Richard Edward Greenleaf (Hot Springs, Arkansas, 6 de mayo de 1930 - 8 de noviembre de 2011) fue un historiador estadounidense especialista en la Inquisición Mexicana.
Greenleaf estudió en la Universidad de Nuevo México su licenciatura, maestría y doctorado. Obtuvo su doctorado en 1957 bajo la dirección de France Vinton Scholes con una tesis titulada "Zumárraga y la Inquisición de México, 1536 a 1543". Greenleaf comenzó su carrera docente en 1955 en la Universidad de las Américas en la Ciudad de México, donde ocupó el puesto de director del Departamento de Historia y Estudios Internacionales, decano de la escuela de posgrado y, finalmente, vicepresidente académico. Se trasladó a la Universidad de Tulane en Nueva Orleans en 1969 donde fue nombrado director del Roger Thayer Stone Center for Latin American Studies al año siguiente. En 1982, Greenleaf ocupó por primera vez la cátedra France V. Scholes de Historia Colonial Latinoamericana. Fue un recaudador de fondos incansable y eficaz que dotó los estudios interdisciplinarios de América Latina en Tulane para incluir un programa de posgrado, valiosas colecciones de la biblioteca, y becas de viaje para la investigación de los estudiantes. En 1998 se retiró a Albuquerque, donde continuó trabajando con estudiantes de posgrado como profesor investigador adjunto en su alma mater.1
Es autor de 11 monografías y fue la máxima autoridad en la Inquisición mexicana. Sus principales contribuciones son Zumárraga and the Mexican Inquisition, 1536–1543 (1961),2 3 4 5 The Mexican Inquisition of the Sixteenth Century (1969),6 7 Mixtec Religion and Spanish Conquest: The Oaxaca Inquisition Trials, 1544–1547 (1991), y una colección de textos titulada The Roman Catholic Church in Colonial Latin America (1971).8
Además, Greenleaf fue autor de cerca de 50 capítulos y artículos en las áreas de su especialidad, como la Inquisición mexicana, la historia de la iglesia colonial, la Louisiana española, la masonería en México y los sistemas de trabajo coloniales. En 2010, la American Academy of Franciscan History publicó una selección de sus artículos en The Inquisition in Colonial Latin America: Selected Writings of Richard E. Greenleaf.9 Un volumen similar se había publicado en México en 1985 con el título Inquisición y sociedad en el México colonial.10
Greenleaf formó parte del consejo editorial de varias revistas científicas como The Americas, The Hispanic American Historical Review y Handbook of Latin American Studies.
Bartolomé Lobo Guerrero (Ronda, 1546 - Lima, Perú; 12 de enero de 1622) fue un clérigo español que desempeñó los cargos de inquisidor y arzobispo en las Indias. Fue Arzobispo de Bogotá (1599-1607) y Arzobispo de Lima (1609-1622). Fundador del Colegio Mayor de San Bartolomé (Bogotá) el 27 de septiembre de 1604, en Santa Fe de Bogotá, Nuevo Reino de Granada.
Bartolomé Lobo Guerrero | ||
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Inquisidor en México | ||
Título | Arzobispo de Lima | |
Información religiosa | ||
Ordenación episcopal | 24 de agosto de 1597 por Diego de Romano y Govea | |
Información personal | ||
Nombre | Bartolomé Lobo Guerrero | |
Nacimiento | 1546 en Ronda, España | |
Fallecimiento | 12 de enero de 1622 en Lima, Virreinato del Perú | |
Alma máter | Universidad de Salamanca | |
Biografía
Sus padres fueron Alonso Lobo Guerrero y Catalina de Góngora. Obtuvo grado de doctor en Teología en la Universidad de Salamanca. Fue catedrático y rector del Colegio de Santa María de Jesús en Sevilla.
Fue nombrado fiscal del Tribunal de la Inquisición de México en 1580, siendo promovido a inquisidor en 1593. Fue elegido Arzobispo de Santa Fe de Bogotá el 12 de agosto de 1596, pero solo hasta el 28 de marzo de 1599 llega a dicha ciudad; allí fundó el Colegio Seminario de San Bartolomé y convocó el sínodo diocesano de 1606. Finalmente fue nombrado Arzobispo de Lima por Paulo V, el 19 de noviembre de 1607, reemplazando así al santo arzobispo Toribio de Mogrovejo.
