viernes, 12 de abril de 2019

POESÍAS

RUBEN DARÍO

A Margarita Debayle
de Rubén Darío 


    Margarita, está linda la mar,
    y el viento
    lleva esencia sutil de azahar;
    yo siento
    en el alma una alondra cantar;
    tu acento.
    Margarita, te voy a contar
    un cuento.

    Este era un rey que tenía
    un palacio de diamantes,
    una tienda hecha del día
    y un rebaño de elefantes,
    un kiosko de malaquita,
    un gran manto de tisú,
    y una gentil princesita,
    tan bonita,
    Margarita,
    tan bonita como tú.

    Una tarde la princesa
    vio una estrella aparecer;
    la princesa era traviesa
    y la quiso ir a coger.

    La quería para hacerla
    decorar un prendedor,
    con un verso y una perla,
    y una pluma y una flor.

    Las princesas primorosas
    se parecen mucho a ti.
    Cortan lirios, cortan rosas,
    cortan astros. Son así.

    Pues se fue la niña bella,
    bajo el cielo y sobre el mar,
    a cortar la blanca estrella
    que la hacía suspirar.

    Y siguió camino arriba,
    por la luna y más allá;
    mas lo malo es que ella iba
    sin permiso del papá.

    Cuando estuvo ya de vuelta
    de los parques del Señor,
    se miraba toda envuelta
    en un dulce resplandor.

    Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
    Te he buscado y no te hallé;
    y ¿qué tienes en el pecho,
    que encendido se te ve?"

    La princesa no mentía,
    y así, dijo la verdad:
    "Fui a cortar la estrella mía
    a la azul inmensidad."

    Y el rey clama: "¿No te he dicho
    que el azul no hay que tocar?
    ¡Qué locura! ¡Qué capricho!
    El Señor se va a enojar."

    Y dice ella: "No hubo intento:
    yo me fui no sé por qué;
    por las olas y en el viento
    fui a la estrella y la corté."

    Y el papá dice enojado:
    "Un castigo has de tener:
    vuelve al cielo, y lo robado
    vas ahora a devolver."

    La princesa se entristece
    por su dulce flor de luz,
    cuando entonces aparece
    sonriendo el buen Jesús.

    Y así dice: "En mis campiñas
    esa rosa le ofrecí:
    son mis flores de las niñas
    que al soñar piensan en mí."

    Viste el rey ropas brillantes,
    y luego hace desfilar
    cuatrocientos elefantes
    a la orilla de la mar.

    La princesa está bella,
    pues ya tiene el prendedor,
    en que lucen, con la estrella,
    verso, perla, pluma y flor.

    Margarita, está linda la mar,
    y el viento
    lleva esencia sutil de azahar:
    tu aliento

    Ya que lejos de mí vas a estar
    guarda, niña, un gentil pensamiento
    al que un día te quiso contar
    un cuento. 













Cantos de vida y esperanza (page 55 crop).jpg

VIII.

A ROOSEVELT.

Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría que llegar hasta ti, Cazador!
Primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod!
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aun reza a Jesucristo y aun habla en español.


Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un Profesor de Energía
como dicen los locos de hoy.)

Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción;
que en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.

Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras.
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.


Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcóyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del grande Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de Amor;
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. Vive la América española!
hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: Dios!













A Rubencito
Esta poesía forma parte del libro Lira póstuma - Vol. XXI
A RUBENCITO

I
 Puesto que crees en Dios, hijo mío, retiene
lo que hay en la profunda voluntad de infinito,
que el dolor o el amor nos explica en el grito,
que en el suspiro espera o que en el llanto viene.


 No aguardes que el inmenso clarín de oro truene;
a las nupcias del cielo con mis versos te invito,
no oigas a la faunesa que te lanza su grito,
ni al fauno extraordinario que su siringa suene.

 Pero marcha, hijo mío, con tu flauta y tu lira
adonde Dios te llame y tu flauta te lleve,
lo que el Amor te dé y la Vida te inspira.


 Haz tus versos de noche, haz tus versos de nieve;
tú tienes el poder de la lengua y la lira
con el dáctilo dúctil y con la danza leve...

II



 Vive, vibra, fuerte y suave,
todo conciencia y corazón;
te aconsejo ser un león,
pero con tus alas de ave.

 De tal modo que sin reproche
y lleno de tu poesía,
tengas tu estrella blanca al día
y constelaciones de noche.


 Y que por mente y corazón,
encuentres al amanecer
la estrella de Lucifer,
otra estrella del corazón.


 y que pues la suerte convida
a vivir, tengas por vivir
la voluntad de existir
con la belleza de la vida.


 Y pues que tienes una estrella
que te ha encontrado la virtud
de perpetuar tu juventud,
toda grande y toda bella,

 y sabes quererte y conservarte,
ten fragancia y ten conciencia,
y oye el secreto de la ciencia
que tiene la virtud del Arte...

III



 Puesto que tú me dices que eres mi hijo, ¡hijo mío!,
y tienes fe en mis lirios y confianza en mis rosas,
voy a confiarte ideas, voy a decirte cosas,
y amarás grandemente a tu Rubén Darío.


 Tú comprendes mis versos e interpretas mis prosas,
y las aguas que corren en mi profundo río,
y, así, cuando te hable de las Musas hermosas
séme profundamente y eternamente mío.

 Algo de la ilusión, algo del pensamiento,
algo del corazón, algo del sentimiento,
de las cosas que son, de las cosas que siento,


 lo que he visto en la tierra, lo que oí en el mar,
lo que puedo ofrecer, lo que brinde mi aliento
y lo que en mi palabra te pueda yo ofrendar.

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