sábado, 18 de abril de 2015

cultura educativa



historia y arte :
Las civilizaciones fluviales
e todas las civilizaciones fluviales, Egipto es la más conocida y, sin duda, la más famosa. Su historia se desarrolló a lo largo de al menos 3.000 años y se caracterizó por ser enormemente fiel a su propia tradición y por la grandiosidad de sus obras arquitectónicas.
Se constituyó en un gran imperio desde el año 3.100 a. de C., en que el faraón Menes unificó el territorio de los dos grandes reinos del Bajo y Alto Egipto, estableciendo la capital en Tinis y fundando la dinastía de los faraones (hasta treinta dinastías), pasando por el periodo de decadencia que comenzó con la desaparición del rey Ramsés III en el 1.166 a. de C., hasta que finalmente fue conquistado por el rey de Macedonia, Alejandro Magno, en el año 332 a. de C., un genial estratega y político que consiguió el mayor imperio de la antigüedad.
Egipto fue un gran imperio en el que gobernaron hasta treinta dinastías
Egipto fue un gran imperio en el que gobernaron hasta treinta dinastías
Egipto entró en la Historia a finales del cuarto milenio a. de C. (de esa época datan las primeras muestras de escritura). De los periodos Paleolítico y Neolítico se conocen pocos datos, salvo que a mediados del quinto milenio a. de C. la fase neolítica estaba asentada y que la influencia del Oriente Próximo fue muy grande.
Cronología a. de C. (aproximada)
Dinastías
Periodos
Centros de poder
Dinastías de más esplendor
2920-2649
2649-2150
I a VIII
Periodo Tinita
Imperio Antiguo
Tinis
Menfis
I (2920-2770)
IV, V y VI
Época Clásica
2134-2040
IX, X, XI
Primer Periodo Intermedio
  
2040-1640
XI, XII, XIII, XIV
Imperio Medio
Tebas
XI y XII
(2040-1780)
1640-1550
XIV, XV, XVI, XVII
Segundo Periodo Intermedio
  
1550-1070
XVIII, XIX, XX
Imperio Nuevo
Tebas
XVIII, XIX, XX
Segundo imperio Tebano
1070-712
XXI a XXV
Tercer Periodo Intermedio
  
712-332
XXV a XXX
Imperio Tardío
Capitales del Delta
Tebas, Alejandría
525-Dominación persa
332-Alejandro Magno
Desde el punto de vista étnico, los antiguos habitantes de Egipto eran una mezcla de la raza mediterránea con elementos de raza negra procedentes del sur.
En cuanto a la formación de la civilización egipcia, poco se sabe, pues apareció muy rápidamente y sus principales fundamentos ya estaban definidos a finales del cuarto milenio a. de C.
Desde el punto de vista geográfico puede decirse que Egipto es el Nilo y, si a lo largo de su historia y su cultura hubo en el país ciertas diferencias entre dos zonas, ésas coinciden también con las dos zonas en las que el Nilo resulta distinto. Existió así un Bajo Egipto (al norte) que coincidió con la zona ocupada por el delta y un Alto Egipto (al sur) que se extendía a lo largo del río, hasta la segunda catarata.
Ambos países tuvieron sus propios símbolos: el papiro (que crece en el delta) y la corona roja (de forma más o menos cilíndrica) para el Bajo Egipto, cuya divinidad tutelar fue la cobra y la flor del loto. La corona blanca (de forma más o menos cónica) para el Alto Egipto, bajo la protección de la diosa simbolizada por el buitre hembra.
La historia del país del Nilo comenzó con la unificación de ambas zonas bajo un único poder simbolizado en la doble corona (roja y blanca) con la que se tocaron los faraones.

