jueves, 11 de junio de 2015

historia antígua


El Imperio aqueménida o Imperio persa .- ..............................................................:http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Especial:Libro&bookcmd=download&collection_id=b62cc644a8a2d3bd9f5d58de88af2b6d4af86249&writer=rdf2latex&return_to=Imperio+aquem%C3%A9nida


No podemos precisar el proceso de instalación de los persas en su nuevo entorno geográfico. Seguramente no difirió mucho del de los medos, aunque sus posibilidades de desarrollo estarían mediatizadas por el contacto con el estado elamita. Cabe la posibilidad de que ya a fines del siglo IX algunas comunidades persas hubieran alcanzado una organización de carácter estatal, pero el núcleo del reino se establecerá en el antiguo territorio de Anshán, llamado ahora Parsuash. Un jefe mencionado por Assurbanipal, Kurash (Ciro), le rendiría homenaje en 648. Este gesto se interpreta como la ruptura de los persas con Elam y la inauguración de una política de amistad con Asiria que habría de conducirlos a su independencia del Elam. En cualquier caso, a mediados del siglo VII, parece existir ya una dinastía consolidada, que tiene como referente originario a un tal Hakhamanish (Aquemenes), y que ha logrado vincular a su entorno a la mayor parte del ethnos persa. 
Los distintos documentos que poseemos para reconstruir el árbol genealógico de los Aqueménidas proporcionan variantes que dificultan la tarea. No obstante, y con todas las reservas pertinentes, podríamos aventurar que hacia el año 700 Aquemenes, jefe tribal del clan pasargada, establecería a su gente en Anshán. Su heredero, Teispes, sería el auténtico fundador del reino, mientras que Ciro representa ya al pequeño autócrata capaz de maniobrar políticamente a su antojo, como se desprende de su alianza con Assurbanipal. Su sucesor, Cambises, acrecienta territorialmente el estado mediante la incorporación de la mayor parte del Elam, debilitado por los ataques neoasirios. Persia es aún un estado vasallo de la potente Media, cuyos conflictos internos obligan quizá al matrimonio dinástico del que naceráCiro el Grande, que accede al trono persa en torno al ano 560. En esa fecha probablemente todavía no controlaba la totalidad de las tribus persas, ni tampoco cuando decide atacar a su abuelo Astiages, cuyo ejército se pasa en bloque del lado persa. 
El proceso de integración de las tribus persas en un estado unitario se ve acelerado por la absorción de los distintos reinos iranios por parte de Ciro. Súbitamente, éste se ha convertido en el monarca de vastísimos territorios que van desde el río Halys hasta el corazón del Irán. Tal es su potencial poderío que los monarcas de Lidia, Babilonia y Egiptointentan una coalición con los lacedemonios, pero Ciro se adelanta, atacando repentinamente al rey Creso de Lidia al que derrota en el ano 547. Su general Harpago recibe el encargo de someter las ciudades griegas del litoral occidental de Anatolia, tarea que culmina en 544. Los persas respetaron relativamente la autonomía de estos pequeños estados, pues se conformaron con la instalación de gobernantes filopersas, tiranos será el término que acuñen las fuentes griegos. Las poleis fueron sometidas a tributo, a excepción de Mileto que recibió un trato privilegiado. La rapidez con que se produce la anexión de las comunidades griegas se atribuye a una oculta connivencia. Sus grupos dominantes, dedicados principalmente a las actividades comerciales, pudieron intuir las ventajas de participar sin trabas en el inmenso mercado que era ya entonces el Imperio Persa, de ahí su vinculación al proyecto de unidad económica que estaba construyendo el Gran Rey persa. 
Mientras Harpago estaba en Asia Menor, Ciro se dirige a Babilonia, donde Nabónido era rechazado por el clero de Marduk. La proximidad de Ciro fue interpretada como una posibilidad de solución y la ciudad se le entregó en el ano 539. Con la anexión del Imperio Neobabilonio, Ciro adquiere los sistemas administrativos más sofisticados de la época que, unidos a los generales que le había proporcionado Media, lo convierten en el monarca con mayores efectivos y potencialidades de cuantos había conocido el Próximo Oriente. 
Tras la conquista de Mesopotamia, Ciro se dirige hacia el interior del altiplano, donde anexionó las tribus arias de la región del Oxus y del Yaxartes, a los partos, y después marchó contra Bactria y llegó hasta Samarcanda. En una de aquellas acciones pereció en el año 530, sin lograr ver concluida Pasargada, la capital que estaba construyendo. Lo que poblemos vislumbrar de la política expansionista de Ciro parece indicar el interés del monarca por controlar el rico comercio del litoral oriental del Mediterráneo, destino en definitiva de las rutas caravaneras asiáticas y, por el otro extremo, la actividad militar parece orientada a impedir la penetración de grupos nómadas en el Imperio, al tiempo que canalizaba la actividad comercial de esos nómadas a través de los circuitos imperiales, sometidos a control fiscal.
Cambises, hijo y sucesor de Ciro, concluye la conquista de todo el Próximo Oriente, con la incorporación de Egipto, tras vencer sin dificultad a Psamético III en el año 525. El sentimiento antipersa de su población se manifestó en insurrecciones brutalmente sofocadas incluso mediante la destrucción de templos. Al mismo tiempo, la intensificación de la presión fiscal repercutía decisivamente en el fortalecimiento de los grupos de oposición, dispuestos a colaborar con cualquier intento de eliminar el opresivo sistema de dominación persa y no sólo en Egipto, sino en la totalidad de los territorios conquistados. El malestar se pone de manifiesto en la abolición por tres años de las levas y de los impuestos decretada por el usurpador Gaumata que se hace con el poder a la muerte de Cambises en 522. Este era un mago, sacerdote de Ahura Mazda, que se hacía pasar por Bardiya, un hermano menor de Cambises que tiempo atrás había sido mandado ejecutar por el propio rey. Las reformas del impostor, que incluían la implantación del mazdeísmo y la destrucción de los viejos templos, despierta pavor en la corte que encuentra, como única solución, el magnicidio. 
Fueron nobles persas quienes organizaron la conjura, pues Gaumata se había ido mostrando proclive a la aristocracia meda. Al frente de los conspiradores se encontraba Darío, quizá de la familia Aqueménida, que se hace con el poder y justifica su advenimiento en la famosa inscripción de Behistún. Durante dos años estuvo alterado el imperio, con revueltas nacionalistas, levantamientos de jefes locales y conspiraciones en el seno mismo de la corte, acontecimientos inconexos que Darío pudo controlar de forma definitiva ya en 520. Atiende entonces a la reforma del aparato administrativo, para adecuarlo al control efectivo del inmenso Imperio que habían ido construyendo más o menos precipitadamente los Aqueménidas, sin tiempo para darle la coherencia necesaria para su buen gobierno. Probablemente es Darío quien organiza territorialmente el Estado en satrapías, circunscripciones enormes que disponían de amplia autonomía y que participan mediante tributos y contingentes militares en el sustento del Imperio. También crea él mismo un nuevo sistema tributario, consolida o inaugura rutas comerciales y amplía, por el este hasta el Indo y Asia Central, los territorios conquistados. Pero nuestra información es más densa sobre su actividad en la parte occidental del Imperio, gracias a la obra de Heródoto. Desde la conquista de las ciudades griegas de Asia Menor, los sátrapas se habían conformado con ir incorporando paulatinamente otras ciudades independientes a su esfera de influencia, sobre todo siguiendo una hábil política de fomento de las querellas, incluso mediante sobornos, entre las ciudades griegas y ocupando un dudoso lugar de árbitros en unos conflictos que sólo les interesaban para ir debilitando a los griegos. Esta política de injerencia en los asuntos griegos es vista con relativa indiferencia por las ciudades-estado de Grecia Continental, donde el asunto sólo es empleado como instrumento de propaganda política. Tan sólo la presencia de Darío en el Danubio logrará disparar los mecanismos de alarma de los helenos. 
Por otra parte, en las ciudades griegas de Asia Menor se van fraguando grupos de oposición a los gobiernos filopersas, que fomentan la propaganda política de exaltación de la libertad griega, frente a los sistemas despóticos de los bárbaros. En esta confrontación se halla el fundamento ideológico del relato herodoteo de las Guerras Médicas. La conflagración comienza cuando Aristágoras, el nuevo tirano de Mileto, propone al sátrapa de Sardes, Artafernes, defender a la aristocracia de Naxos enzarzada en una guerra civil. 
