SABIOS Y FILÓSOFOS | SIGUIENTE |
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En los últimos años del siglo VI surgieron pensadores notables en los puntos más distantes del mundo civilizado. Desde los principios del siglo, en la India habían surgido corrientes divergentes respecto de la religión brahmánicat oficial. Éstas se interesaron por los aspectos más filosóficos del brahmanismo: la relación entre el cuerpo y el alma, la reencarnación, etc., relegando a segundo plano los rituales, a los que a menudo dieron una interpretación alegórica. Una de estas corrientes fue desarrollada por un grupo de místicos que se retiraron a los bosques y compilaron una serie de abstrusos tratados conocidos como los Upanisads (que significa algo así como "sentarse junto al maestro"). La filosofía de los Upanisads es monista, en el sentido de que considera a la materia una ilusión y concibe el Universo como una unidad espiritual, en contraste con la filosofía dualista conocida como Samkhya, atribuida a Kapila (que tal vez vivió en el siglo precedente), según la cual existen dos realidades eternas: una es la materia, o mundo de las apariencias, y la otra la componen un número infinito de almas individuales. Cada alma es prisionera de su cuerpo, al que se cree ligada, y sólo consigue la salvación cuando comprende su naturaleza distinta, y asimila que es sólo un espectador, no un actor, en el mundo, y se libera de los deseos, procedentes del cuerpo.
Esta corriente Samkhya fue el punto de partida de lo que ya no puede clasificarse como corriente, sino más bien como herejía respecto al brahmanismo. Su creador fue Vardhamana, hijo del jefe de un clan, nacido cerca de Vaisali. Consideró que la única forma en que el alma podía llegar a comprender su naturaleza independiente del cuerpo, dotada de sabiduría, poder y bondad ilimitados, y lograr así su liberación, era mediante una vida rigurosamente ascética. Así lo aplicó a su propia persona y, tras doce años de severa ascesis, a la edad de cuarenta y dos años, alcanzó el conocimiento espiritual pleno y se convirtió en Mahavira (el venerable). Durante los treinta años siguientes recorrió la región enseñando su sistema, que recibió el nombre de jainismo (dominio de las pasiones). Sus seguidores se organizaban en comunidades sin un reglamento concreto, que más tarde se dividieron en dos facciones rivales: los vestidos de blanco y los vestidos de aire, llamados así porque los primeros iban vestidos y los segundos desnudos. Les estaba prohibido quitar la vida a todo ser animado, así como la mentira, el hurto, la sensualidad y todo tipo de atadura terrena. También había laicos que, sin abandonar el mundo, hacían los mismos votos, pero sustituyendo el celibato por una vida casta, y la renuncia absoluta por la reducción de sus pertenencias al mínimo imprescindible. El jainismo no reconoce ningún dios, sino que la fe se interpreta como el recto conocimiento de la relación entre materia y pensamiento. Los jainistas no pudieron dedicarse a ninguna actividad como la agricultura, la pesca, etc., que conlleva la muerte de seres vivos (las plantas también cuentan) así que se dedicaron a actividades comerciales, y hoy en día forman una minoría próspera, integrada por banqueros, abogados y terratenientes.
En 530 empezó a enseñar en China Kongfuzi (el maestro Kong), al que conocemos como Confucio. Sus enseñanzas versaban sobre todo sobre ética social. Instruyó a un grupo de discípulos que terminaron ocupando posiciones destacadas en el gobierno, lo que les dio la oportunidad de poner en práctica las ideas de su maestro. Para Confucio y sus discípulos, el sabio difunde un orden que se va extendiendo del individuo al universo entero. El hombre debe respetar este principio de orden tomando ejemplo de los sabios y los grandes hombres del pasado. Las virtudes confucianas son el ren, compasión o simpatía que induce a socorrer a los semejantes, y el yi, la equidad que lleva al respeto de los bienes ajenos y de la posición social. La sabiduría se consigue con el estudio, la reflexión y el esfuerzo, y su meta es llegar al ideal de hombre superior, sereno, virtuoso, sabio y recto, que ha asimilado el principio del orden universal y puede hacer lo que le place sin transgredirlo.
Confucio atribuye una naturaleza divina al principio de orden universal, pero por lo demás adopta una postura agnóstica, y no acepta los mitos y rituales religiosos. En contra de lo que podría pensarse, este agnosticismo racionalista fue bien recibido por el pueblo. Mientras los judíos podían atribuir sus vicisitudes a un castigo divino por sus pecados, los chinos cumplían escrupulosamente con los ritos religiosos, y ello no impedía que de tanto en tanto se produjeran inundaciones o periodos de sequía, sin que los dioses parecieran responder a los debidos sacrificios. Así se empezó a dudar de que realmente los dioses se ocuparan del mundo y que tuviera algún sentido tratar de relacionarse con ellos. A esto hay que añadir que la religión oficial estaba en manos de los hechiceros Wu, al servicio del Rey, y por aquel entonces estaban muy desprestigiados. Se contaban historias de un rey que ordenó a un Wu que disparara flechas contra muñecos representando a los nobles que no acudían cuando eran convocados a palacio, o de otro que se sirvió de un Wu para encontrar posibles conspiradores, con lo que la población estaba tan atemorizada que apenas se comunicaban por señas. Evidentemente esto son exageraciones, pero muestran que la religión Wu incomodaba al pueblo.