Economía y sociedad
a base económica del Egipto antiguo fue la agricultura. Las regulares crecidas del Nilo hacían de las riberas unos auténticos vergeles con un alto nivel de productividad. A diferencia de las irregulares y violentas crecidas del Éufrates, capaces de arrasar tierras de cultivo y ciudades, el Nilo aumentaba cada año su caudal en las mismas fechas y de forma progresiva.
Las aguas cubrían las tierras de cultivo desde julio a septiembre en su curso medio, y de agosto a octubre en el curso bajo. En ese tiempo, justo después de la siega, el río depositaba suavemente sus aportes aluviales escasos en arena y sal, que actuaban como un extraordinario abono.
Relieve de la tumba de Nefer Sakkara donde se escenifican una serie de labores agrícolas, con aperos muy rudimentarios
Relieve de la tumba de Nefer Sakkara donde se escenifican una serie de labores agrícolas, con aperos muy rudimentarios
Cuando las aguas se retiraban, la tierra, humedecida y fertilizada, quedaba dispuesta para la siembra. A medida que la población fue en aumento se comenzaron a poner en práctica sistemas de canalización que aumentaron las superficies de cultivo y permitían el riego entre crecida y crecida.
Estas circunstancias hicieron de Egipto un país limitado a una estrecha franja a ambos lados del Nilo, pero muy rico desde el punto de vista agrícola. Los principales cultivos eran el trigo, para la obtención de harina; la cebada, de la que se obtenía, además de alimento, una bebida parecida a la cerveza, y el lino, para la obtención de fibra textil (en Egipto no se usaron las fibras animales). Otros cultivos fueron la vid, los higos, las palmeras datileras, el olivo y algunas legumbres como la lenteja.
En cuanto a la ganadería, destacaron pocas especies, debido a que un país desértico no es apropiado para el ganado. Fueron importantes algunos bovinos, que se empleaban en el transporte y para la producción de carne y leche. Destacaron también algunas aves, como los patos, gracias a que el Nilo era un ambiente natural propicio para ellos.
En esta pintura de la tumba de Senutem, pueden apreciarse algunos detalles de la vida agrícola de Egipto, como el tipo de apero utilizado en la labranza, o la especie animal
En esta pintura de la tumba de Senutem, pueden apreciarse algunos detalles de la vida agrícola de Egipto, como el tipo de apero utilizado en la labranza, o la especie animal
Las tareas del campo permitieron a los egipcios disponer de bastante tiempo libre que, en general, se dedicaba a la artesanía. Esta difusión de las tareas artesanales venía obligada por la propia fórmula de asentamiento. Egipto no fue un país de grandes ciudades, sino más bien una interminable aldea situada a lo largo de las orillas del Nilo, por lo que los mercados, propios de las urbes, apenas existieron; esto obligó a los campesinos a adoptar un sistema de relativa autarquía (autoabastecimiento) que se puso de manifiesto en la difusión del artesanado.
Por todo ello y por el hecho de que todo lo que había en Egipto, incluida la tierra, era propiedad del faraón, cabría decir que la economía del país fue simple y giró siempre en torno al poder político y religioso, acomodándose a la estructura piramidal de la sociedad egipcia. El vértice de esa pirámide estaba ocupado por la figura del faraón, auténtico dios viviente, soberano y dueño de todo. Era legislador y juez supremo, jefe de los ejércitos y, como divinidad, máximo sacerdote.
Por debajo del faraón estaba el alto funcionariado y el alto clero, formando una auténtica aristocracia del poder; entre los altos funcionarios destacaron el visir o primer ministro (a veces había uno para el norte y otro para el sur) y los gobernadores de las distintas provincias (nomos); el alto clero tuvo un peso político variable, pero, en ocasiones, su poder llegó a inquietar a los faraones. En una posición menos privilegiada estuvieron los grandes terratenientes, una especie de nobleza a la que el faraón había concedido tierras. Una escala similar era la ocupada por los escribas, que se encargaban de la administración de los bienes del faraón o de los templos.
Por debajo estaba la gran masa de pequeños propietarios, artesanos y hombres libres que vivían de un sueldo y por último, los esclavos. En lo que se refiere al artesanado, debe señalarse que su condición dependía de su clientela, no era lo mismo ser un simple carpintero que el carpintero del faraón.
A partir de la dinastía XVIII (hacia 1550 a. de C.) adquirió importancia la casta militar y la categoría de un alto jefe del ejército fue muy considerable, pudiéndose equiparar, en ocasiones, al alto funcionariado. Este ascenso de la clase militar se produjo coincidiendo con una época en la que Egipto estuvo bajo el peligro de invasiones exteriores.

