Organización del Imperio |
Conocemos la organización del Imperio ateniense por algunos textos (Aristóteles y, sobre todo, Tucídides) y por decretos (atenienses, sobre todo). No siempre puede precisarse la fecha de estos últimos. La cronología tradicional los sitúa entre el 454 y el 430, de modo que la panorámica del apogeo del Imperio cabría trazarla para esa época. En ese momento los atenienses denominan a su poderío "Arkhé" ("poder") y a los ciudadanos "hypekooi" ("súbditos"). Ya no se trata de un pacto con aliados que se dotaban libremente de un "hegemón", como en la Liga de Delos; pero tampoco (ni nunca lo sería) de un Estado con capital en Atenas. El Imperio fue siempre una constelación de Ciudades Estado cuya organización financiera fue la única base legal reconocida. Podemos hacernos una primera idea sobre el Imperio a partir del estudio de la percepción del phoros ("tributo"). Atenas ya no distinguía entre naves propias o de los aliados y el phoros se empleaba para su conjunto. No se creó personal político específico para la gestión del Imperio;la intervención de Atenas en los asuntos internos de las Ciudades resulta, a fin de cuentas, difícil de calibrar y sigue siendo uno de los puntos históricos más discutidos. Parece que Atenas se acomodaba a una gran variedad de regímenes de sus aliados, pero es verdad que, tras cada revuelta, intentaba imponer un régimen calcado sobre el suyo. De hecho, Atenas podía controlar más directamente el buen comportamiento de sus aliados mediante el envío de guarniciones, cuya existencia se comprueba en la mayoría de las Ciudades que intentaron salirse del Imperio.
Rebeliones contra Atenas y principales cleruquías |
Las cleruquías |
En realidad, la vigilancia y la intervención política podían llevarse a cabo mediante intervenciones de los atenienses residentes en el extranjero. Una multa de cinco talentos sancionaba a la Ciudad en la que un ateniense fuese asesinado; lo que podía ocurrir, sobre todo cuando se generalizó una antigua institución de carácter muy particular: la cleruquía. Las cleruquías son fracciones de la Ciudad ateniense en territorio extranjero. Se repartían lotes de tierra del territorio aliado, pero el cleruco conservaba sus derechos de ciudadano ateniense, votaba y servía como hoplita. Hallamos clerucos en Naxos, Andros, Calcis e Histias. Sus efectivos, a veces, son numerosos en algunas Ciudades (de 500 a 1.000). Su total se ha evaluado en 6.000. Pero parece que Atenas no disponía de hombres bastantes que dispersar por el Imperio por lo que empleó abundantemente el sistema de la colonia, institución enteramente diferente, ya que era la fundación de una Ciudad nueva dotada de autonomía. Atenienses y aliados, si no indígenas, se mezclaban a menudo. Los vínculos con la metrópoli eran culturales o religiosos y las instituciones, copia de las suyas; pero los colonos, según parece, eran ciudadanos de la nueva Ciudad y ya no de Atenas. La circulación de personas entre las distintas Ciudades del Imperio plantea, en particular, el problema judicial. Había tratados de derecho internacional, que regulaban de modo muy pragmático ciertos procedimientos entre nacionales de cada país. Atenas hacía lo mismo con varias Ciudades, pero comprobamos, en cierto número de decretos surgidos tras motines y en una alusión de un discurso de Antifonte, que nadie podía ser ejecutado sin que la sentencia fuese confirmada por Atenas. Igualmente, bastantes personas, por especial privilegio, no podían ser juzgadas sino en Atenas. En fin, de modo completamente normal, cualquier proceso que implicase un asunto público contra el Imperio era juzgado por tribunales atenienses. Vemos pues, que, sin que hubiese organización o unificación concreta en el plano judicial, la práctica comportaba, a un tiempo, una fuerte injerencia de Atenas en la autonomía de las Ciudades... y una multiplicación de causas en Atenas misma: causa de reproches del autor del panfleto a que aludíamos. Nada más erróneo que ver en el Imperio de Atenas el equivalente al Imperio colonial inglés del siglo XIX, como a veces se ha sugerido. No buscó Atenas garantizarse mercados comerciales de salida, noción totalmente ajena a las Ciudades griegas en las que, recordémoslo, la actividad comercial estaba en gran parte en manos de extranjeros. Atenas buscó, primero, asegurarse el dominio de la ruta del Ponto Euxino, a través de la cual le llegaba la mayor parte del trigo necesario para sus pobladores. Y tampoco parece que quisiera reservársela en exclusividad de uso, salvo durante la Guerra del Peloponeso. Se trataba, también, de garantizar el libre acceso de materias primas para la construcción naval, como madera, pez y cáñamo. Con toda evidencia, la policía marítima ejercida por Atenas facilitaba el comercio, al igual que la prosperidad del Pireo atraía a los comerciantes; pero no se trataba de una política deliberada: Atenas concebía su talasocracia en términos de poderío militar y el control de la ruta del trigo le resultaba cuestión de supervivencia.
