lunes, 6 de abril de 2015

Historia por países - Argentina


Biografia y vida de Historia Argentina

El virreinato del Río de la Plata: 
Durante larros años, los productos venidos de España llegaban al nuevo mundo 
por el Atlantico, se concentraban en Panamá y tras cruzar el istmo, iban por el 
Pacífico hasta Perú.De Lima partían despúes las lentas caravanas de mulas que 
transportaban las mercadería hasta las restantes ciudades del virreinato, a lo 
largo de un viaje de millares de kilómetros, cuya metal final era la ciudad de 
Bs.As.Todo este tragin producía inconvenientes en la actividad comercial, ya 
que los productos escenciales demoraban mucho su llegada.En cambió la 
situación de Lima era mucho más favorable, no sólo por su ubicación geográfica 
sino por ser la capital del virreinato. 
Avanzado el siglo XVIII se hizo necesario la instalación de un nuevo virreinato 
que atrajese la catividad mercantil y que afianzara la autoridad española en la 
zona del Plata, constantemente amenazada por los portugueses.Para ocupar el 
cargo fue desiganado el segundo adelantado, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, 
quien llegóa Brasil en 1540 y se trasladó por tierra hasta Asunción del 
Paraguay. 

Primera invasión (1806) 
El 14 de abril de 1806 la expedici6n parti6 de El Cabo, embarcada en cinco navíos de guerra y otros tantos transportes. 
El efectivo, cuyo núcleo era el Regimiento 71 de Cazadores Escoceses, se completó con infantes y artilleros agregados en la isla de Santa Elena. Sumada la marinería de desembarco, el total de combatientes alcanzaba a 1640 hombres con algunas piezas de artillería. 
Era necesario poseer una gran audacia para intentar el ataque con tales fuerzas. Sin embargo, diversos factores hacían factible la empresa. España carecía en el Plata de tropas veteranas en número suficiente y los invasores esperaban, además, contar con la hostilidad de los criollos para con las autoridades hispanas. La elección del objetivo fue motivo de debate. Beresford se inclinaba por ocupar Montevideo. Sin embargo, noticias recogidas durante la navegación, por boca de un irlandés que viajaba en una nave española capturada, les hicieron conocer la existencia de caudales reales en Buenos Aires. Las defensas de esta ciudad, pese a contar con cerca de 50.000 habitantes, eran casi nulas, comparadas con las fortificaciones de Montevideo. 
Popham notó también que Buenos Aires, capital del Virreinato, era la pieza decisiva para el dominio de las rutas comerciales del interior. En diversas oportunidades naves inglesas habián rondado el estuario, en operaciones de sondeo o, simplemente, de contrabando. 
En noviembre de 1805, al tenerse conocimiento de la llegada a Río de Janeiro de la expedici6n de Baird, el virrey, marqués de Sobremonte, realizó algunos aprestos sobre la base de que el lugar atacado sería Montevideo. Cuando a principios de junio de 1806, el vigía de Maldonado avist6 la presencia de naves enemigas, las pocas fuerzas regulares que había en la capital fueron despachadas a la Banda Oriental. 
Cuando, después de cruzar algunos tiros con el fuerte de Ensenada, comandado por Santiago de Liniers, los ingleses desembarcaron en Quilmes, sólo debieron enfrentar a algunos centenares de milicianos pésimamente instruidos, dirigidos por Pedro de Arce, subinspector general de armas de la plaza de Buenos Aires. Dispersadas estas fuerzas por algunas descargas, Beresford dirigió su columna sobre la capital. 
Sobremonte, estimando inútil toda defensa y, al parecer, según órdenes superiores para un caso similar, tras disponer la rtiarcha de los caudales al interior, se retiró en dirección a Córdoba. Su intención era organizar fuerzas en el país, para enfrentar al invasor. 
En la madrugada del 25 de junio de 1806 los cañonazos disparados desde la Real Fortaleza anunciaron a la población de Buenos Aires la proximidad de una fuerza inglesa de invasión. Entraron los ingleses en la ciudad, bajo la lluvia y entre el barro, "en desplegado orden de columna para dar mayor importancia a sus escasas fuerzas". Precedidos por la banda de gaiteros escoceses, con banderas desplegadas, avanzaron por la calle San Martín (hoy Defensa), hasta la Fortaleza. 
