sábado, 18 de abril de 2015

cultura educativa



historia y arte :
Las civilizaciones orientales
a historia del Imperio Persa fue sorprendente en muchos aspectos. Los persas fueron los primeros en extender su poder político sobre casi la totalidad de los pueblos civilizados de su época. Esa dominación territorial se realizó en menos de cincuenta años. Y sin poseer una cultura propia desarrollada, supieron respetar y aprender la de sus sometidos.
El esplendor persa fue poco duradero, ya que sus grandiosos logros se desvanecieron doscientos años después de su comienzo.
Rasgos generales
Al norte del golfo Pérsico y al sureste del país de Sumer se asentaron, desde finales del segundo milenio, una serie de pueblos nómadas de origen indoeuropeo.
Poco se conoce de su grado de desarrollo y de las actividades que realizaban, pero puede suponerse que su principal ocupación debió de ser el pastoreo, ya que el marco geográfico, con la excepción de algunos valles, ofrece pocas facilidades para el desarrollo de la agricultura. La llamada Meseta del Irán está recorrida por los montes Zagros y la mayor parte de su extensión está ocupada por un paisaje semidesértico.
La primera mención que hace referencia a los pueblos que ocupaban la antigua Persia se encuentra en los anales del monarca asirio Salmanasar III. Según éstos, entre los pueblos que el año 835 a. de C. pagaron tributo al rey, estaban los de Parsua y Media (persas y medos).
Los persas y los medos tenían sus propios reyes y entre ambos las relaciones eran buenas, aunque no exentas de rivalidad.
En el siglo VII a. de C., los medos, al mando de Ciaxares, dominaron sobre los persas y lograron independizarse del predominio asirio. Una nieta de Ciaxares se casó con un persa llamado Cambises y el hijo de ambos, Ciro, logró, a mediados del siglo VI a. de C. hacerse con el poder y colocar así a los persas a la cabeza de los dos pueblos.
Ciro pasó a la historia con el sobrenombre de "El Grande", debido a sus conquistas, ya que extendió su imperio desde el Indo hasta Fenicia y desde Asia Menor hasta el este del mar de Aral (la actual Samarkanda). Sus conquistas fueron mantenidas y continuadas por su hijo Cambises II y por Darío I, que usurpó el trono, pero supo engrandecer y organizar el gran Imperio Persa. Darío I se anexionó Egipto y logró entrar en la Grecia continental.
Los reinados siguientes se caracterizaron, fundamentalmente, por los enfrentamientos mantenidos contra los griegos en una constante pugna, en donde las victorias y las derrotas se alternaron. A finales del siglo IV a. de C., durante el reinado de Darío III, el poderío griego, bajo el mando de Alejandro Magno, logró imponerse y conquistar para Grecia el Imperio Persa.

Economía y sociedad
urante los primeros siglos de su asentamiento en las tierras de la Meseta del Irán, los medos y los persas tuvieron como base económica la ganadería y la agricultura. Las pobres tierras montañosas de los Zagros ofrecieron ciertas posibilidades de pastoreo nómada y los valles permitieron una agricultura de regadío, en la que predominaron el trigo y los árboles frutales.
De la época de esplendor del Imperio Persa han llegado hasta nosotros restos de una red subterránea de canales dedicados al regadío (el transporte del agua bajo tierra impedía las pérdidas por evaporación). Ahora bien, a pesar de estos hallazgos no puede pensarse que la economía de un imperio formado en unas decenas de años tuviera como base lo producido por la tierra.
La base económica de las finanzas de los Aqueménidas (familia a la que pertenecía Ciro II el Grande) fue, sin duda, el sistema de impuestos que se exigieron a los pueblos dominados. Difícilmente hubieran podido los monarcas pagar a sus soldados, construir sus fastuosos palacios, organizar una red de carreteras y de postas o practicar sobornos diplomáticos, de no haber contado con esa fuente de ingresos. La importancia de los impuestos quedó bien reflejada en algunos de los aspectos de la política ejercida por Ciro II o por Darío I. Ciro el Grande se caracterizó por ser un conquistador magnánimo con sus súbditos; no destruía las ciudades conquistadas, mantenía a los gobernantes que se sometían e incluso concedía libertades largamente esperadas. Esa actitud permisiva y nada destructora era, desde luego, la más adecuada para obtener beneficios de las tierras recién sometidas. Ciro debió aprender pronto que de la destrucción nada se podía sacar.
Darío I, por su parte, puso en circulación una moneda, el dárico de oro, que difundió por todas las provincias y que, con un peso estable, servía, entre otras cosas, para fijar los impuestos. También en época de Darío I se aceptó que algunas satrapías pagaran sus tributos en especie; ese fue el caso de Egipto, que pagó con pescado. Es fácil suponer que, si se aceptó un alimento como forma de pago, es porque el Imperio lo necesitaba (parte de la paga de la soldadesca se hacía en especie). La construcción del palacio de Darío en Susa se hizo, en cierto modo, a partir de las aportaciones de los distintos pueblos sometidos, ya que los materiales de construcción e incluso algunos operarios procedían de muy distintas zonas del Imperio.
La propia construcción de una red de comunicaciones con un rápido servicio de mensajeros, debió tener entre sus finalidades la de facilitar no sólo información sobre las distintas satrapías, sino también el cobro de impuestos.
Cabe resaltar, por último, que la región de los persas estaba exenta de impuestos y que su única obligación era la de proporcionar soldados para las tropas del emperador. Esta actividad militar no debió permitir un potente desarrollo de la agricultura ni de la artesanía. Las necesidades de la capital del Imperio y las finanzas del mismo, estuvieron, pues, cubiertas fundamentalmente a partir de los impuestos.
Un relieve de Persépolis, donde se escenifica a dignatarios de diferentes pueblos conquistados portando ofrendas para Darío I
Un relieve de Persépolis, donde se escenifica a dignatarios de diferentes pueblos conquistados portando ofrendas para Darío I
Desde el punto de vista social, la estructura de la sociedad persa fue, como las de su época, piramidal. La diferencia frente a la estructura mesopotámica o egipcia radicó en el hecho de no contener, como clase privilegiada, una casta sacerdotal, ya que la religión de los persas carecía de sacerdotes y de templos. En el vértice estaba el rey, seguido de su familia; en una situación de dignidad inferior se encontraban los sátrapas y jefes militares; los señores locales y los funcionarios del Imperio descendían hasta niveles ínfimos, según su autoridad. En el ejército destacaron los llamados "Diez Mil Inmortales", que constituían la guardia personal del rey. La escala social más baja la constituían los siervos y los esclavos de guerra.
Por último, debe señalarse, que la dominación que los persas ejercieron sobre los distintos países conquistados no supuso, en éstos, cambios fundamentales ni en su economía ni en su estructura social, salvo que en la pirámide de poder era el rey persa, el "Rey de Reyes", quien dominaba.


