En biología se dice análogas si cumplen funciones parecidas por medios semejantes, sin que se requiera que tengan el mismo origen evolutivo. Si además tienen el mismo origen evolutivo, a la vez que análogas serán homólogas. Por otra parte las estructuras homólogas pueden haber divergido en su función para cumplir papeles diferentes. En resumen, estructuras análogas son aquellas que poseen una función semejante partiendo del mismo medio, pero cuyo origen es generalmente distinto. Si dos estructuras tienen la misma función por medios semejantes y además parten del mismo origen, son estructuras análogas y homólogas a la vez.
La convergencia es el fenómeno evolutivo por el que organismos diferentes alejados evolutivamente tienden, bajo presiones ambientales equivalentes, a desarrollar características análogas.
Hasta la primera mitad del siglo XIX, el término homología se utilizaba para referirse indistintamente a las estructuras que hoy denominamos análogas y homólogas. Richard Owen fue el primero en hacer terminológicamente explícita esta diferencia: homólogo es "el mismo órgano en diferentes animales bajo todas sus variedades en forma y función"; análogo es "una parte u órgano en un animal que tiene la misma función que otra parte u órgano en un animal diferente".
En biología, el estudio de la evolución de las especies vivas y extintas, tienen como ayuda los parámetros análogos y homólogos de órganos semejantes, en especies de considerable distanciamiento genealógico, siendo la diferencia: Órganos análogos → Aquellos que desempeñan la misma función en ciertas especies, a pesar de tener orígenes embrionarios diferenciados, es decir, las células se diferencian de contenidos embrionarios distintos (mesodermo, endodermo y ectodermo), representando apenas semejanza morfológica entre estructuras según la función de mecanismos adaptativos correlacionados a la ejecución requerida por el mismo, por ejemplo, las alas de las aves y de los insectos, diferentes en cuanto a origen pero ambas adaptadas al vuelo. Órganos homólogos → aquellos que poseen el mismo origen embrionario y desarrollo similar en diferentes especies, aunque en algunos casos pueden ejercer funciones diferentes en las distintas especies, como las extremidades anteriores de los vertebrados terrestres: el brazo del ser humano, las alas de un murciélago, la aleta de una ballena y la pata de un caballo.
analogía del relojero es un argumento teleológico para la existencia de Dios. A modo de analogía, el argumento afirma que el diseño implica un diseñador. Esta analogía ha desempeñado un papel preponderante en la teología natural y en el "argumento del diseño", en donde fue utilizada para apoyar los argumentos de la existencia de Dios y para el diseño inteligente del universo.
La declaración más famosa del argumento teleológico con la analogía del relojero fue dada en 1802 por William Paley (1743–1805). En 1858, la formulación de Charles Darwin de lateoría de la selección natural se consideró que proporcionaba un argumento en contra de la analogía del relojero. En los Estados Unidos, a partir de la década de 1980, los conceptos de evolución y selección natural se convirtieron en el tema de un debate nacional, incluyendo un renovado interés en el argumento del relojero por los ateos.
La analogía del relojero se basa en la comparación de un fenómeno natural con un reloj. Normalmente se presenta como preludio para el argumento teleológico, a menudo de esta manera:
- Los complejos mecanismos del interior de un reloj requieren un diseñador inteligente.
- Al igual que el reloj, la complejidad de X (un órgano u organismo, la estructura del sistema solar, la vida, el universo, todo) requieren un diseñador.
En esta presentación, la analogía del reloj no ejerce de premisa para un argumento, sino que sirve de recurso retórico y preámbulo. Su objetivo es establecer la viabilidad de la premisa general: mediante el simple hecho de observar algo, se puede saber si es o no un producto de diseño inteligente.
El argumento se puede expresar del siguiente modo:
Al observar un mecanismo tan sencillo como un reloj a nadie se le ocurre dudar que éste es el producto de una creación, que es el resultado de un trabajo intencional. A ninguna persona en su sano juicio se le puede ocurrir pensar que un mecanismo como el del reloj, con sus engranajes dentados, su solenoide y su bobina dispuestos de manera precisa entre sí para funcionar y medir el tiempo es consecuencia de una sucesión de casualidades que, progresivamente, han ido dando forma a sus partes y que, además, han dado con el acople entre sí de dichas partes para dar con la función deseada. ¡Nadie que no esté loco puede pensar que un reloj es consecuencia del azar! Así pues, ¿quién puede pensar que un organismo como el humano, mucho más complejo que el de un reloj, es producto del azar? A ninguna persona razonable se le puede ocurrir negar que todo ser vivo, con sus partes dispuestas entre sí idóneamente, cada una cumpliendo su función, su finalidad, interdependientes entre sí es el producto de un artesano sumamente hábil y poderoso que nos concibió. Nadie en su sano juicio puede dudar que somos criaturas de Dios.
La analogía del relojero.
