sábado, 13 de abril de 2019

POESÍAS

RUBEN DARÍO


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Prosas profanas - Pag 27.png
Vienes? me llega aquí, pues que suspiras,
Un soplo de las mágicas fragancias
Que hicieran los delirios de las liras
En las Grecias, las Romas y las Francias.
 ¡Suspira así! Revuelen las abejas Al olor de la olímpica ambrosía, En los perfumes que en el aire dejas; Y el dios de piedra se despierte y ría.
 Y el dios de piedra se despierte y cante La gloria de los iirsos florecientes En el gesto ritual de la bacante De rojos labios y nevados dientes;
 En el gesto ritual que en las hermosas Ninfalias guía a la divina hoguera, Hoguera que hace llamear las rosas En las manchadas pieles de pantera.
 Y pues amas reir, ríe, y la brisa Lleve el son de los líricos cristales De tu reir, y haga temblar la risa La barba de los Términos joviales.
   Mira hacia el lado del boscaje, mira Blanquear el muslo de marfil de Diana, Y después de la Virgen, la Hetaira Diosa, su blanca, rosa y rubia hermana.
 Pasa en busca de Adonis; sus aromas Deleitan a las rosas y los nardos; Síguela una pareja de palomas Y hay tras ella una fuga de leopardos.
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 ¿Los amores exóticos acaso...? Como rosa de Oriente me fascinas: Me deleitan la seda, el oro, el raso. Gautier adoraba a las princesas chinas.
 ¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas Galantes busco, en donde se recuerde, Al suave son de rítmicas orquestas, La tierra de la luz y el mirlo verde.
 (Los abates refieren aventuras
A las rubias marquesas. Soñolientos
Filósofos defienden las ternuras
Del amor, con sutiles argumentos,

 Mientras que surge de la verde grama,
En la mano el acanto de Corinto,
Una ninfa a quien puso un epigrama
Beaumarchais, sobre el mármol de su plinto.

 Amo más que la Grecia de los griegos
La Grecia de la Francia, porque en Francia,
Al eco de las Risas y los Juegos,
Su más dulce licor Venus escancia.

 Demuestran más encantos y perfidias
Coronadas de flores y desnudas.
Las diosas de Clodión que las de Fidias;
Unas cantan francés, otras son mudas.
 Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio
Houssaye supera al viejo Anacreonte.
En París reinan el Amor y el Genio.
Ha perdido su imperio el dios bifronte.

 Monsieur Prudhomme y Homais no saben nada.
Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
Donde el amor de mi madrina, un hada,
Tus frescos labios a los míos juntes.)

 Sones de bandolín. El rojo vino
Conduce un paje rojo. ¿Amas los sones
Del bandolín, y un amor florentino?
Serás la reina en los decamerones.

 (Un coro de poetas y pintores
Cuenta historias picantes. Con maligna
Sonrisa alegre aprueban los señores.
Clelia enrojece, una dueña se signa.
 ¿O un amor alemán?— que no han sentido
Jamás los alemanes—: la celeste
Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
Del ruiseñor; y en una roca agreste,

 La luz de nieve que del cielo llega
Y baña a una hermosura que suspira
La queja vaga que a la noche entrega
Loreley en la lengua de la lira.

 Y sobre el agua azul el caballero
Lohengrín; y su cisne, cual si fuese
Un cincelado témpano viajero,
Con su cuello enarcado en forma de S.

 Y del divino Enrique Heine un canto,
A la orilla del Rhin; y del divino
Wolfang la larga cabellera, el manto;
Y de la uva teutona el blanco vino.
 O amor lleno de sol, amor de España,
Amor lleno de púrpuras y oros;
Amor que da el clavel, la flor extraña
Regada con la sangrre de los toros;

 Flor de gitanas, flor que amor recela
Amor de sangre y luz, pasiones locas;
Flor que trasciende a clavo y a canela,
Roja cual las heridas y las bocas.
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 ¿Los amores exóticos acaso...?
Como rosa de Oriente me fascinas:
Me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.

 ¡Oh, bello amor de mil genuflexiones;
Torres de kaolín, pies imposibles,
Tazas de té, tortugas y dragones,
y verdes arrozales apacibles!