En realidad el confucianismo fue sólo una de las muchas líneas de pensamiento que surgieron en China como reacción contra la religión tradicional. Otra no menos importante fue la iniciada por Lao-Tse, del que se tiene poca información, pero parece ser que fue historiador y astrólogo en la corte real. Escribió un libro llamado Tao-Te-King, en el que sentó las bases del Taoísmo, una religión mística que puede practicarse en solitario. El taoísmo predica la meditación, la quietud y la inactividad. Su filosofía es "no hacer nada para alcanzarlo todo", hay que dejar que la naturaleza siga su curso. El Cielo y la Tierra permanecen porque son la materialización de una realidad inmutable que crea sin esfuerzo ni objeto. La mayor virtud del sabio es la contemplación, impregnarse del Tao hasta el punto de identificarse con él como realidad última impersonal y amoldar la propia existencia a su acción incesante y silenciosa. Se dice que Confucio había rechazado a Lao-Tse calificándolo de soñador incomprensible.
Por esta época un jonio llamado Jenófanes dejó su ciudad natal, Colofón, y decidió emigrar a Sicilia, lejos de los persas. Más tarde pasó a Elea, donde fundó una escuela de pensamiento conocida como la Escuela Eleática, cuyas figuras más importantes surgirían en el siglo siguiente. A Jenófanes se le recuerda principalmente por su idea de que la existencia de conchas marinas en regiones montañosas es un indicio de que en otros tiempos ciertas regiones estuvieron sumergidas bajo el mar.
Otro jonio ilustre fue Pitágoras de Samos, que, al igual que otros griegos, aprovechó la unidad del gran Imperio Persa para viajar por sus confines. Pitágoras estudió en Babilonia, e incluso llegó a visitar la India. Cuando volvió a su patria, Samos, la encontró gobernada por el tirano Polícrates, mientras que él formaba parte de la aristocracia a la que éste había derrocado. Consideró que la vida en Samos se le hacía insoportable y en 529 se fue a Crotona, la colonia del sur de Italia, donde había oído que florecía la cultura.
Allí fundó una institución muy peculiar. Podían ingresar tanto hombres como mujeres, pero tenían que hacer voto de castidad y comprometerse a no tomar nunca vino, huevos ni habas (nunca se sabrá por qué). Debían vestir sencilla y decentemente, la risa estaba prohibida, y al final de cada curso los alumnos debían hacer una autocrítica en público, confesando toda infracción de las reglas que hubieran cometido. Los alumnos se dividían en externos e internos. Los últimos eran los que vivían en la propia institución. Sólo éstos podían ver al maestro, y ello tras cuatro años de iniciación. Hasta entonces les mandaba las lecciones por escrito, firmadas con authos epha (lo ha dicho él), indicando que no había lugar a discusión.
Si Tales fue el primer científico, podríamos decir que Pitágoras fue el primer universitario. Timón de Atenas, que le admiraba intelectualmente, decía que era solemne hasta la pedantería, que había conseguido importancia a copia de dársela él mismo. Se llamaba a sí mismo filósofo (amigo del saber), término que con el tiempo se aplicaría a todos los pensadores griegos. En sus descubrimientos había poco de original. La mayor parte de ellos eran cosas que había aprendido en Egipto y Babilonia. Sus enseñanzas versaban sobre los números, la geometría, la música y la astronomía, siempre desprovistas de cualquier posible (a la vez que despreciable) aplicación práctica. Parece ser que Pitágoras fue el primero que afirmó que la Tierra es una esfera que gira sobre sí misma. A estos hechos realmente prometedores, unía supersticiones tontas (tal vez tomadas del hinduismo), como que, tras la muerte, el alma abandona el cuerpo y, tras una estancia en el Hades (el infierno griego), vuelve a encarnarse en un recién nacido. Él mismo recordaba haber sido en otra vida una famosa cortesana, y luego un destacado héroe de la guerra de Troya.
Otra figura destacada en la época fue Heráclito. Había nacido en Éfeso, una de las ciudades griegas de Asia Menor. Fue más soberbio que Pitágoras y, en añadidura, un misántropo. Despreciaba prácticamente todo lo que le rodeaba, incluso llegó a escribir:
La gran cultura sirve de poco. Si bastase para formar genios, lo serían hasta Hesíodo y Pitágoras. La sabiduría no consiste en aprender muchas cosas, sino en descubrir aquella sola que las regula todas en todas las ocasiones.Con esta forma de pensar, Heráclito decidió abandonarlo todo e irse a vivir a una montaña. Pasó toda su vida meditando. Reunió sus conclusiones en un libro llamado Sobre la Naturaleza, poco menos que incomprensible, pues al parecer no quería que los hombres mediocres le entendieran, y con ello se ganó el apelativo de Heráclito el oscuro. La base de su filosofía consistía en que la realidad es un continuo cambio: todo fluye, nada permanece. Toda la realidad es el cambio incesante de un único principio: el fuego. De él surgen los gases, que luego se condensan en líquidos y de sus residuos al evaporarse surgen los sólidos. El universo es fuego en distintos estados. No hay dioses. ¿Cómo iba a existir un dios eterno e inmutable, si ya ha quedado claro que todo es cambiante? A lo único a lo que en cierto sentido podríamos llamar "dios" es al fuego, pero teniendo bien claro que el fuego no es bueno ni malo, ni distingue entre el bien y el mal. Llamamos "bien" a lo que nos conviene llamar "bien", pero nuestro juicio no está avalado por el de ningún dios antropomorfo. La existencia de algo conlleva necesariamente la posibilidad de cambiar a su contrario. No puede haber día sin noche, riqueza sin pobreza, vida sin muerte. El cambio de algo en su contrario es una necesidad inevitable. El sabio debe comprender la necesidad de que existan los opuestos, y resignarse ante el dolor, la pobreza o la enfermedad como complementos necesarios del placer, la riqueza o la salud.
