LOS AMORREOS | SIGUIENTE |
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El periodo de anarquía en que se vio envuelta Mesopotamia al final del tercer milenio facilitó una nueva invasión del territorio por una nueva oleada de pueblos semitas. Éstos se llamaban a sí mismos Amurru, pero actualmente son más conocidos como Amorritas o Amorreos. La invasión no fue tan traumática como las anteriores, en parte porque esta vez el caos de la región no lo habían ocasionado ellos, en parte porque su lengua era muy similar al acadio, por lo que fueron asimilados fácilmente y no se les tuvo por odiosos extranjeros, como había sucedido con los guti. Tal vez no sería exagerado afirmar que los amorreos, pese a su falta de cultura, impusieron el orden necesario para que la cultura mesopotámica siguiera floreciendo. No obstante, fueron necesarios unos dos siglos para que la vida volviera a ser la de antes. Los amorreos se asentaron en lo que había sido Acad y también en Canaán. La ciudad más importante tras la caída de Ur fue Isin. El reino de Elam también ejercía su influencia sobre las ciudades mesopotámicas más cercanas. Más al norte destacaban las viejas ciudades de Mari y Assur, así como la ciudad de Eshnunna. No fueron ocupadas por los amorreos, pero parece que dependieron seriamente de ellos.
Los amorreos no introdujeron muchas novedades. Se limitaron a asimilar la cultura preexistente. Ni siquiera introdujeron nuevos dioses, pues la similitud de su lengua con el acadio favoreció que sus dioses se identificaran con algunos de los ya existentes. Tenían un dios nacional, Amurru, que pervivió como un dios secundario.
También hubo movimientos en el norte. Los indoeuropeos domesticaron el caballo. Hasta entonces los únicos animales de carga eran los bueyes y los asnos. El caballo, aun domesticado, no servía para estos fines, pues los arneses primitivos les oprimían la tráquea y los asfixiaban. Durante un par de siglos tal vez fue usado únicamente como alimento. Ya hacía tiempo que un pueblo indoeuropeo se había asentado en el norte de Grecia, y ahora otro se asentó al sureste de Anatolia. Se les conoce como Hititas. Como es habitual, tanto los hititas como los griegos tardaron varios siglos en asimilar la cultura de la zona y durante este periodo dieron poco que hablar.
Al mismo tiempo, la civilización empezaba a cuajar en dos zonas de América: En México aparecen los primeros núcleos urbanos con viviendas rectangulares de techos de paja. En las ciudades se desarrolló una economía autosuficiente basada en la agricultura, caza, pesca y recolección. El metal era desconocido. En Perú los avances fueron más espectaculares, allí las ciudades contaban con edificios públicos para ceremonias y en Las Haldas destaca un templo piramidal compuesto por siete terrazas superpuestas. No conocemos muchos detalles sobre la sociedad que llevó a cabo estas construcciones, pero en cualquier caso podemos deducir que había excedentes económicos y una organización social estratificada que regulaba la actividad comunal.
La isla de Creta se convirtió en una nueva potencia. Ya llevaba mucho tiempo comerciando por mar con Egipto y Canaán principalmente, pero ahora la isla se unió bajo un gobierno poderoso, cuya capital fue la ciudad de Cnosos. Ahora los barcos comerciales cretenses estaban protegidos por una flota militar. La prosperidad y la influencia de la isla fue aumentando gradualmente en los siglos siguientes. La Grecia continental fue ocupada por un pueblo indoeuropeo que implantó una cultura homogénea en la región, típica de las primeras fases de la Edad del Bronce. No obstante esta cultura no llegó al Peloponeso ni a las zonas costeras, que continuaron habitadas por una población nativa bajo la influencia de Creta.
