domingo, 12 de abril de 2015

Edad Media


alta edad media 
Entre los siglos VII y XI el Imperio Bizantino conjugará momentos de crisis con épocas de esplendor. A la dinastía inaugurada por Justiniano le seguirá la que Heraclio inició en el año 610. Durante esta dinastía el Imperio atravesará graves crisis internas, provocadas especialmente por la corrupción del aparato administrativo y las continuas querellas religiosas con Roma. Pero la crisis alcanzará su momento culminante con la dinastía Isaúrica iniciada por León III. En esta época se produce la Querella Iconoclasta donde la controversia por el culto a las imágenes centra toda la vida bizantina. Al mismo tiempo que se producen estos intensos debates teológicos, eslavos, musulmanes y búlgarospresionan las fronteras, provocándose continuos enfrentamientos. La dinastía de los emperadores macedonios, inaugurada por Basilio I, restaurará el esplendor al Imperio Bizantino al consolidarse la estructura administrativa interna y producirse una expansión en la política exterior. El año 1000 traerá la decadencia del Imperio Bizantino.

El Imperio Bizantino (llamado también, sobre todo para hacer referencia a su etapa inicial, Imperio Romano de Oriente) fue un Imperio cristiano medieval de cultura griega cuya capital estaba en Constantinopla o Bizancio (actual Estambul). Los orígenes del Imperio Bizantino se remontan a la etapa final del Imperio Romano. Inicialmente abarcaba todo el Mediterráneo oriental, pero con el tiempo fue sufriendo importantes reducciones territoriales.
No existe un consenso general en cuanto a la fecha de inicio del Imperio Bizantino. Para algunos autores, la fecha clave es la fundación de Constantinopla en el año 330, en tanto que otros estudiosos consideran como acta de nacimiento del Imperio Bizantino la muerte de Teodosio I, en 395, cuando el Imperio Romano fue definitivamente dividido en dos mitades, oriental y occidental. Otros piensan que puede hablarse con propiedad de Imperio Bizantino a partir del momento en que fue depuesto el último emperador romano de Occidente, Rómulo Augústulo (476).
La desaparición del Imperio Bizantino se produjo con la caída de Constantinopla en poder de los turcos otomanos, en 1453. Sin embargo, la desaparición del estado bizantino no acabó con los sentimientos nacionalistas del pueblo, ya que los actuales habitantes de Grecia se consideran herederos de la tradición bizantina.
Los fundamentos de la Civilización Bizantina son:
a) Lo Helenístico, esto es, el helenismo parcialmente orientalizado, que se había extendido por gran parte del mundo Mediterráneo tras las conquistas de Alejandro Magno. Tan importante es este pasado que el cronista Miguel el Sirio (s. XII) dirá que el Imperio de Constantinopla, que para él comienza con el reinado de Tiberio a fines del siglo VI, es el Segundo Imperio griego, continuación del primero, identificado con los antiguos reinos helenísticos.
b) Lo Romano, ya que el Imperio de Bizancio es la continuación del Imperio Romano, y a éste debe gran parte de su organización política, administrativa, militar y financiera. Los bizantinos siempre se llamarán a sí mismos "romanos" -el término "heleno", hasta el siglo X, es sinónimo de "pagano"-, y el emperador será el "Basileus ton Romeion", es decir, "emperador de los romanos". Tales denominaciones se seguirán empleando aun en aquellas épocas en que el dominio del griego es total.
c) El Cristianismo, sin el cual es imposible comprender el espíritu bizantino. La religión se vivía entonces con una intensidad y un misticismo prácticamente incomprensibles actualmente, lo que explica muchos rasgos de la Civilización Bizantina que parecen chocantes hoy en día a una humanidad que ha confinado a un rincón marginal de su existencia la experiencia de lo sagrado. Bizancio, y esto constituye su genio, según Dionisios Zakythinós, supo llevar a cabo una síntesis entre lo helenístico, lo romano y lo cristiano; ello, por ejemplo, moderó las formas despóticas y absolutistas propias del Oriente. Este helenismo cristianizado se tornará cada vez más "bizantino". Lo cristiano estará siempre presente; en cuanto a los otros dos factores, predominará uno u otro según el período que se estudie.
Origen
Para asegurar el control del Imperio Romano y hacer más eficiente su administración, Diocleciano, a finales del siglo III, instituyó el régimen de gobierno conocido como tetrarquía, dividiendo el imperio en dos mitades, gobernadas por dos emperadores (augustos), cada uno de los cuales llevaba asociado un "vice-emperador" y futuro heredero (césar). Tras la abdicación de Diocleciano el sistema perdió su vigencia, y se abrió un período de guerras civiles que no concluyó hasta 324, cuando Constantino unificó ambas partes del Imperio.
