sábado, 18 de abril de 2015

cultura educativa



historia y arte :
Las civilizaciones fluviales
Mentalidad y pensamiento
as constantes interferencias de los distintos pueblos mesopotámicos a lo largo de su historia, dificultan la tarea de perfilar los diferentes modos de entender la existencia de cada uno de ellos. No obstante, parece claro que los sumerios y los acadios fueron pueblos pacíficos dedicados a las tareas del campo, a la artesanía y al comercio.
Por el contrario, los asirios fueron eminentemente guerreros. Esa diferencia es lo que explica que sólo los asirios fueran capaces de crear un gran imperio que se extendió desde Anatolia y Egipto, hasta el golfo Pérsico.
De todos modos, fueron cada una de las ciudades las que configuraron una auténtica mentalidad colectiva en sus habitantes. Si las luchas por el poder se gestaron en el seno de las ciudades, o si éstas mantuvieron cierta autonomía, aun en las épocas en las que el poder político estuvo unificado, fue porque, desde los primeros tiempos de los sumerios, cada ciudad había sido capaz de crear un auténtico espíritu colectivo de unidad y de rivalidad con respecto a las otras urbes.
Las primeras aglomeraciones urbanas estaban concebidas como ciudad-templo. Cada ciudad estaba bajo la protección de un dios propio. La casta sacerdotal tenía un enorme poder. El En era el jefe político, pero también el representante de la divinidad; vivía en el templo y, en ciertas ceremonias actuaba asumiendo el papel del dios.
La construcción más importante de la ciudad era el templo, centro económico de la vida urbana. Una gran parte de la producción agrícola iba a parar a sus graneros, administrados por los sacerdotes y escribas, en concepto de tributo a la divinidad protectora. Cuando las cosechas eran malas, el grano salía del templo para alimentar a la población, que se sentía así asistida por el dios.
El hecho de que cada ciudad tuviera su propio dios, acentuaba la rivalidad entre las mismas y la hegemonía que una comunidad urbana podía llegar a desarrollar sobre sus vecinos, era símbolo del poder del dios y muestra del favor que éste concedía a sus fieles.
La profunda religiosidad de estos pueblos fue un motivo constante que afianzaba el sentimiento colectivo de pertenecer a una ciudad. Así, en los tiempos de los sumerios y los acadios, ciudades como Kish, Uruk, Ur, Lagash, Larsa, Nippur o Umma lucharon por conseguir el predominio entre ellas.
Incluso cuando Sargón I logró una cierta unificación (hacia el 2350 a. de C.) las ciudades sumerias mantuvieron cierta autonomía, a pesar de que Sargón y sus descendientes se nombraron reyes de las cuatro partes del mundo: Sumer, Elam, Martu y Subartu (zona norte).
Aunque para entonces, el poder de los templos y los sacerdotes había decaído, Sargón se hizo tratar como un dios al que había que rendir culto. Esa consideración de divinidad viviente tenía como misión afianzar su poder entre unos pueblos profundamente condicionados por la idea religiosa.

Mentalidad y pensamiento (continuación)
a consideración divina de los reyes se mantuvo hasta que, hacia el 1700, Hammurabi funda en torno a Babilonia su imperio. Este nuevo monarca no fue ajeno, no obstante, a la importancia de la religión con respecto al poder.
Así, el Imperio babilónico supuso la llegada de un nuevo dios, Marduk, que, aunque aparecía como protector de Babilonia no estuvo desvinculado de las divinidades anteriores. Incluso la llegada de los asirios, que supuso la destrucción de numerosas ciudades, pretendió, sin embargo, introducir sus propios dioses en la complicada genealogía divina que, para entonces, era el panteón mesopotámico.
Independientemente de que cada ciudad estuviese bajo la protección de un dios, el sistema religioso mesopotámico fue complejo por su gran cantidad de divinidades. En tablillas encontradas en la ciudad de Uruk se señalan 600 dioses celestes y 600 terrestres, pero la lista alcanza más de 2 500 divinidades.
Las prácticas religiosas consistían, fundamentalmente, en cumplir los ritos y las obligaciones que los fieles tenían ante las diferentes deidades.