A principios de 1609 emprendió viaje a Lima por tierra para comenzar el reconocimiento de su Arquidiócesis, y tras recibir el palio en Quito, el 3 de mayo, de manos de su obispo fray Salvador de Rivera, tomó posesión de la sede limeña el 4 de octubre de ese año, siendo recibido por el virrey Marqués de Montesclaros.
Escribiendo a Su Majestad el 15 de marzo de 1610, le daba cuenta de su viaje e incluía estas líneas:
“El Marqués de Montesclaros, Virrey de estos Reynos, hizo muy grande demostración en mi recibimiento que fue con mucha solemnidad y de la manera que conviene para la estimación y respeto que se debe a mi dignidad…”
Administró la elección del Obispado de Trujillo en 1613, con iglesias separadas de las diócesis de Lima y Quito. Reunió y presidió un sínodo diocesano en julio de 1613 que trabajó la constitución de la Arquidiócesis de Lima, e insistió en el cumplimiento de diversas resoluciones del Tercer Concilio Limense, en particular la necesidad de predicar a la población indígena en su lengua nativa y la catequesis a los esclavos negros, al ser métodos de adoctrinamiento más efectivos.
Así, obligó la predica del catolicismo en quechua los domingos y días festivos, y la catequesis a los esclavos (amenazando con censuras a los patronos).
Así, obligó la predica del catolicismo en quechua los domingos y días festivos, y la catequesis a los esclavos (amenazando con censuras a los patronos).
Entre 1610 y 1613 organizó una visita para buscar las imágenes religiosas indígenas, destruirlas y acabar con las prácticas religiosas nativas subsistentes, desembocando en un etnocidio. Su experiencia personal la publicó en 1621 en su obra La extirpación de la idolatría en el Perú.
Fomentó la administración de la eucaristía a los indígenas americanos pero mostró escrúpulos de administrar el sacramento de la confirmación por no considerarlos preparados. También insistió en que se prohibiese a los corregidores la venta de chicha de jora y otras bebidas embriagantes a los nativos.
Fomentó la administración de la eucaristía a los indígenas americanos pero mostró escrúpulos de administrar el sacramento de la confirmación por no considerarlos preparados. También insistió en que se prohibiese a los corregidores la venta de chicha de jora y otras bebidas embriagantes a los nativos.
Su época fue la de los santos católicos Isabel Flores de Oliva, Martín de Porres, Francisco Solano y Juan Masías que vivían entonces en la capital del virreinato peruano, además de la casi totalidad de los venerables siervos de Dios del virreinato: Gundisalvo Díaz de Amarante, Pedro Urraca, Diego Martínez, Juan Sebastián de la Parra, Nicolás de Dios Ayllón, Juan de Alloza, Francisco del Castillo; y también de la beata Ana Monteagudo que vivía en Arequipa. Asimismo el arzobispo Lobo inició la canonización de su predecesor Toribio de Mogrovejo (único arzobispo santo del continente).
Murió en Lima el 12 de enero de 1622, a los 76 años de edad y sus restos se encuentran en la Catedral Metropolitana. Treinta años después de su arzobispado se pintaría en Lima al "Señor de los Milagros".
A través de la figura de Bartolomé Lobo Guerrero —tercer arzobispo del Nuevo Reino de Granada, entre 1599 y 1609—, se examina el proceso de aculturación de los indígenas bajo la presidencia de la Real Audiencia de Juan de Borja. La figura de Lobo Guerrero resulta importante debido a su formación intelectual y experiencia, a la estrategia de la conversión a través de la expedición de las Constituciones Sinodales (1606) y al establecimiento de la Orden Jesuita. El texto, en principio, discute las comprensiones clásicas respecto al proceso de aculturación que hacen tabula rasa de las formas religiosas precolombinas presentes en las culturas indígenas. Por el contrario, se plantea una comprensión empírica y analítica (con base en la sociología histórica y crítica) a partir de fuentes secundarias, que muestra que existieron formas de resistencia y asimilación a través del sincretismo, lo que luego daría lugar a la religiosidad popular.