Constantino reconstruyó la ciudad de Bizancio como nueva capital en 330. La llamó "Nueva Roma" pero se le conoció popularmente como Constantinopla (en Griego Κωνσταντινούπολις, Constantinoúpolis). La nueva administración tuvo su centro en la ciudad, que gozaba de una envidiable situación estratégica y estaba situada en el nudo de las más importantes rutas comerciales del Mediterráneo oriental.
Constantino fue también el primer emperador en adoptar el cristianismo, religión que fue incrementando su influencia a lo largo del siglo IV y terminó por ser proclamada por el emperador Teodosio I, a finales de dicha centuria, religión oficial del Imperio.
A la muerte del emperador Teodosio, en 395, el Imperio se dividió definitivamente: Honorio, su hijo mayor, heredó la mitad occidental, con capital en Roma, mientras que a su otro hijo Arcadio le correspondió la oriental, con capital en Constantinopla. Para la mayoría de los autores, es a partir de este momento cuando comienza propiamente la historia del Imperio Bizantino. Mientras que la historia del Imperio Romano de Occidente concluyó en 476, cuando fue depuesto Rómulo Augústulo, la historia del Imperio Bizantino se prolongará durante casi un milenio.
Historia temprana
En tanto que el Imperio de Occidente se hundía de forma definitiva, los sucesores de Teodosio fueron capaces de conjurar las sucesivas invasiones de pueblos bárbaros que amenazaron el Imperio de Oriente. Los visigodos fueron desviados hacia Occidente por el emperador Arcadio (395-408). Su sucesor, Teodosio II (408-450) reforzó las murallas de Constantinopla, haciendo de ella una ciudad inexpugnable (de hecho, no sería conquistada por tropas extranjeras hasta 1204), y logró evitar la invasión de los hunos mediante el pago tributos hasta que, tras la muerte de Atila, en 453, se disgregaron y dejaron de representar un peligro. Por su parte, Zenón (474-491) evitó la invasión del ostrogodo Teodorico, dirigiéndolo hacia Italia.
La unidad religiosa fue amenazada por las herejías que proliferaron en la mitad oriental del Imperio, y que pusieron de relieve la división en materia doctrinal entre las cuatro principales sedes orientales: Constantinopla, Antioquía, Jerusalén y Alejandría. Ya en 325, el Concilio de Nicea había condenado el arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo. En 431, el Concilio de Éfeso declaró herético el nestorianismo. La crisis más duradera, sin embargo, fue la causada por la herejía monofisita, que afirmaba que Cristo sólo tenía una naturaleza, la divina. Aunque fue también condenada por el concilio de Calcedonia, en 451, había ganado numerosos adeptos, sobre todo en Egipto y Siria, y todos los emperadores fracasaron en sus intentos de restablecer la unidad religiosa. En este período se inicia también la estrecha asociación entre la Iglesia y el Imperio: León I (457-474) fue el primer emperador coronado por el patriarca de Constantinopla.
A finales del siglo V, durante el reinado del emperador Anastasio I, el peligro que suponían las invasiones bárbaras parece definitivamente conjurado. Los pueblos germánicos, ya asentados en el desaparecido Imperio de Occidente, están demasiado ocupados consolidando sus respectivas monarquías como para interesarse por Bizancio.
La época de Justiniano
Durante el reinado de Justiniano (527-565), el Imperio llegó al apogeo de su poder. El emperador se propuso restaurar las fronteras del antiguo Imperio Romano, para lo que emprendió una serie de guerras de conquista en Occidente:
  • Entre 533 y 534 un ejército al mando del general Belisario conquistó el reino de los vándalos, en la antigua provincia romana de África. El territorio, una vez pacificado, fue gobernado por un magister militum.
  • Entre 535 y 536, Belisario arrebató a los ostrogodos Sicilia y el Sur de Italia, llegando hasta Roma. Tras una breve recuperación de los ostrogodos (541-551), un nuevo ejército bizantino, comandado esta vez por Narsés, anexionó de nuevo Italia al Imperio.
  • En 552 los bizantinos intervinieron en disputas internas de la Hispania visigoda y anexionaron al Imperio extensos territorios del sur de la Península Ibérica. La presencia bizantina en Hispania se prolongó hasta el año 620.
En la frontera oriental, Belisario detuvo la ansias expansionistas del persa Cosroes I (531-579), al que derrotó en la batalla de Daras.
Las campañas de Justiniano en Occidente dejaron exhausta la hacienda imperial y precipitaron al imperio en una situación de crisis, que llegaría a su punto culminante a comienzos del siglo VII.
Con Justiniano se cierra prácticamente el "ciclo latino" y triunfan las tendencias helenizantes. Por un lado, fiel a la tradición romana, se lanza a la aventura de reconquistar para el Imperio el Mediterráneo, empresa que no tuvo resultados duraderos y después de la cual Bizancio concentrará sus energías en el Oriente. Por otra parte, bajo su mandato se realiza una hercúlea labor de recopilación del Derecho Romano, el Corpus Iuris Civilis, en latín; sin embargo, es en su época cuando se comienza a legislar en griego, de más fácil comprensión puesto que era la lengua corriente en el Imperio.
