domingo, 12 de abril de 2015

Edad Media


 «Economía de la Edad Media»

Feudalismo es la denominación del sistema político predominante en la Europa occidental de los siglos centrales de la Edad Media(entre los siglos IX al XV, aunque no hay acuerdo entre los historiadores sobre su comienzo y su duración, y ésta varía según la región),1y en la Europa Oriental durante la Edad Moderna, caracterizado por la descentralización del poder político; al basarse en la difusión del poder desde la cúspide (donde en teoría se encontraban el emperador o los reyes) hacia la base donde el poder local se ejercía de forma efectiva con gran autonomía o independencia por una aristocracia, llamada nobleza, cuyos títulos derivaban de gobernadores deImperio carolingio (duquesmarquesescondes) o tenían otro origen (baronescaballeros, etc.).- ................:http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Especial:Libro&bookcmd=download&collection_id=521ce4a45c75442c2ce108551baa105117b676b3&writer=rdf2latex&return_to=Feudalismo

Feudalismo: economía feudal

economia feudal
En general, la economía feudal, se impulsó gracias al proceso de ruralización provocado por la crisis del Imperio Romano. Sin poder disfrutar de los bajos costos de producción obtenidos por la mano de obra esclava disponible, los grandes terratenientes empezaron a arrendar sus tierras a fin de garantizar al menos las condiciones necesarias para su propio sustento. Al mismo tiempo, la devaluación de las actividades comerciales por parte de los pueblos germánicos fue también de gran importancia para la consolidación de una economía predominantemente agraria.
En los feudos, el desarrollo de técnicas agrícolas de baja productividad bloqueaba la obtención de excedentes, posiblemente utilizados en la realización de actividades comerciales. Al mismo tiempo, las herramientas de arado y la calidad de las semillas impedían rendimientos relevantes. Las tierras fértiles eran repartidas entre los mansos señoriales, pertenecientes al señor feudal; los mansos serviles, destinados a la producción de las poblaciones campesinas; y el manso común usado por todos los habitantes del feudo.
La disponibilidad de tierra fértil fue motivo de fuerte inquietud entre los campesinos. Por lo tanto, para prolongar el tiempo de una zona agrícola, se realizó un sistema de rotación de cultivos. En este sistema, un campo tenía dos tercios de su área ocupada por dos diferentes cultivos. La otra porción se dejaba en reposo, recuperándose de desgaste de los cultivos anteriores. Cada año, las parcelas trabajadas y conservadas alternaban entre sí, aumentando el tiempo de un campo dado y conservándola de un posible desgaste.
De hecho, el comercio había perdido una gran cantidad de espacio en este contexto. Mientras tanto, las escasas transacciones comerciales sucedían por intercambios naturales. Géneros agrícolas eran raramente usados para la obtención de herramientas u otro tipo de alimento en falta en determinado feudo. Únicamente con el crecimiento de las actividades agrícolas y el crecimiento demográfico que el marco de la economía feudal sufrió las primeras transformaciones responsables de la aparición de una nueva clase de comerciantes: la burguesía.

Descomposición del modo de producción esclavista y tránsito al feudalismo

Las limitaciones del uso de esclavos en la producción debido a su desinterés en una explotación más eficiente de la actividad agrícola se manifiesta con el aumento en la concentración de la tierra y de la mano de obra. Esto engendró la necesidad de la aparición de nuevas formas de producción para la explotación económica de mayores territorios: se requiere de avances tecnológicos y se teme la reunión de un mayor número de esclavos. Aparecen los colonos, a quienes se les otorga el uso y la propiedad sobre los medios de producción, así como la apropiación de parte del producto de su trabajo, lo que incita su interés.
La explotación de los latifundios comienza a ser más ventajosa que la de las tradicionales villas esclavistas. Los latifundios podían extenderse en forma ilimitada, por lo que tenían tierras suficientes que ofrecer a los colonos que huían de las ciudades arruinadas. Los latifundios se aplicaron a la realización de todas las actividades económicas necesarias para su mantenimiento. Empezaron a independizarse cada vez más de las ciudades y del Estado Romano: no pagaban los onerosos impuestos. Su vida en semejante circuito cerrado podía también prescindir del uso del dinero.
Las señales más evidentes de la crisis económica son la alteración de las monedas y el incremento de los precios. Las tentativas de Diocleciano y Constantino con sus políticas de reforma constituyeron un soplo de aire que solo sirvió para alargar la agonía del sistema ya en crisis. La economía monetaria retrocede ante paso a la economía doméstica, se regresa a la recaudación de impuestos en especie (donde se estima que se pierden dos tercios de lo ingresado), el sueldo del ejército tiende a ser pagado cada vez más en especie, etc. Ante la inestabilidad en el imperio el ejército gana aún más poder (recordar que después de la caída de la República es el ejército quien coloca a los emperadores, salidos de los generales victoriosos y con más prestigio dentro de sus filas). Sin embargo, la ausencia de numerario hace preferir a las tropas bárbaras ante las romanas, y el ejército romano se debilita.
El comercio alcanza alto grado de desarrollo y de sofisticación. Sin embargo, este se concentra en: (i) la concesión del cobro de los impuestos de las provincias a particulares, (ii) la colocación del dinero en bienes raíces - tierras, bienes inmuebles-, y (iii) los préstamos usurarios. El capital no fue invertido en la industria, sino dilapidado en la compra de objetos de lujo (consumo improductivo) o destinado a empresas usurarias.
La esclavitud, en rigor, no fue nunca abolida. A finales del Imperio aparecen leyes que limitan el poder ilimitado de los amos sobre los esclavos, ante el temor de las insurrecciones en las cada vez más extensas posesiones territoriales. Este fue un golpe fundamental contra una de las principales formas de gestión de las explotaciones esclavistas. El amo no podía matar al esclavo, los testimonios de los esclavos eran aceptados en los tribunales en determinadas circunstancias, etc.
La liquidación de las supervivencias de la esclavitud fue posible a partir de las oleadas de invasiones bárbaras en el territorio occidental del Imperio Romano. A partir del siglo IV comienza un período de transición que abarca hasta el siglo IX con la aparición del Imperio Carolingio.
La crisis del modo de producción esclavista en el Imperio Romano se inicia a finales del siglo II d. C. Se considera su fin en el año 476 d. C, que marca la desaparición del Imperio Romano de Occidente. La evolución del imperio en Oriente siguió un curso de acción diferente, donde la comunidad primitiva y el sistema esclavista habían evolucionado de manera diferente. Las ciudades, el comercio y los oficios precedieron la aparición del régimen esclavista; por lo que el proceso de descomposición fue mucho más lento.
Por Edad Media se entiende el período que abarca de la caída del Imperio Romano de Occidente en el 476 d.C. al descubrimiento de América en 1492.