Para los porteños la actitud del virrey Sobremonte implicaba una cobarde fuga. Beresford, rápidamente, presionó a los vecinos con la amenaza de confiscar las embarcaciones de cabotaje surtas en la rada, y logró así que éstos mediaran ante el virrey para que se entregaran los caudales que aquél había intentado salvar, Capturados en Luján, dichos tesoros fueron embarcados hacia Londres. El general Beresford gobernó Buenos Aires del 27 de junio al 12 de agosto de 1806. Tenía conciencia de su escaso poder y decidido a atraerse la benevolencia de los habitantes, el jefe inglés, luego de tomar a las autoridades civiles y militares de la plaza el juramento de fidelidad a Su Majestad Británica, dict6 una serie de medidas para ganarse los ánimos. 
Existen indicios que diversos sectores, luego protagonistas de la Revolución (Castelli, Pueyrredón), tuvieron contactos con los británicos en torno a la posible emancipación de esta colonia.Beresford desechó en un principio esos intentos, pues carecía de instrucciones superiores al respecto. 

Segunda invasión (1807) 
Las primeras unidades que el gabinete inglés despachó hacia el estuario platense comenzaron a arribar a las aguas de¡ mismo a mediados de octubre de 1806. Era un millar de hombres enviado por Baird desde El Cabo, al mando de Backhouse, y el 24 de ese mes ocupaban Maldonado. 
En enero se hizo cargo del mando el brigadier general Samuel Auchmuty; el almirante Stirling había reemplazado a Popham. 
Entre el 19 de enero y el 4 de febrero Auchmuty actúa contra Montevideo, plaza que cae tras dura lucha, pese a los refuerzos que se le envían desde Buenos Aires. 
El marqués de Sobremonte, que operaba con milicias en la campaña oriental, se desempeñó en forma poco lucida. Sus fuerzasfueron dispersadas -y, al desembarcar Liniers con 2 000 soldados en Colonia en procuura de acudir en auxilio de Montevideo, Sobremonte no le brindó el apoyo que se le pidió (cabaliadas para movilizar las fuerzas), las tropas porteñas no pudieron cumplir a tiempo su objetivo y regresaron a Buenos Aires. 
Las consecuencias políticas de estos acontecimientos fueron decisivas. Una junta de guerra formada por el Cabildo y la Audiencia porteños y los jefes de las recién organizadas milicias bonaerenses, destituyó al desprestigiado marqués, entregó el poder político a la Audiencia y confirmoa Liniers como comandante militar de Buenos Aires y la campaña oriental. Sobremonte fue arrestado y enviado a España. Los ingleses habían extendido su poder hasta Colonia (ocupada por el coronel Pack, fugado de Luján con Beresford de Saturnino Rodríguez Peña) y sus efectivos pasaban de diez mil hombres apoyados por una poderosa flota. 
El 10 de mayo había llegado al Río de la Plata el general John Whiteiocke, enviado por Londres para hacerse cargo de la operación que debía conducir al dominio de la banda occidental del estuario por la Corona Británica. Las instrucciones del nuevo jefe, designado por el gabinete de Castlereagh, llegaban hasta permitir la instalación de un gobierno títere de criollos, pero no tenían por fin la independencia sino la incorporación de estas tierras al imperio británico. El 28 de junio de 1807, al frente de casi 8 000 hombres, con 16 cañones, Whitelocke desembarcó en la ensenada de Barragán e inició bajo un clima hostil, la marcha hacia Buenos Aires. Despachó al frente un cuerpo de vanguardia de poco más de dos mil soldados, cornandados por el mayor general Levinson Gower y siguió tras él con el grueso (3 800 efectivos). Una fuerza de más de 1 800 hombres formaba la retaguardia comandada or el coronel Mahon. 
El combate de los corrales de Miserere (2 de julio de 1807). Santiago de Liniers, en tanto, sal¡¿) de la ciudad con el grueso de las milicias, 6 860 hombres y 53 cañones, Quizá la idea de evitar la lucha en la misma población lo indujo a buscar batalla en campo abierto. Fue un serio error. 