Pedro Moya de Contreras (Pedroche, Córdoba, España, h. 1527 - Madrid, 21 de diciembre de 1591) fue un sacerdote español. Fue el sexto virrey de Nueva España.
Biografía
Cursó estudios en la Universidad de Salamanca, doctorándose en derecho canónico y civil. Después fue maestrescuela en la escuela catedralicia de las islas Canarias, e inquisidor en Murcia. Felipe II, con la finalidad de conservar la fe y la ortodoxia de agentes internos y externos, estableció, por Real Cédula del 16 de agosto de 1570, el Tribunal del Santo Oficio en la Nueva España. El doctor Moya fue nombrado inquisidor, y le fueron entregadas las instrucciones para cumplir con su cometido el 18 de agosto de 1570 por el inquisidor Diego de Espinosa. El Tribunal de la fe se instaló el 4 de noviembre de 1570 en la ciudad de México. Moya ocupó el cargo de 1570 a 1574. Fue ordenado de sacerdote en México y en 1571 ofició su primera misa. A la muerte del arzobispo Alonso de Montúfar, fue nombrado arzobispo por el papa Gregorio XIII el 15 de septiembre de 1572. Siendo arzobispo de México, fue nombrado virrey de Nueva España, cargo que ocupó desde el 25 de septiembre de 1584 hasta el 16 de octubre de 1585.
En 1583, el precursor de Moya y Contreras como virrey, Lorenzo Suárez de Mendoza, cuarto conde de La Coruña, pidió al rey Felipe II nombrar a un visitador especial (el inspector real) para ayudar a resolver un conflicto entre el virrey y la Audiencia. Felipe II nombró a Moya, entonces arzobispo de México, como visitador. El recién nombrado, mediante sus investigaciones encontró una corrupción generalizada, y él envió las acusaciones contra oidores corruptos y otros funcionarios del Virreinato al rey. En su informe al rey, elogió a aquellos funcionarios que habían cumplido con sus obligaciones, y pidió castigos para los otros.
Quitó el empleo a los oidores que habían abusado de su puesto, y castigó, en algunos casos con la horca, a los empleados infieles. Como virrey, remitió a la Corona sumas más considerables que ninguno de sus antecesores. Trabajó en beneficio de la población indígena, creando un seminario expreso para ellos. Realizó el primer auto de fe en la Nueva España el 28 de febrero de 1574; en el auto, entre blasfemos y herejes, destacaron las figuras de los piratas de la flota del pirata inglés John Hawkins, quienes habían sido abandonados por sus compañeros en la costa de Veracruz después de sufrir daños en sus naves por el mal clima. Destacó Moya al convocar el Tercer Concilio Provincial Mexicano, el cual inició sus actividades en 1585 en su sede; en él se decretó la abolición de la esclavitud de los indios; y cuyas disposiciones estuvieron vigentes por más de trescientos años. En 1589, volvió a España y fue nombrado presidente del Real y Supremo Consejo de Indias.
Pedro Moya de Contreras | ||
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Arzobispo de México Patriarca de las Indias Occidentales | ||
Predecesor | Alonso de Montúfar | |
Sucesor | Alonso Fernández de Bonilla | |
Información religiosa | ||
Ordenación episcopal | 21 de noviembre de 1573 Antonio Ruíz de Morales y Molina | |
Información personal | ||
Nombre | Pedro Moya de Contreras | |
Nacimiento | Pedroche, h. 1527 | |
Fallecimiento | Madrid, 21 de diciembre de 1591 | |
Alma máter | Universidad de Salamanca |
MOYA DE CONTRERAS, Pedro
(Córdoba, 1527 – Madrid, 1591) Arzobispo, Visitador y Virrey, Inquisidor .