La religión mesopotámica no parece que tuviera una idea de salvación claramente definida y, en cuanto a la creación del hombre, ésta se explicaba como necesaria para servir a los dioses, que estaban concebidos antropomórficamente. Éstos estaban emparentados entre sí en una compleja mitología que se ampliaba con la llegada de cada nuevo dios. Había dioses para todo, pero destacaban aquellos que representaban la existencia de genios bienhechores y de demonios causantes de males.
En la época sumero-acadia destacaron los siguientes dioses: Ninguirsu (señor de Lagash), Ninurta (dios de la naturaleza), Gula (esposa de Ninurta y diosa de la salud), Nergal (dios del país sin retorno, infierno donde moran los muertos y centro de la fecundidad), Ishtar (esposa de Anú, uno de los primeros dioses sumerios) y el héroe Gilgamesh (semi-dios caballeresco y aventurero de origen acadio).
En época de la primera dominación babilónica se impuso el dios Marduk y la llegada de los asirios trajo consigo al dios Assur, rey de todos los dioses y a Nabuî, que actuaba como escriba de los dioses, escribiendo en el cielo con los astros, por lo que fue considerado el dios de los astrólogos. Entre los dioses-astros hay que citar a Sin, la luna; Shamash, el sol e Ishtar, el planeta Venus, ya mencionado.
El desarrollo de la astrología, que debió tener su origen en la necesidad de elaborar un calendario, tuvo una gran incidencia en el mundo religioso. A cada dios le correspondía, además de un número, un animal y un astro; así y por extensión, a cada hombre le correspondía también una estrella y su destino, por lo tanto, estaba unido al del astro.
Estas prácticas astrológicas llevaron a los mesopotámicos a la configuración de las constelaciones celestes, gran parte de las cuales han llegado hasta nosotros.

Ciencia y técnica
a principal aportación cultural del mundo mesopotámico fue la escritura. La aparición de la misma se produjo en el ámbito de los sumerios y los documentos (tablillas de arcilla) más antiguos datan de finales del cuarto milenio a. de C. La primera forma de escritura utilizada fue la denominada pictográfica. Se trataba de una forma simple de comunicación que consistía en utilizar pequeños dibujos con símbolos indicadores de cantidades o de circunstancias fácilmente transmisibles.
El trabajo de escritura se realizaba sobre pequeñas superficies de arcilla alisada, sobre las que se "imprimían" con diferentes formas geométricas a modo de troqueles, o con punzones, los signos o dibujos. Esa fórmula de trabajo se mantuvo, aunque el tipo de escritura evolucionó con cierta rapidez hacia formas en las que, a cada palabra le correspondía un signo. De ese modo se ampliaba la capacidad de transmitir contenidos, pero hacía que la escritura fuese demasiado compleja, al tener que utilizar una gran cantidad de signos. Esa dificultad pronto transformó esta escritura ideográfica (idea=dibujo) en una escritura fonética en la que los sonidos silábicos, inicialmente se identificaban con un signo o carácter.
Este tipo fue el que adoptaron los acadios y, a partir de él, desarrollaron en su lengua la llamada escritura cuneiforme, denominada así por estar realizada con unos punzones que dejaban sobre la arcilla unas formas de cuña que, según su posición, cantidad y combinación, indicaban unos sonidos u otros.
El desarrollo de la escritura parece que estuvo unido a la necesidad de organizar la economía de los templos y al proceso de burocratización del poder real, que administraba toda la vida de las ciudades estado, desde los palacios. En cualquier caso, es evidente que la complejidad de las relaciones en las aglomeraciones urbanas en las que habitaban miles de individuos, debió hacer de la escritura un instrumento idóneo para fijar contratos, realizar transacciones comerciales, demostrar propiedades o administrar justicia.