Por esta época había ganado fama Epidauro, una ciudad de la Argólida a la que acudían todos los enfermos de Grecia. Allí estaba el templo de Asclepios, dios especializado en curaciones milagrosas. Se han encontrado muchas lápidas con inscripciones como ésta:
Oh Asclepios, oh deseado, oh invocado dios, ¿cómo podría conducirme dentro de tu templo si tú mismo no me conduces a él, oh invocado dios que sobrepasas en esplendor el esplendor de la Tierra y de la primavera? Y ésta es la plegaria de Diofanto: Sálvame, oh dios socorredor, sálvame de esta gota, que sólo tú lo puedes, oh dios misericordioso, sólo tú en la tierra y en el cielo. Oh dios piadoso, oh dios de todos los milagros, gracias a ti he sanado, oh dios santo, oh bendito dios, gracias a ti, gracias a ti Diofanto no caminará más como un cangrejo, sino que tendrá buenos pies, como tú has querido.El templo estaba rodeado por unos pórticos de setenta y cuatro metros de longitud, donde acudían los peregrinos y, tras darse un baño obligatorio, podían entrar en el templo. No sabemos qué clase de curas se dispensaban allí. Probablemente los sacerdotes de Asclepios eran unos embaucadores, pero también es posible que conocieran unos rudimentos de medicina basados en hierbas y aguas termales. De todos modos el ingrediente principal de las curaciones era sin duda la sugestión de las ceremonias espectaculares.
En 527 murió el tirano ateniense Pisístrato. En un par de ocasiones había sido obligado a abandonar el poder (y la ciudad), pero logró recuperarlo poco después. Finalmente se ganó el respeto de sus conciudadanos, pues en ningún momento tomó represalias o trató de instaurar un régimen policial. Al contrario, organizó elecciones libres para los arcontes, se sometió al control del Senado y la Asamblea, e incluso cuando alguien le acusó de asesinato, su respuesta fue una querella ante un tribunal. Ganó la causa porque el acusador no se presentó. Su autoridad se basaba en una personalidad arrolladora. Se hacía lo que él quería, pero sólo después de haber convencido a los demás de que era también lo que ellos deseaban hacer. Entre sus reformas más destacadas estaba una reforma agraria por la que destruyó los latifundios en favor de los pequeños propietarios. Había establecido que a su muerte sería sustituido por sus dos hijos, Hipías e Hiparco, y así fue. Éstos continuaron la política de su padre y Atenas continuó progresando económica y culturalmente.
En 525 murió el faraón Ahmés II y fue sucedido por su hijo Psamético III, quien ese mismo año tuvo que enfrentarse al desastre para el que su padre había ido preparando a Egipto: El rey persa Cambises II había terminado de ordenar la parte oriental de su imperio y ahora se dirigía hacia Egipto. Hubo un encuentro en Pelusio, al este del delta, pero las tropas persas arrollaron a las egipcias sin dificultad. Seguidamente Cambises II tomó Menfis, aceptó la rendición sin resistencia de los libios, marchó hacia el sur, saqueó Tebas y penetró en Nubia, puso bajo su control la parte norte del país y retornó a Menfis para aprovisionarse.
Los egipcios describieron a Cambises II en su historia como un gobernador cruel, pero, como en otras ocasiones, "cruel" puede significar simplemente "extranjero". Contaban que Cambises II fue derrotado en Nubia (lo cual no es probable), y que al volver a Menfis se encontró a los egipcios en una celebración. Se imaginó que estaban celebrando su derrota y montó en cólera. Los egipcios le explicaron que la fiesta se debía a que habían encontrado un toro que satisfacía unos exigentes requisitos que demostraban que era el dios Apis, lo cual prometía buenas cosechas. Cambises II, aún enfadado, desenvainó su espada e hirió al toro, lo que para los egipcios era un abominable sacrilegio.
En 524 la ciudad griega de Cumas, en Italia, derrotó a una coalición etrusco-itálica. Las tropas griegas estaban capitaneadas por Aristodemo, que poco después se convertiría en tirano de Cumas. Esta derrota no pareció afectar sensiblemente al poder etrusco en Italia, ni siquiera en la Campania, la región de Cumas, pero lo cierto es que esta fecha puede considerarse como el inicio de la decadencia etrusca, que se iría acentuando en las décadas siguientes.
En 523 empezó a predicar en la India Siddhartha Gautama, conocido como Buda (el iluminado). Había nacido en el bosque de Lumbini, en las laderas del Himalaya. Su padre era el jefe de una aldea y su madre había muerto a los pocos días de su nacimiento. Por aquel entonces en la India había sociedades muy diversas. Algunas se encontraban todavía en el neolítico, otras estaban bajo la dominación Aria, y entre ellas algunas estaban empezando a desarrollarse económica y culturalmente. Gautama tuvo una infancia fácil y protegida, se casó y tuvo un hijo, pero a la edad de 29 años se sintió conmovido por todo el sufrimiento que veía a su alrededor, con lo que decidió abandonar a su familia y entregarse al ascetismo. Finalmente, meditando al pie de un árbol, obtuvo la iluminación y se convirtió en Buda, momento en que empezó a difundir sus enseñanzas. Contaba con la amistad y la protección del rey Bimbisara de Magadha.