El patriotismo romano, así, cede ante el patriotismo griego, ya que es el griego, ahora, la "patrios foné", la lengua patria. El predominio de la lengua helénica en el oriente bizantino permitirá la comunicación fluida con el pasado helénico clásico y con la patrística cristiana que, como se aprecia en los escritos de San Basilio Magno o de Gregorio Nacianceno, se había nutrido del pensamiento filosófico griego. Efectivamente, la lógica aristotélica fue puesta al servicio del pensamiento teológico, convirtiéndose en la más estudiada por los teólogos bizantinos. Este contacto con el pasado clásico se mantendrá siempre en el Imperio, y puede decirse que el helenismo bizantino es a la Edad Media lo que el helenismo clásico es a la Antigüedad.
Entre los siglos VII y IX se produce la llamada "Gran Brecha del Helenismo", abismo que separa dos paisajes históricos bien definidos. Es el fin de una era que, para los griegos, se remonta, sin interrupción, hasta la Antigüedad Clásica. En Grecia, durante dos siglos, entre 650 y 850, la vida se empobrece y la actividad intelectual parece detenerse. Unos graffitis de poco valor escritos en el Parthenón de Atenas constituyen la única fuente escrita del período. Es una verdadera "edad oscura", cuyos orígenes están relacionados con las invasiones ávaro-eslavas y búlgaras, que convulsionan la vida en los Balcanes. Pero también hay que buscar la explicación en un fenómeno más global: la crisis mediterránea, a escala "mundial", provocada por el ascenso del poderío musulmán.
Pareciese que, en la misma Grecia, el helenismo ha declinado hasta la agonía. Bizancio, por su parte, no presenta un cuadro mucho más alentador: entre los siglos VII y VIII -aun cuando sabemos que, hacia el 680, Teodoro de Tarsos llega a Inglaterra portando manuscritos de varios autores griegos, entre ellos Homero, Flavio Josefo y Juan Crisóstomo, fundamento de un futuro despertar intelectual inglés- decaen notoriamente la instrucción pública y la actividad intelectual. El Imperio se enfrenta, en el occidente, a eslavos, ávaros y búlgaros, quienes se han adueñado de los Balcanes interrumpiendo de esta manera las comunicaciones con el Occidente Latino.
En el oriente, Siria y Palestina, así como el norte de Africa, han caído en manos musulmanas. El Imperio queda reducido, prácticamente, al área tradicionalmente griega del Mediterráneo Oriental, lo que reforzará su caracter helénico.
El siglo VII comienza con la crisis provocada por la espectacular ofensiva del monarca sasánida Cosroes II, que llegó a amenazar la existencia misma del Imperio. Esta situación fue aprovechada por otros enemigos de Bizancio, como los ávaros y eslavos, que pusieron sitio a Constantinopla en 626. El emperador Heraclio fue capaz, tras una guerra larga y agotadora, de conjurar este peligro, repeliendo el asalto de ávaros y eslavos, y derrotando definitivamente a los persas en 628.
Sin embargo, apenas unos años después, entre 633 y 645, la fulgurante expansión del Islam arrebata para siempre al Imperio, exhausto por la guerra contra Persia, las provincias de Siria, Palestina y Egipto. A mediados del siglo VII, las fronteras se estabilizaron. Los árabes continuaron presionando, llegando incluso a amenazar la capital, pero la superioridad naval bizantina, reforzada por su magníficas fortificaciones navales y su monopolio del fuego griego un producto químico capaz de arder bajo el agua, salvó a Bizancio.
En la frontera occidental, el Imperio se ve obligado a aceptar desde la época de Constantino IV (668-685) la creación dentro de sus fronteras, en la provincia de Moesia, del reino independiente de los búlgaros. Durante toda esta época, además, pueblos eslavos fueron instalándose en los Balcanes, llegando incluso hasta el Peloponeso. En Occidente, la invasión de los lombardos hizo mucho más precario el dominio bizantino sobre Italia.
La querella iconoclasta
Entre los años 726 y 843, el Imperio Bizantino fue desgarrado por las luchas internas entre los iconoclastas, partidarios de la prohibición de las imágenes religiosas, y los iconódulos, contrarios a dicha prohibición. La iconoclasia se nos presenta como la arremetida de las tendencias orientalizantes en contra no sólo del helenismo clásico y su aprecio por la belleza artística, sino también de una profunda convicción de los cristianos que ven en las imágenes (íconos) un medio para acercarse a lo Trascendente. En efecto, el arte bizantino no tiene como fin el mero goce estético, sensual, sino que debe producir una conmoción que eleve el alma hacia Dios: "per visibilia ad invisibilia", de los visible y corpóreo, hacia lo invisible e incorpóreo, decía el Pseudo Dionisio Areopagita. En la defensa de la veneración de los íconos los bizantinos se jugaban, pues, la Salvación de sus almas, y es ésto lo que explica la férrea disposición que manifestaron al defender sus creencias. El triunfo de los iconodulos, veneradores de imágenes, en 843 -la Fiesta de la Ortodoxia, verdadera efeméride nacional bizantina-, marca también el triunfo del helenismo cristianizado.
