viernes, 12 de abril de 2019

POESÍAS

RUBEN DARÍO

A una estrella
de Rubén Darío 


¡Princesa del divino imperio azul, quién besara tus labios
luminosos!

¡Yo soy el enamorado extático que, soñando mi sueño de
amor, estoy de rodillas, con los ojos fijos en tu inefable claridad,
estrella mia que estas tan lejos!. ¡Oh, cómo ardo de celos, cómo
tiembla mi alma, cuando pienso que tú, cándida hija de la Au-
rora, puedes fijar tus miradas en el hermoso Príncipe Sol que
viene de Oriente, gallardo y bello en su carro de oro, celeste
flechero triunfador, de coraza adamantina, que trae a la espal-
da el carcaj brillante lleno de de flechas de fuego!. Pero no, tú me
has sonreido bajo tu palio y tu sonrisa era dulce como la es-
peranza.¡Cuántas veces mi espíritu quiso volar hacia a ti y quedó
desalentado!¡Esta tan lejos tu alcázar!. He cantado en mis so-
netos y en mis madrigales tu místico florecimiento, tus cabellos
de luz, tu alba vestitura. Te he visto como una pálida Bea-
triz del firmamento, lírica y armoniosa en tu sublime resplador.
¡Princesa del divino imperio azul, quién besara tus labios lu-
minosos!.

Recuerdo aquella negra noche, ¡oh genio desaliento!, en
que visitaste mi cuarto de trabajo para darme tortura, para de-
jarme casi desolado el pobre jardín de mi ilusión, donde me se-
gaste tantos frescos ideales en flor. Tu voz me sonó a hierro y
te escuche temblando, por que tu palabra era cortante y fría
y caía como un hacha. Me hablaste del camino de la Gloria,
donde hay que andar descalzo entre cambroneras y abrojos; y
desnudo bajo una eterna granizada; y a oscuras, cerca de hon-
dos abismos, llenos de sombras como la muerte. Me hablaste del
vergel de Amor, donde es casi imposible cortar una rosa sin morir,
porque es rara la flor en que no anide un áspid. Y me dijiste
de la terrible y muda esfinge de bronce que está a la entrada de
la tumba. Y yo estaba espantado, porque la gloria me había
atraído, con su hermosa palma en la mano, y el Amor me lle-
naba de su embriaguez, y la vida era para mí encantadora
y alegre, como la ven las flores y los pájaros. Y ya presa de mi
desesperanza, esclavo tuyo, oscuro genio desaliento, huí de mi
triste lugar de labor -donde entre una corte de bardos an-
tiguos y poetas modernos resplandecía el dios Hugo, en la
edición de Hetsel - y busqué el aire libre bajo el cielo de
la noche. ¡Entonces fue, adorable y blanca princesa, cuando
tuviste compasión de aquel pobre poeta, y le miraste con tu mi-
rada inefable, y le sonreíste y de tu sonrisa emergía el divino
verso de la esperanza. ¡Estrella mía, que estas tan lejos, quién
besará tus labios lumniosos!

Quería contarte un poema sideral que tú pudieras oír, que-
ría ser tu amante ruiseñor, y darte mi apasionado ritornelo, mi
etérea y rubia soñadora. Y desde la Tierra donde camina-
mos sobre el limo,enviarte mi ofrenda de armonia a tu religión
en que deslumbra la apoteosis y reina sin cesar el prodigio.

Tu diadema asombra a los astros y tu luz hace cantar a los
poetas, perla del oceano infinito, flor de lis del oriflam in-
menso del gran Dios.
Te he visto una noche aparecer en el horizonte sobre el mar,
y el gigantesco viejo, ebrio de sal, te saludó con las salvas de sus
olas resonantes y roncas. Tú caminabas con un manto tenue y
dorado; tus reflejos alegraban las vastas aguas palpitantes.
Otra vez en una selva oscura, donde poblaban el aire los
grillos monótonos, con las notas chillonas de sus nocturnos y
rudos violines. A trvés de un ramaje te contemplé en tu delei-
table serenidad, y ví sobre árboles negros trémulos hilos de
luz, como si hubiesen caído de la altura hebras de tu cabellera.
¡Princesa del divino imperio azul, quién besará tus labios lu-
minosos!

