martes, 21 de abril de 2015

Pseudohistoria



El afrocentrismo (también afrocentricidad y, ocasionalmente, africentrismo) .- .......................:http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Especial:Libro&bookcmd=download&collection_id=e0c35ba6bf8230cd239f85cdd23a8582654fc58e&writer=rdf2latex&return_to=Afrocentrismo

El asunto es bastante complejo y Journet lo presenta de forma muy esquemática, aunque tampoco dispone del espacio necesario para explayarse. En todo caso, y dado que este asunto es poco conocido para quienes no han de vérselas con ese mundo asiático y africano entre sus obligaciones académicas o sus aficiones, no estará de más resumir ese breve artículo.
Este nuevo ismo propone una reforma radical de la historia de África e incluso de la historia mundial. El movimiento tiene unos orígenes bien conocidos, pues proviene de los escritos del físico, lingüista y político senegalés Cheikh Anta Diop (1928-1986). Desde 1954 hasta su muerte,  Diop trabajó incansablemente para establecer múltiples filiaciones culturales entre el Egipto faraónico y el África subsahariana, impugnando la célebre narrativa hegeliana  según la cual el continente africano no tenía historia ni profundidad cultural.  Durante su investigación,  Diop defendió la teoría del origen  egipcio, no sólo de las civilizaciones negras de África, sino, a través de Palestina, del monoteísmo y del cristianismo: la idea de que Occidente era deudor cultural   de África era una herejía, gratificante para algunos, inaceptable para el resto. El Afrocentrismo, como se le denomina ahora, se desarrolló en las décadas siguientes a partir de las tesis de Diop: antigüedad de las civilizaciones de África,  recuperación del pasado egipcio  y, lo más importante, la inversión de las relaciones con Occidente. Théophile Obenga, historiador congoleño, retomando la llama de  la década de 1970, identifica una gran civilización bantú, reflejo de la teoría racial europea que atribuye  a los “indoeuropeos” la esencia de la cultura y del progreso. En 1976, Ivan Van Sertima, antropólogo de Guyana, relanzó la idea de una difusión precolombina de la cultura egipcia en América  y en otras partes de Asia y Europa. En 1987, el sinólogo británico Martin Bernal dirigió su mirada al Mediterráneo antiguo: denunció el “arianocentrismo” heredado del siglo XIX,   desarrollando en tres volúmenes las razones  por las que se puede sostener  que la antigua civilización griega es heredera directa de Egipto y los fenicios. Pero, quién dice Egipto dice también  África: según   Bernal, Atenas fue negra. No es que Bernal sea afrocentrista,  pero sus libros han servido a la causa.
Desde finales del decenio de 1980, el afrocentrismo deja de ser sólo una teoría: es una cruzada, explícitamente destinada a rehabilitar el continente africano en su conjunto y el orgullo de la diáspora en el mundo negro. En Francia, la editorial Présence Africaine  y la revista Ankh, fundada en 1992, son sus portavoces.  En losEE.UU., donde se le dio a veces el nombre de “Kemetismo”, el movimiento tuvo gran éxito en el campus de California.
Una de sus figuras centrales es la del profesor Molefi K. Asante, filósofo y activista de los estudios “negros”, autor de unos sesenta libros sobre todos los aspectos históricos, políticos y culturales del Afrocentrismo. Los medios que utiliza para restablecer el “orgullo negro” no son sólo políticos, sino arqueológicos, lingüísticos, históricos y, en definitiva, científicos. A veces hasta llegar al ridículo: Leonard Jeffries dice que la homosexualidad es ajena a África, John H. Clarke afirma que la esclavitud no existía antes de la llegada de los blancos. Por supuesto, estas teorías, como también las citadas sobre la influencia de Egipto, están muy cuestionadas por numerosos expertos. El Afrocentrismo, ¿es una nueva historia política o simplemente un mito? Para ser justos, es preciso ver los dos lados:  las tesis de un Egipto africano ha dado lugar a interesantes investigaciones,  la de la “Atenas Negra” ha generado discusiones imposibles de dilucidar.