El Feudalismo en Europa

Orígenes: A partir de la contradicción engendrada por el uso extendido de la mano de obra esclava y la imposibilidad consecuente de registrar avance tecnológico en el proceso productivo ante el desinterés del esclavo. Esto se evidencia en el imperio romano con: (i) unos impuestos cada vez más gravosos; (ii) la creciente ineficacia y corrupción del imperio romano; (iii) el colapso final de la autoridad central y la anarquía resultante; (iv) el crecimiento de las grandes haciendas autosuficientes; (v) y el ocaso de las ciudades y del comercio interregional.
A partir del siglo VIII, musulmanes provenientes del norte de África conquistaron el reino visigodo de España, Córcega, Cerdeña y Sicilia, convirtiendo el Mediterráneo prácticamente en un lago musulmán. Entrado el siglo, los vikingos salieron en masa de Escandinavia. En el siglo IX componentes de las feroces tribus magiares se encaminaron al centro de Europa.
Para hacer frente a estas amenazas, los reyes francos idearon un sistema de relaciones políticas y militares, posteriormente denominado feudalismo. Por consideraciones de tipo militar se requerían tropas de guerreros a caballo. El mantenimiento directo de tales tropas resultaba imposible ante la ausencia de un sistema fiscal efectivo y la virtual desaparición de la economía monetaria. Por otra parte, para mantener el orden y por razones administrativas, se necesitaban numerosos funcionarios locales, a quienes el estado tampoco podía pagar. La solución consistió en otorgar a los guerreros, a cambio de sus servicios militares, las rentas de las grandes haciendas. Estos guerreros, los señores y caballeros quedaron asimismo encargados de mantener el orden y administrar justicia en sus tierras. Los grandes nobles poseían gran cantidad de tierras que abarcaban muchas aldeas, y concedieron algunas de estas a señores o caballeros de inferior categoría, sus vasallos a cambio de un juramento de homenaje y fidelidad similar a la que el rey recibía de ellos.
El feudalismo se desarrolló en el reino carolingio en el s. IX y se extendió posteriormente al conjunto de la sociedad cristiana occidental. Comienza a dominar Europa después de la larga agonía que caracteriza la decadencia del mundo antiguo. Ya antes de esa fecha existen relaciones feudales, pero nunca plenamente desarrolladas. La institución feudal se basaba en un contrato que obligaba a señor y vasallo; por él, el vasallo juraba fidelidad al señor y se comprometía a prestarle diversos servicios, generalmente de tipo militar (obsequio), y a cambio recibía del señor protección y tierras o sus beneficios o rentas (feudo). Este acuerdo se sellaba en una ceremonia llamada homenaje. Un mismo noble podía ser señor de otro de menos poder y, a la vez, vasallo de otro más poderoso.
La mayor parte de la tierra pertenecía a la aristocracia laica y eclesiástica y de su propiedad quedaba excluida la clase servil, que constituía la mayoría de la población. Los siervos carecían de derechos y a menudo estaban vinculados a las mismas tierras que trabajaban, de manera que con ellas cambiaban de señor. La institución feudal desapareció en la baja Edad Media, no así el régimen de posesión señorial de la tierra, que se mantuvo vigente hasta las revoluciones burguesas del s. XVIII.
La orientación agraria de la Europa medieval fue única en comparación con la de otras civilizaciones desarrolladas. Desde las ciudades-estado sumerias de la antigüedad hasta el Imperio Romano, las instituciones urbanas determinaron el carácter de la sociedad y la economía, pese a que la mayoría de la población se ocupaba de tareas agrícolas. En la Europa medieval, en cambio, aunque la población urbana aumentó en tamaño e importancia, fueron las instituciones agrarias y rurales las que llevaron la voz cantante.
Sustentando el sistema feudal pero con orígenes bien diferentes y más antiguos, estaba la forma de organización económica y social basada en el manor = feudo. Esta empezó a tomar forma en los últimos tiempos del Imperio Romano, cuando las grandes fincas de la aristocracia romana se transformaron en haciendas autosuficientes y los campesinos quedaron ligados a la tierra. El manor se convirtió en la base económica del sistema feudal. No existía lo que podríamos llamar manor típico, ya que se dieron numerosísimas variaciones tanto cronológicas como geográficas, de acuerdo a las características del suelo, clima, terreno e instituciones existentess.
El hipotético manor ideal: consistía en tierra, edificios y la gente que cultivaba aquella y habitaba estos. La tierra se dividía en tierra de cultivo, tierra de pasto, prados, monte, bosque y tierra baldía. Los dominios del señor representaba aproximadamente el 25 ó 30% de la tierra cultivable del manor; incluía la manor house, los graneros, los establos, la forja, los jardines y acaso los huertos y viñedos.
La manor house servía de residencia al señor o a su representante. En principio, la función del señor era la defensa y la administración de justicia; podía interesarse personalmente en la explotación de su demesne, pero en general dejaba esta tarea a un mayordomo o administrador. Catedrales y monasterios tenían también sus propios manors, que podían cederse a vasallos, ser administrados directamente por los clérigos, o confiarse a administradores o mayordomos laicos.
