viernes, 12 de abril de 2019

POESÍAS

RUBEN DARÍO

A Amado Nervo [1]
de Rubén Darío 

La tortuga de oro camina por la alfombra
y traza por la alfombra un misterioso estigma;
sobre su carapacho hay grabado un enigma
y círculo enigmático se dibuja en su sombra.

Esos signos nos dicen al Dios que no se nombra
y ponen en nosotros su autoritario estigma:
ese círculo encierra la clave del enigma
que a Minotauro mata y a la Medusa asombra.

Ramo de sueños, mazo de ideas florecidas
en explosión de cantos y en floración de vidas,
sois mi pecho suave, mi pensamiento parco.

Y cuando hayan pasado las sedas de la fiesta,
decidme los sutiles efluvios de la orquesta
y lo que está suspenso entre el violín y el arco.

  1.  Dedicado a Amado Nervo











A Campoamor[1]
de Rubén Darío 

Este del cabello cano
como la piel del armiño,
juntó su candor de niño
con su experiencia de anciano;
cuando se tiene en la mano
un libro de tal varón,
abeja es cada expresión
que, volando del papel,
deja en los labios la miel
y pica en el corazón.









A CERVANTES

HORAS de pesadumbre y de tristeza
Paso en mi soledad. Pero Cervantes
Es buen amigo. Endulza mis instantes
Ásperos, y reposa mi cabeza.

Él es la vida y la naturaleza;
Regala un yelmo de oro y de diamantes
A mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.

Cristiano y amoroso y caballero
Parla como un arroyo cristalino.
Así le admiro y quiero.

Viendo cómo el destino
Hace que regocije al mundo entero
¡La tristeza inmortal de ser divino! 












A Colón 
de Rubén Darío 


¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América,
tu india virgen y hermosa de sangre cálida,
la perla de tus sueños, es una histérica
de convulsivos nervios y frente pálida.

Un desastroso espirítu posee tu tierra:
donde la tribu unida blandió sus mazas,
hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra,
se hieren y destrozan las mismas razas.

Al ídolo de piedra reemplaza ahora
el ídolo de carne que se entroniza,
y cada día alumbra la blanca aurora
en los campos fraternos sangre y ceniza.

Desdeñando a los reyes nos dimos leyes
al son de los cañones y los clarines,
y hoy al favor siniestro de negros reyes
fraternizan los Judas con los Caínes.

Bebiendo la esparcida savia francesa
con nuestra boca indígena semiespañola,
día a día cantamos la Marsellesa
para acabar danzando la Carmañola.

Las ambiciones pérfidas no tienen diques,
soñadas libertades yacen deshechas.
¡Eso no hicieron nunca nuestros caciques,
a quienes las montañas daban las flechas! .

Ellos eran soberbios, leales y francos,
ceñidas las cabezas de raras plumas;
¡ojalá hubieran sido los hombres blancos
como los Atahualpas y Moctezumas!

Cuando en vientres de América cayó semilla
de la raza de hierro que fue de España,
mezcló su fuerza heroica la gran Castilla
con la fuerza del indio de la montaña.

¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas
no reflejaran nunca las blancas velas;
ni vieran las estrellas estupefactas
arribar a la orilla tus carabelas!

Libre como las águilas, vieran los montes
pasar los aborígenes por los boscajes,
persiguiendo los pumas y los bisontes
con el dardo certero de sus carcajes.

Que más valiera el jefe rudo y bizarro
que el soldado que en fango sus glorias finca,
que ha hecho gemir al zipa bajo su carro
o temblar las heladas momias del Inca.

La cruz que nos llevaste padece mengua;
y tras encanalladas revoluciones,
la canalla escritora mancha la lengua
que escribieron Cervantes y Calderones.

Cristo va por las calles flaco y enclenque,
Barrabás tiene esclavos y charreteras,
y en las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque
han visto engalonadas a las panteras.

Duelos, espantos, guerras, fiebre constante
en nuestra senda ha puesto la suerte triste:
¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante,
ruega a Dios por el mundo que descubriste!













A FRANCISCA

I

 Francisca, tú has venido
en la hora segura;
la mañana es obscura
y está caliente el nido.


 Tú tienes el sentido
de la palabra pura,
y tu alma te asegura
el amante marido.

 Un marido y amante
que, terrible y constaníe,
será contigo dos.
Y que fuera contigo,
como amante y amigo,
al infierno o a Dios.

II


 Francisca, es la alborada,
y la aurora es azul;
el amor es inmenso
y eres pequeña tú.


 Mas en tu pobre urna
cabe la eterna luz,
que es de tu alma y la mía
un diamante común.
III
 Franca, cristalina,
alma sororal,
entre la neblina
de mi dolor y de mi mal!
Alma pura,
alma franca,
alma obscura
y tan blanca...


Sé conmigo
un amigo,
sé lo que debes ser,
lo que Dios te propuso
la ternura y el huso,
con el grano de trigo
y la copa de vino,

y el arrullo sincero
y el trino,
a la hora y a tiempo.
¡A la hora del alba y de la tarde,
del despertar y del soñar y el beso!


 Alma sororal y obscura
con tus cantos de España,
que te juntas a mi vida
rara,
y a mi soñar difuso
y a mi soberbia lira,
con tu rueca y tu huso,
ante mi bella mentira,
ante Verlaine y Hugo,
tú que vienes
de campos remotos y ocultos!
IV

 La fuente dice: «Yo te he visto soñar.»
El árbol dice: «Yo te he visto pensar.»
y aquel ruiseñor de los mil años
repite lo del cuervo: «¡Jamás!»

V



 Francisca, sé suave,
es tu dulce deber,
sé para mí un ave
que fuera una mujer.


 Francisca, sé una flor
y mi vida perfuma,
hecha toda de amor
y de dolor y espuma.

 Francisca, sé un ungüento
como mi pensamiento;
Francisca, sé una flor
cual mi sutil amor;
Francisca, sé mujer,
como se debe ser...


 Saber amar y sentir
y admirar como rezar...
Y la ciencia del vivir
y la virtud de esperar.

VI



 Ajena al dolo y al sentir artero,
llena de la ilusión que da la fe,
lazarillo de Dios en mi sendero,
Francisca Sánchez, acompáñame...

 En mi pensar de duelo y de martirio,
casi inconsciente me pusiste miel,
multiplicaste pétalos de lirio
y refrescaste la hoja de laurel.


 Ser cuidadosa del dolor supiste
y elevarte al amor sin comprender;
enciendes luz en las horas del triste,
pones pasión donde no puede haber.


 Seguramente Dios te ha conducido
para regar el árbol de mi fe;
hacia la fuente de noche y de olvido,
Francisca Sánchez, acompáñame...

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