viernes, 3 de abril de 2015

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historia de alemania : 

La fundación del Imperio Alemán



Empero, en los años sesenta del siglo XIX la decisión en favor de la primacía de la unidad sobre la libertad también caería en Alemania. Ello fue resultado de aquella “revolución desde arriba” con la cual el jefe del gobierno prusiano, Otto von Bismarck (1815–1898), zanjó a su manera la cuestión alemana. La cuestión del poder político interno la resolvió a través del conflicto constitucional prusiano de los años 1862 a 1866 en favor del ejecutivo y contra el Parlamento; la cuestión del poder político externo se resolvió por la guerra de 1866 en el sentido de la “pequeña Alemania”, es decir, con exclusión de Austria, y en la guerra franco-alemana de 1870/1871 contra la potencia que hasta entonces había interpuesto su veto a la fundación de un Estado nacional alemán, a saber, la Francia de Napoleón III.

Fue así como se alcanzó uno de los objetivos de la Revolución de Marzo de 1848: la unidad. Sin embargo, la demanda de libertad, entendiendo por tal sobre todo un gobierno responsable ante el Parlamento, no se vio cumplida. Bismarck no hubiera podido solucionar la cuestión de la libertad conforme a las pretensiones liberales ni siquiera en el supuesto de que esa hubiera sido su intención: una parlamentarización no solo contradecía los intereses de los estratos sustentadores de la vieja Prusia – su dinastía, su ejército, sus latifundistas, su alto funcionariado –, sino también los intereses de los demás Estados alemanes. A ellos correspondía, a través del Consejo Federal (Bundesrat), una participación esencial en el poder ejecutivo del Imperio Alemán, y no querían renunciar a ese poder en favor del Reichstag.
El Reichstag (Dieta Imperial) era elegido por sufragio universal e igual, en el que participaban todos los varones mayores de 25 años. Ello respondía a las disposiciones de la Constitución Imperial de 1849, que nunca llegó a entrar en vigor, y confería a los alemanes más derechos democráticos de los que disfrutaban en aquella época los ciudadanos de monarquías liberales ejemplares como Gran Bretaña o Bélgica. Por consiguiente, puede hablarse de una democratización parcial de Alemania en el siglo XIX o de una democratización asincrónica: El derecho de sufragio se democratizó relativamente pronto, en tanto que el sistema de gobierno en sentido estricto tardó lo suyo en democratizarse.

El final de la cuestión alemana – retrospectiva de un largo camino hacia Occidente



184 años fueron los que duró, la cuestión alemana. Surgió cuando el 6 de agosto de 1806 el último emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Francisco II, se plegó al ultimátum de Napoleón, abdicó la corona del Imperio y exoneró a los estamentos imperiales de sus obligaciones, disolviendo así el “viejo Imperio”. La cuestión alemana se resolvió cuando el 3 de octubre de 1990, con la anuencia de las cuatro antiguas potencias de ocupación, la República Democrática Alemana se adhirió a la República Federal de Alemania. Con ocasión del acto de Estado celebrado en la Filarmonía de Berlín, el Presidente Federal Richard von Weizsäcker describió la significación histórica de la reunificación (Reunificación) con una frase que merece entrar en los libros de historia: “Ha llegado el día en que por primera vez en la historia Alemania entera ocupa un lugar permanente en el círculo de las democracias occidentales.”

Entre 1806 y 1990 la cuestión alemana no se planteó de forma ininterrumpida. Durante la época del Imperio Alemán, entre 1871 y 1918, nadie se hubiera referido ni por asomo a la existencia de una cuestión alemana pendiente. Es incontrovertible que a más tardar la cuestión alemana volvió a plantearse el 8 y el 9 de mayo de 1945, cuando el Imperio Alemán capituló incondicionalmente ante los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. La división de Alemania en dos Estados fue una respuesta provisional a la cuestión alemana. La respuesta definitiva sería la unión de esos dos Estados, asociada al reconocimiento internacional de las fronteras de 1945. Desde el 3 de octubre de 1990 queda definitivamente claro dónde está Alemania, qué abarca y qué no abarca.