No ocurre lo mismo con otro movimiento bien distino, el “poscolonial”,  que tiene  en común con el anterior el ser inicialmente una reacción contra la hegemonía de los modos de pensar y  conocer en el mundo occidental. Su origen se sitúa  en 1978 con la publicación del Orientalismo de  Edward Said,  que cuestiona la imagen de  Oriente construida por los científicos del siglo XIX. Este libro encuentra resonancia entre asiáticos y africanos formados en universidades occidentales, que ven en el volumen la herramienta para revisar las pruebas de la modernidad. En la India, Ranajit Guha lanza los estudios subalternos, cuyo objetivo es reescribir la historia de las luchas por la independencia: el nacionalismo de las élites sería sólo la punta de un  iceberg que está formado por  las revueltas campesinas y el regionalismo. A fines del decenio de 1980, en la pluma de Gayatri Spivak, traductora de Jacques Derrida, el colonialismo se convierte en el paradigma de todas las formas de imposición cultural. Lo poscolonial  se diluye un poco en la revisión de los textos académicos. Pero inicialmente, es un “post” que comparte con otros  diversas convicciones críticas: el rechazo del espíritu de la Ilustración, responsable del colonialismo, el rechazo de la modernidad política, de la idea de Estado-nación, de  la democracia obligatoria, que no son sino la materia del neocolonialismo. Desde este punto de vista, son “antimodernos”.
Representado en su mayoría por  intelectuales de los antiguos países colonizados (África, Caribe, Asia meridional, América Latina), estas revisiones críticas de la historia han tenido un creciente eco en Occidente. Un rápido repaso a los lugares donde ejercen de portavoces lo dice todo: mientras que en 1950, el anticolonislismo estaba presente en todo el mundo,  hoy casi todos los pensadores afrocéntricos y poscoloniales están en los los países occidentales, sobre todo en los anglosajones, y principalmente en los Estados Unidos. Con una rara excepción: Achille Mbembe, intelectual  de habla francesa del Camerún, que enseña en Johannesburgo. Por razones que a menudo les son recriminadas, estas escuelas radicalmente críticas con el eurocentrismo han sido atraídas descaradamente al ámbito occidental. Pero tal vez ésta fuera la condición de su reconocimiento …

Al igual que los individuos, las sociedades distinguen perfectamente la paja en el ojo ajeno, pero no ven la viga en el suyo. La agitación en torno a las doce caricaturas es una muestra más de ello. Nuestra metrópolis, la de todos, l’USrael ha lanzado una gran campaña mediática para que los musulmanes expresen su legítima ira de manera física; si lo hacen, entonces todos los que no son musulmanes tendrán nuevos motivos para afirmar que éstos son fanáticos que quieren someter Europa a su ley por la fuerza. Como resulta que los musulmanes constituyen minorías recientemente implantadas en Europa y América, nuestros maestros USraelíes esperan sacar provecho de las reacciones de autodefensa de los no musulmanes por su innegable derecho de mayorías autóctonas.
Asimismo, los maestros del Discurso piensan quebrantar la compasión y la simpatía europea hacia los palestinos, que deben ser nuevamente crucificados porque han utilizado el sistema electoral democrático para expresar su resistencia a dejarse aniquilar totalmente como pueblo autóctono y mayoritario que reivindica el derecho a la autodeterminación en todo el territorio histórico de Palestina. Y una vez más, Palestina muestra su papel de lugar privilegiado, de centro del mundo musulmán, pero también y curiosamente, de todos los otros mundos reales.
Para los modernos negreros que pretenden tratarnos como una variable que hay que neutralizar, dentro de su plan básico de dominar el mundo, se trata de conseguir que unos se levanten contra otros, los autóctonos europeos contra los autóctonos del mundo árabe. La batalla será desigual; el mundo árabe tiene una fuerza espiritual: su Islam, su Profeta, sus reacciones de defensa de las propias tradiciones. El mundo europeo ha perdido cualquier tipo de referencia en su religión tradicional; el anticristianismo es incluso un signo de modernidad. Y éstas son las causas fundamentales: la iglesia está en contra del aborto, del preservativo, de la homosexualidad, de la paridad dentro de su propia jerarquía y es antisemita desde los mismos Evangelios, ya que la injusticia y la traición llevan por nombre JUDAS, el simple resultado de Judea y del judaísmo. Por lo tanto, la Europa moderna es por definición anticristiana, puesto que toma exactamente a contrapié a la Iglesia, único bastión del conservadurismo en materia de costumbres. Y así, Europa es victima del total desconcierto lógico y afectivo, puesto que ha elegido ser huérfana, vivir privada de padres protectores.