Buda aceptó algunas ideas del hinduismo, como la reencarnación de las almas, si bien la concebía en un sentido más débil: el alma es un agregado de cinco elementos:
- El cuerpo y los sentidos,
- los sentimientos y sensaciones,
- la percepción sensorial,
- las voliciones y facultades mentales,
- la razón o conciencia.
- La existencia humana es sufrimiento,
- El sufrimiento está causado por el deseo,
- El sufrimiento puede ser superado por la victoria sobre el deseo,
- Esta victoria puede lograrse siguiendo el camino de las ocho etapas: visión justa; resolución justa; palabra justa, verdadera y buena; comportamiento correcto; trabajo correcto; esfuerzo correcto; memoria o atención correcta y contemplación. A su vez, la contemplación requiere cuatro etapas: aislamiento, que se convierte en alegría, meditación, que proporciona la paz interior, concentración,que provoca el bienestar del cuerpo, y contemplación, que es recompensada con la indiferencia ante la felicidad o la desgracia.
En 522 murió Polícrates, el tirano de Samos. Parece ser que fue sorprendido en una emboscada por un enemigo y fue cruelmente asesinado. Ese mismo año, un sacerdote medo llamado Gaumata afirmó ser Smerdis, hermano del rey persa Cambises II, y fue proclamado rey por algunos nobles medos mientras Cambises II estaba en Egipto. Sin embargo, el sacerdote no podía ser quien dijo ser, pues el propio Cambises II había mandado asesinar a su hermano antes de su partida, en previsión de una posible traición como la que, aun así, tuvo lugar. Cambises II se enteró de lo sucedido mientras volvía de Egipto. Hizo saber que el verdadero Smerdis estaba muerto, pero no pudo hacer más, porque pronto fue asesinado. Junto a él estaba un pariente lejano, también, pues, de la familia aqueménida, quien inmediatamente se puso al frente de las fuerzas leales a Cambises II, marchó sobre Media, mató al falso Smerdis, se hizo proclamar rey y, tras unos meses de incertidumbre, en 521, logró el control absoluto del imperio. Su nombre era Darío I.
Es muy probable que bajo estos hechos haya motivaciones nacionalistas e incluso religiosas. Por ejemplo, Ciro y Cambises II aceptaron la religión babilónica, mientras que el falso Smerdis y Darío I eran mazdeístas. Tal vez Cambises II descubrió o sospechó que un grupo de nobles medos descontentos con el dominio persa estaban urdiendo una rebelión, y que su hermano podría estar pensando en aprovechar las circunstancias para proclamarse rey. Tal vez Darío I aprovechó las circunstancias para proclamarse rey matando a Cambises II. Tal vez era mazdeísta o tal vez juzgó que los mazdeístas eran entonces la facción más poderosa, con lo que la mejor forma de verse respaldado era aparecer como mazdeísta pro medo a la vez que como aqueménida con derecho al trono. Sea como fuere, Darío I acabó contando con el apoyo de Media y con los recelos de Babilonia, justo al revés de lo que le había ocurrido a Cambises II.
En 520 Cleómenes I ocupó uno de los dos tronos de Esparta. Poco después marchó sobre la Argólida e infligió a Argos una decisiva derrota, tras la cual Esparta dominó definitivamente todo el Peloponeso. Estrictamente poseía un tercio del territorio, otro tercio era Arcadia, que desde hacía tiempo era su aliada incondicional, y el otro tercio era la Argólida, que ya nunca más se atrevió a cuestionar la autoridad espartana. En el Peloponeso no se movía un soldado sin permiso de Esparta, y la ciudad fue considerada como el líder del mundo griego, pese a que culturalmente era con diferencia la ciudad más pobre.
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Julio César había llegado a la cima de su carrera política y ahora era el dueño de Roma. Se esforzó por consolidar su posición tratando de justificar por todos los medios su ascenso al poder. Puso por escrito su versión en La Guerra Civil, cuya calidad literaria está a la altura de su relato de la Guerra de las Galias, si bien se echa de menos la sensación de objetividad e imparcialidad que transmitía éste. Las últimas campañas de la Guerra Civil no las planteó como tales, sino como intentos de rebelión de las provincias de África e Hispania que él se encargó de sofocar. En los triunfos que celebró, no hubo ninguna alusión a Farsalia. Esta propaganda recibió un golpe cuando Cicerón publicó su panegírico Cato, en el que ensalzaba sobremanera a Catón. César era consciente del peligro que suponía un mártir, así que se apresuró a responder con un panfleto titulado Anti Cato. En él se las arregla para desprestigiar a Catón sin faltarle al respeto a Cicerón. Por ejemplo, en alusión a éste decía: "No se pueden comparar las palabras de un soldado con la fuerza expresiva de un orador nato que además dedica todo su tiempo a la literatura."
En los dos últimos años César había demostrado que no sólo era un gran estratega, sino también un buen gobernante. Comprendió que era imposible que Roma gobernara ella sola sus extensos dominios, así que procedió a aumentar el número de senadores a 900 e incluyó entre ellos a representantes de las provincias. Además extendió la ciudadanía romana a la Galia Cisalpina y a algunas ciudades de la Galia Transalpina e Hispania. Además estableció cláusulas por las que los sabios podían obtener fácilmente la ciudadanía romana cualquiera que fuera su procedencia. Reformó el sistema de impuestos tratando de que fuera más justo, trató de fomentar la natalidad permitiendo que las madres usaran ornamentos especiales y aliviando los impuestos a los padres, reformó el calendario, inició la reconstrucción de Cartago y Corinto, repoblándolas con romanos y griegos, respectivamente. También creó la primera biblioteca pública de Roma. A su frente puso a Marco Terencio Varrón, que había luchado en España al frente de dos legiones Pompeyanas pero que, como tantos otros, había obtenido el perdón de César.