Cuando tratamos de explicar algo, solemos recurrir a la ayuda de una analogía. Por ejemplo, podemos decir que la comida es para los humanos, lo que la gasolina es para los vehículos: si no se les suple con éstos, pues sencillamente tanto los automóviles como los humanos dejaremos de obtener nuestra energía y dejaremos de funcionar.
Las analogías son una herramienta muy útil cuando queremos enseñar o explicar algo, pero si queremos describirlo específicamente pues se vuelve un poco contraproducente, porque una analogía es la comparación de características similares de dos objetos o fenómenos y sacar conclusiones basadas en estas similitudes, pero no es una descripción exacta del fenómeno en sí.
Si no se domina bien un tema, el uso de analogías para aprenderlo pueden crear bastante confusión, por lo que es importante saber cuáles son los límites de esta comparación.
La razón principal de esta entrada es el uso incorrecto de una analogía bien famosa entre los creacionistas víctimas de la confusión (aunque puede que sean más bien víctimas de condicionamiento), la Analogía del Relojero, propuesta por primera vez por William Paley. Esta afirma:
“Si nos encontramos en reloj en un páramo [o en cualquier otro ambiente salvaje], es mucho más razonable suponer que alguien lo dejó ahí, y que éste fue creado por uno o varios fabricantes de relojes, y no por fuerzas naturales.”
Esta analogía hace una inducción de que al igual que el reloj, los seres vivos son entidades muy complejas, y por ende en algún momento en tuvo que haber un “creador” para poder concebir a éstos también, al igual que el reloj. Suena lógico, pero como ya se ha demostrado en la ciencia, lo “lógico” no siempre es lo correcto.
Ciertamente los seres vivos se comportan como máquinas: tienen partes funcionales y mecanismos complicados, por lo que la analogía no está mal. Incluso podemos inducir que al igual que un mecanismo artificialmente, si extraemos una parte funcionante de un ser vivo (un órgano), éste último dejará de funcionar adecuadamente, lo que sería una conclusión correcta. Este tipo de analogía es bastante común cuando se están formulando las hipótesis para dar cuerpo a los enunciados científicos. Pero el problema llega cuando se abusa de la información que se puede extraer de ellas, que es el caso del relojero.
Como dije anteriormente, se deben tener en cuenta los límites de estas comparaciones, recordando que una analogía NO SIGNIFICA QUE SEAN IDÉNTICOS, por lo tanto, hay que tener en cuenta que a pesar de que los seres vivos tienen aspectos en los que se comportan como máquinas, LOS SERES VIVOS NO SON MÁQUINAS (por lo menos inanimadas), y que a la vez, LAS MÁQUINAS NO SON SERES VIVOS.
Si los límites de la analogía del reloj no están claros, se podría decir que las máquinas suelen tener mucho metal en sus partes y por ende los seres vivos también; o que las máquinas no se pueden mojar y por ende los seres vivos tampoco. Ambas analogías parecerían correctas.
Pero lo que da el golpe de gracia final es la falta del principio que hace a una analogía correcta: sacar una inducción a partir de una característica específica, sin ésta última, la analogía es incorrecta.
Fijémonos que en la analogía del carro/combustible y comida/humanos compartíamos la característica de que ambos necesitamos X sustancia para generar energía y por ende éramos análogos en este aspecto. Cualquier otra comparación o conclusión añadida requeriría otra característica compartida entre ambos ejemplos. Por ejemplo si quisiéramos decir que los seres humanos al igual que los carros algún día dejan de funcionar, pues es que ambos comparten la característica de que se deterioran con el tiempo y dejan de funcionar ; pero al mismo tiempo no se puede sacar la conclusión de que al igual que los carros, nosotros podemos iluminar la calle de noche porque no compartimos la característica de tener dos lámparas al frente.
Teniendo esto en cuenta, la característica principal en lo que tiene que ver a su origen, que separa a los seres vivos de las máquinas, es que los primeros SE REPRODUCEN, y las máquinas no. Si ves a un ser vivo, inmediatamente piensas en que éste el algún momento tuvo que nacer (basado en la experiencia), no que fue fabricado en algún sitio por alguna persona. No importa lo que haga, un reloj, por más intimidad que le facilites, nunca se reproducirá, y es precisamente el nacimiento y concepción, la génesis de todos los seres vivos. Por lo que lo que “crea” a un ser vivo es la reproducción de sus ancestros inmediatos. Fuiste concebido cuando los gametos de tus padres se unieron –o sea cuando tus padres tuvieron sexo; utilicé esa expresión específica si alguien que lea esto haya sido concebido con inseminación artificial- para crearte, no por piezas mediante la creatividad de alguien.
Pero no sólo queda ahí, si aún así aseguramos que hubo un creador, ese creador también es una unidad compleja, por lo que también debería que tener un creador; y así nos perdemos en una cadena infinita. Pero digamos que se sugiere que ese creador pudo haber aparecido espontáneamente, si aceptáramos esto, estaríamos admitiendo que una unidad compleja puede aparecer espontáneamente sin necesidad de un creador, y por lo tanto, no necesitándolo para existir.
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