sábado, 13 de abril de 2019

POESÍAS

RUBEN DARÍO

Cantos de vida y esperanza (page 67 crop).jpg

XII

HELIOS

Oh ruido divino,
Oh ruido sonoro!
Lanzó la alondra matinal el trino
y sobre ese preludio cristalino,
los caballos de oro
de que el Hiperionida
lleva la rienda asida,
al trotar forman música armoniosa,
un argentino trueno,
y en el azul sereno
con sus cascos de fuego dejan huellas de rosa.
Adelante, oh cochero
celeste, sobre Osa
y Pelión sobre Titania viva.
Atrás se queda el trémulo matutino lucero,
y el universo el verso de su música activa.


Pasa, oh dominador, oh conductor del carro
de la mágica ciencia! Pasa, pasa, oh bizarro
manejador de la fatal cuadriga
que al pisar sobre el viento
despierta el instrumento
sacro! Tiemblan las cumbres
de los montes más altos,
que en sus rítmicos saltos
tocó Pegaso. Giran muchedumbres
de águilas bajo el vuelo
de tu poder fecundo,
y si hay algo que iguale la alegría del cielo,
es el gozo que enciende las entrañas del mundo.

Helios! tu triunfo es ese,
pese a las sombras, pese
a la noche, y al miedo, y a la lívida Envidia.
Tú pasas, y la sombra, y el daño, y la desidia,
y la negra pereza, hermana de la muerte,
y el alacrán del odio que su ponzoña vierte,
y Satán todo, emperador de las tinieblas,
se hunden, caen. Y haces el alba rosa, y pueblas
de amor y de virtud las humanas conciencias,
riegas todas las artes, brindas todas las ciencias;
los castillos de duelo de la maldad derrumbas,
abres todos los nidos, cierras todas las tumbas,
y sobre los vapores del tenebroso Abismo,
pintas la Aurora, el Oriflama de Dios mismo.


Helios! Portaestandarte
de Dios, padre del Arte,
la paz es imposible, mas el amor eterno.
Danos siempre el anhelo de la vida,
y una chispa sagrada de tu antorcha encendida
con que esquivar podamos la entrada del infierno.
 

Que sientan las naciones
el volar de tu carro, que hallen los corazones
humanos en el brillo de tu carro, esperanza;
que del alma Quijote, y el cuerpo Sancho Panza
vuele una psique cierta a la verdad del sueño;
que hallen las ansias grandes de este vivir pequeño
una realización invisible y suprema;
Helios! que no nos mate tu llama que nos quema!
Gloria hacia ti del corazón de las manzanas,
de los cálices blancos de los lirios,
y del amor que manas
hecho de dulces fuegos y divinos martirios,
y del volcán inmenso,
y del hueso minúsculo,
y del ritmo que pienso,
y del ritmo que vibra en el corpúsculo,
y del oriente intenso
y de la melodía del crepúsculo.


Oh ruido divino!
Pasa sobre la cruz del palacio que duerme,
y sobre el alma inerme

de quien no sabe nada. No turbes el destino,
oh ruido sonoro!
El hombre, la nación, el continente, el mundo,
aguardan la virtud de tu carro fecundo,
cochero azul que riges los caballos de oro!











Prosas profanas - Pag 87.png
HELENA!
La anuncia el blancor de un cisne.

 ¡Makheda!
La anuncia un pavo real.

 ¡Ifigenia, Eiectra, Catalina!
Anúncialas un caballero con un hacha.
 ¡Ruth, Lía, Enone!
Anúncialas un paje con un lirio.

 ¡Yolanda!
Anuncíala una paloma.

 ¡Clorinda, Carolina!
Anuncíalas un paje con un ramo de viña.

 ¡Sylvia!
Anúnciala una corza blanca.

 ¡Aurora, Isabel!
Anúncialas de pronto
Un resplandor que ciega mis ojos.

 ¿Ella?
(No la anuncian. No llega aún.)












Invernal
de Rubén Darío 


Noche. Este viento vagabundo lleva
Las alas entumidas
Y heladas. El gran Andes
Yergue al inmenso azul su blanca cima.
La nieve cae en copos,
Sus rosas transparentes cristaliza,
En la ciudad, los delicados hombros
Y gargantas se abrigan;
Ruedan y van los coches,
Suenan alegres pianos, el gas brilla;
Y, si no hay un fogón que le caliente,
El que es pobre tirita.