La primera época iconoclasta se prolongó desde 726, año en que León III (717-741) suprimió el culto a las imágenes, hasta 783, cuando fue restablecido por el II Concilio de Nicea. La segunda tuvo lugar entre 813 y 843. En este año fue restablecida definitivamente la ortodoxia.
Según algunos autores, el conflicto iconoclasta refleja también la división entre el poder estatal (los emperadores, la mayoría partidarios de la iconoclastia), y el eclesiástico (el patriarcado de Constantinopla, en general iconódulo); también se ha señalado que mientras que en Asia Menor eran mayoría los iconoclastas, la parte europea del Imperio era más bien partidaria del culto a las imágenes.
A principios del siglo IX, el Imperio había sufrido varias transformaciones importantes:
  • Uniformización cultural y religiosa: la pérdida frente al Islam de las provincias de Siria, Palestina y Egipto trajo como consecuencia una mayor uniformidad. Los territorios que el Imperio conservaba a mediados del siglo VII eran de cultura fundamentalmente griega. El latín fue definitivamente abandonado en favor del griego. Ya en 629, durante el reinado de Heraclio, está documentado el uso del término griego basileus en lugar del latín augustus. En el aspecto religioso, la incorporación de estas provincias al Islam dio por concluida la crisis monofisita, y en 843 el triunfo de los iconódulos supuso por fin la unidad religiosa.
  • Reorganización territorial: en el siglo VII -probablemente en época de Constante II (641-668) el Imperio se dotó de una nueva organización territorial para hacer más eficaz su defensa. El territorio bizantino se organizó en themata, distritos militares que eran al mismo tiempo circunscripciones administrativas, y cuyo gobernador y jefe militar, el estrategos, gozaba de una amplia autonomía.
  • Ruralización: la pérdida de las provincias del Sur, donde más desarrollo habían alcanzado la artesanía y el comercio, implicó que la economía bizantina pasara a ser esencialmente agraria. La irrupción del Islam en el Mediterráneo a partir del siglo VIII dificultó las rutas comerciales. Decreció la población y la importancia de las ciudades en el conjunto del Imperio, en tanto que empezaba a desarrollarse una nueva clase social, la aristocracia latifundista, especialmente en Asia Menor.
Entre los años 850 y 1050 se vive en el Imperio un verdadero florecimiento intelectual -es el llamado "Renacimiento Macedonio"- en torno a los estudios clásicos. Un hito importante en este proceso lo constituye la reorganización de la Universidad de Constantinopla, obra del César Bardas, a mediados del siglo IX. En esta época se habla y se escribe en el Imperio un griego excelente, y en los siglos XI y XII en una forma muy próxima al clásico.
El final de las luchas iconoclastas supone una importante recuperación del Imperio, visible desde el reinado de Miguel III (842-867), último emperador de la dinastía amoriana, y, sobre todo, durante los casi dos siglos (867-1056) en que Bizancio fue regido por la dinastía macedonia. Este período es conocido por los historiadores como "renacimiento macedónico".
La política exterior
Durante estos años, la crisis en que se ve sumido el califato abasí, principal enemigo del Imperio en Oriente, debilita considerablemente la amenaza islámica. Sin embargo, los nuevos estados musulmanes que surgieron como resultado de la disolución del califato (principalmente los aglabíes del Norte de África y los fatimíes de Egipto), lucharon duramente contra los bizantinos por la supremacía en el Mediterráneo oriental. A lo largo del siglo IX, los musulmanes arrebataron definitivamente Sicilia al Imperio. Creta ya había sido conquistada por los árabes en 824. El siglo X fue una época de importantes ofensivas contra el Islam, que permitieron recuperar territorios perdidos muchos siglos antes: Nicéforo Focas (963-969) reconquistó el norte de Siria, incluyendo la ciudad de Antioquía (969), así como las islas de Creta (961) y Chipre (965).
El gran enemigo occidental del Imperio durante esta etapa fue el estado búlgaro. Convertido al cristianismo a mediados del siglo IX, Bulgaria alcanzó su apogeo en tiempos del zar Simeón (893-927), educado en Constantinopla. Desde 896 el Imperio estuvo obligado a pagar un tributo a Bulgaria, y, en 913, Simeón estuvo a punto de atacar la capital. A la muerte de este monarca, en 927, su reino comprendía buena parte de Macedonia y de Tracia, junto con Serbia y Albania. El poder de Bulgaria fue sin embargo declinando durante el siglo X, y, a principios del siglo siguiente, Basilio II (976-1025), llamado Bulgaróctonos ("matador de búlgaros") invadió Bulgaria y la anexionó al Imperio, dividiéndola en cuatro temas.