Los campesinos vivían en pueblos apretados al pie de la muralla de la manor house o en sus cercanías. Los pueblos normalmente estaban situados en las inmediaciones de un arroyo que proporcionaba agua, movía el molino y, en ocasiones, el fuelle del herrero. Generalmente una pequeña iglesia completaba el panorama del pueblo.
Las tierra que los campesinos labraban para sí estaba situada en vastos campos abiertos que rodeaban la manor house y el pueblo; la tierra se dividía en franjas o parcelas pequeñas, y cada colono tenía derecho posiblemente a dos docenas o más de parcelas diseminadas por los campos del manor. Los prados, pastos, bosques y montes se tenían en común, si bien el señor vigilaba su utilización y se reservaba privilegios especiales en los bosques.
La actividad económica fundamental continuó siendo la agricultura, aunque en la periferia celta y en Escandinavia la ganadería se impuso como consecuencia de su clima húmedo y frío, que garantizaba mejores pastos naturales y era menos favorable a la producción agrícola.
Dentro de la población rural había diversas categorías o grados según el nivel social. La sociedad se dividía en tres "órdenes" y asignaba un deber a cada uno de ellos. Los señores proporcionaban protección y mantenían el orden, los clérigos cuidaban del bienestar espiritual de la sociedad y los campesinos trabajaban para mantener a los dos órdenes superiores.
La clase dirigente abarcaba al 5% de la población total, vinculada por complejas relaciones de vasallaje. El orden clerical se dividía en clero regular (órdenes monásticas) y el clero secular (obispos y sacerdotes).
Dentro de la sociedad campesina existían divisiones sociales. La fundamental era entre hombres libres y siervos. A diferencia del sistema esclavista los hombres no eran propiedad de sus amos, sino que estaban adscritos a la tierra. Había muy pocos hombres completamente libres. El sistema de campos abiertos y el hecho de que las parcelas de cada campesino estuvieran diseminadas por los campos forzaba a acometer el trabajo común. La mayoría de los campesinos estaba forzado a trabajar en el dominio del señor, teniendo este trabajo preferencia sobre su labor en las propias parcelas. Las mujeres hilaban y tejían, ya fuera en su cabaña, ya en los talleres del señor y los niños formaban parte del servicio doméstico de este. A partir del siglo X empezó gradualmente, y con más rapidez en unas áreas que en otras un movimiento tendente a suprimir los servicios de trabajo o a sustituirlas por rentas en dinero.
Además de los servicios de trabajo, la mayoría de los campesinos estaban sometidos a otros deberes, pagos y prestaciones, en dinero y en especie. También se obligaba a los campesinos a utilizar a cambio de un cierto pago el molino, el lagar y el horno del señor, y estaban sometidos a la justicia que este administraba, que frecuentemente se traducía en el pago de multas. Tenían que pagar asimismo el diezmo y a veces tributos al rey.
La innovación más importante en la agricultura medieval fue la sustitución de la rotación de dos hojas de la agricultura clásica mediterránea por la de tres hojas, innovación íntimamente unida a otras dos igualmente decisivas: la introducción del arado de ruedas y el uso del caballo como animal de tiro.
La rotación de tres hojas tenía diversas ventajas. La fundamental era el aumento de la productividad del suelo. La rotación de tres hojas, con sus siembras en primavera y otoño, extendía las labores agrarias más uniformemente a lo largo del año; reducía asimismo, el riesgo de hambre en caso de perderse la cosecha. Por último, al haber más tierra de cultivo disponible, se podía introducir mayor variedad de plantas, con el consiguiente efecto favorable sobre la nutrición. En el siglo XI era ya práctica generalizada en el norte de Francia, los Países Bajos, oeste de Alemania y el sur de Inglaterra. En el área mediterránea, en cambio, su práctica fue excepcional.
Aparte de estas innovaciones fundamentales, la agricultura medieval experimentó un sinnúmero de mejoras e innovaciones menores. Estas se extedieron cada vez más a las herramientas agrícolas. Se registraron mejoras en el diseño y construcción de hoces y gradas, se inventó la guadaña para cortar el heno, se extendió el uso del abono. Si a esto añadimos el uso de de algarrobas, nabos y trébol como forraje para la ganadería intensiva y la consecuente abundancia de estiércol, entendemos que fuera posible introducir la rotación de cuatro hojas e incluso algunas más complicadas en regiones de agricultura intensiva.
También puede hablarse de innovaciones en el campo del crecimiento de cultivos y animales, uso extendido de las técnicas de injerto. Se introdujeron en Europa una serie de plantas que tuvieron amplia difusión y en cuyo cultivo se especializaron algunas zonas. Entre estas están el centeno (amplio uso en la elaboración del pan), la avena, los guisantes, las judías y las lentejas. Los musulmanes dieron a conocer a los europeos el algodón, la caña de azúcar, los cítricos y el arroz. Las moreras y la crianza de gusanos de seda llegaron también al norte de Italia a través de las civilizaciones bizantina o islámica. El crecimiento de la industria textil hizo aumentar la demanda de glasto, rubia, azafrán y otros tintes naturales; hubo pequeñas regiones que se especializaron totalmente en esos productos, importando su alimento del exterior. Este incentivo para la innovación es lo que diferencia las agriculturas de la Edad Media y la Antigüedad.