Pese al entusiasmo de sus tropas, el grado de instrucción alcanzado era deficiente. Su mayor ventaja residía, precisamente, en la posibilidad de luchar en la misma ciudad, casa por casa, en un tipo de guerra donde el ejército inglés no pudiera aplicar su técnica superior. 
Liniers cruzó el Riachuelo al anochecer, dejándolo a su espalda, se despiegb al sur de¡ puente de Gálvez (Barracas) con la brigada Balbiani a la derecha, la de Elío en el centro, y la de Velasco a la izquierda. 
El 2 de julio, Gower, tras eludir hábilmente a sus contrarios, cruzó el curso de agua por el paso de Burgos y avanzó sobre los corrales de Miserere bajo una intensa lluvia. Llegó a los corrales de Miserere al mediodía acampando en la quinta del norteamericano Guiliermo Pío White (hoy Plaza Once). Liniers marchó con sus tropas al encuentro de los ingleses y llegó al lugar al atardecer. Una carga a la bayoneta que Robert Craufurd mandó personalmente, dispersó a los arribemos y vizcaínos de Liniers que huyeron en desorden, dejando la artillería en el campo. La Llegada de la noche impide que las tropas de Buenos Aires sean aniquiladas por completa. Liniers huyó hacia la Chacarita del Colegio y confundiendo el rumbo en la noche lluviosa, dio todo por perdido. Desde un rancho donde encontró refugio, se dirigió al general inglés pidiéndole condiciones para entregar la ciudad. Según sus propias palabras fije "la noche más amarga de mi vida". 
En Buenos Aires cunde el desaliento; llegan dispersos derrotados en los corrales de Miserere, la brigada extraviada de Elío y las tropas de Baibiani. De Liniers no se sabe nada, se lo supone muerto o prisionero. Gower cometió el error de no avanzar de inmediato sobre la ciudad, donde el desconcierto se había apoderado de los ánimos. 
Los días 3 y 4 de julio contemplaron los febriles preparativos de los habitantes levantando cantqnes y barricadas en las calles que conducían a la plaza, al comienzo bajo la dirección del Cabildo, cuyo alcalde de primer voto era Martín de Alzaga, y luego del mismo Liniers. El perímetro principal de la defensa fue trazado a una cuadra de la plaza. 
Piezas de artillería enfilaban las calles desde los cruces de las mismas y desde el Fuerte, en tanto las azoteas se convirtieron en reductos de fusilemos. Granadas de mano y proyectiles de diversa índole reforzaron estos bastiones. Whitelocke intimó la rendición de la ciudad sin resultado y se dispuso al asalto. 
La defensa. El 5 de julio, a las 6 de la mañana, se rompió el fuego. El plan adoptado por el jefe inglés había sido esbozado por Gower y presentaba serias fallas. Para avanzar sobre la ciudad, Whitelocke dividió su ejército en trece columnas que avanzaron por otras tantas calles. El plan comprendía el avance hacia la Plaza Mayor y el Fuerte, y luego la convergencia hacia el centro de la ciudad. 
La lucha fue dura. Desde las azoteas de las casas se arrojaban toda clase de proyectiles sobre los ingleses. Al terminar la jornada las columnas del ala izquierda, al mando de Auchmuty, habían ocupado su objetivo, el Retiro, pero las columnas del centro habían sido rechazadas con fuertes bajas y las de la derecha tampoco tuvieron éxito. Parte de estas fuerzas ocuparon el templo de Santo Domingo, siendo luego capturadas. 
Entre muertos, heridos y prisioneros, las pérdidas sumaban 2 500 hombres para el ejército atacante. A su vez, habían tomado 800 prisioneros y causado más de 900 bajas a las tropas porteñas. Sin embargo, no habían logrado penetrar en el perímetro defensivo, y sus fuerzas estaban aisladas y desmoralizadas. 