Nació en villa de Pedroche en Córdoba, España. Sus padres fueron Rodrigo de Moya Moscoso y Catalina de Contreras, quienes tuvieron otros tres hijos: Marina, Antonia y Alonso. Siendo aún pequeño fue enviado a la Corte por sus padres –quienes pertenecían a la baja nobleza- para que fuera paje del presidente del Consejo de Indias, Juan de Ovando. Al poco tiempo, Ovando se percató de la inteligencia del joven y le convirtió en su secretario particular; posteriormente patrocinó sus estudios en la Universidad de Salamanca, de donde se graduó con grado de doctor en ambos derechos. Regresó a su cargo de secretario particular, en el cual no estuvo mucho tiempo ya que poco después obtuvo el puesto de maestre-escuelas de la Catedral de Canarias; sin embargo, tampoco permaneció mucho tiempo en este puesto debido a que fue nombrado inquisidor en Murcia.
En 1570 el rey Felipe II le mandó establecer el tribunal de la Inquisición en la Nueva España, a donde arribó en 1571; el tribunal se instaló en la iglesia de Santo Domingo el 11 de noviembre, no celebrándose auto alguno hasta 3 años después. Para realizar los primeros nombramientos del tribunal inquisitorio procuró elegir a las personas más prudentes e ilustradas de la corte virreinal, especialmente a los criollos, siempre y cuando reunieran dichas cualidades.
Ya en México, el mismo año de su arribo, recibió la ordenación sacerdotal y cantó su primera misa. En 1572 fue nombrado coadjutor del arzobispado, sin dejar de ser inquisidor hasta haber concluido las causas comenzadas en aquel tribunal. En marzo de 1573 murió Fray Alonso de Montúfar, arzobispo de México, y en octubre fue elegido para ocupar el puesto; recibió las bulas papales el 22 de noviembre, aunque no fue sino hasta el 8 de diciembre cuando se consagró en la catedral de México por manos del Ilustrísimo Antonio de Morales, obispo de Puebla.
Ya como arzobispo, dictó providencias encaminadas a introducir las reformas necesarias para no descuidar el arreglo en el vestir de los sacerdotes; se preocupó por la ilustración de los mismos, procurando que hicieran una carrera literaria con la finalidad de que posteriormente ocuparan obispados, dando especial impulso a aquellos nacidos en la Nueva España; se empeñó en revestir de grandeza los oficios religiosos para ayudar a que los indígenas olvidaran por completo los vestigios de su idolatría.
Atendía los negocios del arzobispado durante la mayor parte del día, atendiendo a quienes lo buscaban; estudiaba arte y filosofía en sus ratos de ocio, a pesar de ser doctor en ambas ramas, ya que creía que el hombre nunca llega a adquirir toda la ciencia que necesita para cumplir su misión en la tierra; aprendió la lengua mexicana, de modo que en ella predicó y confesó a los indios, escuchó sus quejas y logró que éstos le tuvieran mayor afecto. Asimismo, practicaba la caridad a tal grado que apenas conservaba lo necesario para su sustento. Cuando había necesidad de un sacerdote para impartir los sacramentos, “salía (…) a gran prisa de su palacio con dos o tres de su servidumbre, iba al Sagrario y valiéndose de una llave que traía consigo constantemente, revestíase y se apresuraba a ejercer los oficios de cura cerca de los enfermos, sin reparar en la calidad de estos y sin que fuesen nunca un obstáculo ni lo ardiente del sol en las horas del mediodía, ni el frío de la noche, ni el estado de las calles (…)”,[1] y cuando los sacerdotes cuyos oficios había suplido pretendían excusarse, no les reprendía sino que les respondía: “(…) la ciudad es grande, y por eso soy también cura y su compañero para ayudarlos”.[2]
En 1576 sobrevino una fuerte epidemia que duró un año y afectó únicamente a los indígenas; ante la magnitud de la enfermedad no bastaron los médicos. Por ello el arzobispo Moya se encargó de establecer hospitales y de poner a los enfermos al cuidado de las diferentes órdenes religiosas, distribuyendo la ciudad entre franciscanos, dominicos, agustinos y jesuitas: unos llevaban alimentos, otros administraban los sacramentos, otros se encargaban de dar sepultura a los cadáveres. Muchos sacerdotes sucumbieron, no por la enfermedad en sí, sino por el agotamiento.