Mentalidad y pensamiento
s muy probable que el carácter del pueblo medo-persa quedara configurado a partir del modo de vida de sus primeros tiempos. Según el historiador griego Herodoto, que vivió en los años centrales del siglo V a. de C. y que viajó por las tierras del Imperio Aqueménida, en la educación de los persas había tres cosas fundamentales: montar a caballo, manejar el arco y decir la verdad. Los dos primeros aspectos fueron una consecuencia de la vida nómada anterior al asentamiento y de la práctica del pastoreo; decir la verdad era una de las pocas normas que se desprendía de la religión de los persas. Hubo también entre este pueblo, acostumbrado a cambiar de residencia con frecuencia, cierto desapego por la posesión de la tierra en favor del gusto por los pequeños objetos de lujo fácilmente transportables.
Con estas características, no es de extrañar que el pueblo persa se lanzara a la conquista del mundo. Educados para el viaje y la lucha (montar a caballo y manejar el arco), dispuestos por tradición al nomadismo, las campañas guerreras de conquista no debieron parecerles distintas del largo camino recorrido por sus antepasados buscando pastos y nuevos lugares.
La religión de los medo-persas fue el Mazdeísmo. La doctrina de Mazda era enormemente sencilla y parecía pensada para adaptarse sin problemas a la mentalidad y modo de vida de un pueblo acostumbrado al nomadismo. Carente de culto, no precisó templos ni sacerdotes, razón por la cual, no precisó tampoco de centro religioso alguno desde el que ejercer su influencia.
La religión predicada por el profeta Zaratustra (o Zoroastro) se fundamentaba en una simple concepción dualista, según la cual, dos principios o poderes divinos dominan el mundo: Ahura-Mazda (Ormuz) que representa el Bien y la Luz, y Angra-Mainyu (Ahrimán) que representa el Mal y la Oscuridad. Mazda fue quien reveló a Zaratustra los principios o enseñanzas que se contienen en el Avesta. Este libro sagrado, de gran extensión, fue quemado por Alejandro Magno y reescrito después según la tradición oral. Según el Avesta los dos principios están en lucha y sólo cuando el Bien triunfe, será posible un universo nuevo con la llegada del Salvador.
Mazda y Ahrimán son también la Verdad y la Mentira, por ello los hombres, que deben ayudar al espíritu del Bien para que éste triunfe sobre el Mal, deben decir siempre la verdad.
La concepción dualista era fácilmente asequible y los fieles no tenían dificultad en encontrar en casi todo lo que les rodeaba, a Mazda o a Ahrimán. Así, la enfermedad, el dolor y la muerte eran obra del espíritu del Mal, mientras que la salud y la vida dependían de la Luz. El mazdeísmo tenía una esperanza de salvación, ya que aquéllos que habían ayudado al Bien alcanzarían, tras la muerte y el triunfo de Mazda, "el mejor de los mundos"; los mentirosos e injustos irían a "la morada del dolor" y aquéllos cuyas acciones buenas y malas estuvieran equilibradas, acabarían en una especie de purgatorio perpetuo llamado Hamestakán.
Considerada la muerte como algo impuro y fruto del espíritu del Mal, los muertos no podían ser enterrados, para no contaminar la tierra; por ello eran expuestos sobre piedras, llamadas "torres del silencio", para que los buitres los devoraran. Este tipo de culto a los muertos, carente de construcciones funerarias, parece que fue también el más idóneo para las tribus nómadas de los medo-persas. Es evidente que no hubiera tenido sentido que gentes que cambiaban de lugar de residencia con frecuencia, dedicaran su tiempo a construir tumbas que, quizá, no volverían a ver jamás.
La presencia del espíritu del Bien quedó reducida entre los mazdeístas a la costumbre de mantener permanentemente encendida una llama que representaba la Luz y la Verdad de "el que todo lo sabe", esto es a Mazda.
La religión mazdeísta fue, sin duda, una de las creaciones culturales más personales e innovadoras de los persas.

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