Además César esbozó grandiosos planes, como levantar mapas de todo el ámbito romano, desecar marismas, mejorar los puertos, reformar el código de leyes, etc., planes que no llegó a realizar porque no tardó en ser asesinado. Al parecer la conjuración la planeó Cayo Casio Longino. Éste se había casado con Junia, hermana de Marco Junio Bruto, y lo persuadió para que secundara sus planes. En 45, poco después de que César regresara de España, Bruto se había casado con su prima Porcia, hija de Catón y César lo nombró para un alto cargo en la misma Roma. Al parecer lo consideraba uno de sus favoritos. Otro era Décimo Junio Bruto, que había sido uno de los generales de César en la Galia y gobernador de la provincia durante algún tiempo. César lo había incluido en su testamento. Finalmente estaba Lucio Cornelio Cinna, hijo del Cinna que había sido cónsul con Mario y hermano de la primera esposa de César.
El motivo de la conjuración fue que había sospechas fundadas de que César planeaba ser elegido rey de Roma. Esto tenía sentido. La única diferencia entre ser rey o dictador vitalicio, como ya era, consistía en que como rey podría designar un sucesor y evitar así una sangrienta lucha por el poder. Es verdad que las monarquías orientales mostraban que tras la muerte de un rey lo más frecuente eran las sangrientas luchas por el poder, pero es plausible que César confiara en restaurar el respeto por la ley que tan arraigado estuvo en Roma durante la mayor parte de su historia.
En 44 César tanteó el terreno para ver cómo recibían los romanos la idea de tener un rey. En una fiesta celebrada el 15 de febrero, Marco Antonio le ofreció una diadema, que en oriente era el signo de la monarquía (el equivalente a una corona). Hubo un silencio tenso y César la rechazó diciendo: "Yo no soy rey, sino César". Hubo tumultuosos aplausos.
Sin embargo, todo el mundo estaba convencido de que César pensaba proclamarse rey en una reunión del Senado prevista para el día 15 de marzo (los idus de marzo, según el calendario romano). A la entrada del Senado, uno de los conspiradores retuvo a Marco Antonio en una conversación, mientras los otros, todos hombres de confianza de César, lo rodearon mientras éste se sentaba al pie de la estatua de Pompeyo. César estaba solo y desarmado cuando salieron a relucir los puñales. Al principio trató de defenderse, pero luego reconoció a Marco Junio Bruto entre los atacantes y en ese instante se rindió. Dicen que sus últimas palabras fueron Et tu, Brute? (¿tú también, Bruto?). Así César terminó muerto sobre un charco de sangre.
Bruto se levantó de un salto blandiendo su puñal ensangrentado y gritó a los senadores que había salvado a Roma de un tirano. Conminó a Cicerón a que reorganizara el gobierno, pero la ciudad se quedó paralizada, sin que nadie se atreviera en un primer momento a tomar decisiones. Marco Antonio decidió esconderse prudentemente hasta entender lo que había sucedido.
Por la noche empezaron las reacciones. Marco Antonio logró apoderarse del tesoro que César había recaudado para una próxima campaña militar y convenció a su viuda para que le entregara todos los documentos que la víctima guardaba en casa. Lépido, leal a César, entró en Roma con una legión. Los conjurados lograron finalmente el apoyo de Cicerón, que al día siguiente logró un compromiso en el Senado que Marco Antonio pudiera aceptar: el Senado ratificaría todas las acciones de César, su testamento se consideraría válido (a pesar de que no se conocía aún su contenido), pero los asesinos serían eximidos de toda culpa y se les asignaría el gobierno de diversas provincias.
Se celebraron honras fúnebres por el dictador. Marco Antonio se levantó para pronunciar una oración, y luego leyó su testamento, en el cual César legaba una pequeña cantidad de dinero a cada ciudadano romano, gesto que conmovió a la multitud. Marco Antonio siguió describiendo las heridas que César había recibido en recompensa a su grandeza y generosidad, y así logró que el pueblo clamara venganza contra los asesinos. Éstos tuvieron que andar con pies de plomo, y no tardaron en abandonar la ciudad rumbo a las provincias que les habían asignado: Marco Bruto fue a Macedonia, Décimo Bruto a la Galia Cisalpina y Casio a Asia Menor.
Mientras tanto, Ptolomeo XIV, el hermano menor de Cleopatra, cumplió los catorce años y quiso participar en el gobierno de Egipto, así que su hermana lo hizo envenenar, pero como una mujer sola no estaba en condiciones de gobernar Egipto, lo hizo con la ayuda de su hijo Cesarión, de tres años, que pasó a ser Ptolomeo XV César.
Salustio Crispo dejó la política y se retiró a una magnífica mansión llena de obras de arte y rodeada de jardines que había construido en el monte Quirinal con la fortuna que había amasado en Numidia. Desde entonces se dedicó a la literatura. Escribió un libro titulado La conjuración de Catilina y otro La guerra de Yugurta. También escribió una historia de Roma de la que se conservan sólo unos pocos fragmentos. Aunque no podía igualar la prosa de Cicerón y César, fue un historiador apreciado por la profundidad de sus análisis, que recuerdan a Tucídides.