A raíz de la fama de que gozaba en la corte de Madrid y de los informes de Lorenzo Suárez de Mendoza, Conde de la Coruña, quien era el quinto virrey de la Nueva España, fue nombrado visitador de los tribunales del Reino. En ese entonces, los miembros de la Real Audiencia se encontraban divididos, entregados a cuestiones personales y disponían de las rentas del virreinato a su antojo; estos abusos aumentaron a la muerte del virrey Conde de la Coruña. Durante su visita, Moya de Contreras comenzó a corregir abusos y dio cuenta al rey de los mismos para que fuera él quien decidiera la permanencia de los magistrados. Al poco tiempo fue designado virrey de la Nueva España; tomó posesión del cargo el 25 de septiembre de 1584, reuniendo así, en una sola persona los tres mayores ministerios del Reino: Arzobispo, Visitador y Virrey.
Evitó el favoritismo al otorgar puestos de acuerdo a su propio juicio, y no por recomendaciones. Durante su gobierno, a pesar de haber durado poco tiempo, se vieron grandes novedades: suspendió a funcionarios y arregló los tribunales de manera que los ministros que quedaran en ellos fueran sujetos de integridad probada; asimismo, aumentaron las rentas reales enviadas a España. Dentro de sus deberes eclesiásticos convocó al tercer Concilio Provincial Mexicano en 1585, con la finalidad de introducir reformas en la disciplina eclesiástica y favorecer a los indígenas, moralizar al clero y procurar el adelantamiento moral de los pueblos.
Como señala Stafford Poole, Mons. Moya de Contreras fue el primer arzobispo de México posterior a la celebración del Concilio de Trento, cuyas ideas y lineamientos aplicó en su ejercicio episcopal. “He was concerned for the correct and punctilious celebration of the liturgy and supported ecclesiastical and lay education. In his personal life and education, his ideas on reform, his devotion to law and correct procedure, his visitations of his archdiocese, his pastoral concern for the Indians, and even his undertaking of theological study after his appointment as archbishop, Moya de Contreras personified the spirit of the Catholic Reformation.”.[3]
Algunas reglas emanadas de este concilio son las siguientes: “los obispos y gobernadores de estas provincias y reinos deberían pensar que ningún otro cuidado les está estrechamente encomendado, por Dios, que el de proteger y defender con todo el afecto del alma y paternales entrañas a los indios recién convertidos a la fe, mirando por sus bienes espirituales y corporales (…) Las penas se establecieron en las leyes, para corregir las culpas, y por lo mismo deben acomodarse a las personas de quienes hablan las leyes. Por tanto, atendiendo este concilio a la pobreza y pusilanimidad de los indios, con arreglo a lo dispuesto por S.M., manda que no se impongan penas pecuniarias a los indios por ningún delito, ni se entiendan comprendidos los indios en las penas de esta clase contenidas en los presentes decretos”.[4] Además, puso especial empeño en la construcción de la catedral de México, a la cual donó una gran cantidad de cuadros, cálices, ornamentos costosos, una reliquia del papa San Pío V, costeó el retablo del altar mayor y cedió sus mitras y báculo bordados de perlas y piedras preciosas.
Al terminar el concilio, el arzobispo Moya de Contreras fue relevado de sus funciones como virrey por el marqués de Villa Manrique, Álvaro Manrique de Zúñiga; sin embargo, continuó como visitador hasta concluir los negocios que estaban pendientes, lo cual ocurrió hasta el mes de abril del año siguiente. Al finalizar estos pendientes, viajó a España a dar cuentas de sus actos como Visitador y Virrey. Antes de partir dejó el gobierno del arzobispado a fray Pedro de Pravia y repartió prácticamente todas sus pertenencias entre la catedral, los hospitales y parroquias necesitadas, y los pobres. Finalmente partió en junio de 1586, siendo despedido por una numerosa multitud. Ya en España, Felipe II le encomendó la visita del real Consejo de Indias, haciéndolo juez de sus jueces; una vez terminada la visita, el rey lo nombró presidente del Consejo, lo cual significó su separación absoluta del arzobispado de México, mas fue nombrado en sus últimos años, Patriarca de las Indias.
Falleció el 14 de enero de 1591 en Madrid, España; sus funerales fueron costeados por Felipe II al enterarse que el señor Moya había muerto en la indigencia; también pagó todas las deudas que el religioso había contraído por hacer obras de beneficencia.
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