La expedición fracasa y Aristágoras, para evitar las consecuencias, reacciona aboliendo la tiranía y sublevando las ciudades griegas de Asia Menor contra Persia. Comienza así la llamada Revuelta Jonia, cuyo primer capítulo es la desaparición de las tiranías y, en la búsqueda de un nuevo régimen: la recién estrenada democracia en Atenas se convierte en el modelo deseado. Sin embargo, el conflicto político no puede ocultar la dimensión económica de las actitudes, pues el mercado persa no había favorecido tanto como pensaban a los oligarcas griegos que, además, tenían que pagar tributo al Gran Rey; las condiciones para la sublevación eran óptimas. Atenas envía a Aristágoras veinte naves junto a otras cinco de Eretria. En 498, la rebelión alcanza también a Caria, Licia y Chipre, que dos años después cae de nuevo bajo dominio persa. En el año 494, una flota fenicia se dirige contra Mileto y las defecciones de ciudades griegas no se hacen esperar. La victoria naval fenicia resuelve la situación: Mileto cae y una parte de su población es deportada a Babilonia, mientras el famoso templo de Apolo en Dídima es incendiado. En 493 continuaron las operaciones tanto terrestres como marítimas para sofocar la insurrección, que entonces estaba ya virtualmente dominada. No contento con ello, en 492 Darío envía a su ejército contra el Quersoneso Tracio, y aunque los persas pierden la mayor parte de su flota en la circunnavegación del Athos, las ciudades griegas de la región fueron sometidas y Macedonia reconoció la autoridad formal del Gran Rey. 
La represalia contra Atenas y Eretria comenzó en 490. La flota imperial ocupó las Cícladas, Naxos fue destruida, Eretria devastada por las llamas y sus ciudadanos deportados cerca de Susa. Después se produjo el desembarco para atacar Atenas. Unos veinte mil soldados persas se enfrentaron en la llanura de Maratón a los seis o siete mil hoplitas atenienses encargados de preservar la libertad de su ciudad. Sólo ciento noventa y dos de aquellos no pudieron celebrar la victoria. Atenas se jugaba allí su propia existencia y esa es precisamente la clave de su triunfo. Entre tanto, el aumento de las cargas militares, unido a la ambición de dinastas que agitaban a la población del Delta del Nilo, había provocado el recrudecimiento del nacionalismo egipcio en un grado similar al que se había conocido en los inicios del reinado de Darío. Pero el Gran Rey muere sin llegar a actuar. Será su hijo y heredero Jerjes (486-465) quien aplaste la insurrección egipcia en 485-484. Pero las insurrecciones se generalizan por el resto del Imperio hasta el 482. La pacificación le permite organizar la campaña contra Grecia que no había podido culminar su padre. En Grecia, los pilares de la defensa estaban constituidos por el ejército hoplítico espartano y la flota ateniense. 
En 480, pues, da comienzo la Segunda Guerra Médica, cuyo primer acto será el enfrentamiento en el famoso paso de las Termópilas, cuya única función fue la de retrasar el avance persa. No obstante, Atenas fue tomada y la Acrópolis incendiada (480). La confrontación marítima se produjo en Salamina, donde los atenienses lograron la victoria. Jerjes se retiró a Asia; no obstante, en 479 su ejército se enfrenta a los aliados griegos en Platea, pero fue nuevamente derrotado. Los asuntos de Grecia pasaron a segundo término entre los intereses de Jerjes. Sin embargo, el triunfo griego había animado la rebelión de los jonios, que consiguen con veinte años de retraso los objetivos propuestos por Aristágoras. El reinado de Jerjes se reduce entonces a cuestiones de política interior, sumamente deteriorada por las intrigas palaciegas, como pone de manifiesto el libro bíblico de Esther, una judía casada con el monarca persa. Tales intrigas no concluirán siquiera con el propio asesinato del monarca en el año 465. Mes y medio más tarde caía asesinado su heredero, Darío, a manos de quienes habían provocado la muerte del padre. Entonces ocupó el trono otro de los hijos, Artajerjes I, quien tras pacificar el país tuvo que hacer frente a la revuelta egipcia de Inaro, que, secundada por Atenas, durará de 460 a 454. La tensión entre Atenas y Persia concluye en el año 449 por la firma de la llamada Paz de Calias. En ella Atenas se compromete a abandonar cualquier pretensión sobre Chipre y la ayuda a los rebeldes del Delta; por su parte, el Gran Rey acepta la autonomía de las ciudades griegas de Asia Menor. 
Artajerjes muere en 425 dejando unas satrapías casi independizadas, con dinastías propias, y una corte sumamente dividida por los apoyos de cada uno de los dieciocho hijos del difunto monarca que aspiran al poder imperial. Las intrigas familiares no se hacen esperar y rápidamente se suceden Jerjes II, que reina un mes y medio; Sogdiano, seis meses, tras haber envenenado al anterior y que perece, a su vez, por las intrigas de Darío II. Este último se impone definitivamente tras eliminar al resto de sus hermanos. Durante su reinado, se produce la victoria espartana en la Guerra del Peloponeso, que había contado con el apoyo de Persia, lo que justifica su activa presencia en el futuro político de Grecia. 
En el mismo año 405, se produce en Egipto la revuelta de Amirteo, que da fin a la dinastía de faraones persas. Su éxito se debe, en gran medida, a los múltiples focos de conflictividad, entre los que destaca la sedición de Media, síntoma fehaciente de las tendencias centrifugas que culminarán con la desarticulación del propio imperio. La muerte de Darío II, en 404, provoca una nueva guerra civil entre los partidarios de su primogénito Artajerjes II y los de su hermano menor, el favorito de Parisátida, Ciro. El entresijo de este enfrentamiento lo encontramos minuciosamente descrito por un testigo presencial de los acontecimientos, Jenofonte, quien en su "Anábasis" nos proporciona un apasionante relato autobiográfico. La batalla decisiva entre los dos hermanos tuvo lugar en el año 401 en Cunaxa, donde perece el pretendiente. Las disputas cortesanas propician la sublevación de las ciudades griegas de Asia Menor, mientras que Egipto, aliada con Esparta y Chipre, aprovecha para imponer su autoridad en Palestina. Esta situación poco favorable para todas las partes propicia la denominada paz de Antálcidas, o paz del Rey, del 386, mediante la cual Persia mantenía el control de las ciudades de Asia Menor y Chipre; incluso, tras un ataque contra Egipto, logra recuperar Fenicia y Palestina. Pero la mayor preocupación del Gran Rey será la pacificación de las satrapías occidentales, de las que sólo Lidia se mantiene fiel. La falta de cohesión entre los sublevados, interesarlos sólo en obtener la independencia, está entre las causas de su fracaso. En 358, dos años después de acabar con la rebelión muere, octogenario, el monarca. 
Su hijo Artajerjes III (358-338) necesitó quince años para restablecer la integridad territorial del Imperio. En 351 decide enviar una campaña contra el faraón Nectanebo II. El éxito inicial del faraón no impidió que, tras haber equipado el más formidable ejército de su época, Artajerjes recuperara el control de Egipto gracias a la batalla de Pelusio en 343. La represión fue de una extraordinaria crudeza. Aún pretendía el rey participar en la política griega favoreciendo las facciones antimacedónicas de las ciudades, pero en 338 es asesinado por el eunuco Bagoas, uno de los cortesanos más influyentes. El magnicida, que controla todos los resortes del poder, decide poner al frente del Estado a un personaje de escasa relevancia, Oarses, que ocupa el trono durante dos años. Es entonces sustituido porDarío III (336-330), el único miembro con vida de la familia Aqueménida. Pronto se cansó Bagoas del nuevo soberano y decidió eliminarlo, pero el monarca actuó con mayor celeridad y se deshizo de su antiguo protector. Darío III llevó a cabo una expedición contra Egipto nuevamente sublevado. Después regresó a Persépolis y desarrolló una importante actividad constructiva; pero lo más destacable de su reinado fue la invasión del Imperio por parte de Alejandro de Macedonia. La debilidad estructural del Imperio, maltrecho por los continuos conflictos internos y la ausencia de un programa común, son razones profundas que justifican la brillante progresión del ejército del joven macedonio. A orillas del Gránico, en 334, se produce la primera derrota de los persas. Es el primer aviso y Darío en persona se enfrenta a las falanges macedónicas en 333 en Iso. El nuevo triunfo abre a Alejandro el corredor sirio-palestino que da acceso a Egipto. Habiendo tomado posesión de todos esos territorios, Alejandro se dirige contra el corazón del Imperio. En 331, en Gaugamela de Asiria, tiene lugar el enfrentamiento definitivo. Tras una encarnizada batalla, Darío III huye hacia Bactria, donde es asesinado por el sátrapa Beso. 
Paradójicamente, el vengador del último de los Aqueménidas será el propio Alejandro, cuyo éxito se debe tanto a las transformaciones operadas en el ámbito helénico, como al deterioro estructural del estado aqueménida, en el que las fuerzas disgregadoras se aprecian no sólo en las disputas cortesanas, sino también en la conducta insurreccional de los territorios sometidos. Las tendencias centrífugas no son resultado de un vacuo nacionalismo, sino consecuencia de una crisis provocada por el expolio sistemático, necesario para mantener un onerosísimo estado, cuya cohesión había desaparecido y en el que el Gran Rey había dejado de ser el administrador eficaz o el poderoso jefe militar. El descontento social hacía prácticamente ingobernable el Imperio, que sólo necesitaba un estímulo externo para quedar quebrantado. Y el ejército de Alejandro lo proporcionó. La forma en que es recibido por las naciones sometidas al poder persa exhibe el talante antipersa imperante. Si Alejandro aparece por lo general como el libertador, es por oposición al opresor precedente y ello es así aunque hagamos cuantas salvedades sean necesarias para mitigar el énfasis que la literatura filoalejandrina pone en el héroe como defensor de la libertad, verdadero estereotipo de la propaganda política griega. En cualquier caso, con Alejandro se inaugura una nueva época que modifica considerablemente las estructuras que habían caracterizado la historia del Próximo Oriente durante los tres milenios precedentes.