Las condiciones geográficas de la agricultura forzaron a que sumerios y acadios desarrollaran dos ciencias: la astronomía y las matemáticas. Los conocimientos de astronomía permitieron la realización de calendarios, cada vez más precisos, que aseguraran un buen desarrollo de la agricultura, al conocer con exactitud las épocas más idóneas para las distintas tareas agrícolas (siembra, recolección, preparación de la tierra) y al poder determinar con cierta precisión las crecidas anuales del Éufrates y el Tigris. Esas mismas crecidas y la necesidad de preparar unos sistemas de contención y de canalización de aguas, desarrollaron las matemáticas. Había, también, necesidad de calcular las distintas extensiones de los terrenos para poder evaluar así los precios de los arrendamientos o las ventas de fincas.
Del mismo modo, las matemáticas eran imprescindibles como instrumento de la astronomía, que por otro lado estaba notablemente potenciada por las ideas religiosas. Entre las aportaciones matemáticas más importantes está el sistema decimal, incluido el cero, para la contabilidad y el sexagesimal como derivado del calendario (12 meses, 24 horas, 60 minutos, 360 o de círculo, etc).
La agricultura supuso el desarrollo de una serie de herramientas, entre las que destaca el arado, que pronto fue arrastrado por animales de tiro.
El origen exacto de la rueda es desconocido, pero los sumerios la utilizaron y debió ser de gran ayuda para las caravanas comerciales, tan importantes en la vida económica mesopotámica. Quizás antes que la rueda se utilizó el torno de alfarero, que permitió un notable desarrollo de esta artesanía, con vistas al comercio. Una aplicación similar fueron los molinos, utilizados no sólo para los cereales, sino también para la obtención del aceite, otro de los productos que fue objeto de un importante comercio.
La abundancia de ganadería lanar supuso, tanto para el autoconsumo, como para el intercambio, una fuerte industria textil en la que se empleó, con frecuencia, mano de obra esclava.

Las concepciones artísticas
l arte mesopotámico evolucionó poco a poco a lo largo de sus tres mil años de historia. Los sumerios plantearon una serie de modelos arquitectónicos y estéticos que perduraron durante siglos. Hasta la llegada de los asirios no se produjo un cambio importante en las concepciones estéticas y en la finalidad del arte.
Sumerios, acadios y babilonios consideraron el arte, fundamentalmente, al servicio de lo religioso; por esa razón, sus principales construcciones fueron templos y la escultura se ocupó de representar a reyes y príncipes en actitudes de sumisión frente a los dioses. Los asirios, por el contrario, caracterizados por ser un pueblo guerrero y conquistador, dedicaron sus esfuerzos artísticos a otros fines. También construyeron templos, pero hicieron sus palacios mucho más grandiosos y, sobre todo, más lujosos.
No obstante, es en las artes figurativas, sobre todo en el relieve, donde la plástica asiria muestra las mayores diferencias con las épocas anteriores, al asumir una función de propaganda política. Los reyes asirios se hicieron representar como grandes triunfadores, como valerosos héroes o como magníficos dominadores, destacando por su naturalismo realista especialmente en las escenas de cacería.
La arquitectura
El arte de construir de los mesopotámicos supuso, por los condicionantes del medio físico, el descubrimiento del arco y la bóveda. Careciendo de piedra y madera, los constructores del país tuvieron que recurrir al único material de construcción que tenían en abundancia, esto es, el barro. De ese modo, surgió una arquitectura fundamentada en el ladrillo. Este material se utilizó en crudo (adobe) para los edificios menos importantes como las viviendas y cocido para las construcciones más destacadas, como los templos o los palacios, que para aislarlos de la humedad se construían sobre terrazas y en ocasiones quedaban superpuestos escalonándose.
Los mesopotámicos emplearon barro, desde época muy temprana, para construir diques y canales que permitieran una agricultura de regadío. El ladrillo exige muy poca tecnología para su fabricación y el proceso de cocido es sencillo. Su único inconveniente es que no permite realizar estructuras adinteladas. Por ello, los constructores mesopotámicos hubieron de imaginar una disposición de sus ladrillos que les permitiera realizar puertas o cubrir espacios. De ese modo surgieron el arco y la bóveda, con lo que se dio un gran paso en el arte de construir.
El uso, casi exclusivo, del ladrillo como material de construcción ha hecho que, con el paso del tiempo, muchas de las obras mesopotámicas hayan quedado transformadas en montones informes de barro.
