martes, 21 de abril de 2015

apuntes de historia


La Compra de Luisiana 1803

Conocida en la historiografía norteamericana como Louisiana Purchase, se denomina así a la operación de compra efectuada en 1803 por los Estados Unidos de América, bajo la presidencia de Thomas Jefferson, a la Francia de Napoleón Bonaparte de la extensa región situada al sur del paralelo 33, conocida con el nombre de Luisiana. Las raíces históricas de este acontecimiento se encuentran en las disputas territoriales entre Francia, Gran Bretaña y España en América del Norte en la segunda mitad del siglo XVIII.

Luisiana antes de su compra por los Estados Unidos

El territorio de la Luisiana original, una vasta región comprendida entre el nacimiento y la desembocadura del río Mississippi y delimitada al oeste por la impresionante barrera montañosa de las Rocosas, fue descubierto por el explorador español Francisco de Garay, en el año 1519, tras remontar con su expedición el territorio por el río Mississippi. Tras la fracasada expedición comandada por Hernando de Soto, hacia el año 1542, los pocos supervivientes tuvieron que atravesar el territorio a su regreso a la ciudad mexicana de Panuco. No obstante, la auténtica colonización de la región fue llevada a cabo por la Corona de Francia, al subvencionar ésta la primera expedición francesa, en el año 1682, a cargo de Robert Cavalier de la Salle, quien bautizó el amplio territorio que tenía a sus pies con el nombre de Luisiana, en honor del monarca francés Luis XIV. Tras una serie de intentos fallidos por parte de diferentes exploradores galos para fundar una colonia próspera debido a lo inhóspito del paraje, al inmenso calor y al hostigamiento continuo de las tribus indias autóctonas (natchez y chickasaws), el territorio pasó oficialmente a manos de la propia Corona de Francia, quien reanudó los intentos por reactivar una colonia que languidecía paulatinamente. En 1755 fueron trasladados unos 2.000 colonos franceses procedentes de las regiones canadienses de la Acadia y de Nova Scotia con el objeto de fundar el Cajoun Country en las inmediaciones del viejo establecimiento de Bayon Teche, que anteriormente fundara Robert Cavalier de la Salle. Sin embargo, en vista del enésimo fracaso colonizador, Francia se desprendió de tan molesta colonia en virtud de dos tratados consecutivos: el primero de ellos secreto, conocido como el Tratado de Fontainebleau, firmado con España en el año 1762 por el que Francia cedió toda la Luisiana comprendida al oeste del río Mississippi, incluyendo la ciudad de Nueva Orleans, como compensación por la pérdida española de La Florida; y el segundo, firmado con Inglaterra gracias al Tratado de París del año 1763 que puso fin a la Guerra de los Siete Años, y por el que la nación gala cedía a la inglesa toda la parte oriental de la región.
En el transcurso de esta última guerra, hacia 1761, después de que Francia hubiera perdido estratégicas batallas con Inglaterra, el ministro francés Duque de Choiseul autorizó a su embajador en Madrid, el marqués d’Ossun, a ofrecer Luisiana a cambio de una pronta entrada de España en el conflicto armado. España accedió a esta proposición y el 15 de agosto de 1761 se firmaba el tratado conocido como “Pacto de Familia”, entre Carlos III y Luis XV. Inglaterra declaró formalmente la guerra a España el 2 de enero de 1762. A pesar de la alianza franco-española, el rumbo de la guerra no cambió y en abril de 1762 franceses y británicos iniciaron negociaciones para celebrar la paz. Los ingleses presionaron para que Francia les cediera todo el territorio de Luisiana al este del río Mississippi. Esta postura se basaba en la pretensión de que la posesión inglesa de Canadá se extendía originariamente hasta los ríos Ohio y Mississippi, es decir, que incluía el territorio de Illinois. A cambio de Luisiana, Inglaterra ofreció a Francia las posesiones de Martinica, Guadalupe y Marigalante. Francia aceptó finalmente la propuesta. Sin consultar con su aliada española, la diplomacia francesa acordó que el límite de Canadá debía fijarse en el Mississippi desde el río Iberville hasta el golfo de México, incluyéndose en esta cesión la región de Mississippi. Ante la disconformidad española se abrieron negociaciones trilaterales entre Gran Bretaña, Francia y España en julio de 1762. Allí la diplomacia española dirigida por Grimaldi sostuvo que la Corona nunca había reconocido la posesión francesa de Luisiana ni la inglesa de Georgia. Grimaldi propuso usar la latitud de Carolina como límite meridional de Canadá, lo que habría reinstaurado la “zona neutral” de Georgia. La discusión entre los tres se interrumpió en este punto al no llegar a ningún acuerdo sobre la postura española.