1830–1848: Premarzo y Movimiento de la Iglesia de San Pablo de Francfort



Para los alemanes la cuestión alemana siempre tuvo dos caras: Era una cuestión a la vez territorial y constitucional o, dicho más exactamente, una cuestión de relación entre unidad y libertad. La cuestión territorial se centraba en la disyuntiva entre la “gran Alemania” y la “pequeña Alemania”. Si se lograba establecer en lugar del Sacro Imperio Romano Germánico un Estado nacional alemán, ¿debía éste abarcar a la germanófona Austria o era imaginable una solución de la cuestión alemana sin esos territorios? La cuestión constitucional afectaba sobre todo al reparto de poder entre el pueblo y la corona. ¿Quién debía llevar la voz cantante en una Alemania unida, los representantes electos de los alemanes o los príncipes?

La cuestión de la unidad y la libertad se planteó por primera vez en las guerras de liberación contra Napoleón. El emperador de los franceses fue derrotado, pero a los alemanes la supresión de la dominación extranjera no les reportó ni una Alemania unida ni un régimen de libertades en los Estados de la Confederación Germánica, que sustituyó al antiguo Imperio en 1815. Pero a partir de ahí el clamor de unidad y libertad terminaría siendo irrefrenable. Se volvió a oír a comienzos de la década de los treinta, después de que en la Revolución de Julio, en 1830, los franceses lograran instaurar una monarquía liberal-burguesa. Y aunque en Alemania volvieran a imponerse una vez más los viejos poderes, desde entonces los liberales y demócratas ya no cejaron en su empeño. En marzo de 1848, impulsada por el ejemplo francés de febrero, la revolución también estalló en Alemania: la unidad y la libertad fueron una vez más reivindicadas por las fuerzas que se sabían del lado del progreso histórico. Convertir a Alemania en un Estado nacional que fuera a la par un Estado constitucional era una meta más ambiciosa que la que se fijaron los revolucionarios franceses de 1789. Porque estos se encontraron con un Estado nacional, si bien premoderno. Reclamar la unidad y la libertad para los alemanes suponía tener que clarificar de antemano qué debía pertenecer a Alemania. En el primer Parlamento libremente elegido, la Asamblea Nacional reunida en la Iglesia de San Pablo de Fráncfort, en un primer momento resultó controvertido si un Estado nacional alemán habría de abarcar la parte germanófona de los territorios de la monarquía de los Habsburgo. Hubo que esperar al otoño de 1848 para que la mayoría de los diputados reconociera que no estaba en su poder fragmentar el imperio multiétnico a orillas del Danubio. No pudiéndose por tanto forzar el establecimiento de un Estado nacional pangermánico, con inclusión de Austria, solo cabía la solución de la “pequeña Alemania”, sin Austria, lo cual significaba un imperio bajo un emperador hereditario prusiano.

El Estado alemán, a cuya cúspide hubiera debido acceder, según el designio de la Asamblea Nacional de Fráncfort, Federico Guillermo IV de Prusia, habría sido un Estado constitucional liberal con un Parlamento fuerte, controlador del gobierno. Como emperador alemán, el rey de Prusia habría tenido que renunciar a su soberanía divina y concebirse a sí mismo como órgano ejecutor de la voluntad soberana del pueblo, exigencia ésta que el monarca de la Casa de Hohenzollern rechazó definitivamente el 28 de abril de 1849. Así se selló el fracaso de la revolución: no les había traído a los alemanes ni la unidad ni la libertad. El ascenso, transcurridos algunos años desde la Revolución de 1848, de la “Realpolitik” como lema político no obedeció en absoluto a la casualidad: la carrera internacional de este término arrancó con una obra del publicista Ludwig August von Rochau, que éste editó en 1853. En cuanto a la materia, ciertamente la Asamblea reunida en la Iglesia de San Pablo en buena medida ya se había ejercitado en la “Realpolitik” cuando, ignorando el derecho de autodeterminación de otros pueblos – los polacos en el Gran Ducado de Poznan, bajo el dominio de Prusia, los daneses en Schleswig del Norte, los italianos en el Trentino –, decidió trazar las fronteras del futuro Imperio Alemán allí donde lo requería el supuesto interés nacional alemán. Con ello se le reconocía a la unidad por primera vez un rango superior que a la libertad. Todavía era la libertad de otras naciones la que tenía que subordinarse al objetivo de la unidad alemana. 

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