Egipto estaba en los mejores días del Imperio Medio. Los reyes Mentuhotep IV y Mentuhotep V tuvieron un capaz primer ministro llamado Amenemhat, de origen tebano. De algún modo se rebeló y en 1991 se convirtió en rey con el nombre de Amenemhat I, inaugurando así la XII dinastía. Trasladó la capital del imperio a Lisht, cerca de Menfis, pues debió de juzgar que Tebas estaba demasiado al sur para controlar eficazmente el Bajo Egipto. La construcción de pirámides continuó, si bien éstas nunca volvieron a alcanzar las proporciones de las del Imperio Antiguo. Amenemhat reforzó el dominio egipcio sobre el Sinaí, restableció el comercio con el sur y mantuvo controlada a la nobleza. Así mismo ordeno la limpieza y restauración del canal que unía el Nilo con el lago Moeris, lo que aumentó considerablemente la fertilidad de la región.
La XII dinastía fue considerada en épocas posteriores como la Edad de Oro de la literatura egipcia. A esta época corresponden los ejemplos más antiguos que conocemos de literatura de ficción no relacionada con la mitología, como el cuento del náufrago que se encuentra con una serpiente monstruosa, o el cuento de Sinuhé, que cuenta la vida de un exiliado egipcio entre las tribus nómadas de Siria. También las ciencias progresaron. Se conoce un papiro que explica cómo operar con fracciones, así como el cálculo de ciertas áreas y volúmenes. Hay recopilaciones de refranes y proverbios. Se cree que uno de ellos fue escrito por el propio Amenemhat I para su hijo. Parece que la vida de palacio no era del todo fácil, pues entre otros consejos leemos:
Ten cuidado con tus subordinados... ten cuidado con tu hermano, no conozcas al amigo y no intimes con nadie...En 1971 Amenemhat I fue sucedido por su hijo Sesostris I, quien conquistó la región de Nubia, situada al sur de la primera catarata del Nilo. Los nativos eran un pueblo primitivo que no tenía nada que hacer frente al ejército egipcio. Quince siglos después, cuando Egipto había perdido su poderío, los sacerdotes contaban historias legendarias sobre las extraordinarias hazañas de los reyes del pasado, que habían conquistado todo el mundo conocido, y el mayor de todos los conquistadores era Sesostris I.
Mientras tanto, en Mesopotamia, la ciudad de Larsa se liberó de la dominación de Elam, en 1924 derrotó a Isin y tuvo su propio siglo de grandeza. Podemos decir que hacia 1900 los sumerios habían desaparecido de la historia. No fueron exterminados ni expulsados. Simplemente perdieron su identidad nacional. Ya nadie hablaba sumerio, si bien la lengua se conservo como "lengua culta" en los rituales religiosos (algo similar a lo que le sucedería al latín mucho después). Durante 2.000 años los sumerios habían inventado el transporte con ruedas, la astronomía, la matemática, la empresa comercial, la construcción con ladrillo a gran escala y la escritura, y a partir de este momento fueron paulatinamente olvidados, hasta tal punto que no se volvió a saber de su existencia hasta los descubrimientos arqueológicos del siglo XIX d.C.
A esta época corresponden los sucesos narrados en la parte final del libro del génesis, en la Biblia. El génesis fue escrito por sacerdotes judíos más de mil años después. Su primera parte es una versión de los mitos sumerios sobre el Diluvio y las épocas anteriores, drástica y sistemáticamente adaptados para dejar como único protagonista al dios judío, que en la época que tratamos ahora no existía todavía. Por ejemplo, se conserva una tablilla sumeria de esta época que hace referencia a un conflicto entre un dios pastor y un dios agricultor, en los que no es difícil reconocer a los que la Biblia presenta como Caín y Abel. Los diez reyes legendarios de antes del Diluvio son sustituidos por diez patriarcas de Adán a Noé. Luego viene la adaptación de la leyenda sobre los hombres que querían construir una torre que llegara al cielo. Ahora es el dios judío el que lo impide haciendo que cada cual hablara una lengua distinta. La Biblia sitúa la historia en la ciudad de Babel o Babilonia. Al parecer los judíos encontraron una falsa etimología que relaciona el nombre con la palabra "confusión", cuando en realidad Babel es una derivación de Bab-Ilum (puerta de Dios), nombre de una pequeña ciudad mesopotámica que tomaron los amorreos y que pronto iba a destacar en la región. Tras una larga lista de descendientes de Noé, el génesis prosigue con la historia del patriarca Abram. Las fuentes de esta última parte ya no son mesopotámicas, sino cananeas. No se conoce ninguna otra versión más que la de la propia Biblia. En principio, toda la historia de Abram podría ser una invención muy posterior, pero hay indicios de que existe un sustrato que se remonta realmente a los finales del siglo XX o principios del XIX. Por una parte, se describe una situación política que cuadra con la realidad histórica:
Aconteció por aquel tiempo que Amrafel, rey de Senaar; Arioc, rey de Elasar; Codorlahomor, rey de Elam y Tadal, rey de Naciones, hicieron la guerra contra Bara, rey de Sodoma, y contra Bersa, rey de Gomorra, y contra Senaab, rey de Adama y contra el rey de Bala, la misma que después se llamó Segor. Todos estos vinieron a juntarse en el valle de las Selvas, que ahora es el mar salado. Y el motivo fue que, habiendo estado doce años sujetos a Codorlahomor, al decimotercero sacudieron el yugo. (Gen. XIV, 1-4)Senaar es el nombre que la Biblia da a Mesopotamia, mientras que Elasar debe de ser Larsa y, obviamente, el mar salado es el mar Muerto. Las ciudades de Sodoma, Gomorra, etc. eran cananeas. Debían de estar cerca del mar Muerto, pues la Biblia sigue explicando que allí tuvo lugar el enfrentamiento como consecuencia del cual fueron derrotadas y saqueadas. En el texto hay una aparente contradicción, pues parece que Elam es la potencia más poderosa (era la que tenía sometidas a las ciudades cananeas), mientras que a Amrafel se le presenta como rey de Mesopotamia. Probablemente Amrafel era rey de Babel, y se le atribuye el gobierno de toda Mesopotamia anacrónicamente, pues poco después la ciudad dominaría en verdad toda la región.
Otro indicio del valor histórico de la última parte del Génesis es que la historia de Abram parece haber sido modificada varias veces, en particular para encajarla con el siguiente libro de la Biblia, el Éxodo. Así, los protagonistas cambian de nombre de forma repentina y a veces muy forzada. El propio Abram (padre excelso) pasa a llamarse Abraham (padre de una multitud excelsa), su mujer Sarai (señora mía) pasa a llamarse Sara (señora) y sus nietos Esaú (velloso) y Jacob (que echa la zancadilla) pasan a llamarse Edom e Israel. Estas modificaciones sugieren que existía una primera versión que fue necesario conciliar con la que más convenía a los judíos.
El núcleo de la historia de Abram es el siguiente: Abram parte de Ur con su padre, su mujer y su sobrino y se asienta en Canaán (donde muere el padre). Durante un periodo de hambre viajan a Egipto, donde son bien recibidos por el rey, pero Abram le hace creer que Sarai es su hermana, el rey la toma como esposa y Dios castiga a Egipto con terribles plagas. Cuando el rey se entera de que Sarai es la mujer de Abram, le invita a marcharse de sus tierras con ella y toda su familia. Vuelven a Canaán. Abram se asienta en la ciudad de Hebrón, a mitad de camino entre la costa y el mar Muerto, mientras que su sobrino Lot se asienta en Sodoma, que debía de estar junto al Jordán, al norte del mar Muerto. Entonces tuvo lugar el enfrentamiento descrito más arriba, en el cual Lot fue hecho prisionero por Codorlahomor. Abram se entera, recluta un ejército, persigue y derrota a Codorlahomor, librando así a Lot y restituyendo a Sodoma sus prisioneros y riquezas incautadas. Luego Abram pasa a la ciudad de Gerara, donde nuevamente hace creer a su rey que Sarai es su hermana y se repite el mismo incidente que en Egipto, pero esta vez se aclaran las cosas y el rey de Gerara permite a Abram que ocupe la parte de su territorio que más le plazca. Pero la parte más importante de la leyenda es que, en varios momentos, Dios promete a Abram que entregará a sus descendientes toda la tierra de Canaán. A partir de aquí, los distintos apaños posteriores de la leyenda parecen intentos de unos y otros por considerarse descendientes directos de Abram y, por consiguiente, legítimos propietarios por voluntad divina de la tierra de Canaán.