Uno de los hechos más decisivos, y de efectos más duraderos, de esta época fue la incorporación de los pueblos eslavos a la órbita cultural y religiosa de Bizancio. En la segunda mitad del siglo IX, los monjes de Tesalónica Metodio y Cirilo fueron enviados a evangelizar Moravia a petición de su monarca, Ratislao. Para llevar a cabo su tarea crearon, partiendo del dialecto eslavo hablado en Tesalónica, una lengua literaria, el antiguo eslavo eclesiástico o litúrgico, así como un nuevo alfabeto para ponerla por escrito, el alfabeto glagolítico (luego sustituido por el alfabeto cirílico). Aunque la misión en Moravia fracasó, a mediados del siglo X se produjo la conversión del principado de Kiev, quedando así bajo la influencia de Bizancio un estado de extensión mucho mayor que el propio Imperio.
Las relaciones con Occidente fueron tensas desde la coronación de Carlomagno (800) y las pretensiones de sus sucesores al título de emperadores romanos y al dominio sobre Italia. Durante toda esta etapa, a pesar de la pérdida de Sicilia, el Imperio siguió teniendo una enorme influencia en el sur de la península itálica. Las tensiones con Otón I, quien pretendía expulsar a los bizantinos de Italia, se resolvieron mediante el matrimonio de la princesa bizantina Teófano, sobrina del emperador bizantino Juan Tzimiscés, con Otón II.
La política religiosa
Tras la resolución del conflicto iconoclasta, se restauró la unidad religiosa del Imperio. No obstante, hubo de hacerse frente a la herejía de los paulicianos, que en el siglo IX llegó a tener una gran difusión en Asia Menor, así como a su rebrote en Bulgaria, la doctrina bogomilita.
Durante esta época fueron evangelizados los búlgaros. Esta expansión del cristianismo oriental provocó los recelos de Roma, y a mediados del siglo IX estalló una grave crisis entre el patriarca de Constantinopla, Focio y el papa Nicolás I, quienes se excomulgaron mutuamente, produciéndose una primera separación de las iglesias oriental y occidental que se conoce como Cisma de Focio. Además de la rivalidad por la primacía entre las sedes de Roma y Constantinopla, existían algunos desacuerdos doctrinales. El Cisma de Focio fue, sin embargo, breve, y hacia 877 las relaciones entre Oriente y Occidente volvieron a la normalidad.
La ruptura definitiva con Roma se consumó en 1054, con motivo de una disputa sobre el texto del Credo, en el que los teólogos latinos habían incluido la cláusula filioque, significando así, en contra de la tradición de las iglesias orientales, que el Espíritu Santo procedía no sólo del Padre, sino también del Hijo. Existía también desacuerdo en otros muchos temas menores, y subyacía, sobre todo, el enfrentamiento por la primacía entre las dos antiguas capitales del Imperio.
La decadencia del Imperio (1056-1261)
Tras el período de esplendor que supuso el renacimiento macedónico, en la segunda mitad del siglo XI comenzó un período de crisis, marcado por la creciente feudalización del Imperio y su debilidad ante la aparición de dos poderosos nuevos enemigos: los turcos selyúcidas y los reinos cristianos de Europa Occidental.
En la frontera oriental, los turcos selyúcidas, que hasta el momento habían centrado su interés en derrotar al Egipto fatimí, empezaron a hacer incursiones en Asia Menor, de donde procedía la mayor parte de los soldados del Imperio. Con la inesperada derrota en la batalla de Manzikert (1071) del emperador Romano IV Diógenes a manos de Alp Arslan, sultán de los turcos selyúcidas, terminó la hegemonía bizantina en Asia Menor. Los intentos posteriores de los emperadores Commenos por reconquistar los territorios perdidos se revelarán siempre infructuosos. Más aún, un siglo después, Manuel I Comneno sufriría otra humillante derrota frente a los selyúcidas en Myriokephalon en 1176.
En Occidente, los normandos expulsaron de Italia a los bizantinos en unos pocos años (entre 1060 y 1076), y conquistaron Dyrrachium, en Iliria, desde donde pretendían abrirse camino hasta Constantinopla. La muerte de Roberto Guiscardo en 1085 evitó que estos planes se llevasen a efecto. Sin embargo, pocos años después, la Primera Cruzada se convertiría en un quebradero de cabeza para el emperador Alejo I Comneno. Se discute si fue el propio emperador el que solicitó la ayuda de Occidente para combatir contra los turcos. Aunque teóricamente se habían comprometido a poner bajo la autoridad de Bizancio los territorios sometidos, los cruzados terminaron por establecer varios estados independientes en Antioquía, Edesa, Trípoli y Jerusalén.