Decreto que reglamentaba a los clerucos de Salamina, 510-500 a. C., (Inscriptiones Graecae I³ 1) Museo epigráfico de Atenas. |
Política económica |
Había, no obstante, un ámbito en el que la intervención era directa: el de la moneda. En fecha insegura (¿437?), un cierto Clearco hizo votar un decreto dirigido a unificar pesos, medidas y monedas entre los aliados. La medida, muy útil para las transacciones del Pireo y el pago del phoros, hubo de ser recibida como un atentado a la soberanía de las Ciudades que ya no podían acuñar moneda de plata. (Los descubrimientos numismáticos prueban que ya se había esbozado una evolución por vía de hecho y que la moneda ateniense se extendió desde los comienzos de la Liga de Delos.) Hay, también, que reconocer que el Imperio nutría a la democracia. Y ésta no lo ocultaba. Aristóteles pudo afirmar que el Imperio hacía vivir a más de 20.000 personas: directamente, a los funcionarios del Estado y a cuantos, por diversos títulos, percibían un salario público: clerucos, colonos, tropas de guarnición y también remeros y soldados embarcados; e, indirectamente, a un buen número de pequeñas empresas del Pireo o de Atenas y, sobre todo, a las que participaban en la construcción naval. También era el tesoro del Imperio el que proveía a las importantes obras de la Acrópolis, en las que se codeaban esclavos, ciudadanos y extranjeros. Atenas explotó sin reparos su superioridad política y militar con fines económicos. Pero ¿cuáles eran, exactamente, los objetivos de este imperialismo? Ya vimos cómo el Imperio daba de vivir a buena parte de los ciudadanos Atenienses de las dos últimas clases, por cuyo mero hecho ya favorecía la democracia; la cual, por otro lado, se desarrollaba en numerosas ciudades por esta época y facilitaba la fidelidad de muchas poleis pequeñas. ¿Fue tal objetivo la palanca decisiva? ¿Se justifica el Imperio por el auge de la democracia ateniense? ¿Hasta qué punto las Ciudades del Imperio participaron de la prosperidad ateniense? La riqueza y el esplendor de Atenas en esta época descansan, innegablemente, en gran parte sobre las rentas financieras obtenidas con el phoros y sobre la condición metropolitana de que la ciudad disfruta, de hecho, para el conjunto del Egeo. «Escuela de Grecia» como era ¿hizo que el conjunto de las Ciudades del Imperio obtuvieran provecho de ello? Parece que no. Pero hay, sobre todo, que insistir en el vector mayor de entre los que llevaron a los atenienses a asegurar fogosamente su dominio y a sus aliados a resentirse por ello tan agudamente. Se trata del muy particular sentido que tenían las palabras «libertad» y «autonomía» para los griegos. Tucídides lo expresa sin rebozo en gran número de discursos que pone en boca tanto de embajadores atenienses cuanto de sus adversarios. En verdad, la libertad de un Estado se halla ligada tanto a la ausencia de dominación extranjera cuanto a la posibilidad de imponer a terceros su propia dominación. Y en cosa tal vernos esa característica política que fue el móvil mayor de cualquier comunidad helénica. Parece, pues, artificioso imaginar cesuras demasiado rigurosas entre la Liga de Delos y el Imperio. Desde el momento en que se impuso, la hegemonía ateniense tendió a convertirse en algo sin retorno. El Imperio acabaría hundiéndose, pero no minado desde su interior, sino ante una fuerza tan importante como la suya: Esparta.
El imperialismo ateniense
Al margen de las motivaciones concretas de que de que se hablará a continuación, cuando se trate del enfoque dado por el historiador Tucídides al problema y que se ha esbozado en el capítulo anterior como punto final del desarrollo de las relaciones imperiales de Atenas, el panorama histórico general que sirve de causa global al inicio de la guerra es el representado por el desarrollo de la ciudad e Ática. Pero, desde luego, lo concreto y lo general son dos aspectos de la misma realidad y no dos realidades separadas y diferenciadas. Lo general se manifiesta y se materializa en lo concreto. Estos acontecimientos ocurrieron dentro del contexto del desarrollo general del imperio ateniense y de los conflictos que se producían con las ciudades aliadas y con las ciudades pertenecientes a la Liga del Peloponeso. Cada acontecimiento es sintomático del contexto total en que se desenvuelve. Podemos desprender la causa general del conocimiento de los hechos concretos, mientras éstos se explican dentro del contexto de la causa general.