El primogénito de Abram es Ismael y la Biblia afirma que sus descendientes poblaron la costa arábiga del mar Rojo. (Más de dos mil años después, Mahoma se consideraría descendiente de Ismael.) Pero resultó que no era hijo de Sarai, la mujer legítima, sino de una esclava, luego el verdadero primogénito era Isaac. A su vez, éste tuvo dos hijos gemelos, Esaú nació primero y Jacob nació después cogiéndolo por el tobillo (como intentando nacer antes, de ahí su nombre). Teóricamente, la posesión de Canaán correspondía a Esaú, pero éste la vendió a su hermano por un plato de lentejas y, mediante un engaño, Jacob logró que Isaac ratificara el trato en su lecho de muerte.
Un posible análisis de esta fábula sería el siguiente: El hecho de que Abram pudiera reclutar un ejército indica que en realidad debía de ser un rey de alguna ciudad o bien un caudillo de una de las tribus amorreas que llegaron de Arabia. La procedencia de Ur no es verosímil. Tras todo el folletín de la descendencia de Abram, los judíos terminaban siendo (obviamente) sus legítimos herederos. Son muchos los pueblos que remontan su origen a un personaje concreto, y siempre tratan de atribuirle un origen ilustre. Cuando se escribió el Génesis, la ciudad de Ur conservaba la leyenda de su antigua fama, y es natural que los judíos la eligieran como patria de su antepasado. Lo más razonable es que Abram fuera un caudillo amorreo que no consiguió un buen territorio en la invasión, por lo que llevó a sus hombres hacia Egipto con la esperanza de encontrar mejores oportunidades. Allí se encontró con un poderoso Imperio Medio que debió de rechazarlo sin apenas esfuerzo. Naturalmente los hombres de Abram debieron de silenciar rápidamente esta parte de la historia, por lo que se convirtió en un punto oscuro que los judíos rellenaron con fragmentos posteriores: por una parte, las plagas de Egipto están tomadas del siguiente libro bíblico, el Éxodo, y el incidente entre Sarai y el rey tiene toda la traza de ser una duplicación del incidente análogo con el rey de Gerara. Es probable que los hombres de Abram se sintieran descontentos con un caudillo que los llevaba de un sitio a otro infructuosamente. Tal vez Abram los aplacó con alguna historia sobre un dios portentoso enfadado con los cananeos y los (restantes) amorreos y que estaba dispuesto a usarlos a ellos como brazo de su venganza, de modo que con su ayuda conquistarían todo Canaán. No podemos saber nada sobre el dios de Abram, pues la Biblia atribuyó toda intervención divina al dios de los judíos, eliminando cualquier resto de otra religión. En cualquier caso, parece que los hombres de Abram cobraron ánimo y, de vuelta en Canaán, tuvieron alguna victoria destacada (probablemente no tan importante como derrotar al rey de Elam). Finalmente pudieron asentarse en Gerara (la historia de que el rey les ofreciera voluntariamente su territorio es increíble). Fuera así o de otro modo, es plausible que los amorreos de alguna ciudad de Canaán se formaron la leyenda de que un dios les había otorgado el territorio que ocupaban a través de un pacto con su primer caudillo, Abram. Tal vez fueron muchos los toscos invasores amorreos que se sentían acomplejados frente a la cultura de los pueblos conquistados, por lo que acogieron gratamente la historia y se apresuraron a encontrar líneas genealógicas que los remontaran al patriarca y legitimaran así (con la voluntad divina) su posición dominante. La genealogía de Abram que recoge la Biblia es posterior, pues termina con pueblos que todavía no habían entrado en escena.