El Imperio Aqueménida fue uno de los momentos estelares del gran pueblo iranio a través de su Historia y uno de los imperios más importantes de los muchos que han existi-do.
Los medos unidos a los babilonios destruyeron Asur y Nínive entre los años 616 y 612 a.C. A los medos en el reparto del imperio asirio correspondió Asiria y Frigia en Anatolia. La capital de Media se trasladó de Ragae, en las proximidades de Teherán a Ecbatana, más vecina al paso de Behistún, que servía a los medos en su expansión hacia el oeste.
Los persas, por su parte, se habían enseñoreado del territorio de Parsumash, en el nores-te. Apoyados en Elam se apoderaron de Arishan, antigua provincia elamita. 3ª capital parece ser que se encontraba en Mashid-i Solaiman. Los persas incorporaron después a Farsistán. Cambises (600-559), rey de la dinastía de los persas fundada por Aquemenes, casó con la hija del soberano de Media, Astyages. De este matrimonio nació Ciro II (559-530), que unificó a medos y persas. Fue el creador del Imperio Persa. Ello llevó a la con-quista de Lidia y de las ciudades griegas de Jonia, la costa mediterránea de Anatolia, zona griega, que va a desempeñar un papel fundamental en los contactos entre griegos y aqueménidas. También, se incorporó al Imperio Persa, Babilonia y sus extensos dominios. Cambises II conquistó Egipto. A su muerte subió al trono Darío I (522-486). Si las obras de Ciro originan el arte persa, las de Darío I, dieron al imperio su organización administrativa y política definitivas, y su estilo, que se mantendrían hasta la desaparición del reino aqueménida por Alejandro Magno.

