viernes, 8 de abril de 2016

Instrumentos musicales


Instrumentos de cuerda frotada

El arpeggione es un instrumento musical derivado de la viola da gamba, hermano del violoncello (por la forma) y de la guitarra (por sus seis cuerdas), inventado en 1823 por un luthier vienés, Johann Georg Staufer.
La única obra importante para este instrumento de efímera existencia es la Sonata para arpeggione y piano D. 821 de Schubert, que probablemente fue encargada por el propio Staufer.

Corría el año 1823 cuando el luthier vienés Johann Georg Stauffer diseñó y construyó el primer arpeggione. A la derecha tenéis una foto de uno de ellos, que reside actualmente en el Metropolitan Museum de Nueva York.
Era el arpeggione un instrumento de cuerda frotada, de 6 cuerdas, organizado y afinado como una guitarra, pero con estructura similar a la del violonchelo, es decir, un instrumento muy emparentado con la viola da gamba, que ya estaba en desuso en la época, instrumento que tiene también seis cuerdas, aunque la forma en sí del arpeggione se parece más a la de los laúdes medievales… Su inventor lo llamó “arpeggione” porque se supone que estaba especialmente dotado para producir arpegios, debido a su guitarrística afinación.
El caso es que el instrumento gozó de un cierto favor del público vienés… durante seis u ocho años, quizá diez, pasados los cuales pasó a ser un instrumento olvidado, una curiosidad más en la larga lista de olvidados instrumentos musicales que una vez fueron y luego… no fueron. Pero durante esos años, y tras las oportunas presentaciones de las posibilidades del nuevo instrumento, algún compositor se lanzó a componer obras para este él, entre ellos nuestro Franz Peter Schubert, que ya era por entonces un compositor de cierta fama, aunque tampoco es que tuviera ni la milésima parte de la fama que tiene ahora. Hay quien dice que fue el propio inventor, Johann Georg Stauffer, quien encargó la obra para promocionar su criatura, y hay quien piensa que en realidad quien la encargó fue Vincenz Schuster, un amigo del propio Schubert y virtuoso del arpeggione,[2] para su lucimiento personal.
El caso es que Schubert compuso (y se supone que cobró de algún modo) la obra en 1824, quizá se ejecutaría alguna que otra vez entre amigos o en representaciones privadas… y nunca se publicó en vida del compositor. Cuando esta sonata por fin vio la luz, en 1871 (nada menos que 43 años tras la muerte de Schubert), el arpeggione no sólo había perdido todo favor por parte del público, sino que había caído completamente en el olvido… donde sigue. De hecho deben quedar, en no se sabe qué estado, uno o dos arpeggiones olvidados en algún museo de los horrores musicales, que quizá se salvaron de la quema porque eran bastante decorativos, supongo, así que ahora nadie sabe cómo sonaba esta obra ejecutada con el instrumento para el que fue concebido.
Quizá os extrañe que, apenas inventado un nuevo instrumento, o quizás “descubierto” un instrumento usado en otras tierras u otras ocasiones, compositores de cierto renombre se apresuraran a componer obras para él… pero esto ha sido muy habitual en la historia de la música, bien porque el compositor viera las posibilidades que aportaba el nuevo instrumento, bien porque el luthier, o algún virtuoso del instrumento, las encargase para promocionarlo. Muchos de estos instrumentos cayeron en el olvido más pronto que tarde, pero otros permanecieron para siempre en las plantillas orquestales. Un ejemplo de estos últimos son tres de los instrumentos de percusión más utilizados en la actualidad: el bombo, los platillos y el triángulo. Originarios de Turquía, donde eran utilizados por las bandas militares turcas, fueron utilizados por primera vez en una importante obra musical occidental nada menos que por el mismísimo Beethoven, y nada menos que en el mismísimo Himno a la Alegría de su Novena Sinfonía. Y desde entonces no faltan en las plantillas de las orquestas y son utilizadísimos, solamente por debajo de los timbales. Evidentemente éste no fue el caso del arpeggione, aunque un coloso como Schubert le dedicara una sonata… aunque ciertamente sólo ahora le consideremos un coloso, porque lo que fue durante su vida…
Franz Schubert, por Wilhelm August Rieder
Franz Peter Schubert nació y vivió casi toda su corta vida en Viena, la capital del Imperio Austro-Húngaro y también la capital musical de la época. Nació en 1797, y falleció en 1828, con tan sólo 31 años de edad. En su juventud estudió con Antonio Salieri,[3] quien, impresionado por el talento del joven Franz, llegó a darle clases privadas para mejorar su técnica. Admirador compulsivo del ciclón compositivo de la época, Ludwig van Beethoven, bebió el joven Franz de sus ideas y, como quien no quiere la cosa, se convirtió en el introductor del Romanticismo musical.  Se considera a Beethoven como el primer romántico, como el creador del movimiento en música, pero sin Schubert el romanticismo musical habría sido, con toda seguridad, muy distinto… o inexistente.
Su obra tiene una belleza e inspiración increíbles, máxime teniendo en cuenta que nunca consiguió estrenar, ni siquiera publicar, ninguna de sus obras orquestales u operísticas. Jamás consiguió ganarse la vida con la música, recibiendo constantemente la ayuda de su círculo de amigos, que, ellos sí, admiraban su música. Sus obras destacan por su melodía… de hecho sus amigos le llamaban “el rey de la melodía”, y no iban desencaminados. Célebres (bueno, relativamente célebres) fueron las así llamadas “schubertiadas”, en las que se interpretaban sus obras para dicho círculo de amigos, entre discusiones filosóficas y artísticas y, por qué no, los placeres de la mesa o de la carne.
