El escultor ciego (también conocido como Alegoría del tacto o El ciego de Gambazzo) es un cuadro de José de Ribera, «El Españoleto», pintado al óleo sobre lienzo con unas dimensiones de 125 x 98 cm. Firmado y datado en 1632, actualmente se conserva en el Museo del Prado de Madrid.
Historia
Su origen exacto es desconocido y su primera constancia documentada aparece en un inventario de 1764 de El Escorial. De allí pasó al Museo del Prado en 1837.1 Tradicionalmente esta obra era conocida como el "Ciego de Gambazzo" pues se pensó que se trataba de un retrato del escultor ciego Giovanni Gomelli de Gambazzo, pero esta idea ha sido rechazada ya que cuando se pintó el cuadro, Gambazzo apenas contaba treinta años y el personaje representado es visiblemente mayor.1 2
También se ha especulado con la posibilidad de que se tratara de una representación del filósofo Carnéades que fue capaz, después de quedarse de ciego, de reconocer al dios Pan simplemente palpando el busto de una estatua.1Lo más probable, es que el cuadro perteneciera a alguna de las series que el pintor realizó con el tema de "Los Cinco Sentidos" y este sería una clara personificación del sentido del tacto, por lo que el cuadro también es conocido como "Alegoría del Tacto".1 2
Descripción y estilo
La obra representa a un hombre, claramente invidente, retratado de más de medio cuerpo que palpa la cabeza de una escultura (se cree que de Apolo). El hombre está representado sobre un fondo neutro en contraste con la brillante iluminación que entra por la izquierda en una clara muestra del estilo tenebrista de Caravaggio. La naturalidad en la expresión del hombre ciego, la concentración en el acto que realiza y el delicado gesto de acariciar la figura, que el maestro valenciano supo captar con total maestría, hacen pensar que el modelo era una persona ciega en la vida real.3
En general, la obra está considerada como una de las más significativas de la primera madurez de Ribera, al mismo nivel que el Arquímedes del Prado.
El festín de Baltasar1 es un cuadro pintado en 1635 por Rembrandt. Se exhibe en la National Gallery de Londres.
El tema de la obra es un episodio del Libro de Daniel. El rey Baltasar de Babilonia celebra un banquete en el que los comensales toman bebidas y comen en cuencos y vasos saqueados del templo de Jerusalén por Nabucodonosor, durante la conquista de la capital de los judíos que condujo a la cautividad de Babilonia. En medio del festín surge una misteriosa mano que escribe un enigmático mensaje en la pared: mene, tekel, ufarsin ("una mina, un siclo y dos medias minas"). Nadie, salvo Daniel, pudo interpretarlo ("mene, ha contado Dios tu reino y le ha puesto fin; tekel, has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso; ufarsin, ha sido roto tu reino, y dado a los medos y persas).2
La obra está firmada y fechada "Rembrandt, 1635 F." y refleja influencia de la pintura de Rubens y Caravaggio.3
Análisis
El cuadro responde a la pretensión de Rembrandt por establecerse como un pintor reconocido de grandes pinturas de historia al estilo barroco.4 Las figuras no pretenden reflejar una belleza ideal, sino mostrarse de forma realista, con arrugas e imperfecciones, y una gran expresividad (mostrando sorpresa y asombro en ojos y rostros) y gestualidad de todo el cuerpo, intentando capturar el momento en el que los asistentes al festín advierten, aterrorizados, el milagro de la escritura en la pared.5
El tratamiento de la luz y las sombras se hace con la técnica del claroscuro, destacando detalles de los rostros o el manto real y ocultando otras partes para que no distraigan innecesariamente la atención. La textura del óleo y la potencia y dirección de la pincelada están también sutilmente estudiadas, permitiendo definir los efectos deseados de atmósfera y movimiento.
Se emplean elementos iconográficos para transmitir un complejo mensaje moral y bíblico. La mano que escribe en la pared es masculina, para representar con claridad la mano de Dios. El vaso profanado acaso sea una configuración que aluda al cáliz eucarístico. Los tonos dorados aluden a la riqueza de Babilonia.
La composición evidencia una planificación organizada. Se pretende concentrar la atención en la figura central (Baltasar), de pose dramática. La luz, proveniente de las letras escritas en la pared, se refleja en los ojos de las figuras, la capa real y los vasos. Las líneas de tensión y las miradas se dirigen en diagonal al ángulo superior derecho.
Rembrandt vivía en el barrio judío de Ámsterdam y allí obtuvo un libro hebreo de uno de sus amigos, el rabino e impresor Menasseh Ben Israel, de donde extrajo los caracteres que usó en su cuadro, no obstante, lo hizo incorrectamente, al disponerlos en columnas en vez de de izquierda a derecha, como corresponde a ese tipo de escritura.4 Ese error, de ser consciente, podría significar una referencia a la tradición judía que cuenta que la escritura sólo pudo ser interpretada por Daniel porque estaba escrita verticalmente, para que nadie más la entendiera.
Se ha señalado la posibilidad de que el dramatismo y la gestualidad de la escena estuvieran influenciados por las representaciones teatrales, que se habían convertido en un importante espectáculo en la Holanda del siglo XVII.
El geógrafo es una pintura creada por el artista neerlandés Johannes Vermeer entre 1668 y 1669 (fecha representada en la obra, aunque se duda de su absoluta autenticidad),1 y se encuentra en la colección del Instituto Städel en Fráncfort del Meno. Esta es una de las únicas tres pinturas de Vermeer firmadas y fechadas (las otras dos son El astrónomo y La alcahueta).
Descripción
El geógrafo, vestido con una túnica de estilo japonés, entonces popular entre los estudiosos, se muestra como una persona excitada por la investigación intelectual, con una actitud activa, que se refuerza con la presencia de mapas, cartas, un globo terráqueo y libros.
Con un compás en su mano derecha, mira a través de la ventana de la que procede la luz que invade el cuarto, como si fuera la inspiración que le ilumina el rostro.2
La obra es un excelente ejemplo del dominio de la óptica por Vermeer, como se puede apreciar en el uso de la perspectiva y los claroscuros.
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