Los alemanes del Sacro Imperio Romano y los normandos de Sicilia y el sur de Italia siguieron atacando el Imperio durante el siglo XII. Las ciudades-estado y republicas italianas como Venecia y Génova, a las cuales Alejo había concedido derechos comerciales en Constantinopla, se convirtieron en los objetivos de sentimientos antioccidentales debido al resentimiento existente hacia los francos o latinos. A los venecianos en especial les importunaron sobremanera dichas manifestaciones del pueblo bizantino, teniendo en cuenta que su flota de barcos era la base de la marina bizantina.
Federico Barbarroja (emperador del Sacro Imperio Romano) intentó conquistar sin éxito el Imperio durante la Tercera Cruzada, pero fue la cuarta la que tuvo el efecto más devastador sobre el Imperio Bizantino en siglos. La intención expresa de la cruzada era conquistar Egipto y los bizantinos, creyendo que no había posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto y Siria y principal enemigo de los cruzados instalados en Tierra Santa), decidieron mantenerse neutrales.
La reticencia bizantina a implicarse en la Cruzada, la toma del control de la expedición por parte de los venecianos puesto que sus dirigentes no podían pagar el transporte de las tropas y la codicia por parte de los jefes cruzados de los tesoros de Constantinopla hicieron que los cruzados tomaran por asalto Constantinopla en 1204, dando origen al efímero Imperio Latino (1204-1261). Por primera vez desde su fundación por Constantino, más de 800 años antes, la ciudad había sido tomada por un ejército extranjero. El poder bizantino pasó a estar permanentemente debilitado.
En este tiempo, el reino serbio, bajo la dinastía Nemanjic,, se fortaleció aprovechando el desmoronamiento de Bizancio, iniciando un proceso que culminaría cuando en 1346 se constituyera el Imperio Serbio.
Tres estados griegos herederos del Imperio Bizantino permanecieron fuera de la órbita del recientemente creado Imperio Latino —el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda, y el Despotado de Epiro. El primero, controlado por la Dinastía Paleólogo, reconquistó a los latinos Constantinopla en 1261 y derrotó a Epiro, revitalizando el Imperio pero prestando demasiada atención a Europa cuando la creciente penetración del los turcos en Asia Menor constituía el principal problema.
La caída de Constantinopla
La historia de Bizancio tras la reconquista de la capital por Miguel VIII Paleólogo es la de una prologada decadencia. En el lado oriental el avance turco redujo casi a la nada los dominios asiáticos del Imperio, convertido en algunas etapas en vasallo de los otomanos, en los Balcanes debió competir con los estados griegos y latinos que habían surgido a raíz de la conquista de Constantinopla en 1204, y en el Mediterráneo la superioridad naval veneciana dejaba muy pocas opciones a Constantinopla. Además, durante el siglo XIV el Imperio, convertido en uno más de numerosos estados balcánicos, debió afrontar la terrible revuelta de los almogávares catalanes y dos devastadoras guerras civiles.
Durante un tiempo el Imperio sobrevivió simplemente porque selyúcidas, mongoles y persas safávidas estaban demasiado divididos para poder atacar, pero finalmente los turcos otomanos invadieron todo lo que quedaba de las posesiones bizantinas a excepción de un número de ciudades portuarias. (Los otomanos procedían de uno de los sultanatos —núcleo originario del futuro Imperio otomano— escindidos del estado selyúcida bajo el mando de un líder llamado Osman I Gazi— que daría el nombre de la dinastía otomana u osmanlí).
El Imperio apeló a Occidente en busca de ayuda, pero los diferentes estados ponían como condición la reunificación de la iglesia católica y la ortodoxa. La unidad de las iglesias fue considerada, y ocasionalmente llevada a cabo por decreto legal, pero los ciudadanos ortodoxos no aceptarían el catolicismo romano. Algunos combatientes occidentales llegaron en auxilio de Bizancio, pero muchos prefirieron dejar al Imperio sucumbir, y no hicieron nada cuando los otomanos conquistaron los territorios restantes.
Constantinopla fue en un principio desestimada en pos de su conquista debido a sus poderosas defensas, pero con el advenimiento de los cañones, las murallas —que había sido impenetrables excepto para la Cuarta Cruzada durante más de 1000 años— ya no ofrecían la protección adecuada frente a los turcos Otomanos. La Caída de Constantinopla finalmente se produjo después de un sitio de dos meses llevado a cabo por Mehmet II el 29 de mayo de 1453. El último emperador Bizantino, Constantino XI Paleologo, fue visto por última vez cuando entraba en combate con las tropas de jenízaros de los sitiadores otomanos, que superaban de manera aplastante a los bizantinos. Mehmet II también conquistó Mistra en 1460 y Trebisonda en 1461.