Mucho se discutió el motivo que llevó a Whitelocke a elegir el método que favorecía precisamente a los defensores: el combate en la ciudad misma. Sus tropas, encajonadas en las calles de una ciudad que desconocían, fueron fusiladas a mansalva por la metralla de los bien parapetados defensores sin lograr dañar el dispositivo de éstos. 
El invierno y la ausencia de caballería debieron influir para que el jefe inglés no adoptara la idea de un largo sitio. El bombardeo de la ciudad con artillería fue tal vez considerado un medio inconveniente, dado los grandes daños y pérdidas humanas contra una población a la que se esperaba atraer amistosamente a las ventajas comerciales del gobierno inglés. 
El 6 de julio trascurrió en negociaciones por artibos bandos. El 7, tras desestimar Liniers un pedido de 24 horas para recoger heridos, Whitelocke aceptó capitular; ese día se rendía, conviniéndose abandonar el Plata dentro de los 60 días, comprendiendo esta cláusula a Montevideo y Colonia. 
Los prisioneros, incluso los de 1806, serían recíprocamente devueltos. Whitelocke en su informe oficial del 10 de julio de 1807, expresó: "La clase de fuego al cual estuvieron expuestas nuestras tro s fue en extremo violento. Metralla en las esquinas de todas las calles, fuego de fusil, granadas de mano, ladrillos y piedras desde los techos de todas las casas, cada dueño de casa defendiendo con sus esclavos su morada, cada una de éstas era una fortaleza, y tal vez no sería mucho decir que toda la población masculina de Buenos Aires estaba empleada en su defensa". 
La sentencia del Consejo de Guerra que juzgó a Whitelocke (1808), decret6: "Este consejo juzga que el dicho teniente general Whitelocke sea expulsado del ejército, y se lo declare totalmente inepto e indigno para servir a Su Majestad en capacidad militar alguna". 

La Reconquísta. La política de Beresford no logró los resultados esperados. Pronto Buenos Aires fue un semillero de conspiraciones, y varios planes simultáneos se tejieron para dar fin al dominio inglés. Los actos hostiles hacia los invasores fueron frecuentes, aunque tampoco faltaron contactos amistosos entre los jefes británicos y las clases altas de la burguesía colonia¡. 
Se tramaron golpes de mano sumamente audaces y uno de esos planes contempló la posibilidad de cavar una mina hasta los subsuelos de los cuarteles del 71 y volar a sus ocupantes. 
Juan Martín Pueyrred6n, a su vez, reunió varios centenares de paisanos en Perdriel, los cuales el 10 de a sto de 1806 fueron 
dispersos por un ataque conducido por Beresford, Allí los ingleses capturaron a un alemán pasado a los defensores de Buenos Aires y lo fusilaron. 
Santiago de Liniers, marino francés al servicio de España, y a quien Sobremonte, que al parecer desconf iaba del oficial galo, había designado en un puesto de importancia menor (comandante del fuerte de Ensenada), se presentó al gobernador de Montevideo, Pascual Ruiz Huidobro, y éste, a su pedido, le confi6 la reconquista de la capital. 
Con un millar de hombres, entre los que se contaban corsarios franceses comandados por H. Mordeiile (entre cuyos subalternos se encontraba Hip6iito Bouchard) Liniers cruzó el río el 3 de agosto. El 9, empantanados los caminos por el lluvioso invierno porteño, la columna lle6 a San Isidro. Pue rredón sus voluntarios y muchos otros se sumaron a esta fuerza que arrib6 el 10 a Miserere con sus efectivos duplicados por el concurso popular. El 11 ocuparon el Retiro, donde Beresford había colocado una pequeña fuerza. 
El mal tiempo favoreció a Liniers. Su ejército contó con la ayuda de la población para arrastrar la artillería por los caminos cubiertos de barro, mientras Beresford no pudo movilizar su corta tropa y salir a la campaña en busca de una decisión en campo abierto. Lalucha en las estrechas calles con las azoteas cubiertas de francotiradores hostiles, le resultó fatal. 