La evolución que siguió, la democracia ateniense y sus relaciones con el desarrollo imperialista de la misma ciudad hizo que sus condicionamientos tuvieran graves repercusiones sobre el resto de Grecia. ya Tucídides hace constatar que la importancia de la guerra estribó en haber implicado a todas las ciudades griegas de modo directo o indirecto.
En efecto, el desarrollo del sistema, tal como había tenido lugar en Atenas, era consecuencia de condiciones similares a las del resto de Grecia, pero al mismo tiempo había alcanzado formas que resultaban contradictorias con el sistema mismo, especialmente cuando no sedaban las características producidas en Atenas, sobre todos si se tiene en cuenta que éstas se basaban en sus relaciones con los demás. Aquellas ciudades en que el desarrollo de Atenas se apoyaba no podían, por esta misma circunstancia alcanzar las condiciones de Atenas: ellas mismas no podían apoyarse a su vez en otras. Las circunstancias en que se movía Atenas eran al mismo tiempo irrepetibles y determinantes para las demás ciudades. Sólo allí era posible que el desarrollo del sistema esclavista creara condiciones que alteraran el sistema mismo, al ir unido a sus características como ciudad imperialista, pero en las demás ciudades sólo se conseguía la alteración del sistema. Por ello se da la paradoja de que la democracia esclavista unida al imperio ponía en peligro el sistema esclavista mismo. En Atenas las peculiares condiciones hacen posible la existencia de la concordia entre los diferentes sectores de la población libre e incluso se alcanza un cierto estatuto de aparente convivencia con el mundo de los esclavos. Fuera de Atenas, en cambio, o se conserva la sumisión de los sectores no poderosos de la población libre, con lo que la libertad de éstos es por tanto más aparente que real, o las tendencias a imitar la democracia del sistema esclavista, en sus vertientes democrática e imperialista y paralelamente, en relación dinámica y contradictoria con esto, una amenaza para el sistema esclavista mismo, que se reproduce a una escala de estatutos de dependencia que sirve para su fortalecimiento. Las relaciones de dependencia se fortalecen en un sistema escalonado de status, que la democracia ateniense pone en peligro al procurar libertad de demos.
La contradicción más importante de la democracia ateniense está en que se consigue la libertad del demos al hacer de éste el hegemón de las ciudades del imperio. Lo que en el terreno interno de la ciudad son relaciones democráticas se traduce en el imperialismo exterior. El demos liberado de su propia servidumbre adopta hacia el exterior las actitudes del señor que domina sobre poblaciones dependientes. De ahí la importancia que Tucídides utilice constantemente la terminología esclavitud para referirse a las relaciones entre Atenas y las demás ciudades. El imperialismo pasa a concebirse en los términos de las relaciones esclavistas. La libertad del demos, en las condiciones de la ciudad antigua, sólo es posible si las relaciones de dependencia se elevan por encima de la ciudad misma. El imperialismo viene a ser la forma de dependencia externa que hace posible al independencia interna del demos.
Pero también hay otro aspecto en que se produce el mismo modo de proyección. El imperialismo permite la concordancia dentro de la ciudad de Atenas. Sin embargo, la consecuencia es la discordia externa. Desde muy pronto, en la época de la teórica paz, se hizo patente que la existencia de la ciudad imperialista creaba conflictos entre ciudades. Atenas choca con sus propios aliados, en condiciones que ponen de manifiesto las contradicciones internas de estas ciudades, pero también choca con las ciudades ajenas a la confederación de Delos, sobre todo con las que forman parte de la Liga del Peloponeso.
Los principales afectados por el proceso de desarrollo imperialista ateniense fueron Corinto, cuyo Dominio se ejercía sobre zonas que resultaban vitales para el control ateniense de los mares, y Esparta, que veía afectado el control general de la situación griega por la expansión de Atenas y que, además, desde el punto de vista ideológico, veía cómo se deterioraba el fundamento en que se asentaba su prestigio debido a la expansión del «espejo» democrático sobre el modelo ateniense, al mismo tiempo que se detectaban problemas internos dentro de la propia Esparta que muy probablemente no dejaban de tener algún tipo de relación con la existencia del mismo «espejo» ateniense; y, en último lugar, pero no por ello con menos incidencia den los hechos, hay que contar entre los afectados por el crecimiento del poder ateniense a los oligoi, «los pocos», es decir, a las oligarquías de las ciudades sobre las que se ejercía el poder ateniense, donde éste creaba en el demos las expectativas democráticas que podían lograrse con la imitación de Atenas, pero en las que no había condiciones reales para que el demos pueda disfrutar de esos mismos derechos al tiempo que se mantenía la concordia. En estas ciudades la liberación del demos significaba la pérdida de los privilegios de los pocos. Éstos, por tanto, en general, veían cómo su enemigo no solo al propios demos de su ciudad sino también a la democracia ateniense.
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