En la turbulenta política romana apareció una nueva pieza clave: era Cayo Octavio, nieto de la hermana de César y su descendiente más directo (si prescindimos de Cesarión, cuya existencia, al parecer, era desconocida en Roma). En su testamento lo nombraba hijo adoptivo. Cuando César fue asesinado, Augusto se encontraba en Apolonia completando sus estudios (tenía diecinueve años), pero volvió inmediatamente a Roma a exigir sus derechos como heredero legítimo de César. Su familia trató de disuadirlo, pues era obvio que con ello entraba en un terreno muy peligroso. Ciertamente, a Marco Antonio no le hizo ninguna gracia encontrarse con un joven de aspecto débil y enfermizo que pretendía quedarse con una herencia que él consideraba se había ganado con su constante fidelidad a César. Logró anular la cláusula del testamento que nombraba a Augusto hijo adoptivo, pero Augusto la dio por válida y cambió su nombre según la tradición romana: pasó a llamarse Cayo Julio César Octaviano.
Cicerón pensó que el joven Octavio sería fácil de manejar y podría convertirse en un instrumento útil para enfrentarse a Marco Antonio, así que le prestó su apoyo y pronunció una serie de eficaces discursos contra Marco Antonio. Muchas legiones se pusieron de parte de Octavio, en gran parte por la fuerza de su nuevo nombre. Marco Antonio comprendió que necesitaba el apoyo del ejército y para ello se propuso vengar la muerte de César ejecutando a sus asesinos, lo cual se vendía bien. El más cercano era Décimo Bruto, que estaba en la Galia Cisalpina, así que se convirtió en su primer objetivo. Obligó al Senado a reasignarle la Galia Cisalpina y marchó hacia el norte con un ejército. Pero apenas hubo partido cuando Cicerón convenció al Senado para que Marco Antonio fuera declarado proscrito y se enviara a un ejército contra él. El ejército lo guiaron los cónsules, pero Octavio fue como segundo comandante. Así empezó la Tercera Guerra Civil.
Mientras tanto, Sexto Pompeyo, el hijo de Pompeyo que se había salvado en España, logró hacerse con una flota y se dedicó a la piratería. No tardó en adueñarse de Sicilia.
Décimo Bruto se fortificó en Mutina (Módena). Marco Antonio, con un enemigo dentro de la ciudad y otro fuera, no tuvo posibilidades. En abril de 43 tuvo que conducir su ejército en retirada a través de los Alpes hasta la Galia Meridional, donde se reunió con Lépido, que volvía de España con su ejército. No obstante, en la batalla contra el ejército enviado por Roma murieron los dos cónsules, así que Octavio volvió a Roma como único general victorioso. Lo cierto es que Octavio no tenía experiencia ni capacidad alguna como militar, pero nadie pareció darse cuenta. En Roma, respaldado por sus tropas, no tuvo dificultad en que el Senado ratificara su condición de hijo adoptivo de César y fue nombrado cónsul. Ahora pudo ser él quien dirigiera la venganza contra los asesinos de su tío abuelo. Volvió a la Galia Cisalpina, pero esta vez no para ayudar, sino para derrotar a Décimo Bruto. No le costó gran esfuerzo, porque una gran parte de los soldados de Bruto prefirieron pasarse al bando del heredero de César en lugar de defender a su asesino. Bruto escapó, pero pronto fue capturado y ejecutado.
Mientras tanto Marco Bruto y Casio estaban reuniendo en sus provincias hombres y dinero. Lépido comprendió que si Marco Antonio y Octavio seguían enemistados los asesinos de César vencerían, así que se esforzó por conciliar a dos hombres que, más o menos, perseguían el mismo objetivo y el 27 de noviembre de 43 se formó el Segundo Triunvirato, integrado por Marco Antonio, Octavio y Lépido. Los triunviros establecieron un sistema de proscripciones como había hecho Sila, donde cada cual puso en la lista a sus propios enemigos. Marco Antonio puso, naturalmente, a Cicerón, que tanto se había esforzado en atacarlo en favor de Octavio. Curiosamente, y a causa de un incidente personal, Marco Antonio también reclamó la muerte del viejo Verres, que aún vivía en el exilio en la Galia.
Una vez más, muchos ciudadanos acomodados fueron ejecutados en Roma y sus posesiones fueron confiscadas. Cicerón trató de escapar en barco, pero vientos contrarios lo devolvieron a la costa y no pudo hacer nada contra los soldados enviados para matarle.
Una buena parte de los judíos toleraba mal el gobierno de Antípatro. Ciertamente era judío, pero también era idumeo. Los judíos siempre se habían considerado superiores al resto de los mortales, pero en especial superiores a sus vecinos más próximos. Según la Biblia los judíos descendían de Jacob, mientras que los idumeos descendían de su hermano gemelo Esaú. Jacob logró arrebatar a su hermano los derechos que Dios había conferido a Abraham. La Biblia profetizaba que Jacob dominaría a su hermano, pero que algún día Edom se impondría sobre Judá. Probablemente el autor de esta profecía nunca pensó que se llegaría a cumplir. Era una forma de mantener a los israelitas en guardia frente a sus vecinos para no permitir nunca que se escaparan de su yugo. Sin embargo, no hay como dejar pasar mil años para que toda profecía mínimamente plausible acabe cumpliéndose. Para muchos judíos era una humillación ser gobernados por un idumeo, y Antípatro acabó envenenado. Sin embargo, por estas fechas Judea estaba bajo el poder de Casio, el cual no estaba para rebeliones de judíos. Tomó medidas rápidamente y los hijos de Antípatro, Fasael y Herodes, recuperaron el poder.