Además del uso del ladrillo y del descubrimiento del arco, la arquitectura mesopotámica se caracteriza por su monumentalidad, por cierta tendencia hacia lo macizo (los muros de las construcciones eran muy gruesos) y por la ausencia de columnas.
Relieve en barro vidriado, de la puerta de Isthar de Babilonia Museo del Louvre - París
Relieve en barro vidriado, de la puerta de Isthar de Babilonia Museo del Louvre - París
En cuanto a la decoración, parece que, con frecuencia, los muros se pintaban de vivos colores que no han perdurado; en algunas ocasiones se utilizaron como elemento decorativo frisos de relieves pero la fórmula más generalizada fue el uso de bandas de pilares adosados que generaban un juego de claro-oscuro capaz de romper la monotonía de los enormes paramentos. A partir del segundo milenio, aparecen relieves en los ladrillos utilizados para los muros y en la época asiria esta técnica decorativa se enriquece al introducir la técnica del vidriado en ladrillos con relieves de vivos colores.

Los templos
n las ciudades donde el gobierno estaba bajo el control de los sacerdotes, los templos alcanzaron unas proporciones sin precedentes. Como centros administrativos que eran, reunían en su interior muy variadas dependencias (graneros, salas de escribas, archivos, etc) haciendo de ellos verdaderas pequeñas ciudades. No obstante, el elemento más característico fue el zigurat, torre escalonada con terrazas a las que se accedía por escaleras o rampas y que estaba coronado por la morada del dios.
Desde mediados del tercer milenio, los templos comienzan a dejar de ser el centro económico de las ciudades. Esa desaparición de la estructura teocrática de origen sumerio hizo que los templos, al tener menos necesidad de dependencias dedicadas a la administración, evolucionaran hacia una monumentalidad que se centró en los zigurats. Surgen así las grandiosas torres de Ur, Nippur, Eridu, Uruk y Babilonia (ya en el segundo milenio). Se tiene noticia de hasta 35 zigurats, pero el paso del tiempo no ha permitido que lleguen hasta nosotros más que ruinas de esas montañas de ladrillo. En algunos casos, como en el de Babilonia (la torre de Babel), ha sido el propio río Éufrates quien se ha encargado de destruir estas imponentes obras.
Zigurat de la ciudad-estado de Ur, desde donde se observaban los astros y se realizaban actividades culturales
Zigurat de la ciudad-estado de Ur, desde donde se observaban los astros y se realizaban actividades culturales
Los zigurats comenzaron siendo de planta rectangular y a los distintos pisos se accedía mediante escaleras; este tipo fue muy frecuente en el sur de Mesopotamia. En la zona norte, el modelo adoptado fue de planta cuadrada y con accesos en rampa. El de Babilonia (de época más tardía) reunía estos dos tipos, ya que siendo de planta cuadrada utilizaba escaleras para acceder a los primeros pisos y rampas para los últimos.
Los Palacios
De estas construcciones se conservan restos muy antiguos (Mesilim, Kish y Eridu), pero los que alcanzan cierto esplendor datan de la primera mitad del segundo milenio. De esa época es el Palacio de Mari, que fue, con sus 260 dependencias una auténtica ciudad dentro de la ciudad. A él se accedía por una única puerta y su estructura, generada en torno a un patio central se extendía horizontalmente, como era habitual en las construcciones palaciegas.
Los mejores palacios son de época asiria, destacando el de Assurbanipal en Nínive y el de Sargón en Jorsabad. La grandiosidad de estas construcciones parecía tener la misión de deslumbrar al visitante y de poner de manifiesto el poder del soberano que habitaba aquella morada.
El mundo mesopotámico carece de monumentos de carácter funerario. Condicionados por una religión sin idea de salvación, ni de vida ultraterrena, la idea de la muerte resultaba terrorífica y con frecuencia las peticiones que los reyes hacían a sus dioses iban acompañadas de la rogativa de que se les concediera una larga vida. Los únicos enterramientos que destacan son los de las grandes necrópolis de Kish y de Ur, por contener tumbas reales con ricos tesoros funerarios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario