí, sin referencia a ningún propósito extrínseco. Para Kant sólo este tipo de imperativo es propiamente un imperativo de la moralidad.
Los imperativos categóricos tienen la forma general "debes hacer X", o, en su versión prohibitiva, "no debes hacer X"; "debes ser veraz", "no debes robar", son ejemplos de imperativos categóricos. De todas formas es preciso tener cuidado porque la mera expresión lingüística no es suficiente para determinar si el imperativo que ha guiado nuestra conducta es hipotético o categórico: para averiguar si es uno u otro el caso es preciso referirse a lo que ha movido nuestra voluntad: si no hemos robado, nuestra conducta es conforme al deber (conforme al imperativo “no debes robar”), pero si no hemos robado por miedo a la policía, el imperativo que hemos seguido es hipotético (“no debes robar si no quieres tener problemas con la policía”); sin embargo, si no hemos robado porque la acción de robar es mala en sí misma, independientemente de si nos pueda detener o no la policía, entonces nuestro imperativo es categórico. Kant consideró que nunca se puede estar absolutamente seguro de que nuestra conducta no haya estado motivada por un interés o por algún temor, y por ello concluyó que cuando nos parece seguir un imperativo categórico siempre es posible que el imperativo por el que nos regimos sea hipotético.
La causalidad es una relación entre un evento (la causa) y un segundo evento (el efecto), en la cual el segundo evento se entiende como una consecuencia del primero.Para que un suceso A sea la causa de un suceso B se tienen que cumplir tres condiciones:
- Que A preceda a B.
- Que siempre que suceda A suceda B.
- Que A y B estén próximos en el espacio y en el tiempo, relativamente.
El observador, tras varias observaciones, llega a generalizar que puesto que hasta ahora siempre que ocurrió A se ha dado B, en el futuro ocurrirá lo mismo. Así se establece una ley.
La idea de causa ha suscitado un buen número de debates filosóficos desde los primeros intentos filosóficos. Aristóteles concluye el libro de los Segundos analíticos con el modo en que la mente humana llega a conocer las verdades básicas o premisas primarias o primeros principios que no son innatas, ya que es posible desconocerlas durante gran parte de nuestra vida. Tampoco pueden deducirse a partir de ningún conocimiento anterior, o no serían primeros principios. Afirma que los primeros principios se derivan porinducción, de la percepción sensorial, que implanta los verdaderos universales en la mente humana. De esta idea proviene la máxima escolástica "nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos" (Nihil est in intellectu, quod prius non fuerit in sensu). Al mantener que "conocer la naturaleza de una cosa es conocer por qué es",Aristóteles postuló cuatro tipos mayores de causa como los términos medios más buscados de demostración: la forma definible; un antecedente que necesita un consecuente; la causa eficiente; la causa final. En Kant, de quien su desacuerdo con el pensamiento de Hume se cita como una motivación para escribir una teoría filosófica, la causalidad es una de las categorías a priori del entendimiento, y entonces no proviene de la costumbre (como decía Hume) sino que tiene un carácter necesario y universal. Esto permite que la ciencia se apoye sobre el principio de causalidad sin dejar de ser necesaria y universal.
La «doctrina de la causalidad» se ha desarrollado tradicionalmente como una doctrina filosófica. Además, es una doctrina a la que se le ha solido conceder una gran importancia, desde Aristóteles hasta Kant, desde Suárez hasta Hume. Pero acaso esta circunstancia no fuera suficiente, aunque fuera necesaria, para justificar el «reconocimiento de importancia» de la doctrina de la causalidad en la filosofía del presente [3, 5, 8-16]. Cabría alegar que ciertas opiniones de filósofos tan ilustres como Francis Bacon –sin perjuicio de su enemistad pre-positivista por las causas finales– relativas, por ejemplo, al unguentum armarium como forma de tratar la herida por ellas infringida, están más cerca de la magia de lo que puedan estar ciertas doctrinas sobre los «mecanismos causales» del mal de ojo [373-384]. Desde determinadas posiciones se ha sostenido que la causalidad es una idea confusa, casi supersticiosa, cuyo análisis debería corresponder más a las ciencias psicológicas o etnológicas que a la Filosofía.
A nuestro juicio, no es la importancia que a lo largo de la Historia de la Filosofía han alcanzado los tratados de causis lo que justifica la importancia de la doctrina de la causalidad en la filosofía del presente. Mientras tradicionalmente el tratamiento de la causalidad era asunto que se delegaba indiscutiblemente a la Filosofía hoy día hay que constatar la presencia de teorías «científicas» de la causalidad (psicológicas, lógicas, &c.) que a veces se presentan como alternativas de las doctrinas filosóficas tradicionales. El análisis epistemológico-genético de Piaget suele ser considerado muchas veces como sustituto eficaz de las antiguas especulaciones filosóficas sobre la causalidad.
Pero la Idea de causa no puede ser tratada, en toda su problemática, con las metodologías propias de las ciencias positivas que, sin duda, arrojan precisiones muy importantes sobre determinados aspectos de la causalidad. Si postulamos, por nuestra parte, la necesidad de este tratamiento filosófico de las ideas causales no es porque presupongamos que la perspectiva filosófica constituye por sí misma una «teoría general exenta», de rango más elevado respecto de aquel que pueda corresponder a las teorías o usos positivos, pues comenzamos reconociendo que no es posible una «teoría general exenta» de la causalidad y que toda teoría general de la causalidad implica presuposiciones muy heterogéneas que impiden un «cierre positivo» del material y obligan a una sistematización de naturaleza filosófica. Una doctrina filosófica de la causalidad, que lo sea efectivamente, arrastra tal cúmulo de supuestos sobre cuestiones muy heterogéneas y distintas de las estrictamente causales que puede considerarse una ficción el referirse a una «doctrina de la causalidad» que no sea, a la vez, una doctrina sobre el espacio y el tiempo, sobre la realidad del mundo exterior, sobre la identidad de la sustancia o sobre Dios... Por ello hay doctrinas de la causalidad muy diversas entre sí e incluso cabe considerar filosófica, en principio, una doctrina que niegue la posibilidad de una doctrina filosófica de la causalidad.
Hemos fundado la necesidad de reconocer la actualidad de una consideración filosófica de la causalidad en la constatación de la presencia viva de las categorías causales en los más diversos dominios categoriales –físicos, biológicos, jurídicos, históricos...– de nuestro presente, aun cuando ésta no sea la única razón, sino, si se quiere, un criterio objetivo. Y esta presencia viva ha de ser afirmada tanto más cuanto que la «ofensiva contra la causalidad» ha sido planeada con frecuencia no ya sólo desde la «filosofía» (positivismo y neopositivismo principalmente), sino también desde la misma práctica de las ciencias positivas. Las «causas finales» fueron suprimidas de las ciencias naturales que siguieron los métodos mecanicistas; las «causas eficientes, admitidas de hecho más o menos por la Física cartesiana e incluso por Newton (el concepto de fuerza de su segundo principio), ha pretendido ser eliminadas no sólo en nombre del indeterminismo acausal de tantos físicos cuánticos (los «físicos de Weimar» estudiados por Forman), sino también en nombre del determinismo por la misma teoría de la Relatividad (en tanto esta teoría habría podido prescindir de las fuerzasnewtonianas).
Sin embargo, no sería prudente aceptar acríticamente semejantes pretensiones si tenemos en cuenta que estas mismas opiniones expresadas por tantos científicos son, en rigor, metacientíficas e implican ya posiciones filosóficas. Posiciones que no siempre pueden diagnosticarse como «filosofía espontánea» de los científicos puesto que son muchas veces filosofías recibidas por esos científicos de manos de la filosofía positivista en sus diversas corrientes.
Y es del análisis de las mismas construcciones de los científicos de donde habría que extraer las líneas con las cuales se tejen las ideas causales. No es que con esto pretendamos sugerir que las doctrinas filosóficas tradicionales puedan ser simplemente arrumbadas, haciendo tabla rasa de ellas. Precisamente estas doctrinas filosóficas también extrajeron los componentes de las ideas causales que ellas pudieron perfilar del estado de los conocimientos precientíficos de su tiempo; y en la medida en que el estado de las ciencias actuales deriva de los estados precedentes, también los «hilos» para desarrollar la Idea de Causa que pudiéramos encontrar en los materiales del presente (entre los cuales está, por ejemplo, el llamado caos indeterminista de Lorentz que surge, no de un magma original, ni siquiera del caos de Exner, sino de las propias ecuaciones deterministas no lineales, y no sólo del cosmos predeterminado de Laplace) han de tener alguna suerte de parentesco con los «hilos» utilizados por Kant o por Aristóteles, por Suárez o por Hegel. Es entonces cuando la concepción kantiana de la causalidad, pongamos por caso, mostrará su potencia (o su impotencia) no ya por virtud de su supuesta mayor (o menor) intensidad luminosa respecto de la concepción aristotélica, sino en función de su capacidad (o incapacidad) para formular, plantear y profundizar en los problemas causales que viven en la realidad de las ciencias o la praxis tecnológica o política del presente.
La dialéctica entre los usos categoriales vivos de la causalidad en las ciencias físicas, o biológicas –más que en el lenguaje ordinario, según la recomendación de la llamada filosofía analítica– y los diferentes componentes ideales que las sucesivas doctrinas filosóficas han podido ir determinando, es la que nos conduce a la posibilidad de intentar, aunque siempre desde una determinada perspectiva, el desarrollo de una teoría de teorías posibles de la causalidad.
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