jueves, 9 de febrero de 2017

La inquisición

conceptos de la inquisición española

La garrucha (de garrucha, polea) es una modalidad de tortura que consistía en atar las manos del condenado a la espalda, y tras esto, izarlo lentamente mediante una polea, normalmente situada en el techo. Luego se le dejaba caer con violencia, pero sin que llegara a tocar el suelo. La maniobra solía significar la dislocación de las extremidades superiores del condenado. Si el peso del cuerpo no fuera suficiente se podía añadir, colgándolo de los pies, un peso adicional.

Historia

Fue uno de los tres procedimientos de tortura más empleados por la Inquisición española junto con el «tormento del agua» y el «potro». El tormento de la garrucha consistía en colgar al reo del techo con una polea por medio de una cuerda atada a las muñecas y con pesos atados a los tobillos, ir izándolo lentamente y soltar de repente.1
En Italia esta tortura recibía el nombre de tratti di fune o strappato (en español estrapada), y a ella fueron sometidos, por ejemplo, personajes como Maquiavelo,2 Savonarola antes de ser quemado en la hoguera bajo la acusación de ser un hereje y Jaime de Montesa, previo a ser decapitado por judaizante.

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Giacomo Giustiniani (Roma, 1769-1843) fue un eclesiástico católico italiano, que ocupó la Nunciatura apostólica de España entre 1817 y 1826, durante el reinado de Fernando VII. El año que dejó el cargo fue creado cardenal por el papa León XII.
Giacomo Giustiniani
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Información religiosa
Proclamación cardenalicia1826
por León XII.
Información personal
NombreGiacomo Giustiniani
NacimientoRoma1769.
FallecimientoRoma1843.

Biografía

En 1817 fue nombrado nuncio apostólico ante la corte de Fernando VII en sustitución de Pietro Gravina.
Cuando el 9 de marzo de 1820 Fernando VII promulgó el decreto de supresión de la Inquisición española y del Consejo de la Suprema que la gobernaba -como resultado del triunfo del pronunciamiento de Riego que le obligó a restablecer la Constitución de 1812-, Giustiniani no mostró su oposición al mismo, como sí lo había hecho su antecesor en la nunciatura Pietro Gravina cuando en 1813 las Cortes de Cádiz suprimieron el Santo Oficio, restaurado por el rey Fernando VII tras su vuelta a España al año siguiente. La diferente actitud mostrada por Roma en una fecha y en otra se explica, según Emilio La Parra y María Ángeles Casado, porque en 1820, al contrario de lo sucedido en 1813, la abolición de la Inquisición fue bien acogida. "Según todos los indicios, se podría decir que a estas alturas los españoles, salvo una minoría, ya estaban hartos del Santo Tribunal". Lo que percibió el nuncio.1
Durante todo el Trienio Liberal participó "en cuantas intrigas organizaron los medios eclesiásticos contra la Constitución" y no se mantuvo en absoluto al margen de la política española. El 17 de junio de 1820 escribió al secretario de Estado Ercole Consalvi para decirle que pondría todo su empeño en despertar a los obispos "de su letargo" para que hicieran frente a los "impíos" (en referencia a los liberales) y la jerarquía eclesiástica española pasó inmediatamente a la acción atacando la libertad de imprenta, recién proclamada al amparo de la Constitución de 1812.2
En la campaña contra la libertad de imprenta buscó el apoyo del arzobispo de Toledo, el cardenal Luis María de Borbón y Vallabriga, quien además de ser el Primado de España, lo que le confería una gran autoridad sobre el resto del episcopado, era el presidente de la Junta Provisional creada tras el pronunciamiento de Riego como órgano asesor del Gobierno. Así consiguió que el 24 de abril de 1824 se formaran dos Juntas Diocesanas de Censura, una en Madrid y otra Toledo —y que luego se extendieron por toda España—, integradas por "varones piadosos e ilustrados" "para calificación de libros y papeles que se hayan de imprimir concernientes a nuestra Sagrada Religión, a las buenas costumbres y disciplina eclesiástica, como también para la clasificación y juicio de todo escrito contrario al dogma y doctrina cristiana". Se trataba, pues, de una especie de tribunales de la Inquisición redivivos que dejaban sin efecto la ley de libertad de imprenta, aprobada por las Cortes de Cádiz en 1810 y restablecida en 1820, con la única diferencia que las sentencias debía aprobarlas y aplicarlas un juez civil, único autorizado a prohibir la circulación de libros e impresos. Pero las Cortes intervinieron y restringieron considerablemente las atribuciones de las "Juntas Diocesanas de Censura", restableciendo la vigencia de la ley de libertad de imprenta. Sin embargo, durante todo el Trienio persistió el conflicto entre los obispos y las autoridades civiles en relación con la censura de publicaciones.3
Tras la segunda restauración absolutista en España Giustiniani planteó la creación de un organismo –denominado Junta Superior de Fe y basado en la red de Juntas de Fe– que sustituiría a la extinguida Inquisición, aunque ''sin usar de nombres que susciten prejuicios ni aterrorizar", destinado a "preservar intacto el depósito de la Fe Católica y a inquirir contra todos los que atenten contra ella". Aunque la Junta Superior de Fe no llegó a crearse, los obispos españoles continuaron ejerciendo la censura de escritos y emitiendo sentencias por causas de fe.4
Cuando dejó la nunciatura de España en 1826 fue transferido a la diócesis de Imola y nombrado cardenal por León XII. Participó en el cónclave de 1829 que eligió como nuevo papa a Pío VIII. Durante la celebración del mismo el cardenal español Juan Francisco Marco y Catalán vetó su candidatura a ser elegido papa en nombre del rey Fernando VII.