Después de fracasar un intento de negociación debido al ardor de las milicias, Liniers llevó un asalto a fondo sobre la plaza y el Fuerte, convertidos en baluartes de la resistencia enemiga. Beresford debi6 rendirse tras corta pero dura lucha. Parece que Liniers prometió la repatriación del ejército vencido, Ante la presión de los jefes españoles debi6 desdecirse, y los ingleses fueron internados en el territorio del Virreinato. Beresford, Pack y otros oficiales quedaron en Luján. 
El 14 de agosto de 1806 un Cabildo Abierto, al que concurrieron 96 personas, quitó al virrey los mandos militar y político de la ciudad de Buenos Aires, entre el regocijo de¡ vecindario y aun de algunas de las autoridades españolas, entre las que Sobremonte carecía de prestigio. 
Grupos populares, en los que descollaba Pueyrred6n, tuvieron parte importante en aquellas decisiones. Sobremonte, que se acercaba con tropas desde C6rdoba, fue convencido por una comisión enviada al efecto y deleg6 en Liniers el mando de las fuerzas de la capital, conservando el gobierno en el resto del Virreínato. La Audiencia asumió la dirección política de Buenos Aires. 
Sobremonte pasó a Montevideo. Te6ricamente, Liniers estaba bajo su mando pero en el sistema colonia¡ se había abierto una seria fisura. El representante del rey en América ya no era el magistrado indiscutido de los siglos pasados. La permanencia de las naves británicas en el Plata hacía temer un nuevo ataque. Bajo la dirección de Liniers los habitantes de Buenos Aires comenzaron a agruparse en cuerpos armados de acuerdo con lo dispuesto en el Cabildo Abierto del 14 de agosto, cuyo fin era evitar otro desastre similar al de junio. Se adoptb el criterio de dividir las fuerzas según el origen de sus integrantes. 
La población porteña se vio encuadrada en unidades militares cuyos jefes eran elegidos por los hombres a quienes mandarían en la lucha. De esta manera serían, al tiempo que comandantes, voceros de la inquietud general. No era, desde luego, el sistema de un ejército profesional, sino de milicias populares. Se dejaba el fusil y los ejercicios para volver a las tareas diarias. 
Así surgieron la Legi6n Patricia (más de 1 300 efectivos), comandada por Cornelio Saavedra e integrada por nativos de Buenos Aires; el cuerpo de indios, pardos y morenos; el de arribeños; los húsares, dirigidos por Pueyrred¿)n, cuerpo formado también por porteños; cazadores; gallegos; andaluces; catalanes, los que sumados a las escasas fuerzas veteranas, reunían más d 8 000 hombres. También los niños se habían organizado en diversos cuerpos. Los italianos y franceses residentes en la ciudad solicitaron organizar un cuerpo pero les fue negado el permiso. 
El platero italiano José Boqui, natural de Parma, era experto en fundir el metal. Durante las invasiones fabricó un obíjs de su invención y un aparato para asegurar la puntería. 
Se había armado al pueblo. Era lo que Sobremonte temia. En 1810 se verían las consecuencias, Fue difícil reunir armas y equipo. Para lograrlo se trajeron recursos de otros puntos de las colonias (pólvora de Chile, por ejemplo), se aprovech6 el material tomado a los ingleses y se recibieron municiones desde el Perú. Para confeccionar los uniformes, cuyos colores principales eran el azul y el blanco, se utilizó el paño capturado en dos naves mercantes inglesas, y aun se adquirieron productos de contrabando a mercaderes británicos. 
Al iniciarse el año 1807 Buenos Aires contaba con un ejército entusiasta y numeroso, aunque muy deficiente en materia de instrucción. La misma oficialidad, surgida de la burguesía p o rteña, desconocía aspectos elementales de la actividad militar. 
El gabinete whig, que había reemplazado al gobierno de Pitt, ante el éxito inicial de Beresford 
y la repercusión de¡ mismo entre los intereses comerciales de la burguesía británica, decidió propagar esa acción a otros puntos de¡ continente. Pero ya no era la política de Pitt, proclive a fomentar la independencia americana(según lo tratara con Mironda). El móvil era conquistar esas regiones para Inglaterra. Con esa intención se despacharon naves hacia Chile. La noticia de la Reconquista obligó a concentrar todas las fuerzas para una nueva empresa en el Plata. 

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