El arte de los cazadores paleolíticos
El arte prehistórico nace y se desarrolla con la caza. Desaparece en cuanto ella deja de ser el recurso principal: es un arte “animalista”. La última glaciación de Würm pesó mucho en aquel viejo mundo del XV al X milenios. Los grandes glaciares del Artico se desbordan, en su parte sur hacia las extensas llanuras de Eurasia. Estas llanuras quedan enmuralladas, asimismo, por la vertiente norte de los glaciares montañosos que se extienden desde las cadenas asiáticas hasta los Alpes. Será una gran suerte natural para Eurasia este paso siempre libre, desde el Baikal hasta el Atlántico, entre las masas glaciares que se extienden al Norte y al Sur.
En esta inmensa faja pululan numerosas especies animales: algunas presentes en todas partes, como el caballo o la cabra montés; otras con un valor ecológico, más concreto, como el gran oso de las cavernas asociado al hombre de Neandertal, y más tardíamente el mamut y el rinoceronte lanudo, flanqueados por manadas de bisontes y renos. Estos animales constituirán los temas favoritos de los artistas cazadores. En las grutas-santuario del norte de los Pirineos, el caballo está representado 727 veces, es decir, el 35 % de toda la fauna allí dibujada. El bisonte da igual porcentaje; el mamut, el 12 % y la cabra montés, el 8 %. El reno, animal culinario por excelencia, que abunda muchas veces entre los restos de cocina, aparece raras veces grabado o dibujado. El abate Breuil lo explicaba humorísticamente: una especie abundante, gregaria, fácil de cazar, y por tanto respecto a la que no había que recurrir a la magia para conseguirla. Con ello, se llega a las razones profundas de este arte.
La rudeza del clima condena al hombre a buscarse abrigo. El área occidental, con sus planicies calcáreas que contaban con innumerables cuevas, y sus acantilados protegidos por despeñaderos, resulta apta para ser habitada. Junto a las cuevas-refugio, se crearán cuevas-santuario, y el arte prehistórico es el arte de estas cuevas. Las cavernas del monte Castillo, de Altamira, de Niaux o de Montespan, del Tuc d’Au-doubert o de Trois-Freres, de Cabrerets y de Cougnac, de Lascaux, de Rouffignac, de Font-de-Gaume, de Les Combarelles, son otros tantos santuarios artísticos. Pero la monumentalidad y espectacularidad del arte rupestre no deben hacer olvidar el arte mobiliar, las múltiples ornamentaciones naturalistas en los objetos.
Condenado a una alimentación a base de carne, el cazador posee una rica panoplia: puntas de silex, puntas foliáceas con finos retoques, puntas de hueso, puntas fusiformes ensambladas en azagayas, arpones con una o dos hileras espinosas, azagayas con ranuras para inserir en ellas finos microlitos de silex, como se ven en Mezin o en Kokorevo. El propulsor incrementa la precisión y el alcance del dardo que envía. Con toda naturalidad, aparece decorado con un motivo animal; tal es el caso del caballo en el propulsor de Bruniquel, o los bisontes y cabras montés de los propulsores pirenaicos.
Cualquier mínima pieza ósea aparece con finos grabados zoomorfos: ¿recuerdos de caza o preparación mágica para la caza? Con la imagen aparece en escena la magia, que viene en ayuda del cazador. En Massar, LaVache o en La Colombiére se encuentran cantos rodados, en los cuales se amontonan grabados superpuestos y en todas direcciones representando al caballo, a la cabra montés, a ciervos, bisontes, osos. Algunos son auténticas obras maestras del arte animalista, pero el desorden de las superposiciones demuestra claramente que se está en presencia de algo muy distinto a una obra de arte. Tales superposiciones son voluntarias. El canto rodado fue santificado con un primer grabado, realizado por el hechicero-artista, para invocar una pieza de caza. En el caso de ser ésta fructífera, el guijarro resulta benéfico, y es objeto de nuevos grabados, de nuevas “imágenes-realidad”.
En esta inmensa faja pululan numerosas especies animales: algunas presentes en todas partes, como el caballo o la cabra montés; otras con un valor ecológico, más concreto, como el gran oso de las cavernas asociado al hombre de Neandertal, y más tardíamente el mamut y el rinoceronte lanudo, flanqueados por manadas de bisontes y renos. Estos animales constituirán los temas favoritos de los artistas cazadores. En las grutas-santuario del norte de los Pirineos, el caballo está representado 727 veces, es decir, el 35 % de toda la fauna allí dibujada. El bisonte da igual porcentaje; el mamut, el 12 % y la cabra montés, el 8 %. El reno, animal culinario por excelencia, que abunda muchas veces entre los restos de cocina, aparece raras veces grabado o dibujado. El abate Breuil lo explicaba humorísticamente: una especie abundante, gregaria, fácil de cazar, y por tanto respecto a la que no había que recurrir a la magia para conseguirla. Con ello, se llega a las razones profundas de este arte.
La rudeza del clima condena al hombre a buscarse abrigo. El área occidental, con sus planicies calcáreas que contaban con innumerables cuevas, y sus acantilados protegidos por despeñaderos, resulta apta para ser habitada. Junto a las cuevas-refugio, se crearán cuevas-santuario, y el arte prehistórico es el arte de estas cuevas. Las cavernas del monte Castillo, de Altamira, de Niaux o de Montespan, del Tuc d’Au-doubert o de Trois-Freres, de Cabrerets y de Cougnac, de Lascaux, de Rouffignac, de Font-de-Gaume, de Les Combarelles, son otros tantos santuarios artísticos. Pero la monumentalidad y espectacularidad del arte rupestre no deben hacer olvidar el arte mobiliar, las múltiples ornamentaciones naturalistas en los objetos.
Condenado a una alimentación a base de carne, el cazador posee una rica panoplia: puntas de silex, puntas foliáceas con finos retoques, puntas de hueso, puntas fusiformes ensambladas en azagayas, arpones con una o dos hileras espinosas, azagayas con ranuras para inserir en ellas finos microlitos de silex, como se ven en Mezin o en Kokorevo. El propulsor incrementa la precisión y el alcance del dardo que envía. Con toda naturalidad, aparece decorado con un motivo animal; tal es el caso del caballo en el propulsor de Bruniquel, o los bisontes y cabras montés de los propulsores pirenaicos.
Cualquier mínima pieza ósea aparece con finos grabados zoomorfos: ¿recuerdos de caza o preparación mágica para la caza? Con la imagen aparece en escena la magia, que viene en ayuda del cazador. En Massar, LaVache o en La Colombiére se encuentran cantos rodados, en los cuales se amontonan grabados superpuestos y en todas direcciones representando al caballo, a la cabra montés, a ciervos, bisontes, osos. Algunos son auténticas obras maestras del arte animalista, pero el desorden de las superposiciones demuestra claramente que se está en presencia de algo muy distinto a una obra de arte. Tales superposiciones son voluntarias. El canto rodado fue santificado con un primer grabado, realizado por el hechicero-artista, para invocar una pieza de caza. En el caso de ser ésta fructífera, el guijarro resulta benéfico, y es objeto de nuevos grabados, de nuevas “imágenes-realidad”.
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