Otro hecho notable que narra el Génesis es la destrucción de Sodoma y Gomorra. Es posible que la caída de un meteorito o, más probablemente, un terremoto acabara con estas ciudades. Naturalmente una catástrofe de esta envergadura debió de suscitar muchas historias cuya conclusión natural era el castigo divino. De todos modos no debía de haber muchos detalles (o los que había debían de discordar mucho de la religión judía) porque para describir la vida pecaminosa de Sodoma y Gomorra los autores bíblicos tuvieron que adaptar una historia posterior contenida en el libro de los Jueces sobre unos hombres que trataron de sodomizar a un levita (capítulo XIX) y en su lugar éste les ofreció a su mujer para que la violaran. (Irónicamente, los pecados que los judíos atribuían a los sodomitas están basados en historias sobre los propios israelitas.)
Por esta época, las ciudades más importantes del sur de Canaán eran Siquem, Betel, Salem, Hebrón y Beersheba. Salem no debía ser la más destacada por estas fechas, pero tal vez era la mejor emplazada, sobre una colina con fuentes de agua, lo que la hacía fácil de defender y la capacitaba para resistir asedios. Más adelante cobraría importancia bajo el nombre modificado de Jerusalén. En general, lo amorreos pasaron los siglos XX y XIX entre tensiones y disputas. Durante el siglo XIX la ciudad de Kish tuvo una época de predominio, pero no tardó en cedérselo a Babel. En 1850 los amorreos tomaron la ciudad de Assur, que por aquel entonces era una próspera ciudad comercial.
En 1842 murió el rey de Egipto Sesostris III, poco después de haber sometido a su dominio a todo Canaán. Le sucedió su hijo Amenemhat III, que extendió la hegemonía egipcia a algunas ciudades interiores de Siria. La ciudad de Biblos se benefició de su larga tradición de buenas relaciones con Egipto, y gozó de una especial protección. Hacia el sur, Egipto dominó el curso del Nilo hasta la tercera catarata. Por esta época debió de implantarse en Canaán la circuncisión, un rito egipcio tal vez relacionado con la fecundidad que los cananeos terminarían interpretando como símbolo del pacto entre Abram y su dios. Aunque no sabemos nada a ciencia cierta sobre este dios, el hecho de que los cananeos se circuncidaran en su nombre es indicio de que ser identificados como descendientes de Abram era de suma importancia para ellos.
Amenenmhat III construyó dos pirámides junto al lago Moeris, además de numerosas estatuas colosales con su imagen y un complejo grupo de palacios, todo ello rodeado de un mismo muro. Al parecer la construcción contaba con tres mil quinientas habitaciones, la mitad de las cuales eran subterráneas y se usaban como cámaras funerarias. Al parecer el rey trató de burlar a los ladrones de tumbas escondiendo las momias y los tesoros en un complicado sistema de pasadizos en lugar de bajo una mole de piedra. Los egipcios denominaron a esta construcción con una palabra que significa "el templo a la entrada del lago", pero los griegos de tiempos posteriores la deformaron a Labyrinthos, esto es, Laberinto. El Laberinto egipcio debió de ser una obra imponente, hecha de mármol blanco, con una cuidada ornamentación, si bien no cumplió su cometido, pues todas las tumbas que contuvo fueron saqueadas con el tiempo. También la ciudad de Tebas fue embellecida con nuevos templos, estatuas y otros edificios notables.
En 1822 ocupó el trono de Larsa el rey Rim-Sin, que tuvo que luchar frecuentemente con Isin para mantener la supremacía de su ciudad sobre la región. En 1814 un amorreo consiguió hacerse con el poder de Assur, fundando una dinastía que iba a gobernar durante mil años. Se llamaba Shamshi-Adad I. Sometió a Mari, que por entonces era la otra gran potencia comercial del entorno, y dominó así el norte de Mesopotamia, formando un pequeño imperio que más adelante crecería y sería conocido como el Imperio Asirio.
AMORREO
En la lista de los hijos de Canaán se menciona al “amorreo”, pero este término, que siempre está en singular en el texto hebreo, se usa en otras partes en sentido colectivo para designar a la tribu cananea que descendió del amorreo original. Los amorreos eran, por lo tanto, una raza camítica. (Gé 10:6, 15, 16; 1Cr 1:13, 14.)