El 20 de septiembre de 1762, Luis XV amenazó a España con la evacuación total de Luisiana y la posible intrusión de Inglaterra si es que Carlos III no firmaba la paz. España decidió seguir la guerra y no entrar en negociaciones a pesar de ser ocupada La Habana por los ingleses el 14 de agosto. En un intento de hacer entrar a España en las negociaciones, Luis XV escribió el 9 de octubre una carta a Carlos III en la que ofrecía Luisiana occidental y la isla de Orleans como compensación por cualquier territorio que España tuviera que entregar a cambio de la recuperación de La Habana. Carlos III rechazó en un principio la oferta, pero el 22 de octubre cambió de postura e instruyó a Grimaldi para que aceptase las condiciones inglesas y firmara la paz. El borrador del tratado firmado en Fontainebleau el 3 de noviembre de 1762 fijaba el límite de Luisiana en el Mississipi hasta el río Iberville y hasta el golfo de México por los lagos Maurepas y Ponchartrain.
En pleno proceso de discusión y aprobación de las cláusulas contenidas en el borrador, en noviembre de 1762, Luis XV decidió cumplir su promesa dada al monarca español y cedió a España el territorio de la Luisiana en compensación por los gastos y pérdidas que ésta tuvo al intervenir en calidad de aliada en la guerra de los Siete Años. España y Francia ratificaron con la paz de París del 9 de febrero de 1763 el borrador firmado con Gran Bretaña en Fontainebleau. Por este acuerdo España cedió Honduras y Florida a los ingleses, mientras que a cambio éstos devolvían sus conquistas de La Habana y Manila, mientras por su parte Francia cedía Luisiana y Nueva Orleans. Esta última se rebeló en 1768 a la autoridad española, pero la sublevación fue dominada por el general O’Really, enviado por el gobierno español en 1769.
Tras la firma de la Paz de Versalles entre España e Inglaterra en 1783, con la que se puso fin a la guerra de 1779, el problema de la administración de Luisiana volvió a complicarse para España al demandar Estados Unidos la fijación de límites en dicha región y la Florida, además de la libre navegación por el Mississippi. Por otra parte, con el estallido de la Revolución Francesa, la parte española de Luisiana pasó a convertirse en el refugio más seguro de los realistas huidos. Aun cuando el Gobierno de España demostró una laxitud mucho mayor que la ejercida bajo el dominio de la Corona de Francia, muy pronto comenzaron a surgir los primeros movimientos secesionistas y revolucionarios de los naturales de la región en contra del dominio español. La Corona de España no tuvo más remedio que sofocar con dureza el conato de rebelión surgido por todas partes al enviar a la colonia al expeditivo general O’Reilly, quien enseguida puso fin a las revueltas dejando tras de sí un buen número de esclavos prisioneros y muertos.
Por el Tratado de San Lorenzo de 1795, también llamado Pinckney’s Treaty, firmado por Manuel Godoy y Thomas Pickney, España cedía a las pretensiones territoriales estadounidenses, por lo que se fijó la frontera de Florida en el paralelo 31′ además de decretarse el libre tránsito por el río Mississippi. España administró Luisiana hasta que la propia debilidad de la Corona española ante el poderío francés de Napoleón Bonaparte impuso que se devolviera la soberanía del territorio a su antigua propietaria, Francia, mediante la firma del segundo Tratado de San Ildefonso, firmado en octubre del año 1800, literalmente impuesto por la fuerza al rey Carlos IV por Napoleón Bonaparte. Carlos IV se comprometió a devolver dicho territorio a Napoleón I a cambio de la creación del “reino de Etruria” para el infante Don Luis, yerno del monarca, a quien se había arrebatado el ducado de Parma. Se adujo como pretexto que con Luisiana en poder de los franceses, Carlos IV tendría garantizada la seguridad en la América española ante las amenazas británicas y norteamericanas.