La expansión de Europa

Se ha calculado que alrededor del año 1000 la Europa Occidental contenía entre 12 y 15 millones de personas. La población de la Europa cristiana probablemente era de 18 a 20 millones de habitantes. Estas cifras implican una densidad de población significativamente mayor en Europa Occidental que en el resto del continente; de hecho era precisamente en las áreas de economía basadas en el manor.
A principios del siglo XIV la población de Europa Occidental estaba probablemente entre los 45 y 50 millones, y la de todo el continente entre 60 y 70 millones. En Europa Occidental este incremento puede atribuirse casi enteramente al crecimiento natural (las tasas de natalidad superaron a las tasas de mortalidad a partir del siglo X, a partir de mejoras registradas en la alimentación gracias a las innovaciones tecnológicas); en el resto de Europa, a las migraciones provenientes del oeste y a la conquista o conversión de pueblos no cristianos.
Este crecimiento demográfico provocó el aumento de la población urbana, y la necesidad de ubicar a los nuevos agricultores en zonas hasta entonces yermas. Se procede a trabajos de tala y roturación de bosques, trabajos de recuperación de tierras al mar. Surgen granjeros con obligaciones de pago, pero por lo demás independientes económicamente.
Finalmente, para dar cabida a su mayor número de habitantes, la civilización europea se expandió geográficamente, con la reconquista de la Península Ibérica y Sicilia de los musulmanes, del Dranff nach Osten de los colonos alemanes en la Europa del este y el establecimiento de monarquías feudales en el Cercano Oriente durante las Cruzadas.
La reconquista cristiana de la península empezó seriamente en el siglo X, coincidiendo con el crecimiento demográfico europeo, y en el siglo XIII nueve décimas partes de la península estaban ya en manos cristianas. La reconquista adquirió carácter de cruzada. Sin embargo, quizá la prueba más llamativa de la vitalidad económica de la Europa medieval fuera la expansión alemana en lo que ahora son Alemania Oriental, Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Lituania. La colonización de este vasto territorio se llevó a cabo de varias formas, y en gran parte entrañó una forma rudimentaria de planificación económica.
Los resultados económicos globales de esta expansión se pueden resumir en: (i) difusión de una tecnología más avanzada, (ii) importante incremento de la población debido a un aumento natural y a la emigración, (iii) gran ampliación de la tierra de cultivo (nuevos recursos), (iv) e intensificación de la actividad económica.
A diferencia del avance germano hacia el este, las Cruzadas no produjeron una expansión geográfica definitiva de la civilización europea; su causalidad fue más compleja y abarca más motivaciones políticas y religiosas que económicas (Primera Cruzada en 1095). No obstante, las Cruzadas estimularon el comercio y la producción. Además de tener que financiar y abastecer los ejércitos cruzados, las conquistas temporales de los cristianos en el Mediterráneo oriental abrieron nuevos mercados y nuevas fuentes de suministros a los mercaderes de Occidente.
La tradición urbana subsistió en Italia. Gracias a ello las ciudades italianas tuvieron la posibilidad de actuar de intermediarias entre el Oriente, más avanzado y próspero, y el Occidente, atrasado y pobre, situación de la que se beneficiarían tanto económica como culturalmente. Entre los siglos VI y IX, las principales intermediarias fueron Amalfi, Nápoles, Gaeta y otros puertos de la mitad sur peninsular. Venecia, Pisa y Génova se incorporaron posteriormente. Las ciudades italianas intensificaron su penetración en el levante durante las Cruzadas; establecieron colonias y enclaves privilegiados. La caída del reino de Jerusalén y el fracaso de las Cruzadas apenas afectó a las posiciones italianas en Oriente: firmaron tratados con los árabes y los turcos y continuaron sus negocios de costumbre.
En el otro extremo del Mediterráneo el comercio era más prosaico. Además de trigo incluía otros productos corrientes, como la sal, salazones de pescado, vino, aceite, queso y frutos secos. Aunque también este comercio estaba dominado por los grandes puertos italianos lo compartieron, de mejor o peor grado, con comerciantes catalanes, castellanos, provenzales, narboneses e incluso musulmanes.
Venecia comienza su apogeo en el siglo XI y fue la capital comercial de Europa entre los siglos XII y XIV. En ella surge la Bolsa así como las técnicas de banca y el cálculo comercial. Se considera la cuna de la actual contabilidad y del sistema de la deuda pública.
También se incorproraron otras ciudades al predominio italiano como fueron las ciudades francesas de Marsella, Narbona, Arlés, Nimes, Touluse, Burdeos, Orleáns, Reims y Lyon; y las ciudades alemanas de la cuenca del Rin y el Danubio.
Las ciudades italianas, a medida que se iban desarrollando y ganando en poder, decidieron independizarse del dominio de los señores feudales. Para ello sus integrantes más próspreros se asociaron entre sí para conquistar su dominio e independencia; y de estas primeras asociaciones voluntarias surgieron los gobiernos municipales. Con la creciente libertad y prosperidad de las ciudades aparecieron los primeros signos de diferenciación de clases en el seno de la comunidad urbana, así como el surgimiento de una oligarquía exclusivamente mercantil dentro de los principales gremios y gobiernos de las ciudades.
Ya durante los siglos XII y XIII este patricado reclutado entre los mercaderes más notables había asumido el gobierno municipal en todas las ciudades europeas. Este gobierno de clase dio a la civilización urbana los rasgos que habrían de caracterizarla: creó la administración municipal, organizó sus diferentes servicios, instituyó las finanzas y los créditos urbanos, constituyó mercados y lonjas y halló los recursos necesarios para levantar sólidas murallas, abrir escuelas, etc.