Mentalidad y pensamiento
a regularidad con que, anualmente, el Nilo le daba la vida a Egipto con sus crecidas, parece que conformó el carácter y el modo de pensar de las gentes de este país. Los egipcios fueron poco dados a introducir cambios en sus formas de vida, en su religión o en sus manifestaciones artísticas. Parece como si al comienzo de la época histórica hubiesen descubierto unas fórmulas de existencia y de comportamiento que, dándoles buenos resultados inicialmente, ya no quisieron cambiar.
Si algo se respetó en el antiguo Egipto, casi tanto como al faraón, fue la tradición; si algo había funcionado una vez, funcionaría ya siempre, como siempre el Nilo había de repetir su fórmula de crecida vivificadora año tras año. En realidad, todo en Egipto parecía tener una coherencia interna que hacía del sistema un conjunto sin fisuras y garantizador de un orden casi natural. El faraón era un dios, por lo tanto, todo le pertenecía y todo se debía a él. El Nilo también era considerado una divinidad.
El bienestar dependía, pues, de estos dioses y justo era pagar por ello; así, los impuestos que se le debían entregar al faraón o a los santuarios eran el pago justo de una riqueza que, año tras año, los dioses enviaban (las crecidas del río). La construcción de templos o pirámides exigió otro tipo de entrega, la de la mano de obra, pero los dioses (los faraones) eran justos y sólo la demandaban cuando el río estaba fertilizando las tierras y las tareas agrícolas no eran posibles.
Había, por otro lado, que procurarle al dios-faraón una buena morada para su posterior renacimiento; no hacerlo sería como buscar el enojo del dios o su posterior venganza (tal como le sucedía a Set en el mito de Osiris). La vida así no resultaba demasiado difícil, las cosechas eran buenas y el faraón se encargaba de promover las obras de canalización y regadío; no había hambre, una simple falda de lino era suficiente para estar vestido y las casas de adobe eran frescas en los calurosos veranos. El dios-río y el dios-faraón mantenían las cosas en su orden, no era preciso buscar soluciones nuevas y casi nunca se buscaron.
Eso explica que, en tres mil años de historia, tan sólo hubiera un intento de reforma religiosa (la de Amenofis IV) y además sin éxito, que no se produjeran apenas guerras internas y que las únicas revueltas sociales se dieran cuando el equilibrio social establecido estuvo a punto de romperse.
Para el habitante del fértil valle, ser egipcio era un orgullo, según se desprende del texto histórico-literario de la Historia de Sinuhé. Ese orgullo significaba una aceptación del estado de las cosas y, al tiempo, la existencia de una conciencia de colectividad que fue la que permitió la sorprendente unidad política y religiosa que se dio en el Egipto antiguo.
En toda esa aceptación de una existencia sin cambios, la religión jugó un papel importantísimo.
Los egipcios fueron politeístas, aunque el conjunto de sus dioses estuvo presidido, desde época muy temprana, por Ra, el dios solar. Cada localidad tenía su propia divinidad; con una categoría superior estaban los dioses de cada nomo que, probablemente, procedían de las antiguas tribus anteriores a la unificación. Los dioses de los nomos solían estar representados por animales o plantas.
A comienzos de la época histórica aparecieron los dioses cósmicos o creadores del universo. La primera cosmología teológica estuvo compuesta por nueve dioses, siendo Atûm-Ra, dios originario, y Osiris el más importante después de Atûm-Ra. Desde esta época, al dios principal se le añadía el nombre de Ra, con lo que quedaba asimilado al dios solar.
Genealogía de Osiris, en base a la cosmología teológica de Heliópolis (también conocidada como Gran Eneada)
Genealogía de Osiris, en base a la cosmología teológica de Heliópolis (también conocidada como Gran Eneada)
El sistema teológico sufrió variaciones, pero éstas no supusieron la eliminación de los dioses anteriores. Así, cuando en Menfis se creó un nuevo sistema teológico a partir del dios Path, lo que se hizo fue considerar a éste como el corazón y la lengua de Atûm-Ra. De esa forma, todo lo que Atûm-Ra manifestaba lo hacía después de haberlo reflexionado Path y a través de la lengua del propio Path, pero sin haber hecho desaparecer a Atûm-Ra, que en buena lógica era ya un dios innecesario. Esta contradicción y otras semejantes las aceptaban los egipcios en ese afán de mantener viva su más profunda tradición.