El 21 de marzo de 1801, por el Convenio de Aranjuez, firmado entre España y Francia, Carlos IV formalizó la devolución de Luisiana a Napoleón. A cambio de ello, Napoleón confirmó en París, el 31 de marzo de 1801, la cesión del ducado de Parma a España y el regreso de Luisiana a su país, aunque el temor expresado por Estados Unidos de que la administración francesa de Luisiana complicaría el libre tránsito del puerto de Nueva Orleans y el río Mississippi hizo surgir en sus gobernantes la idea de la compra de parte de esta colonia.

Thomas Jefferson presidente de los Estados Unidos
La llegada de Thomas Jefferson a la presidencia de los Estados Unidos condujo, además de al consiguiente relevo de la clase política, a un progresivo engrandecimiento de los territorios de la Unión hacia el oeste, ya que prolongó sus territorios desde el río Mississippi hasta las montañas Rocosas. A pesar del poco afecto que el nuevo presidente tenía a la idea de constituir un ejército permanente y una gran marina (razón por la cual paralizó nada más llegar a la presidencia toda nueva construcción de barcos de guerra), fue paradójico el hecho de que las realizaciones más brillantes del primer gobierno de Thomas Jefferson se produjeron en el ámbito de la guerra (contra el Bajá de Trípoli) y de la diplomacia (compra de Luisiana).
Sin lugar a dudas, la compra de Luisiana se convirtió en el mayor triunfo de todo el período presidencial de Thomas Jefferson, habida cuenta del inmenso y rico territorio que entró a formar parte de la Unión. El tratado de devolución franco-español se mantuvo en secreto con la condición de que la Corona de España siguiera administrando la colonia frente al exterior, para lo que mantuvo ciertos privilegios comerciales y administrativos. Sin embargo, al conocerse la naturaleza real de las cláusulas del tratado, Thomas Jefferson comenzó a preocuparse seriamente de las consecuencias que tal circunstancia podía entrañar para la seguridad fronteriza de la Unión. A Thomas Jefferson, francófilo declarado, le inquietaba la perspectiva de que le reemplazaran como potencia vecina a la debilitada Corona de España por una Francia poderosa, belicosa y con claros deseos expansionistas y de restituir la grandeza de su imperio territorial en el norte de América, conocidos por todo el mundo.
En mayo de 1801, Thomas Jefferson comprobó cómo sus sospechas se hacían realidad: Napoleón envió un gran contingente de fuerzas expedicionarias para sofocar la insurrección de los esclavos de color que se había desatado en Santo Domingo y Haití, para ocupar seguidamente Nueva Orleans y toda la antigua Luisiana. Ciertamente, la sospecha de tener a la espalda de la Unión todo un ejército francés de veteranos no le resultaba a Thomas Jefferson muy halagüeña, tal como se desprende de la carta que envió a su ministro en París, Robert R. Livingston, fechada el 18 de abril del año 1802, en la que exponía, entre otras cosas, que aunque los Estados Unidos habían considerado hasta la fecha a Francia su “amiga natural”, había en el globo “un solo lugar” cuyo poseedor era “nuestro enemigo natural y habitual”, y ese lugar no era otro que Nueva Orleans, el puerto natural por donde salían más de la mitad de los productos elaborados en el país. La carta acababa con la siguiente afirmación por parte de Jefferson: “El día en que Francia se apodere de Nueva Orleans […] debemos unir nuestra suerte a la flota y a la nación inglesa”.