Yo estoy con mis radiantes ilusiones
Y mis nostalgias íntimas,
Junto a la chimenea
Bien harta de tizones que crepitan.
Y me pongo a pensar:

 
¡Oh, si estuviese
 
Ella, la de mis ansias infinitas,
La de mis sueños locos,
Y mis azules noches pensativas!
¡Cómo! Mirad:

 
De la apacible estancia
 
En la extensión tranquila,
Vertería la lámpara reflejos
De luces opalinas.
Dentro, el amor que abrasa;
Fuera, la noche fría,
El golpe de la lluvia en los cristales,
Y el vendedor que grita
Su monótona y triste melopea
A las glaciales brisas;
Dentro, la ronda de mis mil delirios
Las canciones de notas cristalinas,
Unas manos que toquen mis cabellos,
Un aliento que roce mis mejillas,
Un perfume de amor, mil conmociones,
Mil ardientes caricias,
Ella y yo: los dos juntos, los dos solos;
La amada y el amado, ¡oh Poesía!,
Los besos de sus labios,
La música triunfante de mis rimas,
Y en la negra y cercana chimenea
El tuero brillador que estalla en chispas.

¡Oh, bien haya el brasero
Lleno de pedrería!
Topacios y carbunclos,
Rubíes y amatistas
En la ancha copa etrusca
Repleta de ceniza.
Los lechos abrigados,
Las almohadas mullidas,
Las pieles de Astrakán, los besos cálidos
Que dan las bocas húmedas y tibias.
¡Oh, viejo invierno, salve!
Puesto que traes con las nieves frígidas
El amor embriagante
Y el vino del placer en tu mochila.

Sí, estaría a mi lado,
Dándome sus sonrisas,
Ella, la que hace falta a mis estrofas,
Esa que mi cerebro se imagina;
La que, si estoy en sueños,
Se acerca y me visita;
Ella que, hermosa, tiene
Una carne ideal, grandes pupilas,
Algo del mármol, blanca luz de estrella;
Nerviosa, sensitiva,
Muestra el cuello gentil y delicado
De las Hebes antiguas;
Bellos gestos de diosa,
Tersos brazos de ninfa,
Lustrosa cabellera
En la nuca crespada y recogida,
Y ojeras que denuncian
Ansias profundas y pasiones vivas.
¡Ah, por verla encarnada,
Por gozar sus caricias,
Por sentir en mis labios
Los besos de su amor, diera la vida!
Entretanto, hace frío.
Yo contemplo las llamas que se agitan,
Cantando alegres con sus lenguas de oro,
Móviles, caprichosas e intranquilas,
En la negra y cercana chimenea
Do el tuero brillador estalla en chispas.

Luego pienso en el coro
De las alegres liras,
En la copa labrada el vino negro,
La copa hirviente cuyos bordes brillan
Con iris temblorosos y cambiantes
Como un collar de prismas;
El vino negro que la sangre enciende
Y pone el corazón con alegría,
Y hace escribir a los poetas locos
Sonetos áureos y flamantes silvas.
El Invierno es beodo.
Cuando soplan sus brisas,
Brotan las viejas cubas
La sangre de las viñas.
Sí, yo pintara su cabeza cana
Con corona de pámpanos guarnida.
El Invierno es galeoto,
Porque en las noches frías
Paolo besa a Francesca
En la boca encendida,
Mientras su sangre como fuego corre
Y el corazón ardiendo le palpita.
¡Oh, crudo Invierno, salve!
Puesto que traes con las nieves frígidas
El amor embriagante
Y el vino del placer en tu mochila.

Ardor adolescente,
Miradas y caricias:
¡Cómo estaría trémula en mis brazos
La dulce amada mía,
Dándome con sus ojos luz sagrada,
Con su aroma de flor, savia divina!
En la alcoba la lámpara
Derramando sus luces opalinas;
Oyéndose tan sólo
Suspiros, ecos, risas;
El ruido de los besos,
La música triunfante de mis rimas
Y en la negra y cercana chimenea
El tuero brillador que estalla en chispas.
Dentro, el amor que abrasa;
Fuera, la noche fría. 

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