Imperio Bizantino San Vital Justiniano

Imperio Romano de Oriente: Imperio Bizantino

El Impero Romano de Oriente o también llamado Imperio Bizantino, se originó en el año 395 d.C. cuando el emperador Teodosio dividió el Imperio Romano en dos: Oriente y Occidente.
A diferencia del Imperio Romano de Occidente, que fue destruido por los germanos en el año 476 d.C., el Imperio Bizantino logró sobrevivir a la amenaza germánica. Por eso perduró por casi diez siglos, hasta el año 1453 en el que los turcos otomanos ocuparon su capital, Constantinopla.
A lo largo de diez siglos, los bizantinos, que eran en realidad una pluralidad de pueblos, lograron fusionar la cultura de los griegos y romanos, los elementos religiosos de cristianos y paganos y las costumbres occidentales y orientales. De esta manera conservaron los aportes culturales de la antigüedad y los re-elaboraron bajo nuevas formas.
Aunque hablaban griegos, los bizantinos se llamaban así mismos romanos, pues consideraban herederos de este antiguo imperio. Por eso a Constantinopla se le conocía también como la nueva Roma

1. CONSTANTINOPLA

Actualmente esta ciudad no existe con este nombre, hoy en día esta antigua ciudad se llama Estambul.
Fue construida por el emperador Constantino en el año 330, se construyó sobre la antigua ciudad griega de Bizancio. En sólo seis años edificó una ciudad cuyo tamaño y arquitectura eran equiparables a los de Roma y la llamo Constantinopla.
Constantinopla se ubicó entre el Mar Negro y el Mar Mármaro; estaba rodeado de mar y era el paso obligado de todos los comerciantes que viajaban por mar o por tierra entre Asia y Europa. Hasta el siglo XIII fue una de las ciudades más pobladas del mundo: sólo Bagdag la gran ciudad del Islam la igualó.
Para proteger Constantinopla de los germanos, el emperador Teodosio II, construyo en el siglo V una muralla triple de unos 12 metros de altura que rodeo la ciudad. Esta muralla recorre unos 19 km y tiene 96 torres, desde las cuales los soldados bizantinos divisaban al enemigo.

2. LA HISTORIA DE UN GRAN IMPERIO

Desde la caída del Imperio Romano de Occidente, los gobernantes bizantinos añoraban los tiempos en que este imperio dominaba todo el Mediterráneo. Uno de ellos fue el emperador Justiniano, intento restaurar la grandeza del viejo imperio.

2.1 JUSTINIANO

Mapa Imperio Bizantino
Mapa Imperio Bizantino
Justiniano, sobrino del emperador Justino, llego al trono en el año 527. Justiniano era como su tío, hijo de un simple campesino. Sin embargo desde joven, recibió una excelente formación militar. Al momento de su ascensión al trono, el Imperio Bizantino incluía la Península Balcánica, Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto. Sin embargo, Justiniano pensaba que el mundo cristiano debía tener una única autoridad política: el emperador bizantino.
Con estas ideas y con la ayuda de los generales Belisario y Narsés, Justiniano se apoderó de los territorios vándalos del norte de África, Córcega, Cerdeña y de las Islas Baleares; conquisto Italia y Sicilia, dominadas por los ostrogodos y por último ocupó el suroeste de la España visigoda.
Luego Justiniano emprendió la reforma del estado bizantino para renovar las bases sobre las que se asentaba el imperio. Reorganizó la administración central, residente en Constantinopla, que supervisaba a los funcionarios de provincias.
Además, decidió clasificar y editar las leyes romanas. Para ello, encargo al jurista Triboniano la redacción del código Justiniano, que incluyo todas las constituciones dictaminaras desde la época del emperador Adriano. Por otra parte, mejoro la situación de la hacienda pública y de la recaudación de impuestos, para sostener una organización civil y militar más eficiente.
Justiniano murió en el año 565, año en que concluyó uno de los periodos más brillantes de la larga historia bizantina.

2.2 EL IMPERIO DE LOS SUCESORES DE JUSTINIANO

Poco tiempo después de la muerte de Justiniano, los bizantinos perdieron posesiones conquistadas en Europa Occidental y debieron afrontar el avance de los ávaros, eslavos y búlgaros que presionaban para internarse en la Península de los Balcanes.
Los persas por su parte de adentraron cada vez más en las provincias orientales del Imperio Bizantino. Sin embargo, el peligro persa fue sustituido por el árabe, que se convirtió en el adversario más temible, ya que en el siglo VII ocupo Siria, Palestina y el norte de África. Entonces, el imperio se redujo a Grecia, Asia Menor y el sur de Italia.
En el siglo XI la situación empeoró, cuando los turcos, en especial la tribu de los seldjúcidas se apoderaron del Asia Menor. Estos acontecimientos marcaron el inicio de la decadencia de Bizancio, que concluyo en 1453, cuando otra tribu de turcos, los otomanos, ocupo Constantinopla.