Frenético compositor,[4] Schubert no podía literalmente parar de componer. Su producción es absolutamente gigantesca teniendo en cuenta que sólo vivió 31 años: más de ¡1.000 obras! forman su catálogo de composiciones, entre ellas más de 600 canciones (lieder). De hecho, Schubert es prácticamente el inventor del concepto de canciónmoderna: una pieza musical cantable para voz y uno o varios instrumentos, de corta duración (algunos minutos) y cuya letra alude a emociones (amor, felicidad, etc) o a la descripción de situaciones, inspiradas muchas de ellas o directamente tomadas de poemas de escritores de moda… lo que ahora llamamos una canción, vaya.
Además de estos centenares de canciones, compuso muchas y muy delicadas sonatas para piano[5] u otros instrumentos, decenas de obras de cámara (entre las que destacan dos obras consideradas como de las mejores en su género: el cuarteto “La Muerte y la Doncella” y el quinteto “La Trucha”, ambos realmente geniales, y que algún día deberían aparecer en estas páginas), óperas (Rosamunda y El Arpa Mágica, entre otras varias más), y obras orquestales, entre ellas ocho estupendas sinfonías numeradas de la 1 a la 9… sí, es cierto, falta una, sois unos linces: es que por motivos que no vienen al caso se le atribuyó una “Séptima Sinfonía” que nunca compuso,[6] pero tanto su genial Octava Sinfonía (“Inacabada”) como su mayestática Novena (“La Grande”)[7] habían adquirido tal fama que nadie se atrevió a cambiarles el número, así que la “Séptima” de Schubert en realidad no existe más allá de unos bocetos. Estoy completamente seguro de que todos vosotros habéis escuchado enteros o en parte los dos preciosos movimientos de la “Inacabada”, su maravillosa Octava Sinfonía.[8] Schubert dejó mucho material a medias, bosquejado o directamente abandonado a medio componer. Como será la cosa que en ciertos catálogos también aparece como suya una “Décima” sinfonía, de la que como mucho escribió el boceto del bosquejo del proyecto.
Falleció Franz Schubert en Viena en 1828, tan sólo un año después que su admirado Ludwig van Beethoven. Aunque en su parte de defunción dice que falleció de fiebres tifoideas, en realidad lo que le mató fue una sífilis contraída algunos años antes; el tifus lo que hizo fue darle la puntilla. Su vida bohemia, sus hábitos cada vez menos saludables y las repentinas depresiones que seguían a periodos de gran entusiasmo habían minado su salud: llevaba varios años ya enfermo, lo que no le impidió seguir componiendo y componiendo; estudios modernos aseguran que debía padecer un trastorno bipolar, lo que, entre otras cosas, explica por qué escribía una música maravillosa que pasaba cuidadosamente a limpio con toda pulcritud y luego, de pronto, a la mitad del proceso, la abandonaba para no ocuparse nunca más de ella: tal es el caso de la famosa Inacabada, pero no es el único, ni mucho menos.
El caso es que cuando falleció no había publicado ni una sola obra de las más de mil compuestas… había fracasado como compositor. O… ¿no? Porque años más tarde otros grandes compositores e intérpretes como Mendelssohn, Liszt o Schumann descubrieron sus obras, obras que guardaban amorosamente sus amigos, y entonces lo admiraron y lo pusieron donde hoy está: en el pedestal reservado a uno de los compositores que ha escrito la música más melódica y más bella de la música occidental, en el sentido hedonístico de la palabra. Algunas de sus sinfonías (particularmente la Quinta, la Octava y la Novena), algunas de sus bellísimas sonatas o fantasías para piano, las mencionadas obras de cámara “La muerte y la doncella” y “La trucha”, alguna de sus óperas, sobre todo “Rosamunda”, o esta Sonata Arpeggione de hoy forman parte del repertorio de todas las orquestas o solistas del mundo…
Pero, claro, respecto de esta sonata Arpeggione, está claro que no es una obra cumbre del repertorio del Arpeggione.[9] La Sonata Arpeggione, una vez publicada en 1871, fue transcrita para muchos instrumentos de todo pelaje: desde flauta o clarinete hasta piano… pero la versión que se ha hecho un hueco como uno de los faros del repertorio del instrumento es la de violonchelo. Si le pides a un violonchelista que cite las cinco obras cumbre para su instrumento (excluyendo los conciertos para cello y orquesta, donde el de Antonin Dvorak brilla con luz propia), yo creo que prácticamente todos ellos incluirán en la lista esta Sonata Arpeggione para Cello y piano. Y es que es realmente fabulosa. 20 minutos de placer auténtico. Desconozco si al transcribirla para violonchelo se perdió mucho o poco del arpeggione original… pero el resultado es simplemente perfecto. 25 minutos de perfección musical.
La versión que escucharemos, además, es fantástica: el violonchelista franco-chino Yo-Yo Ma[10] y en el piano, Emanuel Ax, gran pianista estadounidense. El resultado es excelente (aunque, qué se le va a hacer, a mí me gusta más la versión del año 1969 de un entonces pletórico Mtislav Rostropovich y el gran compositor inglés Benjamín Britten, aunque tenga algo de siseo debido a lo añejo de la grabación).
En el video no se ve a los músicos ejecutando la obra, pero a cambio se presenta la partitura, que va cambiando conforme va evolucionando la obra, lo que es, supongo, de gran utilidad para los músicos que sepan leer dicha partitura.
arpeggione, llamado también a veces “guitarra-violonchelo” o “guitarra de arco”, derivado de la viola da gamba, hermano del violonchelo (forma) y de la guitarra (seis cuerdas, afinadas como en ella), que en 1823 había ya “inventado” un luthier vienés, Johan Georg Staufer.