PRIMEROS CONTACTOS DE GRIEGOS Y PERSAS

En la batalla del río Halis en 547 sucumbió la coalición formada por Egipto, Babilonia y Lidia. Una segunda victoria en Sardes entregó el reino de Lidia a los persas. Esta conquista repercutió en los jonios. Los habitantes de Focea abandonaron su territorio y se marcharon, primero a Alalia en Córcega y después a la costa de Nápoles, fundando Elea. Los de Teo se afincaron en Tracia en Fanagoria, en el estrecho de Crimea. Las ciudades jonias fueron sometidas por Harpago, general de Ciro. Dependieron de las satrapías de Sardes y de Dascileo en la costa del Mar de Marmara. Mileto pactó con Ciro y logró mantener cierto grado de independencia.
En el año 513 Darío I pasó el Bósforo y se anexionó las ciudades griegas de Cal-cedonia, Bizancio, el Quersoneso Tracio, y Tracia, donde se encontraban las riquísimas minas del Pangeo, y de Macedonia.
Los reyes aqueménidas gobernaron las ciudades griegas a través de sus sátrapas, que utilizaron para gobernarles a tiranos, apoyados por los sátrapas.
Los puertos griegos de Jonia con la incorporación de Tiro, Biblos y Sidón al Imperio persa, sufrieron un duro golpe, pues las caravanas se dirigieron a estas tres ciudades feni-cias y no a los puertos de las ciudades jonias. Samos, después de la tiranía de Polícrates, cayó en 517 en poder de los persas.