Mentalidad y pensamiento (continuación)
n Egipto, las cosmologías teológicas no impedían que, cuando un faraón establecía una nueva capital (esto sucedía con frecuencia), se nombrase una nueva divinidad a la que habitualmente se le añadía el nombre de Ra, con lo que parecía que no se producía ruptura alguna.
Una de las creencias fundamentales de los egipcios fue la de una vida de ultratumba. Se trataba de una forma de vida tras la muerte, profundamente compleja en lo que se refiere a su consecución y muy simple en su concepción. Creían que esa vida era semejante a la terrenal, pero alcanzarla suponía un complejo proceso en el que intervenían varias formas "espirituales" difíciles de definir y con cualidades muy peculiares. Las dos formas o principios más importantes eran el Ba y el Ka. El Ba abandonaba el cuerpo tras la muerte, estaba representado por un pájaro y regresaba al cuerpo por las noches.
El Ka eran el conjunto de cualidades o el carácter del individuo muerto; en cierto sentido, el Ka era la parte responsable de la inmortalidad y su morada, tras la muerte, era la tumba. En toda esta concepción resultaba fundamental que el cuerpo del fallecido permaneciera en buen estado para poder seguir vinculándose al Ba y al Ka. La gran dificultad que supuso la conservación de los cuerpos (cuya técnica tardó en desarrollarse) hizo que la representación del muerto en piedra o pintura fuese suficiente como sustituto del propio cuerpo.
Los egipcios no se plantearon el cuándo de esa nueva vida, sino únicamente el cómo se conseguía.
Una serie de textos recogidos en el "Libro de los muertos" se encargaba de dar consejos e instrucciones para después de la muerte y para afrontar dignamente el juicio de Osiris. Estos textos, con frecuencia, se incluían en las tumbas e incluso las hojas de papiro que los contenían se colocaban entre las vendas de las momias, para que el fallecido siempre tuviera a mano su sabiduría.
La idea de una vida de ultratumba fue determinante para muchos aspectos de la vida en el Egipto antiguo. En primer lugar, el convencimiento de que había otra vida debió ser un aliciente más para disfrutar felizmente de la existencia terrenal y para tener una mayor confianza en los dioses, que se traducía en un profundo respeto por los actos religiosos y por las obligaciones para con los templos. En segundo lugar, hizo que los egipcios se preocuparan por sus tumbas y, sobre todo, por las de los faraones.
Es evidente que la inmensa mayoría de la población no podía disponer de las fastuosas tumbas faraónicas, pero estaba también claro que había que asegurarle al dios-faraón, personificación de Osiris, una tumba digna que le asegurara el renacer del dios. En este sentido, debe considerarse que para los egipcios la muerte del faraón era como entrar en un caos, que sólo se restauraba tras su adecuado entierro y el nombramiento del nuevo faraón.
Con el tiempo se difundió la creencia de que todo hombre se transformaba en Osiris al morir, con lo que su proceso de alcanzar la vida de ultratumba se simplificaba. Para las clases menos pudientes había, no obstante, tipos de embalsamiento más sencillos y entre el pueblo llano la práctica más común fue la desecación del cadáver, enterrándolo durante cierto tiempo entre las calientes arenas del desierto.

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