El desarrollo urbano en el resto del continente empezó más tarde y fue menos intenso que en el norte de Italia. La única región que podía compararse con el norte de Italia en lo que respecta a desarrollo urbano era el sur de los Países Bajos, especialmente Flandes y Brabante.
En ambas áreas estaban las ciudades que contaban con mayor número de habitantes de Europa, y además eran las zonas más densamente pobladas. La agricultura de ambas era la más avanzada e intensiva y las dos tenían los centros comerciales e industriales más importantes. Estos hechos indican las infuencias recíprocas entre el campo y la ciudad, y el desarrollo de los mecanismos de mercado que los vinculaban entre sí.
Durante la Edad Media la importancia de los mares del norte de Europa, si bien menos activos que el Mediterráneo, experimentó un aumento continuo. En los últimos años de la Edad Media el comercio en el Báltico y en el Mar del Norte estuvo dominado por las grandes ciudades comerciales alemanas organizadas en la Hansa, que con el tiempo llegó a comprender casi 200 pueblos y ciudades y no se organizó formalmente hasta 1367.
Por Hansa se entiende a la asociación de mercaderes de diversas ciudades en Inglaterra, Flandes y, sobre todo, el norte de Alemania durante la baja Edad Media.
Las hansas alemanas nacieron por la necesidad de ayuda mutua y protección, como herramienta para defender los intereses de los mercaderes. Su expansión en la baja Edad Media se debió especialmente al auge de la acción cooperativa y monopolizadora característica de esta época. La Hansa teutónica fue la asociación de las hansas de diversas ciudades alemanas septentrionales, encabezada por Lübeck, Hamburgo, Bremen y Colonia, que actuó conjuntamente para combatir a Dinamarca por la hegemonía en el mar Báltico o para negociar precios y aranceles en los distintos mercados a los que acudía, fundamentalmente Brujas y Londres. Nacida a mediados del siglo XIII, su importancia comenzó a disminuir en el siglo XV.
El crecimiento urbano empezó en las ciudades portuarias, pero pronto se extendió a otras. Con el aumento de la productividad agrícola y el crecimiento demográfico que engendró, muchos campesinos emigraron a los centros urbanos, viejos y nuevos, donde emprendieron nuevas profesiones en el comercio y la industria. La influencia recíproca entre el campo y la ciudad fue intensa. El campo proporcionaba el excedente humano necesario para poblar las ciudades, pero, una vez allí, esa nueva población urbana constituía los nuevos mercados para los productos del campo. Bajo la presión de las fuerzas de mercado, el sistema manorial, concebido para la autosuficiencia rural, empezó a desintegrarse.
El origen de las ciudades en este período no tiene una explicación única, y varias son las teorías enunciadas al respecto. Algunos opinan que las ciudades son mera continuación de los núcleos urbanos surgidos durante la expansión romana; otros que las ciudades tienen un origen rural, desarrollándose en el seno de una estructura feudal donde sus habitantes retuvieron ciertas relaciones de dependencia con un señor feudal y donde el requisito de ciudadanía continuó siendo de carácter agrícola: poseer tierras dentro de la región.
También se manejan los criterios sobre si las ciudades se originaron en poblados de caravanas de comerciantes, y que después de alcanzar cierto tamaño e influencia recibieron privilegios especiales y protección del señor feudal o incluso del mismo rey, a cambio de préstamos o pagos en dinero como el caso de los comerciantes alemanes e italianos en Inglaterra.
La afluencia de los mercaderes en los lugares favorables provocó a su vez la de los artesanos. La concentración industrial es un fenómeno tan antiguo como la concentración comercial, y es posible observarlo en la región flamenca. Al concentrarse en las villas, la industria abasteció la exportación en forma cada vez más amplia.
Se cree que el motivo principal del renacimiento de las comunidades urbanas fue el resurgimiento del comercio marítimo en el Mediterráneo, con el consiguiente estímulo del movimiento de caravanas mercantiles trascontinentales y a su vez el asiento de mercaderes.
La mayoría de las ciudades tuvieron su origen en la iniciativa de alguna institución feudal, o de alguna manera como un elemento de la sociedad feudal. Al menos en su etapa inicial las comunidades urbanas eran mitad sirvientes mitad parásitas de la economía feudal.
Su influencia como centros mercantiles fue profunda. Su existencia proporcionó la base para las operaciones en dinero, y por tanto para los pagos monetarios del campesino al señor feudal. La existencia misma de las ciudades fue un imán de atracción para los campesinos alentando el éxodo de los dominios feudales.
Las necesidades y las tendencias de la burguesía que se desarrollaba en las ciudades eran tan incompatibles con la organización tradicional de Europa occidental, que encontraron desde un principio enconada resistencia. Estaban en pugna con los intereses e ideas de la sociedad dominada por los poseedores de latifundio y la Iglesia.
Esta burguesía necesitaba de un derecho más expedito, instrumentos más eficaces y jueces iniciados en sus ocupaciones profesionales. La burguesía se lanzó a la conquista de la implantación de un derecho acorde a sus necesidades, por sobre el derecho consuetudinario bajo el control del señor feudal. Desde principios del siglo XI se creó un derecho mercantil embrionario. Así se inició la lucha por la conquista de derechos de las ciudades que surgieron en las proximidades de los feudos, y ya durante el siglo XII las constituciones municipales imponían su género de vida a sus habitantes.