Para el tiempo de Abrahán, el rey de Elam, coligado con otros tres reyes, invadió el S. de Canaán y derrotó a algunos de los amorreos que moraban en Hazazón-tamar, localidad que, según se cree, estaba situada al SO. del mar Muerto. En aquel entonces había tres amorreos que vivían en Hebrón o en sus cercanías y que eran “confederados de Abrán”, por lo que le ayudaron cuando persiguió y derrotó a los reyes invasores, y así posibilitó el rescate de su sobrino Lot. (Gé 14.) Sin embargo, algún tiempo después Dios notificó a Abrahán que sus descendientes regresarían a Canaán procedentes de una tierra extranjera y tomarían posesión de la tierra de los amorreos, cuando el error de estos finalmente ‘quedara completo’. (Gé 15:13-21.)
El patriarca Jacob le prometió a José poco antes de morir en Egipto: “De veras te doy yo una porción saliente de tierra más que a tus hermanos, la cual tomé de la mano de los amorreos mediante mi espada y mediante mi arco”. (Gé 48:22.) Puesto que la palabra que en este texto se vierte “porción saliente” es schekjém en hebreo, se ha afirmado que Jacob se refería a la porción de terreno que había comprado cerca de la ciudad de Siquem (heb. Schekjém). (Gé 33:18, 19.) No obstante, aquella compra fue una transacción pacífica, y no hay ningún registro que indique que Jacob la tomara por la fuerza. Es cierto que más tarde los hijos de Jacob atacaron cruelmente la ciudad de Siquem, pero Jacob no se responsabilizó de ese acto (Gé 34:30); además, en su lecho de muerte maldijo la ira que motivó aquel ataque de Simeón y Leví. (Gé 49:5-7.) En consecuencia, parece más razonable entender la promesa de Jacob como una declaración profética en la que vio con los ojos de la fe la conquista futura de Canaán como si ya hubiera acontecido, hablando de sí mismo como quien ‘tomaba la tierra de los amorreos’ mediante la espada y el arco de sus descendientes.
Una tribu dominante en Canaán. Algunos comentaristas opinan que el término “amorreo” que aparece en Génesis 15:16 y 48:22 se refiere al conjunto de los pueblos cananeos. De hecho, parece que para el tiempo del éxodo israelita de Egipto, los amorreos eran la tribu dominante en Canaán. (Compárese con Dt 1:6-8, 19-21, 27; Jos 24:15, 18; Jue 6:10.) Resultaría lógico, entonces, que a veces se hiciese referencia a otras tribus subordinadas y de algún modo vinculadas a los amorreos por el nombre de esta tribu dominante. Por consiguiente, aunque en Números 14:44, 45 se informa que los “amalequitas” y los “cananeos” le ocasionaron a Israel su primera derrota militar, cuando en Deuteronomio, capítulo 1, Moisés hace una recapitulación de aquellos acontecimientos, dice que fueron “los amorreos” quienes lo hicieron. (Dt 1:44.) De manera similar, en Josué 10:5 (compárese con Eze 16:3, 45) se dice que un rey amorreo gobernaba Jerusalén, mientras que en las restantes referencias al mismo dato se afirma que Jerusalén estaba habitada por los jebuseos. (Jos 15:8, 63; Jue 1:21; compárese con también el caso de Gabaón en Jos 9:7 y 2Sa 21:2.) Ocurre algo semejante con el apelativo “judío”, patronímico de Judá, una de las tribus de Israel, con el que se designó a todos los miembros de la nación.
No obstante, a los amorreos se les enumera por separado entre las tribus independientes de Canaán. (Éx 3:8; 23:23, 24; 34:11-15.) Ellos fueron una de las “siete naciones más populosas y más fuertes que [Israel]” dadas por entero a la destrucción, y con la que los israelitas no deberían celebrar pacto ni alianza matrimonial alguna, ni participar en su adoración falsa. (Dt 7:1-4.)