PERSIA REFUGIO DE POLÍTICOS ATENIENSES

Persia se convirtió en el refugio de los políticos atenienses, que habían perdido el poder y estaban perseguidos. Tres casos bastan como ejemplos.
Hippias, el hijo mayor de Pisístrato, sucedió a su padre en la tiranía de Atenas en el 528/527, junto con su hermano Hipparco. Ambos continuaron la política comenzada por su padre, que dio gran prosperidad y prestigio a Atenas en época arcaica. A la muerte de Hipparco, en el 514, asesinado por Harmodios y Aristogitón. Hippias fue incapaz de man-tener en el gobierno y huyó a Sigeion, en la Península del Quersoneso, después pasó a Lampsaco y finalmente a Susa. Hippias animó a los aqueménidas, a que invadieran Grecia, lo que motivó las Guerras Médicas.
Temístocles, el creador de la flota ateniense, que venció a la persa en Salamina, en el 480. En el año 471, fue condenado al ostracismo en Atenas, acusado de haber conspirado con el rey espartano, Pausanias, a favor de los persas. Fue juzgado en rebeldía y condenado a muerte. Temístocles huyó de Argos a Corcira, y de aquí al Epiro. Desde Pidua se embarcó a Efeso, en poder de los persas por aquel entonces. El monarca aqueménida, Atajerjes I, que subió al trono en el 466/465, le recibió en Susa y le donó, de por vida, varias ciudades griegas de Asia Menor. En Magnesio de Meandro acuñó monedas con su imagen.
El tercer gran político ateniense que se retiró al territorio persa, fue Alcibíades, discípulo de Sócrates, por el que el pueblo ateniense sentía gran predilección y al que traicionó a menudo. En el año 406, al final de la guerra del Peloponeso (431-404) la flota ateniense mandada por el lugarteniente de Alcibíades fue derrotada frente a la de Lisandro, general espartano, en Notion. El pueblo ateniense no le renovó el cargo de estratego. El político ateniense optó por huir al Quersoneso, donde compró unos castillos, y vivió como un rey. A la caída de Atenas en el 404, se refugió en la corte sátrapa de Frigia, Farnabazo, que mandó asesinarle por indicación de Lisandro.

GRIEGOS EN LA CORTE AQUEMÉNIDA

Se tiene noticias de algunos griegos, al servicio de los monarcas aqueménidas.
Excílax de Carianda, ciudad que dista, unos 10 km de Halicarnaso, patria de Heródoto, al servicio de Dario I (Hdt, IV, 44) llegó desde el Indo al golfo de Suez. Este periplo se data en trono al 520 . Esta navegación es posible, pues la estela de Kabret afirma que Dario I recibía 24 o 32 navíos cargados de tributos o de productos de los impuestos de Egipto. El vieje de Escílax es en sentido contrario.
Heródoto (484-c. 430) de Halicarnaso que contó las relaciones entre griegos y persas antes y durante las Guerras Médicas no pasó del Eufrates (Hdt, I, 185) y de Babilonia (Hdt, I, 178).
Ctesias de Cnido, 403-398/397, fue el médico personal del rey Artajerjes II, en la corte persa. A su vuelta, redactó 23 libros de una obra titulada Pérsica, escrita como novela, que fue la fuente para el conocimiento del Oriente. Fragmentos de esta obra se conservan en Diodoro Sículo y en Fotios. Casi todas sus críticas a Heródoto son inexactas. La mayoría de las noticias son falsas o mal entendidas. Algunas proceden de novelas orientales. Son auténticas las descripciones del harem y de las intrigas en el palacio.

CONTACTOS DE GRIEGOS Y PERSAS EN JONIA

El desasosiego político y económico motivado por la ocupación persa de las ciudades-estado de Jonia, fue la causa determinante de las Guerras Médicas, pues estas ciudades-estado con la ocupación de Egipto por los persas, habían perdido un importante mercado.
El motivo ocasional de la revuelta jonia lo proporcionaron los manejos sucios de los políticos, que servían los intereses persas. Ya el tirano de Mileto, Histieo, en el 513 ayudó a Dario I en su campaña contra los escitas y se opuso a seguir el consejo de Milcíades de cortar el puente sobre el Danubio a las tropas persas de Dario I para impedir la retirada. En recompensa obtuvo el permiso de edificar Mincino en Tracia, en la desembocadura del Estrimón, región rica en minas. Dario I desconfió de Histieo y le llamó a Susa, donde le re-tuvo cautivo.
El yerno y sucesor de Histieo, Aristágoras, con la ayuda del sátrapa de Sardes, Artafer-nes, intentó apoyado en los refugiados de Naxos, derrocar la oligarquía implantada en la isla, pero fracasó, después de un asedio de cuatro meses. Este fracaso (500-499) colocó en una situación mala ante el monarca aqueménida a Artafernes y a Aristágoras. Este último, antes que se dispersara la flota jónica reunida contra Naxos, por orden de Artafernes, se apoderó de los tiranos colocados al frente de las ciudades-estado jonias, y proclamó en Mileto el fin de la tiranía.
Las restantes ciudades jonias de la costa imitaron la actitud de Mileto, y derrocaron las tiranías y expulsaron a los persas. Hecateo de Mileto, el gran historiador y geógrafo, inten-tó disuadir a sus conciudadanos de tomas decisiones funestas, ante la extensión y fuerzas militares de Dario I. Aristágoras logró que en las ciudades se nombraran estrategas. Acudió a Esparta en ayuda, pero el rey espartano se la negó. Tan sólo Atenas envió 20 naves en apoyo de las ciudades jonias, a las que se sumaron cinco de Eritrea. Los persas tardaron dos años en reaccionar. Los jonios atacaron Sardes, capital de la satrapía, e incendiaron la ciudad. El levantamiento se extendió por el Helesponto, por la costa caria, por Licia y por Chipre.
Los persas conquistaron Chipre en el 497, y las posesiones del norte, que aseguraban el control de los estrechos. El ejército persa se apoderó de las ciudades de la Propóntide, del Helesponto y de la Eólida.
Aristágoras, ante esta situación, se marchó a Mircino, antiguo feudo de Histico en Tra-cia, confiando el poder de Mileto a Pitágoras. Aristágoras murió en lucha con los tracios.
Darío I envió a Histieo a pacificar a los sublevados, pero, fracasado en la gestión, se apoderó de Bizancio, y de Quios. Vuelto a Jonia, Artafernes, dueño de la situación, en el 433, le crucificó.
En la batalla de Lade, 495-494, frente a Mileto, se enfrentaron la flota persa, com-puesta en su mayor parte por naves fenicias, y la griega. La flota ateniense se retiró en el 498 de la lucha. Las flotas de Samos y de Lesbos se pasaron a los persas, mientras Dionisio de Focea no logró mantener la disciplina de la flota.
Los persas asaltaron Mileto. Arrasaron la ciudad. Destruyeron el famoso templo de Apolo en Didinia y deportaron a los habitantes al valle del Tigris en el 494.
Los persas implantaron gobiernos democráticos en las ciudades jonias. Se hizo de nuevo un catastro de tipo persa. Artafernes obligó a las ciudades a atenerse al derecho entre ellas, y a renunciar a la piratería de la que vivían gran parte.
La vida cultural no se cortó en las ciudades jonias bajo el dominio persa, como lo prue-ba que Hecateo de Mileto fue muy estimado por los persas, y que Heráclito de Efeso se dedicó a filosofar en su ciudad. Esta política cultural seguida por los Aqueménidas les hon-ra mucho. Los Aqueménidas fueron de una gran amplitud de miras en el trato con los pue-blos incorporados a su imperio, respetando la tradición cultural, el arte, la economía, las diferentes formas de gobierno y recibiendo a los políticos enemigos y asignándoles tierras para poder vivir bien. Estuvieron en buenas relaciones con los estados y con algunos de los grandes santuarios griegos.
Darío I se atrajo las simpatías de las aristocracias de las ciudades jonias. Acogió y colmó de riquezas en tierras al hijo de Milcíades, Metíoco, y a Demarato, rey depuesto de Esparta. Mantuvo buenas relaciones con los Alénadas de Larisia, y de Tesalia, y con los sacerdotes del prestigioso oráculo de Delfos. Política que fue muy afortunada.