Europa, al optar por no someterse a su propia tradición, se vuelve agresiva, como el niño revoltoso es un niño alborotador, un niño que nadie querría. De este modo, Europa participa en el neocolonialismo, sin que sus ciudadanos sean en absoluto conscientes y sin que se den cuenta de que esta actitud destructiva es fruto de la destrucción que ellos mismos llevan a cabo con sus propios valores ancestrales. Es una Europa descerebrada que se dedica a la exportación rentable de armas de destrucción masiva con medios militares, pero también civiles: ONGs y humanitarismo para ocultar los excesos militares directos o por encargo, proselitismo consumerista, fomento de la subversión femenina contra todo lo que encarna la verticalidad, a partir de los abusos masculinos calificados de patriarcado, y hasta la independencia de las sociedades no europeas, pasando por la descalificación de cualquier jerarquía instaurada por la tradición.
Ante la deformidad de las dos caras que muestra el europeo al resto del mundo, la desintegración espiritual y la arrogancia criminal, el europeo de buena fe pero desamparado, cree que debe hacer una elección, una “buena” elección: alinearse con la derecha o con la izquierda; decide ver solo la paja en la mitad de sí mismo que rechaza: la derecha con el pretexto de defender la “expansión”, eso que queda del impulso imperial, ataca a la izquierda por ser destructiva, nihilista, castradora; la izquierda únicamente ataca el impulso imperial, que considera genocida y suicida, dejando la derecha reducida al autoritarismo.
La espiritualidad no está prohibida, la mayoría de la gente imagina que es una tierra de nadie, donde no sucede nada decisivo, un terreno vago que se deja a los ostracistas inofensivos. Afortunadamente, los ostracistas lo ocupan, precisamente. Los ostracistas propagan todo lo que no encaja con el enfrentamiento ideológico, con la preocupación por el cuerpo, con la vitalidad que cada uno de nosotros comparte, pero que sólo se transmite a través del amor de individuo específico a individuo afectuoso y singular. Los ostracistas acudieron en masa a Roma desde todas partes de Europa para velar a Juan Pablo II sin haber sido invitados. Otros ostracistas acudieron a velar a Arafat. Unos y otros sabían que ninguno de los dos era verdaderamente “el” papa, pero compartían la creencia de que la visita al dirigente que muere, que se apaga y deja sitio es de debido cumplimiento.
Este es nuestro sitio.
Así, Europa está inmersa en un delirio esquizofrénico, sin ver que sus dos caras complementarias forman un único monstruo: se ha convertido en un zombi, le han extraído su sustancia en beneficio de un poder externo, l’USrael, que se regodea. Está tan sumamente zombi que no ve lo que salta a los ojos: la historia de las doce caricaturas es una provocación, dirigida precisamente en contra suya. En efecto, el desprecio y la indignación de los musulmanes contra los occidentales no son nuevos y no es una caricatura más o menos lo que les impedirá ver la desastrosa ecuación: cristianos = criados de los judíos, esos que, en su terminología (nosotros hablaríamos más bien de sionistas, los que justifican esta usurpación del judaísmo), aplastan Palestina, encargan a los dirigentes usamericanos que aniquilen el Próximo Oriente, insisten en difundir la pornografía en cuanto invaden un país musulmán.
Nuestros enemigos, los agentes del Eje Usraelí, nos brindan además el homenaje del vicio a la virtud; tienen en cuenta la popularidad de Dieudonné, absuelto veinte veces por la justicia mientras que los agentes del Eje pretendían condenarle como antisemita: saben lo que nos gusta reírnos de ellos, nuestros afectados sionistas ridículos. Quizás sea nuestro único recurso... La debilidad de los europeos que son el blanco de la propaganda hoy, de las armas mañana, se debe a su rechazo a dejarse tratar como cristianos, aunque éste sea, histórica y geográficamente, su principal mínimo común denominador; exactamente se consideran esos que no están en ninguna parte: ni cristianos, ni musulmanes, ni judíos (salvo los judíos, evidentemente, entre un 1% y un 3% de la población de los distintos países; además, los organismos que, según ellos, representan a los judíos son también los que no están unidos por el arraigo, a no ser en un enclave colonial en Palestina, en un Israel improbable que solo existe en forma de arsenal).
De este modo, el asunto de las doce caricaturas nos permite al fin llamar por su nombre a la agresión global de la que somos victimas, la agresión contra el espíritu. Es lo que Israel Shamir insiste en repetirnos, a nosotros gentes de izquierda, acostumbrados a manejar sólo los conceptos materialistas desde hace cinco años. Finalmente, ha llegado el momento de que se forme el frente espiritual de resistencia. Nuestra cerrada formación podría formular así el pacto por la justicia:
- no a las guerras de conquista
- sí a la defensa de las tradiciones autóctonas
- fomento de la compasión (valor que defienden todas las religiones, y que los ateos normalmente constituidos practican tanto como pueden)
- definición común de quién es actualmente la gente más expuesta a la destrucción.