Con Roma bajo control, los triunviros llevaron su ejército a Macedonia en 42, donde encontraron al ejército unido de Casio y Bruto junto a la ciudad de Filipos (Octavio cayó enfermo en Dirraquio y tuvo que ser llevado en litera). Casio opinaba que debían esperar, pues sus enemigos estaban mal abastecidos y era probable que la espera les debilitara, pero Bruto no pudo soportar la incertidumbre y optó por atacar. La batalla fue igualada, pero Casio se asustó pensando que la derrota estaba próxima y se suicidó. En realidad el resultado fue un empate. Unas semanas después Bruto forzó una segunda batalla en la que fue derrotado por fuerzas superiores y también terminó suicidándose.
Una vez cumplida su misión, finalizada la Tercera Guerra Civil, los triunviros pensaron que lo mejor era separarse. Acordaron que Lépido gobernaría las provincias del oeste, Marco Antonio las del este y Octavio iría a Roma.
Según era costumbre, algunos soldados veteranos fueron recompensados tras la batalla de Filipos con tierras en Italia, que fueron expropiadas al efecto. El hijo de uno de los expropiados había adquirido cierta fama como poeta. Se llamaba Publio Virgilio Marón. Uno de los generales de Octavio, llamado Cayo Asinio Polión, era aficionado a la poesía y había oído hablar de él. Su intercesión logró que al padre de Virgilio le fuera devuelta su granja.
Otro literato afectado por la guerra fue Quinto Horacio Flaco. Había sido oficial en el ejército de Bruto, pero durante la batalla de Filipos huyó del combate en lo que, de acuerdo con los cánones de la época, se podría llamar un acto de cobardía. Salvó la vida, pero perdió sus posesiones en Italia. Marchó a Roma y encontró un trabajo como escribano.
A mediados de 41 Marco Antonio llegó a Tarso, en la costa sur de Asia Menor. Allí decidió que Egipto había sido demasiado neutral en la última guerra y ordenó a Cleopatra que fuera a entrevistarse con él. Probablemente, Marco Antonio sólo estaba buscando excusas para obligar a Egipto, la región más rica de su radio de acción, a pagarle un sustancioso tributo. Cleopatra acudió puntualmente, pero entonces tenía veintiocho años, y su capacidad de persuasión estaba en su apogeo. Después de pasar un tiempo con ella, Marco Antonio decidió que no merecía pagar tributo. Al contrario, decidió tomarse unas vacaciones en Alejandría. De estas vacaciones nacieron dos gemelos: Alejandro Helios y Cleopatra Selene.
Esto no hizo ninguna gracia a Fulvia. Había estado casada con Clodio, luego con Escribonio Curio y finalmente se casó con Marco Antonio. Además de sus objeciones obvias a las distracciones de su marido en el este, también le reprochaba que hubiera consentido que Octavio se quedara con Roma. A la larga, esto le podría dar una enorme ventaja sobre los otros dos triunviros. Por ello persuadió a Lucio Antonio, hermano de Marco Antonio, que era cónsul ese año, para que llevara un ejército contra Octavio. No tenía muchas posibilidades, pero su objetivo real era que Marco Antonio se viera obligado a luchar contra Octavio por defender a su hermano.
Por esta época Octavio había buscado el apoyo de dos antiguos compañeros de estudios. Uno era Cayo Cilnio Mecenas, que fue su consejero durante cerca de veinticinco años; el otro era Marco Vipsanio Agripa, que suplió la práctica nulidad de Octavio en cuestiones militares. Agripa empujó a las tropas de Lucio Antonio a la ciudad italiana de Perugia y poco después, en 40, se rindieron. Fulvia se vio obligada a huir a Grecia, donde murió al poco tiempo. Marco Antonio volvió a Italia a defender a su hermano, pero cuando llegó todo había terminado prácticamente y se puso de acuerdo con Octavio para renovar el triunvirato. Ahora Lépido ya no pintaba nada, y se hizo un nuevo reparto: Marco Antonio conservaba el este, pero Octavio se quedaba con Italia, la Galia y España. Lépido tuvo que conformarse con África. Para confirmar el acuerdo, Marco Antonio se casó con Octavia, la hermana de Octavio. Por estas fechas Octavio se casó también con Escribonia, con la que pronto tuvo una hija llamada, naturalmente, Julia.
Pero los problemas no habían acabado. Después de la batalla de Farsalia, un oficial de Pompeyo llamado Quinto Labieno huyó al Imperio Parto y ofreció sus servicios al rey Orodes II. Ahora Labieno conducía un ejército parto con el que no tardó en apoderarse de Siria y Judea, y avanzaba hacia Asia Menor. Con él iba Antígono Matatías, el hijo del rey Aristóbulo II de Judea, que había escapado de Roma años atrás y que finalmente había llegado al Imperio Parto. Aunque Fasael y Herodes se mantuvieron firmemente del lado romano, los judíos pensaron que los partos les permitirían librarse del yugo idumeo, y no tardaron en capturar a Fasael y al sumo sacerdote Juan Hircano II. Al primero lo mataron y al segundo le cortaron las orejas, lo cual bastaba para inhabilitarle como sumo sacerdote, pues Dios no quería mutilados a su servicio. El nuevo rey y sumo sacerdote fue, naturalmente, Antígono Matatías, con el que la dinastía de los Macabeos recuperó el trono, aunque fuera como satélite del Imperio Parto.
Herodes, el otro hijo de Antípatro, se casó con Miriam, hija de Alejandro, el hermano de Antígono, y huyó hacia el sur. Pasó al país de los nabateos, de allí a Egipto y de Egipto a Roma. Allí logró el apoyo de Octavio y Marco Antonio. El Senado reconoció su lealtad a Roma y lo confirmaron como rey de Judea, incluyendo Idumea, Samaria y Galilea. El único problema era que Roma no estaba en condiciones de reconquistar su reino para él. Eso tendría que hacerlo por su cuenta.