PERSIA Y GRECIA DURANTE LA GUERRA DEL PELOPONESO

Durante esta feroz guerra entre Atenas con sus aliados y Esparta con los suyos, Persia mangoneó todo lo que pudo en el conflicto. En el año 424 los combatientes renovaron la paz de Calias, rico ateniense enviado a la corte de Susa, que, después de difíciles negocia-ciones, concluyó en el 449 el pacto que lleva su nombre. El hecho que Calias tuviera que ir a Susa para negociar la paz, indica la importancia grande que Persia desempeñaba en los asuntos internos de Grecia, que no le eran ajenos.
Persia se comprometió a no enviar flota alguna al Egeo, entre el Bósforo y Faselis en Licia. En Asia Menor se trazó una zona desmilitarizada de una anchura de tres días de marcha, Atenas, por su parte, se comprometió a no atacar el territorio del monarca aqueménida.
Esta paz se rompió en el 414 por la intervención de Atenas en favor de Amorges, rey de Caria, que se había retirado de la sumisión al monarca aqueménida. Dario II, dando por rota la paz entre Atenas y Persia, decidió atacar las ciudades griegas de Jonia y de las islas. Esparta desde el año 412 recibía fuertes subvenciones del monarca aqueménida y no tenía inconveniente en que estas ciudades griegas pasaran al dominio e Dario II. En el año 411 continuaron llegando las cuantiosas ayudas de Persia a Esparta, que con el apoyo de Persia creó una flota.
Lisandro, el político espartano dotado de grandes cualidades morales y de clara inteli-gencia política y militar, intuyó que Esparta para ganar la guerra contra Atenas, tenía que atraer a su causa a Persia. Lisandro utilizó, en principio, la diplomacia, intentando conven-cer al monarca aqueménida de que su interés estaba en la victoria de Esparta, y no en un equilibrio de fuerzas en Grecia. Atrajo a la causa de Esparta al hijo de Darío II, Ciro, sátrapa de Sardes. La paz entre Atenas y Esparta enfrentó a ésta con Persia. Esparta tenía el compromiso con Persia de devolver a ésta todas las ciudades griegas que se habían librado de la protección de Atenas. Los griegos no podían aceptar este compromiso. La paz del 404 contó con los persas, contra lo que se había pactado. Fue destituido Lisandro bajo la acusación de traición, que se planteó a Pausanias, rey espartano, para satisfacer al sátrapa Farnabazo. La situación se complicó, pues Ciro el Menor, con el apoyo de los griegos se sublevó contra su hermano, Artajerjes II Mnemón. Las ciudades de Jonia fueron entregadas a Ciro y no al sátrapa nombrado por el monarca aqueménida.
Clearco, charmosta de Bizancio, y otros capitanes griegos, entre los que se encontraba el historiador Jenofonte, reunieron un gran contingente de mercenarios griegos para apoyar la causa de Ciro. En la batalla de Cunaxa, cerca de Babilonia, murió Ciro. Los griegos, sin jefes por la traición de Tisafernes, lograron volver, capitaneados por Jenofonte, que ha descrito esta retirada en su Anabasis, a través del desierto, de Armenia hasta llegar al Mar Negro.
Tisafernes se quería vengar del apoyo dado por los griegos a Ciro, y preparó una expedición de castigo. Pero Esparta se consideró ahora, heredera de Atenas, y se opuso al proyecto de los sátrapas, Farnabazo y Tisafernes, a los que venció. Dercílidas, el jefe espartano, llegó a un armisticio con los persas. El monarca espartano Agiselao intentó olvidar todos los favores recibidos de los persas, que atribuyó a Ciro. La corte de Susa colocó a Tisafernes en una situación delicada, mientras Evágoras, rey de Chipre, isla bajo el control persa, gracias a la ayuda de los persas, preparó una flota que molestó a los espartanos en el sudeste del Egeo. Agiselao, ante la nueva situación creada, firmó una tregua con Tithraustes, sucesor de Tisafernes, que había sido ajusticiado. Al avanzar en Asia Menor contra Farnabazo, los acontecimientos de Grecia le obligaron a desistir de la empresa.
En la guerra de Corinto, que siguió a estos acontecimientos, el embajador de Esparta, que ya antes había entrado en contacto con los persas, marchó a Susa en el 387, y negoció un acuerdo por el que Artajerjes se convirtió en el árbitro de los griegos. Esta paz se acordó en Sardes bajo el sátrapa Tiribazo, que fijó la zona de influencia persa. El monarca aqueménida conservó sus territorios en Asia Menor, Los sueños de hegemonía de Esparta y de Atenas se deshicieron. La paz duró pocos años del 395 al 386. Todos estos hechos prueban que en Grecia no se podía hacer política sería sin el contacto con Persia.