Es preciso señalar que Hamas acaba de mostrar el ejemplo de los religiosos que hacen algo más que defender como un sindicato corporativista su propia comunidad, protegen a los cristianos, destruyen las trampas. Todos debemos adoptar esta perspectiva, porque defendiendo a nuestro hermano amenazado por otra confesión, nos defendemos todos contra la difamación. Esta posición no es nueva, pero si la cambiamos, ya no podremos ocultarla.
El credo que ya tenemos en común es:
- Creo en la capacidad de todos los hombres para preferir el espíritu al poder.
- Creo que el reino del espíritu pertenece antes a los desposeídos que a los que poseen (ya sean bienes materiales, convicciones que manejan como armas o incluso la fuerza bruta, que encubren con variados argumentos).
- Creo en el deber de resistir frente a los que aspiran a la hegemonía mundial, entre otras por la hegemonía sobre el discurso y la reflexión occidental.
- Creo en el deber de defender a mis hermanos más oprimidos, única garantía que puedo dar de mi determinación a no formar parte de los que ocultan una voluntad de dominio alternativa bajo la terminología engañosa de “derecho a” (siendo la libertad de expresión el terreno más falso y viscoso).
De hecho este credo es común a la mayoría de los creyentes, pero también ¡a los ateos de buena fe! El poeta salvadoreño Roberto Armijo, refugiado en París y cuyo hijo fue asesinado en combate en Nicaragua cuando luchaba contra los agentes de John Negroponte, el mismo que dicta las órdenes de destrucción en Irak, me dio una buena definición de este ateismo cargado de espiritualidad y de modernidad positiva, constructiva: “Creo en los que creen”. Sin creencias, no hay sacrificio posible; y así, no se evitan sacrificios. Debemos renunciar a considerarnos propietarios de una religión y/o de una racionalidad, es la actitud mental del adversario, quien propone dos armas de dominio mental concomitantes, pero inconciliables, aunque igualmente imperiosas, el dogma de la democracia basada en una definición dogmática de un Holocausto. Nuestro terreno es otro, el espíritu puede y debe evadirse de todas las prisiones ideológicas. Un poeta cubano encarcelado en Estados Unidos desde 1998 lo expresaba en versos definitivos:
“¡Porque el muro es un muro y tú lo sabes
mi celda es casi una mancha blanca,
una trampa sin sol, luna, ni espuma
que por momentos se transforma en barca! (1)
Este poeta pretendía frustrar proyectos de ataque terrorista preparados en Miami contra Cuba.
¿Qué relación guarda todo esto con el afrocentrismo? El África global comparte con Palestina el ‘privilegio’ del martirio. El África negra se muere de hambre y cuando los hambrientos intentan alcanzar las orillas de las naciones ahítas, son rechazados por los ejércitos, la policía, las leyes y la reacción defensiva de los que temen que se les quite el pan de la boca. Los africanos apoyan a los palestinos, porque saben lo que les debemos todos a su resistencia contra el neocolonialismo Usraelí, a la conferencia de Durban de 2001, en donde fueron ellos los que sacaron a la luz que Israel es el país del racismo y del apartheid. Ahora bien, un bloqueo impuesto por el contagio de la perversidad negrera nos impide ver incluso esto, el gesto negro decisivo, tras muchos otros que son sistemáticamente ocultados. El afrocentrismo es volver a poner la pirámide sobre su base lógica y física. La lucha contra el neocolonialismo occidental se libra en primer lugar en África, el continente sacrificado porque todavía hoy, los negreros, descendientes históricos de los negreros de los tiempos de los esclavos, imponen aquí la ley, las guerras y las hambrunas, impidiendo a las legítimas élites reemplazar a los corruptos. Proteger a los africanos sacrificados, es desenmascarar a los negreros, que quieren tratarnos como negros, como carne de cañón y esclavos castrados. Mientras que el eurocentrismo es un campo de ruinas moral, el afrocentrismo, en la época actual, es la restauración de nuestra salud mental y no existe más medicina que ésta. América Latina, por ejemplo, lo sabe perfectamente, lo sabe desde que los esclavos, al participar en sus guerras de independencia contra España, se lo enseñaron, en el siglo XIX. Cuando hablo de América Latina, me refiero a la que representan, en este momento, tres gobiernos pioneros en la resistencia, porque saben escuchar su tradición espiritual y autóctona: Cuba, Venezuela y Bolivia.

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