Por muy sorprendente que pareciera el mensaje de la carta, no era más que el desarrollo lógico de la política adoptada por Jefferson durante los doce últimos años; estaba plenamente convencido de que mientras la desembocadura del Mississippi estuviera en manos extranjeras, Estados Unidos se vería irremediablemente arrastrada hacia todas la guerras europeas. La política aislacionista que con tanto denuedo habían defendido los dos anteriores presidentes, los federalistas George Washington y John Adams, se convirtió en adelante no en un hecho temporal, sino en una meta a conseguir. Para ello, Jefferson estuvo dispuesto a llevar a cabo el consejo de Washington de “alianzas temporales para casos extraordinarios”.
El acontecimiento que acabó por convencer a Jefferson de la necesidad de anexionar Luisiana a la Unión fue la supresión por parte del intendente español de Nueva Orleans, en octubre de 1803, del Derecho de Depósito a los comerciantes norteamericanos, establecido en virtud del Tratado de Pinckney, firmado en 1795, entre la Corona española y los Estados Unidos (Tratado de San Lorenzo). Este privilegio se había concedido sólo por tres años, pero los habitantes de Ohio, que transportaban anualmente productos a Nueva Orleans por valor de un millón de dólares, contaban con aquel derecho como si hubiera de durar siempre. Enfrentado Thomas Jefferson a una clamorosa petición de ayuda y de acción por parte de los habitantes y colonos de los territorios fronterizos del oeste y del propio Congreso norteamericano, nombró a James Monroe, en marzo de 1803, delegado presidencial, y le envió seguidamente a París para colaborar con el ministro plenipotenciario Richard R. Livingston en las negociaciones con los representantes franceses.
El proceso negociador
Las conversaciones que acabarían con la firma de la transferencia del territorio, realizada en París el 30 de abril de 1803, en virtud del Tratado de Cesión ratificado por los representantes de ambas partes, James Monroe y Robert R. Livingston por la norteamericana, y Charles Maurice de Talleyrand-Perigord por la francesa resultaron sorprendentes para todas las partes. James Monroe arribó en París con cuatro posibilidades u ofertas en su agenda, en orden decreciente de importancia, que el presidente Thomas Jefferson ofrecía a Francia para llegar a un acuerdo amistoso sobre el contencioso de Luisiana.
-Primera: el ofrecimiento de hasta diez millones de francos por la compra de Nueva Orleans y La Florida, lo que proporcionaría a los Estados Unidos la soberanía sobre toda la orilla oriental del Mississippi y la costa oriental del Golfo.
-Segunda: en caso de que Francia no aceptara la primera oferta, el pago de tres cuartas partes del dinero ofrecido por la isla de Nueva Orleans.
-Tercera: si las dos anteriores fallaban, pagar lo mismo por el derecho a la construcción de un nuevo puerto estadounidense en la zona cuyo objetivo sería el de dar salida a los productos de los comerciantes norteamericanos.
-Cuarta: en el caso de que no prosperasen ninguna de las tres ofertas anteriores, procurar obtener la concesión a perpetuidad de los derechos de navegación y depósito, es decir, de almacenamiento.
Aparte de dichas ofertas, Jefferson conminó expresamente a James Monroe y a Richard R. Livingston a “iniciar una comunicación confidencial con los ministros del Gobierno británico” para conseguir “una clara inteligencia y una conexión más estrecha con la Gran Bretaña”. Jefferson se cuidó muy mucho de estipular que en el caso de que se llegara a concertar la alianza entre ambos países “no estaría fuera de razón una cláusula en la que ambas naciones se comprometieran a no hacer la paz con Francia por separado”.