 Amame en chino, en el sonoro chino
De Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
Poetas que interpretan el destino;
Madrigalizaré junto a tus labios.

 Diré que eres más bella que la luna;
Que el tesoro del cielo es menos rico
Que el tesoro que vela la importuna
Caricia de Marfil de tu abanico.
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 Amame, japonesa, japonesa
Antigua, que no sepa de naciones
Occidentales; tal una princesa
Con las pupilas llenas de visiones,
 Que aún ignorase en la sagrada Kioto,
En su labrado camarín de plata,
Ornado al par de crisantemo y loto,
La civilización de Yamagata.

 O con amor hindú que alza sus llamas
En la visión suprema de los mitos,
Y hace temblar en misteriosas bramas
La iniciación de los sagrados ritos,

 En tanto mueven tigres y panteras
Sus hierros, y en los fuertes elefantes
Sueñan con ideales bayaderas
Los rajahs, constelados de brillantes.

 O negra, negra como la que canta
En su Jerusalem el rey hermoso.
Negra que haga brotar bajo su planta
La rosa y la cicuta del reposo...
 Amor, en fin, que todo diga y cante,
Amor que encante y deje sorprendida
A la serpiente de ojos de diamante
Que está enroscada al árbol de la vida.

 Amame así, fatal cosmopolita,
Universal, inmensa, única, sola
Y todas; misteriosa y erudita:
Amame mar y nube, espuma y ola.

 Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
Descansa en mis palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
Tendrán rosas y miel tus dromedarios.

  Tigre Hotel, Diciembre 1894.














Divina Psiquis
Esta poesía forma parte del libro Lira póstuma - Vol. XXI
 Divina Psiquis, dulce mariposa invisible,
que desde los abismos has venido a ser todo
lo que en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible
forma la chispa sacra de la estatua de lodo.


 Te asomas por mis ojos a la luz de la tierra
y prisionera vives en mí de extraño dueño:
te reducen a esclava mis sentidos en guerra
y apenas vagas libre por el jardín del sueño.

 Sabia de la Lujuria que sabe antiguas ciencias,
te sacudes a veces entre imposibles muros,
y más allá de todas las vulgares conciencias
exploras los recodos más terribles y obscuros.


 Y encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuen
bajo la viña en donde nace el vino del Diablo.
Te posas en los senos, te posas en los vientres
que hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.


 A Juan virgen y a Pablo militar y violento,
a Juan que nunca supo del supremo contacto,
a Pablo el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,
y a Juan ante quien Hugo se queda estupefacto.


 Entre la catedral y las ruinas paganas
vuelas, ¡oh, Psiquis, oh, alma mía!
— Como decía
aquel celeste Edgardo,

que entró en el paraíso entre un son de campanas
y un perfume de nardo,—
entre la catedral
y las paganas ruinas
repartes tus dos alas de cristal,
tus dos alas divinas.
Y de la flor
que el ruiseñor
canta en su griego antiguo, de la rosa,
vuelas, ¡oh Mariposa!
a posarte en un clavo de Nuestro Señor.














El canto errante
de Rubén Darío 


El cantor va por todo el mundo
sonriente o meditabundo. 
El cantor va sobre la tierra
en blanca paz o en roja guerra. 
Sobre el lomo del elefante
por la enorme India alucinante. 
En palanquín de seda fina
por el corazón de la China; 
en automóvil en Lutecia;
en negra góndola en Venecia; 
sobre las pampas y los llanos
en los potros americanos; 
por el río va en la canoa,
o se le ve sobre la proa 
de un steamer sobre el vasto mar,
o en un vagón de sleeping-car. 
El dromedario del desierto,
barco vivo, le lleva a un puerto. 
Sobre el raudo trineo trepa
en la blancura de la estepa. 
O en el silencio de cristal
que ama la aurora boreal. 
El cantor va a pie por los prados,
entre las siembras y ganados. 
Y entra en su Londres en el tren,
y en asno a su Jerusalén. 
Con estafetas y con malas,
va el cantor por la humanidad. 
En canto vuela, con sus alas:
Armonía y Eternidad. 

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