3. ORGANIZACIÓN POLÍTICA

En contraste con las monarquías germanas, el Imperio Bizantino contó con una sólida organización política.
El imperio constituía una monarquía teocrática en la que el emperador o basileus era considerado el delegado de Dios en la Tierra y por lo tanto un personaje sagrado. Por eso fue el jefe de la Iglesia y com tal podía nombrar a los patriarcas. Al emperador se lo representó como a los santos con la cabeza rodeada por un halo de luz.
Con un poder absoluto, el emperador fue también el jefe supremo de la administración y del ejercito bizantino. Para su acción de gobierno contaba con tres instrumentos.
  • La burocracia civil, conformada por funcionarios que eran verdaderos pofesionales de la administración pública.
  • El ejército, muy numeroso, integrado por soldados de las más diversas nacionalidades. En las zonas de frontera la defensa se completó con los estratiotas, que eran soldados campesinos a quienes se les pagaba mediante la entrega de tierras.
  • La iglesia bizantina que a diferencia de lo que ocurría en Occidente, se encontraba subordinada al emperador. Esta característica se le conoce como césaro-papismo.

4. LA RELIGIÓN

La sociedad bizantina era profundamente religiosa: todas las actividades cotidianas estaban estrechamente ligadas a la región. Por ello los pleitos o querellas envolvían a todo el pueblo y creaba serios problemas políticos.
Esto ocurrió por ejemplo con el monofisismo, una corriente religiosa que sostenía que Cristo poseía una sola naturaleza, la divina, y que contrariaba a la posición cristiana que invocaba la doble naturaleza de Cristo: humana y divina.
El monofisismo fue popular en Siria y Egipto, por eso, estas regiones trataron constantemente de separarse del imperio. Esto último facilitó la conquista por los árabes.
En el siglo VIII se originó otra querella promovida por los iconoclastas. Éstos sostenían que las imágenes religiosas o iconos llevaban a prácticas supersticiosas, porque se adoraba en ellas a la imagen representada y no al Dios verdadero. Además, los iconoclastas buscaban disminuir el poder económico y social de los monjes.
A diferencia del monofisismo, los iconoclastas fueron protegidos y estimulados por algunos emperadores bizantino. Este hecho provocó un distanciamiento entre estos monarcas y el Papa romano, que se oponía a esta corriente religiosa.
Este proceso culminó con el cisma de Oriente entre la cristiandad occidental y oriental, en 1054. En tanto que la primera aceptó como jefe espiritual al Papa de Roma, el Oriente reconoció como jefe supremo al patriarca de Constantinopla. La Iglesia de Oriente se llamo griego-ortodoxa.

5. LA ECONOMÍA

A lo largo de diez siglos de historia, Bizancio fue uno de los centros económicos más importantes del mundo medieval. La economía bizantina fue mayoritariamente agraria.
Las grandes propiedades agrícolas estaban en manos de la Iglesia y de la aristocracia, pero también había pequeños propietarios que con el correr de los siglos, desaparecieron, incorporándose los grandes dominios como colonos.
Por otro lado, Bizancio no descuido las actividades artesanales ni el comercio. Este imperio desarrolló un importante comercio internacional. Gracias a esta actividad, en los mercados de Constantinopla y de otras ciudades del imperio se podían hallar productos de zonas tan diversas como por ejemplo, China, Persia y España. Los artesanos bizantinos fabricaban a su vez numerosas piezas que se vendían al extranjero.
Por ello, la moneda bizantina, el besante, fue aceptada en todos los mercados de la Edad Media hasta el siglo XI. Se trato por lo tanto de una moneda internacional.

6. UNA CULTURA DE SÍNTESIS

Imperio Bizantino Iglesia San Marcos
Imperio Bizantino Iglesia San Marcos
La cultura bizantina fue una admirable síntesis de elementos grecorromanos, orientales y cristianos. Las grandes obras del mundo clásico se recopilaron en las escuelas y universidades, como las de Atenas o Constantinopla y en monasterios como los celebres del monte Athos, en Grecia.
En la arquitectura los bizantinos sobresalieron por la belleza de sus iglesias. En sus construcciones usaron la cúpula sobre pechinas y planta de cruz griega.
Los mejores ejemplos de esta obra los tenemos en la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla y en Italia en la basílica de San Marcos en Venecia. Los interiores de las iglesias fueron decorados con hermosos mosaicos que recubrieron con un lujo y color inusitado, los ábsides y las cúpulas. Por otro lado, la escultura bizantina produjo bellos relieves en placas de marfil.

7. LA DECADENCIA DE UN IMPERIO

La invasión de los turcos seldjúcidas en el siglo XI privó a Bizancio de una de las zonas más ricas del imperio: el Asia Menor. A partir de este momento, el Imperio de Oriente vivió una lenta y paulatina decadencia que se manifestó en una severa crisis agraria y comercial.
Los bizantinos descuidaron su armada, y el tráfico comercial cayó paulatinamente en mas de genoveses y venecianos.
Así, la ruina del estado bizantino se hizo inevitable: debilitado en sus bases debí o ceder territorios a distintas potencias. Por último, sufrió la invasión de los turcos otomanos. Cuando en el año 1453, los turcos tomaron Constantinopla, el imperio se hallaba casi reducida a la misma capital. Este hecho puso fin a mil años de historia.

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