ARTISTAS GRIEGOS EN EL IMPERIO AQUEMÉNIDA

Los contactos entre griegos y persas no sólo fueron de carácter militar o político, sino artístico. Estos contactos datan de muy antiguo. Darío I recibió productos del mundo griego que se empleaban en los objetos artísticos mencionados en una inscripción de Susa, como oro de Sardes, y el color de enlucido de Jonia para las paredes .
La técnica del relieve, resaltando las figuras sobre el fondo, la búsqueda de un fuerte naturalismo al representar las fauces amenazadoras del león, el movimiento lleno de gracia impreso al gesto del siervo, que ofrece la copa con la cabeza de ánade, los pliegues de los vestidos, se han sugerido que llegan a Persia de la escultura griega. En una carta de Darío I se menciona artesanos griegos procedentes de Jonia que trabajan en el palacio del Gran Rey, que tallaban las columnas. Su actividad creativa quedaba limitada a un elemento arquitectónico. Según esta carta, sólo trabajaban en las columnas . Los relieves de Darío I indican los presentes que ofrecían al Gran Rey. Los griegos o los capadocios, fuertemente helenizados, ofrecían caballos y vestidos bordados. Los monarcas aqueménidas constructores de Persépolis no desconocían el influjo del arte griego, ni la escultura, ni la cerámica, como lo indican la llamada estatua de Penélope, fechada en la segunda mitad del s. V, hallada en la tesorería de un monarca aqueménida posterior a Jerjes, y la cerámica griega encontrada en Susa, fechada en la segunda mitad del s. V . En las artes menores el influjo griego es bien patente en algunas piezas. Un rebeco alado, de plata dorada, procede de un taller griego, como lo prueba la máscara de Bes sobre la que se apoyan las zarpas . Los fragmentos de marfil tallado recogidos en Susa, echados a un pozo del palacete de Artajerjes y de Darío II, podían proceder de Grecia o de Asia Menor o de Egipto .
A partir del s. V en el ámbito del arte griego, se documenta una cierta evolución del arte del entalle de tipo persa, y un nuevo florecimiento de las gemas. En esta nueva escuela, se ha querido rastrear el estilo de artistas griegos al servicio de los persas, bien atestiguado en el movimiento en las escenas de caza o de batalla, en la elección de temas de la vida coti-diana y en los animales al galope .
E. Porada puntualiza que las columnas persas acusan una influencia clara de las columnas de Jonia. Aunque no se copian las proporciones. Como señala esta investigadora, la idea de una columna de piedra, con ciertas relaciones repetidas entre la base y el fuste, al igual que la forma general de la base, se deben a prototipos jonios. Los relieves de Persépolis muestran, según E. Porada, no sólo el influjo griego, sino la mano de un artesano griego . Del influjo griego en las artes menores E. Porada menciona sólo el rebeco alado, que era el mango de un vaso. El rebeco apoya su patas en una más cara de Bes , que tiene las orejas de caballo y la barba de un Sileno. En un jarro, fechado en el s- V o a comienzos del siguiente, con íbex en el mango, las flores sobre los hombros son muy griegas, más que las flores halladas en Persépolis, o en otros lugares de Persia . Los retratos y los tipos de las monedas, de ciertos sátrapas, pertenecen a los más finos productos del arte griego . Los sellos del periodo aqueménida reflejan las diversas influencias de estilo de los pueblos del imperio aqueménida, asirios, neobabilonios y griegos .
A. Blanco señala, por su parte, algún otro influjo del arte griego en la escultura persa, como que las formas del rostro de las esculturas son como las griegas, del momento del tránsito entre la escultura arcaica y la clásica preliminar. Este influjo coincide con los años de las guerras médicas. También, puntualiza A. Blanco que a grandes señores persas se deben obras de gran valor griego como el Monumento de las Nereidas de Xantos , fe-chado en torno al 480, y el Mausoleo de Halicarnaso , ambos del más puro estilo griego de los s. V y IV. En el segundo trabajan cuatro artistas griegos de primera fila, Skopas, creador de la escultura del monumento, Timotheos, que dirigió la escultura del templo de Asclepios en Epidauro, y dos escultores jóvenes, Bryaxis y Leojares, dos genios de la escultura en tiempos de Alejandro Magno. Los escultores fueron Pytheos y Satyros. Al primero se debe la cuadriga, que coronaba el monumento, colocada para ser vista a gran distancia. La obra la inició Mausolos, sátrapa de Caria, hacia el 352, muerto este año, y la terminó su esposa, muerta en el 350. Estos dos monumentos prueban que algunos persas de rango elevado apreciaban mucho el arte griego. Ya antes los persas habían hecho trasladar a Persia las estatuas de Harmodios y Aristogeiton, que en las grandes Panateneas del año 514 asesinaron a Hiparcos, estatuas que después volvió Alejandro Magno .
G. Scarcia y G. Curatola indican las influencia ejercidas en el arte y la arquitectura aqueménidas. En la primera fase los elementos proceden del arte jónico, tardobabilonio y neoasirio, y en la segunda el influjo más intenso llegó de Jonia y de Egipto. Recuerdan es-tos autores , que la llamada tesorería de Persépolis guardaba estatuas de facturas griegas, en las que el vestido se trata a la manera griega. Algunas representaciones escultóricas de animales en Persépolis, acusan evidentes aportaciones griegas. Las acuñaciones aqueméni-das ofrecen algunos contactos con el mundo griego .
A J. Boardman se debe un fundamental libro sobre las relaciones de Persia con el Oes-te. En el monumento de Bisutum algunos personajes representados, acusan un estilo griego en los vestidos. Piensa este autor que en Pasargada es el único lugar donde puede detectarse una mano griega, con estilo griego, y sin introducir un estilo formal griego, en la primitiva escultura persa . Se ha atribuido a inspiración griega en los relieves persas, la técnica de tallar las figuras en mas de un plano . En la inscripción de Darío I hallada en Susa, en la versión acadia se mencionan, al parecer, jonios de Babilonia, pero trabajan en las paredes o en los cimientos de los edificios. Podía tratarse de jonios cautivos con ocasión de la caída de Mileto en el 494. A comienzos del s. VI trabajan carpinteros en Babilonia. Los jonios se les identifica por su nombre, creado para los jonios por los asirios al final del s. VIII . En Persépolis han aparecido dos grafitos en lengua griega Pytharchou eimi, yo soy Pytharcos, nombre jonio, y Nikon agraphse, Nicon me escribió. En el tesoro en Persépolis se ha encontrado una placa de piedra con figuras armadas, Heracles, Apolo y Artemis, fechada en torno al 500 . Una tablilla de terracota con inscripción griega, se menciona una medida griega. La tablilla se refiere a una transacción de vino .
La cerámica griega se exportó a Persia. El ceramista Sotades, anterior a la mitad del s. V, se especializó en vasos exóticos, muchos con características persas, que se exportaron a Persia. Se les encuentra, también, en Susa. En el botín de Darío I o de Jerjes en Persépolis, había un caldero griego arcaico, con escudo. Un asa de grifo de un caldero de tipo jonio se encontró en Susa. En Susa se han descubierto también marfiles griegos, principalmente del s. IV. Un relieve de Istakhri, en las proximidades de Persépolis va decorado con gorgonas y leones. Los escudos de los guardias de Persépolis sólo tienen paralelos en los escudos de Beocia, J. Boardman recuerda a este respecto que Darío I entre las piezas que se llevó de Atenas, figura la imagen de Artemis Brauronia de Braurón, y de Mileto el Apolo de bronce de los Bránquidas, que Seleuco restituyó a Mileto (Paus., VIII, XLVI, 3), y el citado grupo de los tiranicidas llevado a Susa.
De Anatolia se envió a Persia un plátano de oro y una vid. Plinio (N.H., 33, 57) cita el plátano como parte del botín que Ciro sacó de Lidia. Himero y Photios afirman que la vid fue fundida por Teodoro de Samos . Los anillos de metal para los dedos acusan, igual-mente, influjos griegos . En las figuras de las monedas, los sátrapas y los monarcas aqueménidas gozan de una gran libertad y se acusan influjos griegos, anatolios y persas .
El arte griego, pues, influyó en detalles concretos en el arte aqueménida. Es un aspecto de los frecuentes e intensos contactos entre ambos pueblos.

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