Los doce espías que Moisés envió a Canaán descubrieron que los amorreos, los hititas y los jebuseos ocupaban la región montañosa, mientras que los amalequitas residían en el Négueb y los cananeos moraban “junto al mar y al lado del Jordán”. (Nú 13:1, 2, 29.) Como en los días de Abrahán, los amorreos aún moraban en Hebrón y en otras ciudades de las montañas del lado occidental del Jordán. (Jos 10:5.) No obstante, para el tiempo del éxodo de Israel, habían invadido territorios moabitas y ammonitas al E. del Jordán, tomando posesión de la región que se extendía desde el valle torrencial de Arnón (la frontera de Moab a partir de entonces), al S., hasta el valle torrencial de Jaboq (la frontera de Ammón), al N. (Nú 21:13, 24, 26; Jos 12:2; Jue 11:22.) Estos eran los dominios del rey amorreo Sehón, que el historiador judío Josefo describió como “un país entre tres ríos [el Jordán, el Arnón y el Jaboq] [que] parece una isla”. (Antigüedades Judías, libro IV, cap. V, sec. 2.) Además, al N. de los dominios de Sehón había otro reino amorreo con su centro en Basán, cuyo rey era Og, y que por el S. limitaba con los territorios de Sehón y de los ammonitas. Por lo tanto, se extendía desde el Jaboq en el S. hasta el monte Hermón en el N. (Dt 3:1, 8.)
Israel conquista a los amorreos. Debido a que las órdenes divinas eran no penetrar en los territorios de Moab y Ammón (Dt 2:9, 37), cuando los israelitas se acercaban a la Tierra Prometida, pidieron al rey Sehón, que vivía en Hesbón, la ciudad capital, que les permitiera pasar por su tierra, y se ofrecieron a cumplir unas condiciones muy estrictas: “Déjame pasar por tu tierra. No nos desviaremos para entrar en un campo ni en una viña. No beberemos agua de pozo alguno. Por el camino del rey marcharemos hasta que pasemos por tu territorio”. En lugar de acceder, Sehón atacó a Israel con sus fuerzas combinadas, pero fue derrotado en poco tiempo a escasa distancia de Hesbón, en Jáhaz, y todo su territorio cayó en poder de Israel. (Nú 21:21-32; Dt 2:24-36; véase SEHÓN.) Al invadir el territorio vecino del rey amorreo Og, Israel también lo derrotó y capturó sesenta ciudades fortificadas. (Nú 21:33-35; Dt 3:1-7; véase OG.) La caída de estos poderosos reinos amorreos ante Israel fue la causa de que a Moab y a la gente de Canaán les invadiera un sentimiento de pavor morboso (Nú 22:2-4), como lo revelan las palabras de Rahab a los espías israelitas. (Dt 2:24, 25; Jos 2:9-11.) El territorio de los dos reyes amorreos derrotados llegó a ser la herencia de las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés. (Nú 32:31-33, 39; Dt 3:8-13.)
Cuando los amorreos que estaban al O. del Jordán se enteraron de que los israelitas habían cruzado milagrosamente ese río, “empezó a derretírseles el corazón”. Este milagro, junto con las victorias aplastantes que Israel ya había obtenido, puede explicar en parte por qué los amorreos no atacaron el campamento israelita cuando sus varones fueron circuncidados ni mientras se celebraba la Pascua. (Jos 5:1, 2, 8, 10.) No obstante, después de la destrucción de Jericó y de Hai, todas las tribus de Canaán formaron una alianza para presentar un frente unido contra Israel. (Jos 9:1, 2.) Cuando los hombres heveos de Gabaón decidieron buscar la paz con Israel, fueron atacados repentinamente por “cinco reyes de los amorreos”, y escaparon de la aniquilación solo gracias a que las fuerzas de Josué marcharon durante toda la noche para acudir en su ayuda y a la intervención milagrosa de Jehová. (Jos 10:1-27; 11:19.)