Por esta época Virgilio fue presentado a Mecenas por Polión. Sus mejores obras hasta entonces eran las diez Bucólicas. Mecenas le animó a instalarse en Roma y publicarlas. A instancias suyas, Virgilio trabajó los años siguientes en las Geórgicas, en las que ensalza la vida campesina, en consonancia con la política de Octavio de fomentar el interés de sus conciudadanos por la antigua y sencilla forma de vida romana.
En 39 Marco Antonio envió a uno de sus generales, Publio Ventidio Baso, a expulsar a los partos de Asia Menor. Originariamente, Ventidio había sido un hombre pobre, que alquilaba mulas y carros. Llegó a general con César en la Galia y se mantuvo siempre fiel a él. Tras el asesinato, se unió a Marco Antonio. Cuando llegó a Asia Menor los partos se retiraron. Luego libró una batalla en la parte oriental de la península, obtuvo la victoria y obligó a los partos a abandonar sus conquistas. Poco después Herodes desembarcó en Judea con un pequeño ejército romano al que se le sumaron tropas idumeas. Con ellas inició una larga lucha contra los judíos, que apoyaban a su nuevo rey Antígono Matatías.
Mientras tanto, Sexto Pompeyo amenazaba seriamente el abastecimiento de Roma, pues no sólo dominaba Sicilia, que era uno de los principales proveedores de Roma, sino que sus barcos piratas interceptaban frecuentemente los barcos procedentes de Egipto y otros lugares. Los tribunos se reunieron con él en Miseno, un promontorio cercano a Nápoles, y llegaron por necesidad a un acuerdo: Pompeyo sería gobernador de Sicilia, Córcega, Cerdeña y el sur de Grecia, y a cambio se regularizaría el comercio por el Mediterráneo.
Octavio repudió a su esposa Escribonia por "la inmoralidad de sus costumbres". Poco después, en 38, se casó con Livia Drusila, una romana de buena familia que lo aconsejó bien durante toda su vida, al contrario de lo que le sucedía a Marco Antonio, a quien Cleopatra trataba de manejar para sus propios fines. Livia tenía diecinueve años, estaba casada, tenía un hijo y estaba embarazada de otro, pero su marido, Tiberio Claudio Nerón, no puso objeciones al divorcio cuando Augusto se lo "pidió".
Virgilio había conocido a Horacio en Roma, se interesó por él y se lo presentó a Mecenas, que se convirtió en su protector. Mientras que Virgilio desarrollaba un verso cada vez más refinado y personal, la especialidad de Horacio eran las sátiras, la ironía y la crítica. Su poesía es jovial, y al mismo tiempo muy cuidada. Probablemente ha sido el más popular de los autores clásicos.
Los partos intentaron ocupar de nuevo Asia Menor, pero Ventidio los derrotó en Siria más rotundamente que el año anterior, mientras Herodes hacía progresos en Judea con alguna ayuda de las tropas de Marco Antonio.
En 37 el rey parto Orodes II murió envenenado por su hijo, que pasó a ser el nuevo rey, Fraates IV. Ese año Marco Antonio volvió al este. Después de pasar un tiempo en Alejandría relevó a Ventidio y lo envió a Roma a recibir un triunfo, mientras se preparaba para atacar el Imperio Parto él mismo (obviamente buscaba la fama).
Herodes tomó Jerusalén y así recuperó en la práctica el reino que Roma le había entregado en teoría. Hizo ejecutar a Antígono Matatías, pero puso como sumo sacerdote al último Macabeo que quedaba (aparte del mutilado Juan Hircano II). Se trataba de su cuñado Aristóbulo III, hijo de Alejandro, el hermano de Antígono. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que el pueblo obedecía al sumo sacerdote Macabeo en lugar de al rey idumeo, así que en 36 lo hizo ejecutar y el sumo sacerdocio dejó de estar vinculado a una familia fija. A partir de entonces fue ejercido por miembros de las diversas familias saduceas. Esto hizo que la institución perdiera parte de su prestigio y que los fariseos fueran ganando poder.
Marco Antonio cruzó las fronteras del Imperio Parto. Los partos evitaron en todo momento presentarle batalla, pero no dejaron de acosarlo en las montañas, sometiéndolo a un lento desgaste. Finalmente, salió con la mayor parte de sus hombres muertos y sin haber librado ninguna batalla.
Octavio logró reunir una flota que puso en manos de Agripa. Luego buscó un pretexto para iniciar una guerra contra Sexto Pompeyo y envió la flota tras él. Agripa sufrió pérdidas, parte por los combates, parte por las tormentas, pero finalmente acorraló a Sexto cerca del estrecho que separa a Italia de Sicilia y obtuvo una victoria completa. Sexto logró escapar y se dirigió a Asia Menor. Lépido había desembarcado tropas en Sicilia para ayudar a Octavio. Con ello esperaba quedarse con el gobierno de la isla, pero sus soldados desertaron para unirse a los ejércitos de Octavio, con lo que Lépido perdió la poca influencia que le quedaba.
En 35 los soldados de Marco Antonio capturaron a Sexto Pompeyo, y poco después fue ejecutado. Marco Antonio trató de lavar su reputación tras el desastre frente a los partos invadiendo Armenia. Allí capturó y se llevó prisionero al rey Tigranes II, nieto de Tigranes I y que sólo era un niño. Ese año murió el escritor Salustio.
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