Livingston dio comienzo a la rondas negociadoras con el ministro francés de Negocios Extranjeros, Charles Maurice de Talleyrand-Perigord, antes de que James Monroe llegase a París, aunque fracasó estrepitosamente en el empeño por llegar a un acuerdo positivo. Para cuando Monroe llegó a Francia, las instrucciones impuestas por Jefferson resultaron del todo punto innecesarias, debido a dos circunstancias favorables para los intereses de los Estados Unidos: la primera se debía a la enorme mortandad producida por la fiebre amarilla que sufrió el gran contingente de tropas que Napoleón había enviado a Haití, al mando de su cuñado el general Leclerc, para sofocar la rebelión esclavista encabezada por el líder negro Toussaint L’Overture y restaurar el poderío francés en la isla; en segundo lugar, Napoleón se había decidido a reabrir la guerra contra Inglaterra, cuya marina, ciertamente, lo primero que haría sería bloquear y tomar el desguarnecido puerto de Nueva Orleans. Así pues, el general francés consideró más positivo vender toda la Luisiana a los Estados Unidos y recaudar más dinero para afrontar la larga guerra que se avecinaba entre Francia e Inglaterra.
El 11 de abril de 1803, Talleyrand sorprendió a la delegación norteamericana con una simple pero directa pregunta: “¿Cuánto darían ustedes por toda la Luisiana?”. Superado el primer momento de perplejidad por semejante oferta, tanto Monroe como Livingston se pusieron manos a la obra. Pese a que ambos representantes carecían de la autoridad y de la capacidad jurídica para llevar a cabo una compra de semejante naturaleza, Monroe y Livingston siguieron adelante con el proyecto, temiendo que una posible demora en la tramitación a su país de la oferta ofrecida por los franceses pudiera tirar por tierra lo que se barruntaba como un negocio redondo. El 30 de abril del mismo año, ambas delegaciones firmaron el definitivo traspaso de la soberanía de Luisiana a favor de los Estados Unidos por un valor total de 15 millones de dólares, los mismo que había recibido España por su anterior traspaso a Francia, en el año 1800. De esos 15 millones, 11.250.000 dólares fueron para el pago directo de la compra a Francia, mientras que el resto lo utilizó el Gobierno de Estados Unidos para satisfacer las reclamaciones de sus ciudadanos por las pérdidas comerciales tras la supresión del Derecho de Depósito. Asimismo, Estados Unidos garantizó a los habitantes de la antigua colonia francesa la ciudadanía norteamericana y la inclusión del territorio en la Unión.
Consecuencias de la compra
La compra de la antigua colonia de Luisiana resultó, a la larga y como ya se ha señalado, la operación concertada más importante de toda la reciente historia de los Estados Unidos desde que conquistara su independencia. El territorio comprado a los franceses, más de 2.500 millones de kilómetros cuadrados, propició el aumento de un 140% del territorio nacional que abarcaba hasta la fecha la Unión. El territorio de la Luisiana comprendía los actuales estados de Arkansas, Missouri, Iowa, Oklahoma, gran parte de Kansas, de Montana y de Wyoming, además de todos los territorios de Colorado al este de las montañas Rocosas y los de Luisiana al este del río Mississippi, incluyendo la ciudad de Nueva Orleans. Con la compra del territorio, Estados Unidos pudo incrementar la Unión con 13 estados más.
No obstante, el tratado en sí mismo también sometió a una fuerte tensión a la propia Constitución y al presidente Thomas Jefferson. Según la propia doctrina de interpretación estricta, el Gobierno federal no tenía poder para adquirir un territorio adicional o prometer la plena ciudadanía a sus habitantes puesto que nada de eso estaba reflejado en la Constitución norteamericana. La primera intención de Jefferson en su búsqueda de una cobertura legal que pudiera sancionar la compra sin atacar directamente el espíritu constitucional de su país fue la de añadir la oportuna enmienda a la Constitución, medida ésta que contaba con el inconveniente de un proceso dilatado e incierto, dando la posibilidad a Napoleón de dar marcha atrás en su propósito de venta. En consecuencia, Jefferson no tuvo más remedio que “pasar por alto sus escrúpulos constitucionalistas y enviar la propuesta al Senado para su aprobación”. Pese a la decidida protesta de los miembros del Partido Federalista ante la adquisición de un inmenso territorio que fortalecería todavía más los intereses agrícolas representados por el Partido Republicano, el Senado norteamericano acabó aprobando por mayoría absoluta la ratificación de la compra. El mes de diciembre del mismo año, Luisiana pasaba a formar parte de la Unión con pleno derecho.

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