Te canta y vuela a ti la alondra matinal en el alba de la
primavera, en que el viento lleva vibraciones de liras eólicas, y
ecos de los tímpanos de plata que suenan los silfos. Desde tu
región derramas las perlas armómicas y cristalinas de su bu-
che, que caen y se juntan a la universal y grandiosa sinfonía
que llena la despierta Tierra.
¡Y en esa hora pienso en tí, porque es la hora de supremas
citas en el profundo cielo y de ocultos y ardosos oarystis en
los tibios parajes del bosque donde florece el cítiso que alegra
la égloga!¡Estrella mía, que estás tan lejos, quién besará tus la-
bios luminosos!.








A una mujer (Rubén Darío)
Esta poesía forma parte del libro Lira póstuma - Vol. XXI
A UNA MUJER
Jamás he visto quien se entrega
maravillosa y sobrehumana,
siendo la maravilla griega
y siendo la virgen cristiana.


 Llenas de penas y engaños,
y de amarguras y dolores,
quisiera mandarte unas flores
que contuvieran mis veinte años.

 Veinte años magníficos, puros,
quizás vagos, quizás perversos,
pero que irían con mis versos
llenos de mis ojos obscuros.


 La vida pasa, pisa y vuela,
haciendo la vida en concreto,
dando los ojos de la abuela
para la sonrisa del nieto.


 Sonora, pura, bella, inmensa,
permite al que siente y piensa
magnificarte y ofrendarte,
en nombre del verso y del Arte.


 Y pues eres una mujer
que hay que admirar y que querer,
que hay que admirar y que amar,
que hay que buscar y que escoger,

que hay que sentir y que estimar,
que hay que vivir y que adorar,
que hay que dormir y que besar,
que hay que sufrir y contemplar












A UNA NICARAGÜENSE

 Brilla en tu alma una estrella nórdicamente pura,
y en la blanca beldad de tu egregia escultura
una maravillosa virtud de amor se fragua
que ha encendido una chispa del sol de Nicaragua.


 Que bendecida sea la parisiense hermosa
que hechizará allí lejos, como una rubia hada,
al pica-flor de fuego y a la garza de rosa
con el místico azul de su tierna mirada.

 Entre vivas fragancias tendrás a Pan sumiso;
por ti será más bello el lago de cristal,
la aurora de mi tierra, ave del paraíso,
y el poniente del trópico un gran pavo real.












Abrojo I
de Rubén Darío 

¡Día de dolor
aquel en que vuela
para siempre el ángel
del primer amor!


Abrojo II
de Rubén Darío 

¿Cómo decía usted, amigo mío?
¿Que el amor es un río? No es extraño.
Es ciertamente un río
que uniéndose al confluente del desvío,
va a perderse en el mar del desengaño.



Abrojo III
de Rubén Darío 

Pues tu cólera estalla,
justo es que ordenes hoy ¡oh Padre Eterno!
una edición de lujo del infierno
digna del guante y frac de la canalla.




Abrojo IV
de Rubén Darío 

En el kiosco bien oliente
besé tanto a mi odalisca
en los ojos, en la frente,
y en la boca y las mejillas,
que los besos que le he dado
devolverme no podría
ni con todos los que guarda
la avarienta de la niña
en el fino y bello estuche
de su boca purpurina.



Abrojo II
de Rubén Darío 

Bota, bota, bella niña,
ese precioso collar
en que brillan los diamantes
como el líquido cristal
de las perlas del rocío
matinal.
Del bolsillo de aquel sátiro
salió el oro y salió el mal.
Bota, bota esa serpiente
que te quiere estrangular
enrollada en tu garganta
hecha de nieve y coral.



Abrojo VI
de Rubén Darío 

Puso el poeta en sus versos
todas las perlas del mar,
todo el oro de las minas,
todo el marfil oriental;
los diamantes de Golconda,
los tesoros de Bagdad,
los joyeles y preseas
de los cofres de un Nabad.
Pero como no tenía
por hacer versos ni un pan,
al acabar de escribirlos
murió de necesidad.



Abrojo VII
de Rubén Darío 

Al oír sus razones
fueron para aquel necio
mis palabras, sangrientos bofetones;
mis ojos, puñaladas de desprecio.






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