Con el nombre de Arpeggione también solemos referirnos a la Sonata para arpeggione y piano, D 821, en La menor, que Franz Schubert compuso en 1824 por encargo, parece ser, del propio Staufer, con el fin de promover el nuevo instrumento, y para que la tocara, probablemente, Vicenz Schuster, virtuoso que la interpretaría acompañado al piano por el propio Schubert.
Nicolas Deletaille

Ya la primera edición incluía transcripciones para violín y violonchelo, y después se ha arreglado para distintos instrumentos: viola, guitarra, incluso se ha orquestado la parte del piano. Aunque hoy se ha generalizado su ejecución —ya saben lo poco que me gusta esta palabra— con violonchelo y piano, podemos encontrar versiones para todos los gustos: viola, contrabajo, flauta, trombón… ¡hasta con armónica!










El botón es una pieza de algunos instrumentos de cuerda, que cuando lo tienen funciona como dispositivo de anclaje para la sujeción de cordal,1 cuyo tamaño y forma varía de acuerdo al tamaño general o particular del instrumento, y al propio diseño original del instrumento.

En los instrumento propios de la Música culta, el botón tiene una típica forma de "hongo" (de tronco corto), en madera dura (por ejemplo ébano) o plástico, tradicionalmente del mismo color del instrumento.
Su parte inferior -base más angosta- se ancla al cuerpo formando parte de la faja, y ubicado en el extremo opuesto donde el mástil se une con el cuerpo.

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