Transformaciones de la institución feudal

En el siglo X los servicios en trabajo se estaban empezando a sustituir por rentas monetarias. Era conocido que el trabajo obligatorio es mucho menos eficiente y más difícil de supervisar, y el rendimiento de los servicios laborales podía tornarse incierto y bajo, a diferencia del dinero. Los señores feudales, necesitados cada vez más de numerario ante el auge del comercio comenzaron a vender o a arrendar sus señoríos a agricultores que cultivaban para comerciar con sus productos. Los campos abiertos del sistema manorial se dividieron, se cercaron y se sometieron a un cultivo intensivo que con frecuencia incorporaba riego y abono abundante. Muchos de los nuevos empresarios agrícolas eran habitantes de las ciudades que aplicaban a sus tierras, fuesen arrendadas o compradas, los mismos cálculos meticulosos de gastos e ingresos que habían aprendido en los tratos comerciales.
La tendencia que se desarrolló en el sentido de cambiar los servicios laborales por un pago monetario, así como dar en arriendo las tierras señoriales a cambio de una renta monetaria, o bien emplear mano de obra asalariada tuvo como condición necesaria el crecimiento del mercado y de las operaciones monetarias. Sin embargo, ¿cuáles fueron los factores que determinaron estas transformaciones? Ya en el siglo XII existía un movimiento considerable hacia la conmutación, pero en el siglo XIII se verifica una vuelta atrás.
Las necesidades de ingresos crecientes de la clase dominante feudal demandaban al mismo tiempo una mayor presión y exaciones sobre los productores. En la época feudal el movimiento de las Cruzadas implicó un drenaje especial de ingresos feudales y según avanzó la era de la hidalguía avanzaron también las extravagancias de la nobleza con sus pródigos festines y costosa ostentación. El resultado fue agotar a la masa campesina, que comienza la emigración ilegal de los dominios feudales. Con el aumento de población esto no tuvo mayores consecuencias, pero a partir de 1300, que se observa un estancamiento en el crecimiento demográfico nuevas soluciones han de ser encontradas.
La reacción de la nobleza a esta situación no fue uniforme en absoluto, y de la diferencia en esta reacción en distintas áreas de Europa depende la diferencia entre los acontecimentos registrados en los años venideros. Los factores políticos y sociales tuvieron mucho que ver en la determinación del curso de los mismos. La firmeza de la resistencia del campesino, el poder político y militar de los señores feudales, y el grado de poder efectivo del rey en detrimento de las posiciones de los señores feudales eran de gran importancia al decidir si la concesión o la coerción renovada habría de ser la respuesta. También influía el tipo de cultivo predominante, los pastos predisponían al uso de dinero ante su menor demanda de mano de obra; la tradición podría haber hecho difícil el aumento de los servicios laborales establecidos por lo que las cuotas en dinero serían más favorables. Sin embargo, la consideración fundamental fue la baratura o carestía del trabajo asalariado al determinar si el señor feudal estaría dispuesto o no a conmutar los servicios laborales por el pago en dinero.
Si añadimos la consideración del uso del trabajo asalariado debemos sumar además la necesaria existencia de una reserva de fuerza de trabajo y que el nivel de productividad de este trabajo asalariado fuese mayor que sus salarios en un monto significativo. Estas razones también son válidas al considerar el arrendamiento de tierras a cambio de los servicios laborales. En este último caso debe tenerse en cuenta la posibilidad de ahorrar cierto monto de gastos fijos en la administración del dominio como el mantenimiento de mayordomos y alguaciles. Las condiciones más o menos favorables del mercado local eran importantes, en particular la proporción de precios de productos agrícolas en relación con los productos industriales. Mientras más escasa fuera la tierra respecto a la fuerza de trabajo más alta será la rentabilidad de la tierra y mayor por lo tanto el incentivo de adoptar una política de arrendamiento en vez del cultivo con servicios laborales.
La transición anterior de pagos en servicios a pagos en dinero no constituía más que el comienzo de una tendencia que habría de manifestarse con mucha más fuerza en el siglo XV.

El Comercio Feudal

Si bien durante el desarrollo de la economía feudal el comercio jugó un rol importante en el desenvolvimiento económico, la actividad comercial estaba en franco antagonismo con la Iglesia, que consideraba las ganancias comerciales como peligrosas para la salvación del alma. Sin embargo las prácticas usurarias fueron practicadas por los Caballeros Templarios.
A partir de la expulsión de los musulmanes del Mediterráneo, la navegación y el comercio comienzan un lento restablecimiento. Las flotas italianas cooperan con el movimiento de las Cruzadas hasta la derrota de San Luis en Túnez, en 1270, fecha que marca el fin de estas y consagra su fracaso en el dominio político y religioso. Las ganancias realizadas por los proveedores en estos tiempos de guerra fueron significativas. Los más beneficiados fueron los venecianos, los pisanos, los genoveses y los provenzales. El resultado más duradero de las Cruzadas fue el haber dado a las ciudades italianas, y en menor grado a las de Provenza y Cataluña el dominio del Mediterráneo. La actividad comercial marítima también se extendió al norte de Europa, permitiendo el florecimiento de la región flamenca, que conservó una situación privilegiada durante toda la Edad Media.
Este predominio se debe a la aparición de la industria de producción de paños, que mejoró gracias al abastecimiento de la excelente lana inglesa. Durante el siglo XII toda la extensión de Flandes se convirtió en un país de tejedores y bataneros (batán: máquina de propulsión hidráulica, compuesta por un eje y unos mazos, que se utiliza para golpear paños y así desengrasarlos y dar cuerpo a su tejido). El trabajo de la lana, que hasta entonces se había practicado solo en los campos, se concentra en las aglomeraciones mercantiles que se fundan por dondequier. Sin embargo, Flandes y Brabante ocuparon un lugar privilegiado gracis a su proximidad a Inglaterra.
Ya en el siglo XII la producción especializada por regiones se estaba convirtiendo en una característica de mercado de la economía medieval. El ejemplo más famoso es el de la industria vinícola gascona, con su centro de operaciones situado en Burdeos. El transporte por tierra era en general más caro que por agua, y desde finales del siglo XIII y a lo largo del XIV se realizaron grandes progresos en diseño naval; progresos que tendrían en el XV un efecto revolucionario. El renacimiento del comercio marítimo coincidió con su penetración en el interior, demandando de la agricultura más producción. La navegación influyó positivamente en el comercio. El primer impulso vino de la navegación veneciana por el Sur, de la escandinava por el Norte.
Sin embargo, en la Edad Media hubo una gran excepción a la regla: el comercio entre el norte y el sur de Europa, especialmente el comercio del norte de Italia con Alemania y los Países Bajos. Los señores feudales dueños de las tierras por donde pasaban las rutas acabaron con el bandidaje y mejoraron los caminos, por lo que cobraban peaje, pero este no era alto por la competencia de rutas alternativas. Las hermandades religiosas organizaron casas de postas y servicios de rescate. Compañías profesionales de arrieros y carreteros proporcionaban servicios de transportes en una atmósfera de viva competencia, y la mayoría de las mercancías cambiaban de manos en las grandes ferias o mercados de Leipzig, Francfort y especialmente en las cuatro ciudades de feria de Champagne.
Uno de los rasgos de mayor relieve en la organización económica de la Edad Media fue el papel de las ferias, sobre todo hasta finales del siglo XIII. Estas son lugares de reunión periódica de los mercaderes de profesión. Son centros de intercambio, sobre todo al por mayor; y se esfuerzan por atraer -fuera de toda consideración local- el mayor número de hombres y productos. Las ferias datan del renacimiento del comercio.
Las ferias solucionaban temporalmente las trabas existentes al comercio feudal. En ellas se gozaba de garantías especiales de seguridad para los mercaderes; la reunión de grandes cantidades de mercancías propiciaba una formación más real de los precios ante la concurrencia temporal de la oferta y la demanda; y estas compensaban ante la inexistencia de un crédito organizado.
El derecho reconoce a las ferias una situación privilegiada. Se decretaba un período de paz, se suspendían las acciones judiciales, se suspendía la prohibición canónica de la usura (préstamo con intereses). Las ferias más activas se agrupan más o menos a la mitad de la gran ruta comercial que va de Italia y de la Provenza hasta la costa de Flandes. Las ferias de Champagne debieron gran parte de su importancia al contacto que establecieron desde un principio entre el comercio italiano y la industria flamenca, su influencia se propagó a todas las regiones del Occidente.
El tráfico de mercancías no era el único atractivo de las ferias de Champagne. Eran tan numerosos los pagos que en ella se efectuaban que no habían tardado en convertirse en la sede del mercado monetario de Europa. En cada feria, después de un primer período dedicado a la venta se iniciaba uno dedicado a los pagos, que se extendían no solo a las deudas contraídas en la misma feria, sino también a la cantidad de pagos a largo plazo de obligaciones contraídas en ferias anteriores. Desde el siglo XII, por medio de dicha práctica, empezó a funcionar la organización del crédito, que se extendieron sobre todo gracias a la afluencia de mercaderes florentinos y sieneses.
Las ferias de Champagne, surgidas en el siglo XII, eran el más importante lugar de reunión de mercaderes, tanto del norte como del sur de Europa. Las prácticas y técnicas comerciales que desarrollaron -por ejemplo, las «letras de cambio» giradas sobre la celebración de una feria y otros instrumentos de crédito- y los precedentes que sentaron sus tribunales de comercio ejercieron una influencia más amplia y duradera que las propias ferias. Prácticamente todas las compras y ventas de las ferias de Champagne se realizaban a crédito. Al final de una feria, todas las cuentas pendientes se diferían a la feria siguiente por medio de letras de cambio. Las letras de cambio, si bien unidas originalmente al comercio de mercancías, en la práctica se utilizaban como instrumentos puramente financieros, sin relación directa con las mercancías en cuestión.
A principios del siglo XIII se inició la decadencia de las ferias. La causa esencial es la sustitución del comercio errante por hábitos comerciales más sedentarios, al mismo tiempo que el desarrollo de la navegación de los puertos de Italia y Flandes con Inglaterra. Sin duda, la larga guerra que opuso al Condado de Flandes con los reyes de Francia (1302-1320) contribuyó a dicha decadencia, y la Guerra de los Cien Años asestó un golpe decisivo (la muerte de los tres hijos de Felipe IV sin descendencia masculina permitió a Eduardo III de Inglaterra reclamar el trono, pero los Estados Generales proclamaron sucesor a Felipe VI de Valois, lo que provocó la guerra de los Cien Años en 1337; la guerra concluyó en 1453 con la derrota inglesa).
Otra razón que justificaba la confianza generalizada en el crédito era la confusión y diversidad de monedas. La mayoría de las regiones de la Europa occidental usaban el sistema monetario carolingio de libra, solidus, denarius, pero esa unidad aparente escondía una desconcertante desigualdad monetaria. Los soberanos apurados de dinero y con ingresos fiscales insuficientes solían recurrir a la desvalorización de la moneda para aumentar sus recursos. En tales circunstancias una importante función en las ferias y ciudades comerciales era la que desarrollaban los cambistas de moneda, cuya tarea consistía en saber el valor de las distintas piezas de dinero. De sus filas surgieron muchos banqueros. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIII que Europa obtuvo por fin una moneda realmente estable, el famoso florín de oro que puso Florencia en circulación por vez primera en 1252.
Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XIII los viajes al Mar del Norte desde el Mediterráneo fueron haciéndose más frecuentes; en la segunda década del XIV, Génova y Venecia organizaban anualmente convoyes regulares, las famosas flotas de Flandes. Las grandes empresas comerciales y financieras, con sede en las ciudades italianas más importantes y sucursales en toda Europa, se convirtieron en los principales agentes del comercio, sustituyendo a los mercaderes individuales. Este acontecimiento, al que a veces se ha llamado «revolución comercial», fue fundamental en la segunda época de expansión de Europa, que empezó en el siglo XV. Estos factores contribuyeron al ocaso de las ferias comerciales.
Con el restablecimiento del comercio en el siglo X, los mercaderes europeos cobraron más importancia, pero hasta bien entrado el siglo XIII el mercader siguió siendo un viajero ambulante. Pronto entró en vigor una forma de sociedad, la commenda: un mercader, quizá ya demasiado viejo para soportar la dureza del viaje, aportaba el capital y otro realizaba el trayecto. Las ganancias se dividían: normalmente tres cuartas partes para el socio sedentario y una cuarta parte para el socio activo. Estos contratos eran más frecuentes en el comercio por el Mediterráneo, pero también se daban en los viajes por tierra.





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