Pietro Gravina (Montevago1749-Palermo1830) fue un eclesiástico católico italiano, que ocupó la Nunciatura apostólica de España entre 1803 y 1816, durante los reinados de Carlos IV y de Fernando VII. El año que dejó el cargo fue ordenado cardenal por el papa Pío VII. Su hermano fue Federico Gravina, uno de los jefes de la Armada Española en la batalla de Trafalgar (1805) .

Biografía

En 1803 fue nombrado nuncio apostólico ante la corte de Carlos IV de España en sustitución de Filippo Casoni.
Cuando se produjo la invasión napoleónica de 1808 marchó a Cádiz junto con los miembros de la Regencia que habían asumido el poder en nombre del rey Fernando VII, cautivo en Francia, y de los diputados elegidos para las Cortes convocadas por la Junta Suprema Central.
Tras la aprobación de la Constitución de 1812, las Cortes de Cádiz decretaron la abolición de la Inquisición española en febrero de 1813. Gravina, junto con la mayoría de la jerarquía eclesiástica española, se opuso frontalmente y organizó en 1813 una campaña contra las Cortes que tuvo como punto central la supresión de la Inquisición pero que en realidad iba dirigida contra todos los cambios aprobados por ellas y que habían puesto fin al Antiguo Régimen en España. La campaña comenzó inmediatamente después de la aprobación del decreto, pues ya el 5 de marzo Gravina hizo un llamamiento a los párrocos españoles para que desobedecieran la orden de leer durante tres domingos consecutivos en la misa mayor la Memoria en la que se justificaba la supresión de la Inquisición. A causa de esta proclama fue obligado a abandonar España, aunque continuó dirigiendo la campaña reaccionaria desde Portugal alegando en los escritos que envió a los obispos que en España se había producido un "cisma". Una prueba de la eficacia de la campaña fue el hecho de que en marzo de 1814 aún había diócesis en que no se habían publicado los decretos ni leído la Memoria, según comunicó a las Cortes reunidas en Madrid García Herreros, secretario de Estado de Gracia y Justicia.1
Con la restauración absolutista en España tras la vuelta de Fernando VII en 1814, Gavrina fue restituido en su cargo de nuncio con todos los parabienes.2 La Inquisición fue restablecida y Gravina participó activamente en la designación en septiembre de 1814 de Francisco Javier de Mier y Campilloobispo de Almería, como nuevo inquisidor general, un clérigo fiel a Roma y al rey. En el informe que envió a Roma recomendando el nombramiento de Mier y Campillo escribió que era "prelado anciano, sabio, docto y virtuosísimo, que trato con facilidad y es muy adicto a la Nunciatura. La elección no podía ser mejor [...] Es otro triunfo de la Religión".3
Fue sustituido en la nunciatura apostólica por Giacomo Giustiniani. Cuando dejó ese puesto en 1816 fue nombrado cardenal por Pío VII. Participó en el cónclave de 1823 en el que resultó elegido como nuevo papa León XII y en el de 1829 que eligió a Pío VIII.

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