Parece ser que después de esta batalla y de la subsiguiente campaña de Josué por toda aquella tierra, se acabó la hegemonía de los amorreos en el S. de Palestina. No obstante, los que residían en las regiones septentrionales formaron una alianza con otras tribus y se enfrentaron en batalla a Israel en las “aguas de Merom”. Los amorreos sufrieron una derrota completa, y nunca más se les vuelve a mencionar como un peligro importante para Israel. (Jos 11:1-9.) Aunque quedó un resto, su territorio fue reducido considerablemente, y con el correr del tiempo, se les obligó a hacer trabajos forzados para Israel. (Jos 13:4; Jue 1:34-36.) Los israelitas tomaron a las mujeres amorreas como esposas, lo que les llevó a la apostasía (Jue 3:5, 6), y parece ser que los amorreos continuaron causando dificultades de otras maneras por algún tiempo, pues no “llegó a haber paz entre Israel y los amorreos” hasta que en los días de Samuel se consiguió una victoria decisiva sobre los filisteos. (1Sa 7:14.) Los amorreos también estuvieron entre los que fueron puestos a hacer trabajos forzados durante el reinado de Salomón. (1Re 9:20, 21.) Su idolatría e iniquidad, representativas de todos los cananeos, llegaron a ser proverbiales. (1Re 21:26; 2Re 21:11.) Por esta razón, el tomar esposas amorreas siguió siendo un verdadero problema para los israelitas que regresaron después del exilio en Babilonia. (Esd 9:1, 2.) Sin embargo, el pueblo amorreo, que en un tiempo fue el más importante de todo Canaán, dejó de existir por completo, como un árbol alto y macizo al que le hubieran quitado su fruto y destruido sus raíces. (Am 2:9, 10.)
Los “amurru”. Los historiadores seglares han tratado de relacionar a los amorreos de la Biblia con el pueblo llamado amurru en los primitivos textos cuneiformes acadios (asirobabilonios). Se ha explicado que los amurru invadieron Mesopotamia a principios del II milenio a. E.C. y que por varios siglos establecieron un reino en Babilonia. También se ha dicho que Hammurabi, famoso legislador de aquel período, era de origen “amorreo”.
Sin embargo, los datos recogidos sobre los amurru no parecen ofrecer garantía suficiente como para justificar las conclusiones tan categóricas que se han expuesto sobre su identidad con los amorreos mencionados en la Biblia. En los textos cuneiformes antiguos, el término amurru se usó básicamente con el significado de “oeste”, para referirse a la región occidental de Mesopotamia. En The International Standard Bible Encyclopedia, A. H. Sayce dice que el nombre amurru es “una indicación puramente geográfica de su procedencia inmediata con relación al territorio de Mesopotamia, y no ofrece orientación alguna sobre su composición étnica o su verdadero nombre” (edición de G. W. Bromiley, 1979, vol. 1, pág. 113). Aunque historiadores modernos opinan que Mari, antigua ciudad situada a orillas del Éufrates en la región septentrional de Mesopotamia, era el centro de la expansión amurru en el territorio mesopotámico, se han hallado en dicha ciudad miles de tablillas de arcilla escritas, casi todas, en idioma semítico–acadio (asirobabilonio), con algunos nombres de origen semítico–occidental. No obstante, como se indicó antes, los amorreos mencionados en la Biblia eran de origen camítico, no semítico, y aunque no hubiese sido imposible que una rama de los amurru hubiese adoptado una lengua semítica, también es posible que los antiguos amurru solo fuesen “occidentales” de origen semítico que se habían establecido al O. de Babilonia. En su libro La historia de Israel (cap. 1, sec. A, 1a), el profesor John Bright dice: “Durante varios siglos [de las postrimerías del III milenio a comienzos del II milenio a. E.C.] el pueblo del noroeste de Mesopotamia y del norte de Siria fue llamado en los textos cuneiformes amurru, esto es: ‘occidentales’. Este vocablo, según parece, llegó a ser un término general que se aplicaba a los que hablaban los distintos dialectos semíticos del noroeste que se hallaban en aquella área, incluyendo con toda probabilidad las razas de que más tarde se originaron tanto los hebreos como los arameos”.
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